Antesala

Un par de ligeras precisiones. Empezaremos por decir que lamentamos profundamente el fallecimiento de Fernando Benítez. Aquí, este antesalista quisiera hablar como el simple lector de suplementos que siempre ha sido. Desde que tengo uso de lectura -más allá de Salgari y Julio Verne-, mi crecimiento literario fue creciendo y mi curiosidad se fue ahondando gracias a los textos que se publicaban en los diversos suplementos culturales que don Fernando fue abriendo. No alcancé a leer México en la Cultura, sobre todo porque en mi casa estábamos suscritos al Excélsior (suscripción que cortamos cuando el golpe a Scherer), pero sí empecé a frecuentar México en la Cultura en la revista Siempre!, con Benítez como director, y después con Carlos Monsiváis (de hecho, ahí publiqué el resultado de mis pininos literarios (una reseña sobre Pubis angelical de Manuel Puig y más tarde unos poemas, que la bodega de Educal tenga en su gloria). Luego lo seguí al unomásuno, con el suplemento sábado. Más tarde salté un poco antes que él a La Jornada Semanal, con Héctor Aguilar Camín (donde empezó la columna Antesala, escrita indistintamente por Héctor, Fernando Solana Olivares y Sergio González Rodríguez) apartándole el lugar a don Fernando, quien llegó tiempo después a dirigirla. Bueno, hasta aquí llego con mis pequeñas remembranzas y entra la primera aclaración a José Luis Martínez hijo, director del Fonca, quien en entrevista para el Canal 22, al repasar las tareas de don Fernando, dijo (no son palabras literales, pero como dijo el Chapulín Colorado, esa es la idea) Ésábado, de unomásuno y en La jornada Semanal (pensó o al menos así pareció, para rectificar) Ébueno, no, en sábadoÉ (como si rectificara un desliz, como si dijera, perdón, me equivoqué, sólo estuvo en sábado, nunca estuvo en La Jornada Semanal). Pues, José Luis, con todo respeto, bueno, sí: Fernando Benítez fue director de La Jornada Semanal, como nuestro atento lector podrá corroborar en la fotografía de la página siete de este número, donde el mismísimo Benítez, con su sensacional sentido del humor, aparece tirado a los pies de su equipo de La Semanal (el greñudo del mero centro, Arturo Fuerte, es el propietario de la foto y todavía trabaja con nosotros como diagramador computarizado). La otra rectificación es para Rafael Tovar y de Teresa, que en esa misma ocasión (el velorio de don Fernando) se refirió a los ``tres tomos'' de Los indios de México, cuando en realidad -y hasta donde sabemos- son cinco (salvo que Rafael haya mandado a empastar la obra y se la dejaran en tres). Hasta aquí los recuerdos (que son mucho más numerosos, por supuesto) y las rectificaciones (nomás para confirmar que en este sexenio, al menos, no me darán la beca de creadores -que, por cierto, nunca he pedido).

El misterio de los procesos creativos. El Museo Rufino Tamayo le ofrece a usted, lector(a) que gusta de asistir a talleres donde los educandos, que al principio desconfían unos de otras, terminan siendo grandes cuates, organizando comidas en casa de unos u otras, llorando porque se termina el curso y tratando de hacer grandes planes de trabajo juntos, que al final no se realizan porque a todo mundo le entra la gueva y ya se inscribió en otro taller, and so, and soÉ, pues decíamos que en el Tamayo se está organizando un Taller de experimentación plástica para adultos. En este taller se busca responder a las grandes cuestiones de ¿cómo se dan los procesos creativos? ¿Es posible estimularlos (a los procesos creativos, but of course, no es table dance, ni se practica eso que a los panistas yucatecos les da horror, por aquello de que pecha cabecha y con el ajetreo no vaya a ser que pierdan equilibrio y cierren automáticamente las mandíbulas)? Las respuestas esperan encontrarlas de manera práctica al explorar la creatividad, la plástica y la música. A lo largo de diez sesiones los participantes interactuarán, entre otros ejercicios, con músicos de reconocida trayectoria con el propósito de que los talleristas expresen plásticamente ideas, sentimientos y emociones que les generen los diversos estímulos sonoros. El Taller se llevará a cabo del 1 de marzo al 3 de mayo, todos los miércoles de 18:30 a 20:30 hrs. Lo imparte Carlos Villanueva y su costo es de dos mil paolizados morlacos. Para mayores informes (del Taller, no de otras cosas que aquí malamente hemos mencionado), pase al Museo Rufino Tamayo (Paseo de la Reforma y Gandhi, Bosque de Chapultepec), hable a los tels.: 5286-6519/99, o escriba al e-mail: [email protected].

Chiapas en el tercer milenio (¿qué, ya salió del primero?). El Seminario de Cultura Mexicana, del que este antesalista ya le ha hablado en varias ocasiones, lo invita a usted, lector(a) amigo(a) que cree a pie juntillas eso de que ``Todo en Chiapas es México'', a la conferencia titulada La educación y la cultura en Chiapas (la identidad hacia el tercer milenio), dictada por el Mtro. Jorge Paniagua Herrera, presidente de la corresponsalía del Seminario en San Cristóbal de Las Casas y director del Centro Cultural de Los Altos-inah-Chiapas. La cita: jueves 2 de marzo a las 19 hrs. Lugar: el Auditorio del Seminario de Cultura Mexicana (Presidente Masaryk 526, esq. Bernard Shaw, col. Polanco, México, DF). No me fallen, sobrinos.

Carlos García-Tort
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Bazar de asombros


PERPLEJIDADES FINISECULARES

A pesar de todos sus esfuerzos la terrible ``dama de hierro'' no logró desmantelar por completo al Welfare State (Estado Providencia lo llama con cierta sorna un amigo neoliberalón), pues el pueblo británico estaba demasiado acostumbrado a recibir los apoyos del Estado, tanto los permanentes como los coyunturales. La rabiosa enemiga del ``paternalismo'' pretendía (lo logró en parte) acabar con los programas que abarcaban desde la vivienda protegida hasta las puestas en escena del Old Vic o de la Royal Shakespeare Company. Su contlapache estadunidense, Ronald Reagan, golpeó con mayor fuerza los remanentes del New Deal rooseveltiano, la emprendió contra la seguridad social y casi acabó con los endowments que apoyaban las actividades culturales y mantenían viva la tradición de respaldar con becas y subsidios a los creadores artísticos.

Los capitostes del neoliberalismo mexicano han intentado, sin lograrlo del todo (en buena medida por razones electorales), acabar con los remanentes del Estado benefactor que tiene su base en algunos artículos de la Constitución del '17 y en una importante cantidad de leyes reglamentarias y de decretos que siguieron garantizando los esfuerzos igualitarios hasta los primeros años del régimen de Díaz Ordaz. Echeverría optó por el desenfreno verbal y la demagogia tercermundista y hundió sus afanes planificadores en medio de una orgía de palabras y de corrupción institucional. López Portillo y su corte, parecida a la de cualquier emirato, gastó a tontas y a locas, ``administró la riqueza'' y, al igual que los juniors de los hacendados jaliscienses, la dilapidó y acabó sus días en el poder en medio de lloriqueos y de berrinches. Después vinieron el neoliberalismo y el deterioro de un astuto sistema político definido por Graham Greene como una extraña mezcla de Estado benefactor y de organización de gángsters de Chicago. Los tecnócratas olvidaron las tradicionales estrategias y marrullerías del viejo establishment, y conservaron algunos aspectos del corporativismo (lo que va de ayer a hoy es lo que va de Fidel Velázquez a Rodríguez Alcaine) que, de alguna manera, siguen siendo una parte fundamental de los mecanismos de control. Al haber perdido la credibilidad y visto cómo se depauperaban los sectores sociales que en los cuarenta y los cincuenta habían entrado a lo que los economistas británicos llamaban ``la revolución de las expectativas crecientes'', decidieron refugiarse en los restos del sistema corporativo y en la utilización del dinero público para la compra de votos o la adquisición de legisladores de la oposición dispuestos a vender sus almas por el tradicional puñado de maicito. El señor don Porfirio (``Tiempos en que era Dios omnipotente y el señor don Porfirio presidente'', decía Renato Leduc) aplicó bien la frase popular referida a los gallos que cantan a deshora: ``ese gallo quere máiz'', para llenar los buches de sus detractores y obligarlos, gustosamente por cierto, a guardar silencio. Los unos venden su voto, permitiendo así que don Fidel Herrera se beba tanto el licor fuerte como el secundario chaser, otros esquían en Lake Tahoe (por ahí andaba Don Corleone) y el señor Paoli, presidente en turno de la Cámara, se encierra con su flexible conciencia en el mingitorio. Esto no le representa mayor problema, pues, a la postre, cristiano viejo como es, perdona a sus detractores y, sobre todo, se perdona a sí mismo y trata de olvidar que cometió uno de los hechos más vergonzosos que registra la historia de todos los parlamentarismos.

Es obvio que la transición del país hacia la democracia ha venido dando bandazos y tropezándose con dinosaurios, bebesaurios, caciques acostumbrados a rellenar urnas, tramposos cibernéticos y compradores de votos. En lo federal se han dado pasos importantes para garantizar cierta limpieza en los procedimientos electorales, pero en los estados y, sobre todo, en las zonas marginadas del campo y de las periferias de las grandes urbes, siguen predominando los viejos métodos, mientras se perfeccionan los sistemas de compra de votos. Por esta razón, el pri ha ampliado sus redes de ``maiceo'' y ajusta las tuercas corporativas. Por su parte, el Instituto Federal Electoral lleva sobre sus hombros una responsabilidad histórica difícil de cumplir, pues muchos de los miembros del aparato político oficial (y otros sectores de lo que Gramsci llamaba ``el aparato de coherencia interna'') están decididos a mantenerse en el poder a toda costa. Así lo anuncian sin ningún pudor cuando aseguran que ganarán la Presidencia y recuperarán la mayoría en la Cámara de Diputados. Preciso es reconocer que esta última empresa ya la han ido logrado, en parte, merced a la actitud de los ``maiceados'' que venden su voto o su ausencia esquiadora o mingitorial. Todo indica que seguimos instalados en una corrupción polimorfa que ahonda la separación tradicional entre la política y la ética.

Día a día nos llegan terribles noticias sobre las variantes formas de la corrupción. Ultimamente, las revelaciones sobre el chistoso sistema de jubilación que ha beneficiado a algunos jóvenes próceres neoliberales de manera absolutamente escandalosa, han venido a ampliar la ya de por sí enorme brecha de credibilidad que se extiende entre la cada día más prepotente y cínica clase gobernante y los distintos sectores de una sociedad humillada y ofendida (mezclando citas cantinescas y eruditas diríamos que no se le puede ver la cara de pendejo todo el tiempo a todo el mundo). Este bazarista, desde su modesta pensión de embajador chiquito (Trino dixit), ve, cargado de rencores clasemedieros, cómo el señor Gurría ``reparte entre los pobres'' el dinero de su estrambótica y tramposa jubilación. Ve, además, lleno de rabia, cómo el señor Paoli dañó gravemente un interesante ejercicio de división de poderes y colaboró en la empresa de regresarnos al todopoderoso sistema del Tlatoani.

Termino con una imagen entrañable que uso por contraste: Andrea Palma, vestida de negro, fumando el pecaminoso cigarrillo del cine cabaretero y cantando: ``Vendo placer a los hombres que vienen del mar.'' Canonicémosla como Sabines canonizaba a las putas. Canonicemos a los chichifos, las lesbianas, las esposas, los esposos, los amantes, las amantes, los amores ocasionales... canonicemos todo lo que da placer y erotiza al mundo. En cambio, veamos con horror a los buscadores del poder y del dinero, a los vendedores de conciencias y de votos, a los desatentos que sólo piensan en sí mismos, a los ``sepulcros blanqueados'' capaces de cantar loas a sus conciencias nauseabundas.

Hugo Gutiérrez Vega
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CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Juegos funerarios (V)

Vimos la parte horrenda de los funerales de Patroclo, el sacrificio de doce adolescentes troyanos. Muy común debió ser la práctica, y en cierta medida, lo ha sido en este siglo: Orozco pintó en Darmonth College dos frescos con sacrificios humanos, uno es el prehispánico y religioso, el otro es político y representa la primera guerra mundial, en la que se sacrificaron, no doce, sino millones de adolescentes europeos. Aun la Biblia contiene ecos de la práctica, si bien que ahí el ángel desciende vertiginoso y detiene el cuchillo de Abraham. Kierkegaard dedicó un libro ejemplar, Terror y temblor, al espeluznante asunto. Después de victimar a los jóvenes, Aquiles habla a su amigo y dice:

``Te saludo, Patroclo, incluso en las mansiones del Hades. Ya estoy cumpliendo en tu honor lo que antes te prometí. A doce valerosos hijos de los magnánimos troyanos está devorando el fuego junto a ti. Mas a Héctor Priamida no lo entregaré a las garras del fuego, sino a las de los perros.'' Con lo que estamos de nuevo en el tema de los cantos finales del poema.

Pero la pira no enciende, hay calma chicha y el viento no sopla. Entonces Aquiles se aparta de la pira y eleva una plegaria a los vientos. ¿Cómo hace la plegaria? Por medio de libaciones rituales, abundantes y en copa de oro. Homero, que todo lo dice, describe minuciosamente cómo escucha Iris, la mensajera, la plegaria, y parte a informar a Bóreas y Céfiro. Todo se personifica: si el río es un dios, el viento también puede serlo. ``Los dioses'', dice Michaux, ``oyen con indiferencia las plegarias, pero si huelen la sangre, se acercan a mirar.'' Y aquí hay sangre en abundancia. Así que acuden. ``Se pusieron en marcha con portentoso estruendo, atropellando las nubes por delante. Al instante llegaron al ponto a soplar, y se erizó el oleaje bajo el soplo de los vientos.'' Y llegan hasta la pira y ``prendió el maravilloso fuego crepitando''.

Visualiza la escena: es de noche, en la playa, arriba el cielo estrellado, abajo, la enorme pira arde y ahí el rubio Aquiles bebe el vino ritual en la copa de doble asa. Así pasó toda la noche. Y ``cuando el lucero anuncia la luz sobre la tierra, antes de esparcirse la aurora, de azafranado velo, sobre el mar'', se extingue la pira y los vientos regresan a su morada.

Ahora viene otro misterio: los rescoldos son apagados con vino ``rutilante'', dice mi traducción (pero no la ilustre de Segalá), ``rutilar'' es brillar como el oro; sería, pues, vino blanco. Curioso imaginar a un griego clásico bebiendo vino blanco. En todo caso, ¿por qué se apaga la pira precisamente con vino? Nada en los rituales es casual, pero no tengo respuesta para esta pregunta.

Ahora, los blancos huesos de Patroclo son recogidos y guardados en una urna de oro y ``en doble capa de grasa'' (cuya función también ignoro). Y da comienzo la parte luminosa del funeral, a saber, esa práctica tan característica de los griegos clásicos, los juegos atléticos. Ningún pueblo ha más el deporte que los griegos. Homero, que no tiene nunca prisa, se demora y complace al describirlos con todo detalle. Primero que nada, las carreras de cocheros. Aquiles exhibe los premios: primer lugar, una mujer, cómo no, ``experta en intachables labores'' y un trípode con asa; segundo, ``una yegua de seis años, preñada de una cría de mula'', y así, en total cinco premios. La carrera va a empezar, Homero enumera y da antecedentes, no sólo de cada competidor, sino cada caballo, y luego narra la carrera con la habilidad de un locutor de carreras de automóviles. Porque en efecto, son muy parecidas. ``Los conductores iban erguidos en las cajas (de mimbre, por cierto) y a todos les palpitaba el corazón por el afán de victoria.'' Sigue luego, la pelea de box, o ``doloroso pugilato'' como lo llama Homero, en la que Epeo vence por nocaut, a la Tyson, en el primer asalto, a Euríalo y se lleva el premio mayor, una mula ``tenaz para la labor''. Siguen las luchas, en las que empatan Ulises y el gigantesco Ayax Telamonio. En los premios de las luchas se registra una singularidad: primer premio, el consabido trípode y doce bueyes, segundo, una mujer, tasada, la pobre, en sólo cuatro bueyes de precio.

Sigue luego la carrera a pie, cien metros planos, en la que vence Ulises, pero con ayuda, como siempre, de Palas Atenea, de ojos azules. El siguiente deporte es el único raro, y peligroso: se invita a dos guerreros a que ``cojan el bronce, tajante de la carne, y se pongan a prueba uno contra otro ante la multitud'' y el primero que hiera a otro a través de la armadura, gana. Premio, la daga tachonada de plata que Aquiles arrebató a Asteropeo. Este ``juego'', cosa rara, tiene que interrumpirse por su peligrosidad. Los juegos continúan con el lanzamiento de bala, ``un bloque de hierro en bruto'', y terminan con una competencia de tiro al pichón con arco. Blanco ``una tímida paloma'', premio diez hachas de doble filo y diez de filo sencillo, gana Meriones, el noble escudero de Idomeneo.

Y así finalizan los juegos funerarios de Patroclo.


Tercera Columna

Eduardo Milán

Una posición de Martínez Rivas

En Carlos Martínez Rivas (1924-1998) sorprende su habilidad para fusionar lengua escrita y lengua hablada, retórica con conversación. La distancia que toma su voz ante el oficio poético contrasta con su erudición. El conocimiento que manifiesta de la tradición poética occidental se acompaña de otro conocimiento: el de la vida, dicha así, simplemente, ``sin mitificación''. ``Memoria para el año viento inconstante'', uno de los poemas que integran La insurrección solitaria (1953), es un ejemplo de lo que digo: en ese texto se responde a la concepción tradicional de la obra de arte, hecha para compensar en el lector sus deficiencias sublimes: ``Sí. Ya sé./ Ya sé yo que lo que os gustaría es una Obra Maestra./ Pero no la tendréis./ De mí no la tendréis.'' El lector que se cuestiona es aquel que desde el siglo XIX demandaba del poeta el destilado de su espíritu, puesto en situación de un servidor de Gracia a una conciencia, la del burgués, que clamaba del poeta una compensación a la rutina de una vida ordinaria. Contra ese lector se levantó Baudelaire, o, mejor, medio Baudelaire, envuelto como estaba el autor de Las flores del mal en la contradicción de celebrar o maldecir a la modernidad que, chirriante, eufórica, amanerada, se presentaba ante sus ojos. A la Obra Maestra opone Martínez Rivas una propuesta creativa incierta, no clasificable, ``peligrosa'', más o menos como la vida. Toda la apuesta del poeta nicaraguense consiste en dar en lenguaje poético esa vida cuya conceptualización parece opuesta a cualquier medida del verso. Esa noción de vida es posible en una forma de habla. Martínez Rivas encuentra en el verso sorpresivamente cortado, en los encabalgamientos que dislocan toda pretensión de sentido unívoco, el isomorfismo buscado. Pero si bien el combate del poeta es contra la retórica del arte, ese combate está muy lejos de aspirar a una naturalidad, de cuya presencia posible había desconfiado todo el movimiento romántico alemán. Holderlin incluido, quien demandaba, más que una naturalidad, una presencia mítica de la Naturaleza, puesta así, en altas. Lo que surge como propuesta en Martínez Rivas es la conformación de un híbrido linguístico seguro de la imposibilidad de volver a todo canon pero también alerta sobre la posible confusión de considerar a la lengua hablada un territorio estable y coherente, capaz de dar ``la verdad'' de cualquier orden, sea el de un estado de cosas social, emotivo, cultural o poético. La negación a entregar al lector lo que éste demanda al poeta no implica, entonces, una negación de una manera de trabajar la materia poética en aras de la conformación de un orden estético estable, coherente y trascendente -una Obra Maestra- que implicaría, más que nada, un tipo de relación con lo poético. Parecería que supone, en cambio, una resistencia a un tipo de recepción de carácter pasivo que situaría al poeta en una posición de oficiante de su propio sacrificio. La crítica al trabajo poético viene después de ubicado el lugar del lector como una especie de capitalista del esfuerzo del otro, un capitalista de lo sublime. Ese lector, para Martínez Rivas, estaría trabajando en otra cosa y habilitaría al poeta a trabajar en una zona -la del espíritu- para él inaccesible. Se niega, en todo caso, a entablar una relación con el lector en posición infantil, cuya sofisticación cultural -la demanda de la Obra Maestra- no evita, en su dame-dame interminable, la consideración de la poesía como otra manera de la producción.

La tematización de lazo poeta-lector que propone Martínez Rivas en Memoria para el año viento inconstante es precisa porque aborda el tema directamente. Precisa, pero no única. La edición de 1954 de los Poemas y antipoemas de Nicanor Parra desarrollaría el mismo tema en forma nuclear para la consideración de un nuevo lugar del hablante poético en relación con la recepción.