La Jornada Semanal, 5 de marzo del 2000
Empecemos por dar su fecha y lugar de nacimiento -1901, en Vila do Conde-, y de su muerte -1969, en Lisboa. Muy joven regresó a Coimbra, donde fundó la revista Presenca, que llegó a publicar más de cincuenta números, lo que significa una vida muy prolongada para una publicación literaria. Esto convirtió a Presenca en una revista decisiva para las letras portuguesas.
Aunque la corriente lírica en la que podría insertarse la figura de José Régio (neé José María dos Reis Pereira) tiene representantes en casi todas las lenguas de países cristianos, ninguna tuvo los matices y aristas de dramatismo y profundidad que tiene toda la obra firmada por Régio.
Se podría hablar de León Felipe en España. Pero León Felipe no es un católico crítico, sino más bien alguien que se quiere deslindar de la religión. Eso desde el punto de vista ideológico. Desde el puramente lírico se trata de una figura menor comparada con José Régio.
En lengua francesa, la figura con quien podría equipararse a Régio es George Bernanos, un gran autor cuya crítica es de orden político, aunque también es un místico a ultranza. Así que Régio se queda solo como poeta católico y portugués. Eduardo Loureno ya dijo varias veces que Régio sería el mejor poeta portugués en lugar de Fernando Pessoa, si se consideraran como básicos los valores definitivos de nacionalidad en la expresión. Evidentemente, ni siquiera el propio Régio le discutiría su primerísimo lugar a Fernando Pessoa. Régio mismo ayudó al reconocimiento del autor de la Ola marítima y difundió mucho de su obra a través de Presenca.
De José Régio habría que hacer tres divisiones: Régio el poeta, Régio el narrador y Régio el crítico literario. Aquí vamos a ocuparnos brevemente del poeta y del narrador.
Al referirnos al poeta, tendríamos también la obligación de abrir tres o cuatro incisos para destacar al ser humano en conflicto con el ser divino, al observar las injusticias no sólo para con los pobres sino las desigualdades vistas desde la fe. Al sentirse profundamente portugués, Régio burla las saudades del imperio que abrió para el mundo el mar y los océanos. Y critica ácidamente esas añoranzas que manchan nuestras manos, con un polvo rancio y poco útil. En un tercer espacio, el Régio que ama la sencillez pero no el engaño tendría que ocupar una buena proporción de su geografía biográfica. Pero queda oculto el Régio fundamentalmente honesto que se equivoca aun con los mejores propósitos y que no desea ocultarlo. Como vemos, hay más Régios por enumerar. Textos como ``Elegía Bufa'' y libros completos del nivel de Poemas de Dios y del Diablo y Fado, tendrían que encontrar su ubicación en este difícil terreno. Acompañando este artículo desgraciadamente no van. En cambio sí aparecen figuras como ``El Coco'' y ``Canto negro'', una definición del carácter del propio poeta.
Estas definiciones y condiciones ubican a Régio -a pesar de sí mismo- como un ser melancólico del pasado histórico y social del imperio luso. Huelga repetir que se trata de un polvo petrificado que procede de un imperio que necesita el aceitado de la sangre que las modernas factorías pretenden exhibir ante el mundo para mantener su poderío y dominación, sobre todo ante las competidoras que aspiran a esos espacios ocupados y explotados por las fábricas que en sus productos estampan las marcas del dolor y la automatización.
Pues bien, Régio poco o nada quiere tener con la robotización del ser humano, pero el fenómeno lo rebasa. Tampoco desea mirar hacia el momento histórico de ``As descobertas'' que, finalmente, desembocan en una iglesia estratificada de ``aire de hipocresía'' cuando menos. Las glorias de una hidalguía aceda, nada sensible y, naturalmente, inhumana, tendrían que ventilarse en una atmósfera como la que ya respiramos a inicios del siglo XXI.
Sin embargo, en Régio no es el problema de la actualidad -fácilmente perecedero- el que prevalece y crea el malestar esencial, sino la injusticia y el trato desigual y discriminatorio que no puede desembocar en la tolerancia; que hace los cambios en el procedimiento racional para dignificar a la condición humana en su funcionamiento vital. Es, en cambio, la conciencia de la propia miseria en el trato con nuestros semejantes lo que reduce a casi nada la existencia y el espíritu.
La búsqueda de la simplicidad del alma sin las circunvoluciones de la beatería ni la exhibición del aparato de cartón de las bajezas en las necesidades insatisfechas ocupa, con toda propiedad, las preocupaciones de la obra de Régio. Tanto en sus novelas como en sus cuentos, y en buena parte de su autobiografía, el trasfondo es la vida regida por las leyes que se deben acatar según se presentan, previendo un margen definido de respetuosa distancia con la naturaleza y los prójimos.
En el desarrollo de sus tramas no hay ocultaciones tendenciosas, y cuando los personajes sortean su naturaleza (por ejemplo los de Jogo de cabra cega o los de A velha casa) acaban o afrontan inmediatamente las consecuencias de un rodeo. Ciertamente, el hecho de que la presentación de resultados dramáticos o consecuencias agudas sea previsible, no evita actuaciones difíciles cuando no intolerables.
La provincia en su sencillez, enfrentada a una capital sofisticada y, como tal, falsa y equívoca, no significa ni garantiza franqueza o actitud limpia y solución honesta; no hay términos medios entre el disimulo completo y las conciencias mal encaradas. El reducto último de la verdad será, justamente, esa ``casa velha'' y los seres elementales que la habitan, no como fantasmas sino como concreciones de posiciones y actos humanos sinceros y definitivos. Curiosamente, la concreción no vuelve simbólicos a los personajes, que agitan las aguas con sus movimientos lo suficiente para continuar sin que la pura acción nulifique el valor de su movimiento.
Las criadas y la abuela son una inevitable mistificación que ampara la eternidad del ámbito familiar. De alguna forma, Jogo de cabra cega representa uno de los momentos convocados por los grandes errores de un ser humano, y es el lugar donde aparece por primera vez una especie de ángel del mal, que reaparecerá en A casa velha. La narrativa de Régio pasa singularmente de los cuentos a las novelas cuando hay conexión, pero el sentimiento va incluso hasta la poesía cuando, por ejemplo en Fado, recuerda los sitios que le son familiares y queridos, utilizando para ello formas tan singulares como el romance de procedencia española.
La crítica literaria que Régio ejerció a través de su propia revista, por cierto alejada de las grandes capitales, es la misma con la cual afronta la vida en sus narraciones y en su poesía. Si tuviéramos que catalogarlo sería como un católico crítico capaz de entenderse, sin embargo, con cualquier otra ideología, siempre y cuando los planteamientos se hagan a la vista de todos y con completa lucidez. A continuación damos una pequeña muestra de ello, limitándonos a entregar un número de poemas que sólo pretende despertar un apetito mayor. No obstante, las diferencias entre ``Repartición'' y ``El Coco'' hacen resaltar dos extremos de la sensibilidad de Régio.
Atrás de la puerta, erecto y rígido, presente,
-``Señor Coco'',
Pero su hálito
Me preguntan allá afuera: ``¿Estás doliente?''
Entonces, en el aire,
``Señor Coco''
Pero los gestos mínimos y palabras de mi día
Guárdeme, pero de usted, de la vida no!
Raya como una tea entonces su mirar.
Le rezo: ``¡Dios mío, señor Coco, perdón!''
Cuando un súbito viraje
El me espera. Y por
eso estoy turbado.
Y voy a pisar, exactamente,
La sombra de El
en el enlosado.
(Yo tartamudeo),
``Déjeme ir a dar mi
clase,
Soy profesor de liceo...''
Me marcó, frío como tacto de espada.
Y yo salgo
pálido.
Con la garganta cerrada.
-``¡No! (les
grito)...'' ``¿Por qué?'' Y hablo y río
divirtiéndome.
Y lo peor
es que hay palabras en que me detengo,
bruscamente.
Y que me
duelen, duelen, duelen, prolongándose e
hiriéndome...
Levitándose, todo subvirtiendo, enorme,
El
da frío y luz, como un claro de luna...
Y yo le escucho la risa
muda.
(Yo tartamudeo), ``por quien es'',
``Déjeme
quedar aquí, en esta reunión,
Sentadito, tomando mi café...''
Quedaron llenos de
sentido.
Tener de más que decir... ah, ¡qué fatiga
y qué
agonía!
Es natural que yo sea repelido.
Huyo. Y en mi
mansarda
Le repito: ¡Señor Coco!
¡Si es mi Angel de la
Guarda,
Sus alas sin fin vibran en el
aire como azote
Y hasta en el lecho en que me tiendo a
estar,
Nosotros luchamos toda la noche.
Hasta que, vencido,
inerme
Ante el esplendor de su cara
Me postro de repente, y beso
el suelo ante El
Reconociendo su máscara.
``¡Yo no soy digno de
esta
guerra!''
``¡Ahórreme su revelación!''
``¡Déjeme estar
aquí, en la tierra!''
Me hace ver (¡truco ya viejo!)
Que estoy
frente al espejo,
Ante mi propia imagen.
Para darle a mis hermanos
Sentí polvo en los dedos. Fría
En mis dedos
Tesoros míos de algún día,
La parte que les cabía,
Metí las
manos
En el arca vacía.
Retiré la mano sin nada.
Si la
vida ya fue dada,
¿Qué más, para dar, había?
El polvo aún relucía.
Cenizas de antiguos
secretos,
Muerte que aún viviría.
¡Lleváoslos, vientos ligeros!
Mis
hermanos verdaderos
Van a llenar el arca vacía.