La Jornada Semanal, 20 de febrero del 2000



Rubén Moheno

Greene y Vietnam

El americano impasible es una de las novelas de Greene que mejor representan su compromiso político y su repudio a todas las formas del autoritarismo y de la demagogia. Greene, periodista, agente confidencial, viajero sin mapas ni rutas definidas (se cuenta que una vez varios amigos lo vieron sentado en un autobús centroamericano y le preguntaron a dónde iba. Greene contestó: ``Y yo qué sé. No soy profeta''.) Rubén Moheno entra con preciso talento al mundo del Vietnam invencible, ``las blancas noches de opio'' y la superchería de los políticos, los milicos, los diplomáticos y los curas de la extremaunción.

Llevar contigo una anamita a la cama es como llevar un ave, ellas cantan y gorjean sobre tu almohada. Hubo un tiempo en que pensé que ninguna de sus voces cantaba como la de Fuong. Saqué mi mano y estiré el brazo; también sus huesos eran frágiles como los de un ave.

Thomas Fowler está enamorado de Fuong como en un sueño. Un sueño de lujo, calma y voluptuosidad. Este desengañado reportero de guerra envejece en su exilio asiático y teme a un futuro de indiferencia, tedio... soledad. Y Fuong puede mitigar todo con su juventud y su belleza; con ese sitio entre sus piernas donde él gusta descansar su mano para dormir feliz; con el acto ritual de preparar las tres o cuatro pipas de opio para dormir y una más para despertar a Fowler. Fowler cierra los ojos y ella es el tintineo de una copa, el siseo del vapor, cierta hora de la noche y la promesa del descanso. El teme que Fuong lo abandone porque no puede ofrecer el matrimonio que ella y la hermana mayor de ella demandan. Desde la lejana Inglaterra la esposa de Fowler no acepta el divorcio, y si perdiera a Fuong, él duda de tener las energías necesarias para buscar a otra mujer. A los cuarenta y siete años de edad el reportero Graham Greene vivió la experiencia de esta manera:

Se había separado de Vivian, su esposa; sería en definitiva, y estaba cada vez más enamorado de la muy bella Catherine Walston, que no se decidía a aceptar sus propuestas de matrimonio (nunca lo hizo). A ella dedicó El fin de la aventura (1951). Su biógrafo, Norman Sherry, explica que todo el Londres literario sabía de la relación con Catherine, y que en ese libro podían leer sobre el tema, que es la base del argumento. Entonces el esposo de Catherine, Lord Walston, prohibió la presencia de Greene en su casa y que ella lo viera.

Y Greene partió a la guerra, como antídoto contra el tedio, para darle a la muerte otra oportunidad. Presenció el combate en Fat Diem, donde estuvo en tierra de nadie, entre el fuego cruzado de dos fuerzas enemigas, donde vio un canal repleto de cadáveres ya desangrados y una zanja con los cuerpos sin vida de una mujer y su pequeño hijo. Voló con los franceses en misión de bombardeo. ``Odio la guerra'', dijo, pero regresó allá cuatro inviernos consecutivos y realizó reportajes para el Sunday Times, Le Figaro, Spectator, Tablet y The London Magazine. También escaparía a París para encontrarse con Catherine en secreto.

Le tomó tres años escribir El americano impasible, tal vez la novela con más reportaje directo de todas las que escribió. Su material periodístico cobró un efecto muy diferente en las estructuras de ficción. ``No se puede llegar a la verdad

escribiendo historia -señaló alguna vez-, sólo un novelista puede hacerlo.'' Y su novela mostró la verdad sobre lo que Vietnam sería después, mucho antes de que ningún periodista, historiador, politólogo o nadie hiciera un análisis certero del problema.

La obra tiene aspecto de novela policiaca. En el principio revela que ha sido asesinado Alden Pyle, joven funcionario de la embajada estadunidense. No sabemos por qué o por quién. Fowler, el reportero inglés que narra la historia, da la impresión de ocultar algo e ignorar ciertas cosas. No es confiable, pero no hay otro narrador. El parece comenzar a ver claroÊcuando la policía lo interroga -luego de identificar el cadáver de Pyle en la morgue-, al comparar los hechos con sus recuerdos. Y sin que los lectores sepamos cómo, al tiempo que la historia se desarrolla vemos a Pyle entrar insensiblemente en una posición perdida: casi un símbolo de la derrota total que los estadunidenses sufrirían veinte años después.

En 1951 los ojos periodísticos del mundo estaban puestos en la guerra de Corea y nadie se interesaba en el sureste asiático. En derredor de Saigón, capital de la colonia francesa de Cochinchina, ``florecían los ejércitos privados''. Y en ``ese extraño sitio medieval'', Greene encontró una atmósfera y una situación ``que atrapan como un aroma''. En Life estaban satisfechos con el reportaje que realizó en Malasia y le encargaron otro sobre Indochina, que no les satisfizo y que finalmente se publicó en Paris-Match: ``Sospecho que mi actitud ambivalente ante la guerra ya era perceptible; mi admiración por el ejército francés, mi admiración por sus enemigos, y mi duda sobre cualquier valor final de la guerra.''

¿Quién era el enemigo del ejército francés? Lo inmediatamente perceptible era el Viet Minh: un gobierno nacionalista que tenía bajo control la mayor parte de Tonkín, en el norte, y Anam, en el centro del país. Lo comandaba Ho Chi Minh, quien a los ojos del escritor aparecía como no estalinista a morir, sino a la luz favorable del comunismo indígena. Pero entre los aliados de los franceses había un enemigo oculto: el coronel Thé, un barón medieval de la guerra proveniente de la secta caodaísta, con un ejército privado (hoy se les llama paramilitares), métodos terroristas y apoyo estadunidense, que combatía por igual a franceses y comunistas para formar una Tercera Fuerza: ``El sueño de opio de sustituir las tropas francesas por estadunidenses podía llevar a una desastrosa paz temporal que dejaría a muchos nacionalistas, no simpatizantes del comunismo, a merced del Viet Minh; en particular a las poblaciones católicas del norte.''

Greene tomaba en serio la propuesta de Ho Chi Minh a los franceses: ``Si deseamos administrar nuestro propio país, y si pido a usted que retire sus administradores coloniales, por otra parte necesitaré sus profesores, sus ingenieros y su capital para construir un Vietnam fuerte e independiente.''

Greene estaba convencido de que la solución era la independencia total. Planteó a un miembro de la embajada estadunidense que la participación de los franceses podía estar llegando a su fin: ```Oh, no', dijo él, `no pueden hacer eso. Tienen que pagarnos' -no recuerdo cuántos miles de millones de dólares.''

Los suministros estadunidenses eran obsoletos y escasos y llegaban con demora. Del 13 de marzo al 7 de mayo de 1954 los franceses perdieron dieciséis mil 200 hombres, entre muertos y capturados en Dien Bien Fu (poco antes, Greene había hecho un reportaje desde ese puesto). Noventa años de ocupación francesa llegaron a su fin. ``Que jóvenes estadunidenses aún fueran a morir en Vietnam'', señaló Greene, ``sólo demuestra que hasta a los ecos de una derrota total les toma tiempo para circundar el globo.''

Admiraba a los franceses en su derrota y no simpatizaba en absoluto con los estadunidenses por ser incapaces de ver la determinación de los vietnamitas para gobernarse a sí mismos. Había visto la orden hallada en el bolsillo de un combatiente muerto: ``No importa cuáles ni cuántas sean nuestras pérdidas, debemos aniquilar al enemigo.'' La fuente de esas instrucciones era el general Giap: ``un ex profesor de Historia y de Geografía que una vez más ha demostrado al mundo el valor de un soldado aficionado en la dirección de un ejército revolucionario''.

Para los vietnamitas, Ho era un nuevo padre. Greene fue a entrevistarlo y escribió un ensayo, ``Un hombre tan puro como Lucifer.'' Le atrajo su modestia sincera:

Sin embargo, en la ficción no aparece el nombre de Ho.

De acuerdo con el modelo que adoptó para su novela -El buen soldado, de Ford Madox Ford-, Greene fragmentó la continuidad de su narración mediante el flashback y el flashforward: ``Los cambios de tiempo favorecen el suspenso y confieren veracidad, porque así es como trabaja la memoria, y nosotros nos involucramos en la memoria del narrador como si fuera la nuestra.''

El americano impasible tiene estructura de cine. En su primera secuencia Fuong enciende una pipa de opio para Fowler. Aquí Greene parece seguir el ejemplo de Arthur Conan Doyle, que presentó abruptamente a su héroe (Sherlock Holmes) como drogadicto. Mas Fowler no es un héroe, como Holmes, en su papel de perseguir a los perversos, descubrir el mal y castigarlo. Fowler es un perfecto egoísta. Sin embargo, no estalla en violencia cuando Pyle le arrebata a Fuong. El impasible Pyle le advierte inocentemente su interés por la joven y le propone un noble acuerdo para garantizar el bienestar de Fuong, que ``ambos'' deseaban. Fowler replica con crudeza (es decir, con precisión) que no le interesa el bienestar de nadie; lo único que desea es tener a Fuong en su cama.

Fowler debe la vida a Pyle; fue herido en un viaje al campo y nunca habría salido de aquellos arrozales sin la ayuda del estadunidense: ``si yo hubiera sido tú'', dice Fowler, ``te habría dejado''. Pero aprecia a Pyle; entre ellos dos se ha dado una forma de amistad. Pyle lo considera su mejor amigo; lo admira por su experiencia con las mujeres, de la que él carece por completo. Entonces el periódico de Fowler decide ascenderlo a editorialista, pero en Inglaterra, adonde no deseaba volver: ``Dante no imaginó esa vuelta de tuerca para los amantes condenados. Paolo no fue ascendido al Purgatorio.'' No acepta su derrota: ruega al periódico que no lo hagan regresar y oculta la noticia a Fuong.

Antes de conocer a Pyle, Fowler nunca había encontrado a nadie que tuviera tan buenas intenciones e hiciera tanto mal. Según Fowler (y Greene), la inocencia en un adulto es ``una forma de locura''. Fowler piensa en los leprosos de la Edad Media, que debían hacer sonar una campana al aproximarse a la gente: Pyle es como un leproso mudo que perdió su campana, errando por el mundo sin mala intención. Pyle cree en Dios -era unitario-, tiene treinta y dos años, proviene de Boston y pertenece al muy numeroso grupo de la delegación económica estadunidense. En realidad trabaja para uno de esos servicios ``que tan ineptamente llaman secretos''. Se graduó en Harvard y había leído muchos libros, pero ninguno lo había impresionado como los de un tal York Harding. Había leído sus obras completas, con títulos como El reto de la democracia, El papel de Occidente y El avance de China roja -``un libro muy profundo'', según Pyle-, donde se afirma la necesidad de una Tercera Fuerza para Oriente, ajena al comunismo y libre de las manchas del colonialismo. Ese sería el pilar para un ``Frente Democrático Nacional''.

Se ha dicho que el modelo para Pyle fue el hombre de la CIA en el Vietnam de aquel tiempo, el coronel Edward Landsdale. Greene negó esa versión: ``El miembro de la misión económica estadunidense que los franceses suponían funcionario de la CIA era más inteligente y menos inocente que Pyle.'' Pero otro miembro de aquella misión habló al escritor del sueño estadunidense de una Tercera Fuerza, y entonces surgió en él la idea de la ficción: Quinta Columna, Tercera Fuerza, Séptimo Día... Después de Vietnam, ese método se aplicaría en Argelia, Guatemala, Cuba, más tarde en Nicaragua, Panamá, Colombia, Chiapas, en los Balcanes, en... En todas partes se esparciría el mal.

Fowler no cree en Dios, menos aún en la democracia de York Harding: ``es risible por el tiempo que pierde al escribir sobre algo que no existe: un concepto mental''. Si ha de perder la felicidad, él prefiere creer en la muerte, el fin del dilema, y luego nada. Entretanto, cree en el opio, que ``calma los nervios y suspende las emociones. Nada, ni siquiera la muerte parece tan importante''. Su oficio lo hace conocer al presumiblemente comunista señor Heng, que le muestra un viejo taller abandonado, donde encuentran moldes de plástico y restos del explosivo diolaction. Luego Heng lo cita en una calle donde explota una bomba en una bicicleta, pero sin dejar víctimas, y a su modo oriental deja que la imaginación de Fowler deduzca lo demás: ``York Harding podía escribir sus abstracciones gráficas sobre la Tercera Fuerza, pero esto era la Tercera Fuerza en realidad, cuando uno la miraba de cerca, ésta era la Cosa.''

A diferencia de Greene, Fowler no se involucra ni se compromete con nada. Hasta cierto punto le gusta ser reportero: registrar y exponer. No le gustaría ser editorialista, porque implica expresar una opinión, que es un modo de actuar.

Fuong quiere decir Fénix, pero cuando ella abandonó a Fowler, él se dijo que ``en estos tiempos ya nada es fabuloso y nadaÊresurge de sus cenizas''. Fuong fue con Pyle porque éste, ``con su amor sólido como el dólar'', sí podía casarse con ella y hacerla una ama de casa de plástico y parte del american dream. Ella quería ver los rascacielos y la Estatua de la Libertad, aunque no supiera si estaban en Londres o en Nueva York. Pero sabía mucho más que Fowler acerca de los decorados del castillo de Windsor. Ella y su hermana mayor parecen adoptar los ideales de consumismo y materialismo occidental, y los franceses con experiencia en Indochina juzgaron exacta su recreación. Fuong era ``invisible como la paz''.

Las cartas de la esposa de Fowler tal vez reflejen la situación conyugal de Greene: ``Dices que no podrías vivir sin esa muchacha. Alguna vez dijiste eso de mí. Te puedo mostrar la carta.'' Le recuerda su compromiso matrimonial ante Dios y se muestra solidaria con la pobre muchacha. No acepta el divorcio. Fowler cree que nadie puede comprender a nadie más; por eso la gente inventó a Dios: El sí puede comprender; El está ahí para los que escriben editoriales, como su esposa. Digamos que Fowler (como Greene) nunca presenta su mejor ángulo. Sabe que su esposa tiene razón; también lo supo Greene, y su única explicación fue su trabajo de escritor, que hace de un hombre un amante inestable y un marido no confiable.

Aunque la novela provocó airadas protestas estadunidenses, no fue tanto por las blancas noches de opio que vivió el personaje, ni las de Greene, también confesas. Y fue una animadversión mutua. La del escritor hacia los estadunidenses fue por el vínculo de éstos con el terrorista Thé, que disfrazaba los explosivos plásticos como bombas de aire para las bicicletas, tan abundantes en Saigón que nadie reparaba en ellas, y entonces las hacía explotar en lugares públicos. Greene siempre pensó que se debía hacer una distinción entre ``terrorismo'' y ``combate armado''; nunca en su vida perdió esa visión. En la realidad y en la ficción, Thé es la fuerza del mal. El meollo del asunto, en la novela y en la vida real, fue una bomba que explotó cerca del Hotel Continental de Saigón y produjo numerosas víctimas civiles. Greene señaló:

La rabia de los estadunidenses se debió a que Greene puso todo en evidencia. En abril de 1956, A.J. Liebling escribió en el New Yorker: ``Hay una diferencia entre decir que tu demasiado exitoso vástago es un zopenco imbécil, y acusarlo de asesinato.'' Dijeron que usaba el arte para propagar una doctrina. Pero, como señaló Borges, ``quienes dicen que el arte no debe propagar doctrinas suelen referirseÊa doctrinas contrarias a las suyas''. Hollywood atacó resueltamente y Greene dijo:

Tiempo después, la prensa estadunidense presentó comentarios favorables. Gloria Emerson, que cubrió la guerra de 1970 a 1972, escribió que muchos años después de que Greene dejara Indochina para siempre, era como si el lugar aún le perteneciera: ``El siempre entendió lo que iba a pasar, y en esa pequeña, impasible novela, nos dijo todo.'' De haber escuchado su advertencia, los estadunidenses podían haberse ahorrado cincuenta y ocho mil muertos, y a los vietnamitas cuatro millones de víctimas.

La ficción de Greene dio respuesta a las angustiosas interrogantes de su tiempo y proyecta su verdad hasta hoy, cuando la victoria de Vietnam es cuestionada por el bombardeo de hamburguesas y cigarros Winston, y por el financiero vendaval sin rumbo de la globalización, no menos devastador que el napalm. En 1981 Greene señaló:

Para él era vergonzosa e indignante la subordinación de la jerarquía católica a los estadunidenses en los años cincuenta y sesenta; el cardenal Spellman colaborando con John Kennedy y el coronel Landsdale en el apoyo (temporal) al presidente Diem, que más tarde sería asesinado. Cuando Estados Unidos asumió plenamente su papel en la guerra, Greene se negó a hacer más reportajes de Vietnam, aduciendo que hubiera sido propaganda: una calle de un solo sentido. En 1970 intentó organizar la renuncia masiva de todos los miembros extranjeros de la academia estadunidense de Artes y Letras, que no se pronunciaba contra la guerra.

Fowler no puede publicar nada que ligue a Pyle con el coronel Thé; a su periódico no le interesa. La policía no intervendría, ``la ley guarda silencio durante la guerra''. Además, a Pyle lo protege su estatus de graduado en Harvard. Sólo puede preguntarle si piensa dedicarse a la industria del juguete (todo Saigón sabe que maneja plásticos). Pero Fowler es testigo circunstancial de la explosión en las cercanías del Hotel Continental, adonde Pyle llega momentos después. Hay numerosas víctimas civiles, pero ningún estadunidense. Fuong suele andar por ahí a esa hora pero Pyle le avisó que no lo hiciera y está a salvo. Entonces Fowler arma el rompecabezas; empuja a Pyle al charco de sangre que indirectamente derramó y éste pierde su impasibilidad. Pyle dice que reprenderá a Thé y que si reincide, le suspenderá los suministros.

Según Pyle, la única razón por la que alguien no desea vivir como estadunidense es que no se le ha mostrado correctamente la belleza del american way of life: ``Si era necesario matar gente inocente para conseguir ese objetivo, era una lástima pero... habían muerto por la causa justa. De algún modo se podía decir que murieron por la Democracia.''

Fowler no puede olvidar a las víctimas de la bomba; no había previsto que se vería forzado a asumir el compromiso que surge de repente, cuando la misma posición de no-compromiso está amenazada por la realidad. Acude a Heng y habla de poner un alto a Pyle. Heng le sugiere que invite a Pyle a cenar en un restaurante, en el camino ellos hablarán con él. Y le dice: ``tarde o temprano se ha de tomar partido, si uno ha de seguir siendo humano''.

``Odio la guerra'', dice Fowler, pero entrega a Pyle para que el Viet Minh lo atrape al cruzar un puente que sólo su impasibilidad le impide ver que no es amistoso. Va a dar bajo ese puente, herido por una bayoneta oxidada, a llenarse los pulmones de lodo en una lenta agonía. Antes de ese hecho, Fowler abriga la esperanza de que el azar o el Dios en el que no cree, lleven las cosas por otro camino y el americano impasible conserve la vida. Pero Pyle muere y Fuong renace de sus cenizas para Fowler; también recibe carta de su esposa, que accedía al divorcio, y el periódico acepta dejarlo en Asia. Ahora puede casarse con la joven.

Un cínico vería aquí un final feliz, y el asesinato le parecería un simple caso de celos. Un hombre que actuó ``bien'' por ``malos'' motivos. El hecho es que la muerte de Pyle no parece importarle a la policía, a Fuong ni a nadie, exceptuando a Fowler. ƒste no quería compromisos pero cometió un asesinato al dejarse guiar por su sentido del deber, y traicionó sus principios al pensar en términos editoriales, aplicando un juicio cuantitativo sobre el número de muertes que causaba Pyle, a cambio de una sola. Mas el sufrimiento, entonces se da cuenta, no se incrementa con los números. Un cuerpo puede contener todo el sufrimiento que el mundo puede sentir. Sólo la novela puede mostrar las cosas así: la vida como es, además de la vida como debería ser, para sugerir valores humanos. Eso es la poesía.

La historia termina donde empezó, con Fuong encendiendo una pipa para Fowler, que lamenta no poder expresar su pena a nadie; a nadie excepto al lector. Tal vez debamos creerle.