La Jornada lunes 6 de marzo de 2000

Elba Esther Gordillo
Educar para el futuro

COMO NINGUN OTRO TIEMPO, la globalización le ha impuesto al sector educativo de todas las naciones una agenda llena de retos mayores y plazos breves. Nunca como ahora fue tan necesario, en nuestras sociedades, el manejo de saberes e información, lo mismo en los procesos productivos que en la formación de millones de niños y jóvenes; en la definición de proyectos y estrategias de desarrollo, que en la identidad y valores de los ciudadanos.

A no dudar, la preminencia del conocimiento, la información, la tecnología y las comunicaciones en las sociedades actuales, ha impactado de forma sustancial los procesos educativos: a) para las escuelas, resulta obligado el rediseño de la ingeniería de los espacios, la inversión en infraestructura (laboratorios, equipo, instalaciones) y el desarrollo de planes y programas innovadores que entiendan y respondan a las exigencias del nuevo tiempo; b) para los alumnos, en la incorporación de nuevos saberes más universales fortaleciendo al mismo tiempo la cultura y los valores nacionales; c) para los profesores, en la actualización de la enseñanza y en la reconversión de sus métodos y contenidos, de las técnicas pedagógicas y de las propias capacidades profesionales.

Hace algunos años, un especialista en el tema, Thomas Bailey, advirtió (en Education, technological change and economic growth) que ''la importancia de la educación para el cambio tecnológico y la productividad es, a la vez, obvia y opaca... nadie negaría su importancia, pero más allá de esta aparente unanimidad hay cuestiones profundas que todavía no tienen respuesta: cómo es que la educación influye en el cambio tecnológico y la productividad, cuánta educación se necesita, quién la debe obtener, quién la debe impartir, cómo debe estar organizada, quién la debe pagar, quién se beneficia de ella, cómo se relaciona la educación con otro tipo de políticas económicas y sociales''.

Preguntas para las que, en apenas unos cuantos años, hemos empezado a construir respuestas desde nuestra propia experiencia.

En México, la globalización cambia muchas cosas pero no el papel de la educación como un valor inestimable para aprender a aprender, un pilar insustituible de la sociedad y un mecanismo de equidad social. Más aún, la inserción inteligente en la aldea global aumenta sensiblemente la valía de la educación como condición sine qua non para la vialidad en un mundo de competencia que exige a la educación ofrecer competencias nuevas.

De igual manera, aunque es necesario y no puede esperar, en la globalización no es suficiente -ya lo hemos visto- con superar los rezagos y abatir los atrasos en cobertura y calidad; la educación tiene que hacer frente a la incorporación acelerada de los conocimientos, técnicas y lenguajes del mundo actual.

De nada sirve cerrar los ojos ante realidades tan contundentes como la competencia internacional, la preminencia del uso de la computadora y el acceso a Internet como medios de comunicación, comercio, convivencia o, incluso aprendizaje.

En la aldea global, todo proyecto educativo que prescinda de ciertas ''herramientas'' ųmanejo de una computadora, acceso a redes de información, conocimiento de algún idioma extranjero- está condenado al aislamiento y al fracaso.

Pero, igualmente, carecerá de destino aquel proyecto educativo que renuncie a la tarea vital de formar a ciudadanos orgullosos de su identidad y de su nación, conocedores de su historia y de su geografía, ciudadanos avenidos a los valores de la democracia y a los principios de una convivencia tolerante y respetuosa de la diversidad.

Se trata de que nuestros alumnos aprendan lo nuevo y, a un tiempo, fortalezcan los conocimientos que hemos heredado de las generaciones anteriores.

La educación de un país es mucho más que un asunto de capital humano y tecnologías aplicadas; concita los valores y la cultura de una nación. Y es, también, un instrumento crucial en la responsabilidad que tiene el Estado de ofrecer oportunidades de desarrollo a toda la sociedad.

Una educación pública de excelencia, de calidad, es la mejor garantía de igualdad de oportunidades. En la globalización, una educación pública que fortalezca la identidad y los valores patrios y ofrezca el conocimiento de las herramientas de la modernidad, es condición para la movilidad social y para preservar el carácter de las escuelas públicas donde se formen los cuadros y los liderazgos en las ciencias y en la investigación, en la esfera productiva y en la de gobierno. Sólo con un compromiso real con la excelencia podrá seguir haciendo de la educación pública la inversión más segura, más rentable y valiosa en tiempos de incertidumbre global.

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