La Jornada lunes 6 de marzo de 2000

Yvon Le Bot*
Los indígenas contra el neoliberalismo

El frustrado levantamiento indígena de enero en Quito, la movilización de mapuches chilenos el año pasado, la insurrección zapatista en enero de 1994: esos momentos significativos del movimiento social más destacado de las últimas décadas en América Latina tienen en común la denuncia y el combate al neoliberalismo. ƑCómo se explica que los indígenas estén hoy a la vanguardia de las luchas contra la globalización neoliberal?

Es en las décadas de los 60 y 70 que los primeros movimientos indígenas modernos hacen su aparición. En la periferia, a menudo en regiones marginadas y en el seno de grupos minoritarios o minorizados: shuars (jíbaros) de la Amazonia ecuatoriana, paez y guambianos del Cauca en Colombia, aymaras de Bolivia, quichés y cakchiqueles de Guatemala. Más tarde, movimientos similares emergieron en la mayoría de los países del continente, alcanzando no sólo importancia nacional, sino también proyección internacional.

En una primera fase, empero, esos movimientos se desarrollaron a escala local o regional, principalmente en torno a conflictos y desafíos económicos y sociales. En la Amazonia brasileña, ecuatoriana, colombiana, se organizaron alrededor de conflictos con los grandes ganaderos, el Estado y las compañías que explotan los recursos de la selva y su subsuelo. En los Andes bolivianos, el katarismo fue principalmente un movimiento indígena campesino, asociado con el sindicalismo obrero y que anteponía reivindicaciones relativas a la tierra, a cuestiones tributarias y al crédito, al mercado y los transportes.

Es, asimismo, en torno a los problemas de la producción y la comercialización que los indígenas ųcampesinos pero también comerciantesų se movilizaron en la sierra ecuatoriana y en las montañas guatemaltecas. Aliados con organizaciones sindicales y políticas, esos movimientos tomaron parte en las luchas democráticas: el combate contra la dictadura de Bánzer en Bolivia, por la democratización municipal en Guatemala. El principio de identidad estaba presente desde el comienzo: los shuars, al afirmarse como tales, rechazaban la peyorativa denominación de jíbaros; los kataristas habían adoptado ese nombre en homenaje a Tupac Katari, héroe de una insurrección aymara contra la colonia española; el Consejo Regional de Indígenas del Cauca hacía alarde de su especificidad y su diferencia con el movimiento campesino colombiano de aquella época. Aquí o allá, en Bolivia, Perú o Guatemala, algunos personajes indígenas o mestizos, algunos grupúsculos urbanos pretendieron poner en marcha organizaciones políticas, como por ejemplo partidos, sobre bases ideológicas antioccidentales. Pero permanecieron fuera del movimento social o muy pronto se desvincularon de él. En los casos en que hubo una movilización real, lo social prevalecía sobre lo político y lo étnico.

Una segunda fase, que puede situarse grosso modo en los años 80, estuvo marcada por rupturas y retrocesos, ya sea por la sumersión en la violencia (Guatemala, Colombia) o por una descomposición interna del movimiento (Bolivia). En los Andes peruanos, el reinado del terror impidió incluso el surgimiento de un movimiento de ese tipo. Los indígenas se contaron entre los principales blancos y las principales víctimas de la represión militar, pero al mismo tiempo entraron en conflicto con organizaciones revolucionarias: Sendero Luminoso en Perú, aunque también con las guerrillas de las FARC en Colombia y con el gobierno sandinista en Nicaragua.

Al principio de los años 90, al término de los conflictos armados y de la llamada "década perdida", el acento se desplazó de la lucha de clases a la afirmación de los derechos indígenas. En Ecuador, país que se había mantenido al margen de las turbulencias de las dos décadas precedentes, los indígenas habían podido acumular fuerzas y alcanzar un equilibrio entre lo social y lo cultural. La ocupación de Quito en julio de 1990 fue la primera de una serie de insurrecciones, la última de las cuales fue la de enero de este año. Ellos fueron también los principales impulsores de la movilización continental contra la celebración, en 1992, del quinto centenario del Descubrimiento de América. Ese mismo año, la decisión de otorgar a Rigoberta Menchú el Nobel de la Paz fue tanto o más un homenaje a la resistencia indígena que un reconocimiento por parte de Occidente de una deuda histórica con los indígenas.

En esta tercera fase, el movimiento indígena está más enfocado en la reivindicación de los derechos culturales que en un conflicto social, lo que resulta en el reconocimiento por parte de numerosos Estados latinoamericanos del carácter multicultural y multiétnico de la nación. Pero en la mayor parte de los casos, ese reconocimiento no pasó de una declaración de intenciones. El desconocimiento por parte del poder mexicano de los acuerdos San Andrés, concernientes a "los derechos y la cultura indígenas", que sin embargo había firmado en 1996, y en Guatemala el rechazo en el referendo de mayo de 1999 a las reformas constitucionales relativas a la "identidad y los derechos de los pueblos indígenas", pusieron un límite a esa orientación del movimiento.

El levantamiento zapatista inaugura una nueva etapa, la de la irrupción de movimientos indígenas como actores de la oposición a la globalización neoliberal.

Contrariamente a lo que se ha dicho en ocasiones, el zapatismo había incorporado ya en su etapa clandestina la dimensión cultural, como lo testimonian la manifestación que promovió el 12 de octubre de 1992 en San Cristóbal de las Casas contra la celebración del quinto centenario del Descubrimiento de América, y el debate interno sobre la cuestión de la emancipación femenina. La insurrección zapatista combina revuelta social, protesta ética y afirmación de la diversidad cultural ("Un mundo donde quepan muchos mundos"). Pero va aún más lejos. La "Primera guerrilla poscomunista", la "primera insurreción del siglo XXI", pone en tela de juicio al modelo neoliberal de desarrollo, a la lógica tecnocrática y mercantil, a las élites nacionales y trasnacionales globalizadas. No es un repliegue hacia la "aldea local" contra la "aldea global", no es comunitarista o nacionalista. En respuesta a la combinación del autoritarismo de Estado y la dominación neoliberal de las instancias financieras y multinacionales, preconiza la organización en redes de los actores de la sociedad civil local, nacional e internacional.

Seattle y Quito tomaron el relevo. Otros ųƑen India, en Europa?ų lo tomarán sin duda mañana.

Los movimientos indígenas, antiautoritarios, democráticos no están, sin embargo, al amparo de regresiones autoritarias. En Guatemala, los indígenas votaron mayoritariamente por Portillo, el delfín del siniestro ex dictador Ríos Montt, mientras que en Chile el derechista Lavín resultó victorioso en las regiones mapuches en las pasadas elecciones. En Bolivia, la herencia del katarismo se reparte entre un capitalismo con rostro humano, un ingrediente de corrientes neopopulistas y la reconstrucción de la nación a partir de las bases populares. En México, muchos zapatistas y simpatizantes del zapatismo volvieron al redil de alguna de las fórmulas autoritarias: el populismo antes revolucionario de Cuauhtémoc Cárdenas; el liberalismo a la vez conservador y modernizador del PAN; o, más clásicamente, el orden, la seguridad y la estabilidad de un PRI renovado. En Venezuela, Chávez, un militar populista de izquierda, ofrece un espacio político a un movimiento indígena ultraminoritario y embrionario. En Ecuador, la tentación populista condujo al movimiento indígena a aliarse con un sector militar y culminó en el fracaso de la insurrección de enero.

Nada está dado entonces. Pero, en este inicio de milenio el horizonte se ve con mayor claridad. Y los indígenas tienen mucho que ver con eso.

*Sociólogo, autor de Il sogno
zapatista (Mondadori, 1997).
Traducción: Alejandra Dupuy