La Jornada Semanal, 12 de marzo del 2000
Si se pudieran resumir en dos sus propósitos fundamentales, éstos serían: por la libertad y contra el silencio. Y en tanto algunos la elogian y otros la agreden, difícilmente hallaríamos a quien niegue en Marta Lamas su permanente confluencia de obcecación y claridad para defender la libertad de las mujeres para decidir sobre su vida, empezando por su propio cuerpo.
Antropóloga y periodista, es el rostro más visible del feminismo en México, al cual se adhirió despuésÊde escuchar a la escritora Susan Sontag cuando impartía una conferencia durante los cursos de invierno de 1971 en la facultad de Ciencias Políticas de la UNAM. ``Su plática para mí fue un descubrimiento. De repente me cayó un veinte gigantesco, pues me di cuenta de que toda la lucha contra la injusticia, la explotación y el poder se puede llevar al ámbito de la vida personal, de las relaciones amorosas, del trabajo y la sexualidad. Mi hijo tenía un año, yo estaba separada y advertí en mi vida muchas de las cosas a las que ella se había referido. Cuando terminó la charla, corrimos a pedirle bibliografía mientras Marta Acevedo y María Elena Sánchez iban con su libreta de una en una anotando nuestros datos por si nos interesaba una reunión feministaÉ y desde entonces.''
Ese entonces suma treinta años. Pero más de un lustro antes, Marta ya había entrado a la política acompañada por su novio trotskista con quien descubrió lo que era la izquierda. Y también desde entonces se asumió hija de patriarcas: de Marx, de Freud, de su papá y de muchos más, por lo que en ningún momento se propuso ``tirar el modelo patriarcal'' ni hermanar sus demandas feministas a una confrontación con los hombres, como sí lo hicieron muchas de sus colegas.
Lo que Marta sí se planteó como línea de acción fue defender los derechos sexuales y reproductivos de las mujeres, con un enfoque primordial en la despenalización del aborto en México, pues está convencida de que significa ``la libertad de decidir sobre la vida, sobre el cuerpo''.
Punto límite del ejercicio de la voluntad plena y de la autonomía de las mujeres, el aborto se ha convertido en una demanda difícil no sólo de defender sino de poner sobre la mesa de discusión. Tiene un enemigo poderoso: la Iglesia católica, con la que no se quieren enfrentar grupos sociales y partidos políticos. ``Ni siquiera la izquierda progresista quiere comprar esa bronca, por lo que se convierte en tema pospuesto, que se tapa, que se evade. Siempre me asombra que en México no exista una ciudadanía organizada que exija a los políticos una postura frente al tema. Muchos opinan que todo se debe a nuestra condición de país mayoritariamente católico, pero no es así. Italia es una nación católica y además tiene al Vaticano. Y cuando sabemos que allá se cambió la ley del aborto en 1978 y que, dada la oposición, en 1982 se realizó un referéndum nacional donde perdieron el Vaticano y la democracia cristiana, comprendemos que resulta determinante la existencia de una sociedad democrática acostumbrada a discutir los temas. La diferencia entre Italia y México es el grado de desarrollo de la ciudadanía y también de la democracia.''
En eso estamos en pañales. Porque en cuestiones como la interrupción voluntaria de un embarazo (por las razones que sean), muchas y muchos le conceden legitimidad en privado pero no lo hacen en público. Además, los debates al respecto son cada vez más espaciados, si es que todavía existen. Recordamos aún los encuentros en radio y televisión donde las gafas ovaladas de Marta Lamas se enfrentaban con los anteojos cuadrados de Jorge Serrano Limón, el anónimo maratonista con 110 medallas y ultra conocido opositor ultra del aborto, del uso del condón (y de cualquier anticonceptivo) y del placer sexual fuera del matrimonio. Hoy, la presencia de estos dos adversarios y de no muchos más ha desaparecido de los mass media.
``Alrededor del aborto hay una conspiración del silencio. La Iglesia trata de que no se hable del tema y sus socios, como el señor Roberto Servitje y otros empresarios, amenazan a las radiodifusoras y a las empresas de televisión con retirar la publicidad de sus marcas si se toca el asunto. La derecha no quiere que esto se debata amplia y democráticamente porque sabe que pierde. Cuando discutes públicamente, las prohibiciones teológicas se desgastan; y cuando las mujeres escuchan argumentos, cuando saben que no están solas y que la interrupción de un embarazo es legítima, se sienten fortalecidas.''
Pero no sólo en el plano de la discusión abierta por canales masivos Marta Lamas ha sido figura central. La reflexión amplia, académica y científica sobre sexualidad y reproducción, derechos humanos de mujeres y de hombres, así como los avances y estancamientos del movimiento feminista en México dan consistencia a un ladrillo, como ella y el comité editorial (Hortensia Moreno y Gabriela Cano a la cabeza) le llaman cariñosamente a Debate feminista, publicación semestral con diez años de vida, referencia obligada para activistas, investigadores y analistas de nuestro país, de América Latina y el resto del mundo.
La revista es uno de sus dos proyectos de vida ``muy concretitos'', espejos de su compromiso para con la sociedad mexicana. El otro es el Grupo de Información en Reproducción Elegida (GIRE), organización no gubernamental integrada en 1991, cuando en el sexenio salinista se reformó el artículo 130 de la Constitución para darle presencia legal a la Iglesia católica, y desde 1992 difusora de información científica y actualizada sobre los derechos sexuales y reproductivos en el país, como contrapeso a las posturas de la Iglesia y organizaciones civiles católicas sobre la materia.
Asimismo, GIRE ha implementado campañas para promover en el Código Penal del Distrito Federal la despenalización del aborto por causas específicas: eugenésicas, peligro de salud de la madre y razones económicas. La tarea ha sido ardua y las iniciativas de reforma para el DF quedaron congeladas en 1983, de la misma manera que en 1998 diversos líderes empresariales e instituciones de asistencia privada detuvieron esa posibilidad al negar que el aborto fuera un problema de salud pública y de justicia social. Al contrario, ratificaron su conceptualización de esta práctica como ``asesinato'' y resultado de ``la ignorancia, pobreza, marginación y libertinaje sexual'', por lo que el esperado debate no se ha dado hasta ahora, cuando el aborto continúa como la cuarta causa de muerte entre la población femenina de México.
Aún así, optimista, esta devoradora de libros y revistas, disfrutadora del trabajo comunitario, ``espanta-cigüenas'' y ``madre-asesina'' para algunos, y ``paladín de la libertad'' para otros, piensa que la democracia sí resulta lo menos malo como modelo en el país, en lenta conformación. ``Lo que debemos hacer es construir ciudadanía y luchar por hacer valer lo que tenemos, como la defensa del laicismo en el país, dejar de tener miedo a hablar de la sexualidad y ser radical en el pensamiento pero amar lo posible.''
Para Lamas, uno de esos posibles es la despenalización del aborto: ``En eso no hay paso atrás: vamos hacia esa tendencia de la modernidad donde los seres humanos sean los dueños absolutos de sus decisiones, de sus procesos de vida y de sus cuerpos. El problema es el tiempo que nos tardaremos en lograrlo y el costo de vidas que acarreará ese lapso. Muchas personas me preguntan las razones para continuar si ya no tendré abortos y no tengo hija mujerÉ `¿Por qué estás necia, obcecada con eso?', insisten, y yo no tengo más que responder: `Porque creo que es una causa justa y un desafío''', ratifica la insumisaÊque no confía en los relatos que circundan la vida personal. Al menos, no en su caso. ``Creo definitivamente que uno es su trabajo'', enfatiza. Y, ni modo, aquí no cabe la duda.
¿Cómo te ubicas en relación con los narradores argentinos de tu generación?
-La verdad es que no me ubico. No me ubico y no me ubican. Soy un bicho raro. Siempre he sido muy marginal en todos los aspectos, por eso no saben dónde catalogarme, así que yo me decreté escritora mexicana porque México es un lugar donde recibo y doy mucho afecto. También hay aspectos prácticos, es un lugar en donde he publicado bastante. Los cuentos completos que se acaban de editar, por ejemplo, son de Alfaguara México.
-Tu inserción en otros países, Estados Unidos, por ejemplo, ¿cómo la explicas?
-La verdad es que tengo más reconocimiento fuera de Argentina. El poeta Alberto Girri decía que yo tengo la extranjería en el signo zodiacal; él me lo dijo antes de que sucediera. Tampoco es que me ninguneen, para usar esa maravillosa expresión mexicana. Pero es otra la recepción que tengo fuera.
-¿Y no se trata de un lugar elegido?
-Posiblemente, pero es una elección de doble faz: yo lo elegí pero me eligieron también a mí. Es cierto que me encantan los viajes y que me encanta vivir afuera, y eso es algo que el medio intelectual no te perdona, aunque hay poca gente más nómada que el argentino.
-A veces, en lugar de los vínculos de origen, uno elige otro tipo de inserción, de lazo. Creo que uno de los lazos que elegiste es el de la literatura femenina...
-Sí, eso tiene mucho sentido para mí. Me interesa cierta indagación desde el otro aspecto del lenguaje, lo que van escribiendo las mujeres... Pero no cierro el panorama ahí, me interesa ir abriéndolo, ver cómo podemos ir explorando territorios casi desconocidos. Entonces, me interesan las mujeres; Margo Glantz, por ejemplo, que realmente trabaja en esta búsqueda. Y eso también incomoda. Parece que queda como una elección feminista donde te estás aislando del discurso masculino, y el discurso finalmente es bisexual, es andrógino, y está cargado de connotaciones de toda índole, de todo tipo de hormonas. A mí me interesa particularmente esa búsqueda dentro del lenguaje, no de la temática, sino en el uso de las palabras.
-En comparación con el uso patriarcal del lenguaje...
-Claro, porque el lenguaje está muy marcado, el lenguaje está totalmente signado, así como las vacas que las marcaban a fuego. El propietario de la palabra es el hombre; entonces, uno tiene que estar buscando este ganado cimarrón (para decirlo en argentino), este ganado salvaje, y limpiarlo de marcas, no marcarlo sino limpiarlo de marcas para que sea del dominio de todos.
-Es interesante que lo pienses relacionado al lenguaje y deseches los aspectos temáticos.
-Sí, la temática me parece aburrida. En su momento cumplió una finalidad: que la mujer pueda hablar de su cuerpo y reconocer sus cuestiones orgánicas que antes eran tabú, pecaminosas. Pero no creo que eso sea una finalidad en sí. Es decir, cumplió su momento, se habló y ya está. El lenguaje es infinitamente más tabú, está infinitamente más marcado porque la trampa es más sutil. Yo siempre cito una frase ya vieja de una feminista lingüista que decía que los hombres se quedaron con los textos y le dejaron a las mujeres los textiles; y texto y textil tiene la misma raíz latina, es la misma palabra, pero hubo una separación jerárquica. También dice: los hombres se apropiaron del cosmos y nos dejaron los cosméticos y la revista Cosmopolitan. Entonces, de alguna manera hay que apropiarse del cosmos porque es de todos. Esto del año 2000 me encanta. Yo estoy sumamente entusiasmada con el año 2000, es el mito del dos, salimos del fálico uno hacia el dos, con esos tres ceros donde la indefinición está más aceptada.
-Te interesa lo indefinido, lo trabajas en tus textos...
-Sí, me interesa indagar sobre una mirada más femenina en donde la ambiguedad circule para generar, no para mantenerse en una indefinición oscura y nebulosa como la de los surrealistas, sino para que genere luminosidad, claridad de pensamiento. Tampoco es decir: la mujer es lo indefinido y el hombre es lo definido. En realidad, hay que integrar. Siempre dicen que yo miro las cosas desde un lado y después desde otro y desde otro, y es cierto, a mí eso me fascina. Para tratar de entender tienes que tratar de encontrar las tesis, las antítesis, los otros ángulos. Yo creo que no podemos seguir partiendo de las certidumbres, de las certezas.
-¿Cómo influye en esta idea tu experiencia en Estados Unidos?
-Mi experiencia en Estados Unidos es Nueva York, que es una experiencia distinta a la de una universidad en el medio oeste norteamericano. Nueva York es un lugar donde fluye la imaginación, es una ciudad loca, devoradora, pero donde la imaginación está a flor de piel. Entonces también te da la sensación de estar viviendo en otra dimensión, por eso me gustaba y me gusta tanto. Por eso también me interesó tanto el pensamiento indígena y por eso me acerqué a la gente de Nuevo México. Tienen un concepto que a mí me resultó fascinante: el del payaso sagrado (que también lo ves en México, pero no lo reconocen tanto). El payaso sagrado es el que en los rituales sagrados va a destruir el ritual, el que va a fastidiar, a molestar, a hacer todo al revés. Y es más sagrado que los dioses que están representados por las máscaras porque él es el que te hace mirar al mundo dos veces, te hace ver la parte desacralizada de lo sagrado para que lo percibas de otra manera.
-Es algo carnavalesco.
-Totalmente carnavalesco. Los payasos sagrados son los que dicen las cosas más obscenas y hacen gestos impúdicos, y al mismo tiempo crean algo; son los únicos que pueden ser irrespetuosos y que, de alguna manera, exacerban el respeto del otro. Es interesante. Yo me siento un poco como un payaso sagrado; también Nueva York tiene bastante de ciudad payaso sagrado, con todo el horror que es Estados Unidos y toda la pata que nos ha puesto encima. Pero como sucede que cuando estás en un lugar ves a los seres humanos que lo habitan y no a los grandes poderes que lo mueven, adquieres otra mirada.
-¿Y qué tipo de mirada te interesa desarrollar en tus libros?
-Por ejemplo, ver qué aporta, qué pasa con la voz de la mujer en el tema del erotismo. Entrar en donde uno empieza a analizar el propio deseo y el lenguaje del gozo.
-En tus libros hay una búsqueda de lo erótico y también de lo sórdido, como dos espacios no explorados.
-Me interesa indagar en las zonas oscuras, en la noche oscura del alma. Me gusta mirar hacia dentro, ver lo que hay, atestiguar cómo aflora lo sórdido. También me interesa mucho el humor para salir de ahí, porque cuando estás caminando por el filo de lo sórdido, de golpe un toque de humor hace que se desvíe el camino y entres en otra cosa. Si lo miras con un ojo medio picarón, bromista, lo sórdido se puede transformar en otra cosa, aun para la gente que está viviendo esa situación de sordidez que es lamentable. Es abrirles una ventana.
-Entonces, por lo que estás diciendo, rescatas aquella vieja idea de la función de la literatura.
-Claro, es una función de la literatura que no está prevista dentro del posmodernismo. Pero yo creo que de otro modo no hay literatura. Si no indagas en otros planos o intentas hacerlo; si no tratas de levantar capas de piel, entonces te quedas en lo totalmente epidérmico, ni siquiera en lo subcutáneo. Hay que hacer como en una lección de anatomía, ir tratando de meterte cada vez más adentro. Eso es desagradable para el lector; por eso, a veces el humor realmente salva: permite que uno lo haga y el lector lo lea. No intento hacerlo siempre, no es algo intencional, pero me interesa ver qué hay más allá, detrás de la esquina. Siempre me interesa hurgar.
-Hablas como si tu escritura fuera una extensión de tu carácter.
-No sé dónde empieza la escritura y dónde termina la vida de uno.
-¿Cuándo quisiste ser escritora?
-No sé si quise. Sucedió después, cuando ya lo había hecho. A los dieciocho años escribí un cuento y me lo publicaron en una revista literaria de la época. Y yo me sentí bien, contenta, y me decían que escribiera una novela. Me casé a los veinte años y me fui a Francia y ahí empecé a escribir esa novela. Entonces me di cuenta de lo que es escribir, que es maravilloso: ese mundo de descubrimiento que se va abriendo ante el ojo del escritor, los personajes tomando vida y haciendo lo suyo... es fascinante.
Después descubrí la contracara, ese lapso en que uno no escribe y sufre tanto. Luego sale el libro y se sufre con las críticas; siempre hay periodos de sufrimiento. Pero el momento de la creación es maravilloso. Yo quería ser pintora porque me encantaban los colores, las formas, los dibujos. Intenté un aprendizaje no académico pero la escritura me salía más natural. Entonces me desalenté solita, porque la pintura no me daba esa satisfacción que yo sabía que tenía que estar en algún lado, que existe cuando te está saliendo algo naturalmente, porque te pertenece.
De Elias Canetti, gran escritor, filósofo y dramaturgo, nada o casi nada se nos escapa. Su maravillosa novela Auto de fe (1930), su monumental obra sociológica Masa y poder (1960), e incluso sus relatos de viaje (como Las voces de Marrakesh, de 1967, sólo por mencionar el más famoso), hacen de él uno de los más importantes y leídos escritores de nuestro siglo, merecedor del Premio Nobel de literatura en 1981. Por el contrario, hasta ahora nada se sabía de su primera esposa, Venetia Taubner-Calderon, conocida a partir de su matrimonio con Elias en 1935 con el diminutivo de Veza. Sobre todo, no se sabía que también ella era una escritora de gran valor, como lo está revelando la reimpresión en Alemania de sus escritos olvidados.
En su autobiografía, el mismo Elias Canetti reconstruye, con las palabras más dulces y sinceras, su primer encuentro sucedido el 17 de abril de 1924. Cuando en Viena Karl Kraus da una conferencia, allí está la adorable Veza, que había nacido en la capital austriaca en 1897; tenía pues ocho años más que el cosmopolita y gran escritor búlgaro. ``Una joya -escribe después Canetti-, un ser que nunca hubiera esperado poder encontrar en Viena, si acaso en una miniatura persa. Confuso, en lugar de los ojos, le miraba sus negras y estupendas pestañas, maravillándome continuamente por su pequeña boca.'' Palabras dulces, pues, que revelan todo el ``deslumbramiento'' (este es el título original de la primera novela de Canetti, Die Blendung) del joven estudiante Elias, de diecinueve años, frente a la ``maravillosa persona de rostro español'': Veza. Palabras que sin embargo ocultan, bajo tanta miel, un hecho esencial de la persona amada, un hecho que el mismo Canetti -tal vez por envidia o por celos, aunque nadie sabe a ciencia cierta por qué- mantuvo en silencio hasta el final: también la bella Veza -que al principio de los primeros años veinte fue maestra de preparatoria en Viena-, una socialista apasionada, escribía cuentos, novelas, poesía y piezas teatrales que publicaba en el más importante diario austriaco Die Arbeiter-Zeitung (el diario de los trabajadores).
En ese diario, en junio de 1932, bajo el seudónimo de Veza Magd, publicó su primer cuento, ``El vencedor'', además de reseñar obras de Gorki, Isaac Babel, Joseph Roth y otros. En 1933, cuando Elias se trasladó al departamento de Veza en la Ferdinandstrasse 29, Veza siguió con otros textos en prosa y teatro, como la novela La calle amarilla y la pieza teatral El ogro. ``Soy socialista -escribe ella en una carta de 1950-; en los treinta publiqué en un diario vienés bajo seudónimos porque, como me confesó el director, con tanto antisemitismo latente no convenía que se publicaran demasiados cuentos de una judía.''
Es un mérito de la casa editorial Muchnik haber empezado a recuperar y publicar -aunque a medio siglo de distancia- estas obras dispersas de Veza Canetti que, en 1956, en una crisis depresiva, destruyó muchos de sus manuscritos y tiempo después murió, casi seguramente por suicidio, el primero de mayo de 1963 en su departamento de Londres.
Después de la novela La calle amarilla (editada en 1990 por Hanser, con un prefacio de Elias Canetti) y el libro de cuentos La paciencia trae rosas, publicado en 1992, ahora es el turno de Las tortugas, sin duda la novela más lograda y madura de Veza Canetti. Una novela escrita casi de un solo tirón en los primeros tres o cuatro meses de 1939, es decir, en el primer periodo del exilio londinense de los Canetti, después de su huida de Viena, luego de la anexión austriaca de Hitler en marzo de 1938. La novela narra precisamente la lenta y sistemática persecución de un pareja de intelectuales judíos y de la comunidad judía vienesa, bajo el infame racismo hitleriano.
No es difícil reconocer a Elias en la figura del poeta Kain, protagonista de Las tortugas, protegido y consentido por su esposa Eva (ésta también de tez morena y de cabellos negros), así como en la realidad Veza siempre estuvo al cuidado del ``joven genio'': Elias fue venerado y mimado hasta el final por Veza que, aunque discapacitada de un brazo, copió a máquina todos los manuscritos de su marido. Es evidente que también la gran casa de campo de los alrededores de Viena de Las tortugas, donde Veza esconde y hace sufrir en paciente silencio a sus protagonistas -exactamente como las tortugas, en cuyo caparazón un exaltado nazi quería grabar la suástica hitleriana-, no es otra que la casa en el pueblo de Grinzing en el que se refugiaron los Canetti desde septiembre de 1935 hasta la huida de Londres. La torrecilla de la casa de campo en la que los desesperados Eva y Kain esconden las tortugas salvadas de la infame marca nazi; el gran balcón que se abre sobre el valle con el que empieza la novela -exactamente cuando un oficial trata de izar la bandera roja del Tercer Reich-, hasta las piedras y las estatuas en el jardín, corresponden puntualmente al real y último domicilio de los Canetti en los alrededores de la amada y odiada Viena.
``Un poeta -hace decir Veza a Eva, su alter ego en la novela- puede crear sólo allí donde está viva su lengua: la lengua es su alma; las figuras que crea, su cuerpo.'' Tanto para el poeta Kain como para su esposa Eva, el exilio se vuelve una perspectiva inevitable cuando en la bella casa de campo aparece Baldur Pilz, antisemita despiadado, nazi fanático y ex oficial de aviación. Poco a poco, la convivencia con el maléfico ``hongo'' nazi -hongo es el significado de pilz en alemán-, se transforma en una terrible tortura, primero sólo para Kain y Eva, y después para toda la comunidad judía (uno de los más bellos capítulos del libro es ``Noviembre'', en el que Veza describe el incendio y la destrucción de las sinagogas de Viena en la noche de noviembre de 1938). No sólo Las tortugas, sino la obra completa de Veza Canetti, en buena parte histórica y autobiográfica, obliga a pensar en cuál sería la misteriosa razón por la que Elias Canetti no sólo nunca la mencionó, sino que además destruyó, poco antes de morir en 1993, toda la correspondencia que sostuvo con Veza, la gran escritora que fue su primera esposa.
La primera vez que pensé en irme planeé todo, hasta el color de la ropa interior que me pondría, y ahorré para unas botas beige de tacón bajo que combinaban con el precioso traje sastre de lino que me había regalado mi marido.
Todavía me acuerdo perfecto: acababa de cumplir treinta años y en medio de mi fiesta me vino un impulso frenético de salir corriendo. Pero, luego, una fuerza -un terror- me obligó a quedarme. Con los años aprendí a aceptar que mi cara, que mi cuerpo envejecerían junto a Mariano; con el tiempo llegué a aceptar que en mi vida había un destino al que tenía que someterme.
Pero hacía unos meses que Mariano, con sus necedades y deudas y sus coqueteos con muchachitas, me tenía totalmente desesperada; te lo juro que a vecesÊme dan unas ganas locas de largarme para siempre. Mariano. Quizá me fue fiel los primeros tiempos, aunque con los hombres nunca se sabe. Bueno, sí, sí sé: me fue fiel siempre, creo, sólo hasta últimas fechas le dio la viruela de hacerse el don Juan.
Endeudado y necio fue desde antes de casarnos, ¿cuántos coches no cambió por otros sin haber terminado de pagarlos? Ahí estaba el Cutlass: casi era suyo, cuando ya se estaba echando la droga del Lincoln. Ese hombre no puede tener nada propio, ni la casa donde vivimos: aunque sea de su mamá, tiene que estar pagando renta, tirando el dinero a la basura. Cierto que es un hombre responsable y paga lo que debe, pero a mí me da muchísimo coraje que la gente se aproveche de su generosidad, de su fascinación por las cosas nuevas. Hasta su mamá es una aprovechada: ¿cuántas veces no le ha ofrecido Mariano comprarle la casa? Y, claro, desde que lo corrieron de los laboratorios, la cosa empeoró: no sólo siguió haciéndose de deudas, sino que las aumentó, como si el dinero cayera del cielo. A veces he pensado que Mariano se hizo despedir: tanto lo jala esa vida en los restaurantes y los bares. Por fortuna lo indemnizaron y, con tantos años en el laboratorio, recibió muy buen dinero. Gracias a Dios las niñas ya se casaron.
Pues ese día, después del desayuno, subí a mi cuarto. Estaba en orden y silencioso, parecía como si el tiempo se hubiera detenido. El sol entraba por la ventana como una cascada, ese sol de las diez que es una bendición. Su calor suavísimo me envolvió arrullándome. Esos momentos han sido siempre los más felices: me parece que toco la eternidad, que recupero la vida perdida. Se me olvida que tengo cincuenta años, las ausencias de Mariano, se me olvida que las niñas ya se fueron.
Las niñas, por Dios, verlas primero tan chiquitas, cargarlas, velar por ellas. Luego, ya gatean, ya caminan, y que la bicicleta, las tareas, los patines. Y de pronto la vida se vuelve un vendaval, qué un vendaval: un huracán que te las arranca de los brazos: ya no son tuyas, ya son harina de otro costal. Pero al menos los hijos son los hijos, son sangre de uno, y eso ni Dios lo tuerce. El marido es otra cosa: aunque vivas con él cien años, nunca es tu pariente. Aunque, bueno, después de vivir treinta años con alguien acabas más revuelta con él que con tu familia.
Con Mariano me casé enamorada hasta el disparate. Desde que lo vi en aquel café adoré su perfil, su boca pellizcadita y carnosa, y la cabeza redonda como de estatua. Su voz ronca es como una fuente antigua que me trae momentos olvidados de la infancia. Durante años he bebido con verdadera gula su olor, y después de cada vez que hacemos, hacíamos, el amor, me digo que nada podría ser mejor que morir enredada a su cuerpo.
Aún ahora siento ternura por su entusiasmo infantil ante las cosas y por su sensibilidad, pero a la vez su fuerza y valentía me conmueven. Mariano me hace sentir segura, me da un lugar y la sensación de que alguien velará siempre por mí. Sus manos son de lo que más amo en él: grandes, fuertes, tibias.
Mariano empezó a dar guerra hasta hace poco, unos cuantos meses antes del despido. Fue la crisis de los cincuenta o el matrimonio de las niñas, sobre todo el de Quetita, que era su adoración, o quizá porque Lulú lo hizo muy pronto abuelo, el caso es que le dio por comportarse como muchacho malcriado. Hasta que la muerte nos separe, había jurado, y hasta la muerte iba a quedarme. Pero el desempleo volvió irascible a Mariano y las parrandas se hicieron hábito. Yo seguí con la infinidad de quehaceres de la casa y las largas, despaciosas tardes de televisión y tejido. Muy esporádicamente como fuera con alguna amiga. Los jueves tomo clases de pintura y una vez por semana me vienen a ver mis hijas. Muchas noches antes de dormirme pienso que desde que se fueron ellas, mi vida ha quedado triste y vacía, como una cáscara desdeñada.
La idea de irme de la casa empezó, creo, cuando Laura Gómez me contó que había visto a Mariano con una muchachita de no más de veinte años en el Champs Elysées. A mí, en cambio, hacía años que no me invitaba a un restaurante. ¿O fue la vez en que Mariano, pretextando una partida de dominó, tardó tres días en regresar? O quizá el deseo de abandonarlo afloró ante sus silencios hoscos, su indiferencia, sus rechazos. Pero el colmo fue cuando, al entrar con Laura al Mazurka, ese mediodía del 2 de mayo, vi a Mariano abrazando a una mujer mientras le hablaba al oído. La acompañante no llegaba ni a los treinta años, y era hermosa, con ojos como dos lunas llenas y piel de durazno maduro. Tenía el cuerpo que siempre quise tener: esbelto y con la carne que se precisa en cada lugar.
Fue un vistazo nomás. Me sentí relegada y ridícula, me sentí como un trasto viejo. Una rabia infinita me nubló la vista. Laura, que lo había mirado todo, me sacó del restaurante y me llevó a mi casa. No quise ni hablar del asunto con ella y, nomás se fue, empecé a hacer las maletas. Juré no decirle nada a Mariano. Si tan sólo pudiera odiarlo lo suficiente como para estrangularlo, pero sentía el corazón desecho.
Al día siguiente fui a la preparatoria del colegio Miguel Angel, y me dijeron que por ser ex alumna en quince días habría posibilidad de algunas clases de francés y de pintura.
Sólo faltaba en las maletas el cepillo de dientes y la caja de pinturas. Había decidido no ir a casa de Lulú, como había planeado al principio, ¿para qué molestar?, menos con Quetita, que siempre toma el lado del papá. Me iría a una pensión y ahí me quedaría hasta conseguir departamento. El corazón me latía aceleradísimo y por un momento me sentí sin fuerzas, como cuando en mi fiesta de los treinta años pensé que me iba a desmayar con los primeros sorbos del vodka.
Recorrí la casa otra vez, mirando cada cosa como un ladrón que no sabe qué llevarse. En el cuarto de las niñas, con sus edredones y cojines floreados y los doseles de latón cubiertos de gasa, los muñecos de peluche en las camas parecían esperar a que Lulú y Quetita regresaran de la escuela. Me senté en el tocador y me miré en el espejo. ¿Cuánto hacía que no estaba suspendida en los brazos de Mariano? Como la vez que fuimos a bailar al restaurante El Lago, hacía ya años de eso, cuando apoyada en su hombro pensé que podía quedarme así toda la vida. Después regresamos a la casa callados, la mano de él apretando suavemente la mía, como dos novios que sólo piensan en estar solos.
Me asomé a la ventana: afuera en la calle había poca gente: un señor con portafolios que caminaba de prisa, una mujer con tubos que barría la banqueta, el vendedor de leche que tocaba el timbre en la casa de rejas negras. Ahora yo sería un personaje más del mundo, caminaría quizá cargando mi caja de pinturas o me dejaría arrastrar por el tráfico para dar mis clases de francés. Me temblaron las manos como si tuviera fiebre.
Tenía que apurarme. Bajé rapidísimo las escaleras sin voltear a ver nada. Las tres cuadras hasta Insurgentes con el calor de esa hora y cargando las maletas me parecieron como cruzar un abismo sobre una cuerda floja.
En Insurgentes los gestos fríos, casi tristes de la gente me hicieron pensar en la hosquedad de Mariano. Miré mis zapatos de charol negro y pensé si treinta años de ama de casa podrían borrarse con unas clases de francés.
La calle olía mal. Me imaginé que en el vientre de la ciudad las aguas negras llevaban cadáveres podridos y que, bajo las coladeras, un río oscuro y pestilente acabaría por anegar las calles.
Un taxi se acercó despacio buscando pasajero. Las maletas jalaron mis brazos y mi cuerpo hacia el suelo y casi me hicieron caer. El chofer tocó el claxon y me pareció escuchar el grito lúgubre de una ambulancia. Bajo mis pies se abrió un pozo negro y sin fondo.
El taxi, finalmente, siguió de largo. Miré otra vez mis zapatos -¡combinaban tan bien con mi traje nuevo de seda! Cargué las maletas que, más ligeras, me llevaron de regreso a casa.
Los pintores indígenas en el Cuzco
dejaban, siempre,
en sus
cuadros
algún error a la vista,
por humildad.
No pretendían
ser como dioses.
También buscan exhibir sus torpezas
(su temeraria
arbitrariedad)
aquéllos que nos gobiernan;
quieren ser como dioses.
Octavio Paz, El mono gramático
Los rayos luminosos
penetran el verde ajado del ojo, parecido a un cenote muerto. Pero
húmedo aún el humor, permite a la luz fijarse en ramos de nervaduras,
y darle al iris imágenes repitiéndose: raíces como relieve; ámbar
colgado de espectros que debieron ser árboles; fósiles de aves que
solían habitar la selva (quechol, cotinga, tzinizcan). Y hasta el
fondo del ojo envejecido, agazapada una quimera. Bestia hecha de
fragmentos: por delante es un león, por el medio una cabra y por el
fin una serpiente. A bordo de los ojos la quimera tieneÊcara de sol
crecido en ráfagas. León con hambre, busca otras miradas. A su cuerpo
de cabra le gustan las oquedades del ojo, allí cava pequeñas celdillas
para guardar la luz. Su cola se alarga ondulante a orillas de la
retina, y se enrosca en los nervios ópticos. No es el bullicio del
mosco que se estrella en la córnea, y mucho menos el reflejo colorido
de la mariposa queriendo danzar dentro. Es una estancia recóndita,
solitaria, integral. Entre las finas cavidades del ojo tiene su
guarida, caza haces de rayos y come reflejos. Por eso muestra varias o
una cabeza, o, al contrario, sus partes se quiebran en pedazos
deformes. Cuando el brillo es intenso, la quimera se vuelve un dragón
echando fuego. Vive oculta, acecha y aparece sólo cuando prende los
ojos bellos de un ligero mordisco.
1
Una paloma para Afrodita.
La montaña de Helios o Elías
2
Corta en su aliento el habla,
La mañana avanza
3
Kypris,
Sirio apenas brilla
Las tórtolas desgajan
tres notas
claras
en el amanecer,
antes que las cigarras enciendan
su
grito ríspido.
deshuesa la roca
sobre los
olivares.
Su carro de fuego asoma.
El cielo se recorta muy
pálido.
La bahía
engulle allá abajo a las gaviotas.
inhibe el vuelo,
y bajo la sombra
de la higuera
deja a la avispa
acompañarla.
Los zumbidos la
acarician
en su trono de gozo.
como su gracia misma
saliendo de la
espuma,
oh Anadyomene.
una paloma de alabastro,
una tórtola votiva
para
ti,
en esta noche
en que bendices nuestro abrazo
como el del
mar que se extiende
hasta las rocas altas
y el creciente de la
luna
te abraza a ti.
y las olas son torsos de tritones,
frescos
muslos,
lento vaivén
-y cascabel de espuma
en los
oídos.
Las vidas que he tenido cruzan por aquí ahora
Mi tiempo se ha ensanchado,
Este instante contigo aquí en el parque
y nadie se da
cuenta.
Sigo en el autobús,
miro por la ventana, me
distraigo
y extravío en gran parte lo que he sido.
Tomo de los
momentos sólo lo indispensable,
recorto los jirones,
y sé que
pese a todo los conservo
cuando llegan de pronto
renovando mi
asombro.
ya no es la vehemencia de los
gestos.
Es despertar en medio de un bullicio
que a ratos
desconozco.
Avanza descreído,
prolífico de anécdotas
que en
verdad no recuerdo.
Ahora en su vacío
sólo quedan
palabras,
palabras como nueces
que tengo que romper
para
extender los brazos
y constatar de nuevo lo que toco.
es tan igual a otros y a la
vez tan distinto
que siento transcurrir debajo de la banca
el
río que nos lleva vida adentro.
La corriente de nuestra
amistad
tiene de pronto trechos
por los que avanzamos en
silencio.
En ellos la quietud es suficiente
para mirar el fondo
y tener vértigo.
La uña horada la pared
Trazo mágico del sumi
El árbol se resiste
Materia
Sol de luna
Miro a ojos cerrados
Otra naturaleza que habito
La realidad absoluta, dicen
Abre lentamente
Sentado entre los hombres
Tallo de oro
Se hunde en su sombra
Entra en el temblor
Relámpagos son venas
Dos mariposas eléctricas en el seno
Trabájame silencio
Cuarto a ciegas
Volverse madera
Se extiende por la piel
Madura su voz profunda
Medita Dios la mañana
Aquí, y allá
Me grabas la cifra clave
Habla la luz por la persiana
Desde el aire
Un ojo se sumerge
En un mar blanco
Un dedo en el ombligo
Toca el círculo
perfecto
Entre la bruma
A perder todo su verde
Sustancia roca
Impersonal y sin causa
Promesa olvidada en otra
Núcleo que quema
El interior de mi celda
Tras los párpados
ardiendo
De antes y después
Del mundo
vivo
Sus tentáculos insomnes
Su fiero
arraigo
La temible flor del vientre
Con los pétalos
hendidos
Un niño pequeñito
Resiste los
olores
Mi columna vertebral
Se mece como espiga
Bucea en su nada
Como un náufrago
rendido
Del deleite en su presencia
Así
desnuda
En la placenta azul
Donde un pez
vuela
Una que va y otra que
viene
Del vacío
Soy tu fragua
Soy tu triste armadura
Caída en espiral
Todo coexiste
Descansar entre las vetas
Respirar por la
herida
De la ventana, un perfume
Corporal, la
luz sesgada
Cae hacia el centro
De su fruto
delicioso
Su voz fiera se templa
Hoja de una fina
cimitarra
Llueve a todas luces
La casa gira
Niño de pecho
Con la orilla de tus
labios
Su idioma binario
Que
hipnotiza
Copas de árboles borregos
Erizos tiernos del
primer día
Una ventana se abre encima de otra
Cierta de haberle puesto coto
Por ello la amplitud.
Sólo así despertarás todos los días:
Desde el aliento
y ésta, de otra.
Muestran una
enormidad
que las devora
hasta desdibujar sus marcos,
la
luz,
la niña
de mis ojos.
Qué ilusiones.
a mis momentos
perdidos,
logré
en
verdad
sobreponerlos,
claraboyas,
nítidas imágenes.
Y los
oleajes de aquella inmensidad
lo inundaban todo.
Así te
escudriñaba,
te preguntaba por tu vida,
y la expresión
tuya
ponía esa escena
sobre otra algo más grande,
un
suceso,
un pasado,
no sé,
alguna crueldad,
alguna
ausencia.
La casinada en el espacio
del
entendimiento.
promesa,
movimiento hacia
adelante,
precoz, profética apertura,
negritud aquí
enterrada,
al centro,
ante patadas de ahogado,
ante la
imbatible,
lacrimosa catarata.
que aún sale a flote,
sé.
Sé que algo me
querías decir.
Algo.
María Antonia
posterga el sabor de la fruta hasta el último instante, hasta que es
irremediable morderla. Nunca he entendido su manía de salir al alba,
de recorrer las callejas empedradas de Tepoztlán, observando,
escudriñando algo que está muy lejos de mis ojos. Tampoco entiendo por
qué, al llegar al mercado, va y viene de un puesto a otro, tocando la
fruta y diciendo a las vendedoras que a las manzanas les faltó sol; a
las ciruelas, viento, y a las uvas, el amor que se debe ofrendar a la
tierra. Al final compra un durazno y una naranja, mete el durazno en
la bolsa del pantalón y forma una larga tira con la cáscara de la
naranja mientras llega al atrio del convento. Ahí se sienta entre las
tumbas y, mientras come gajo tras gajo, contempla el cielo. Las
formaciones nubosas son su oráculo: por ellas sabe mi estado de ánimo,
el color de su falda y el sitio al que irá por la noche, a perderse de
mí, de mi necesidad de ella, de su cabello largo y de su cuerpo
oloroso a frutas.
Cuando regresa a casa, pone el durazno sobre la mesa y se acurruca
junto a mí. Entonces me cuenta de la nueva maceta de geranios en el
balcón de aquella muchacha, la que vimos el domingo, la de las manos
nerviosas, o de la escarapelada en la casa de adobe, la de los
viejitos, sí, aquéllos que se parecen a uno de tus poemas, Mayo, y con
el ronroneo de su voz se arrulla hasta que el sueño baja a sus labios
y los enmudece.
¿Cómo describir su cuerpo dormido? Sus brazos sobre la cabeza
sostienen el mundo y ella, demasiado frágil, apenas puede con su
propio peso, con sus pasos lentos, con su sonrisa de niña disimulada
bajo la máscara nocturna.
Yo la contemplo y en un intento por retenerla escondo su falda o ato
un hilo en su cama. Toda risa, toda canto, la veo deshacer mis
argucias y comer el durazno sin apresuramientos: el jugo escurre por
sus dedos, dibuja un surco por su carne y forma un charquito bajo su
codo apoyado en la mesa. Luego sale a la calle, nueva, hermosa en sus
veinte años y en su piel sin arrugas.
Cuando regresa, habla del pueblo al que la mandaron y de los hombres
que conoció, me dice que está cansada, que cada noche deja una letra
de su nombre en la puerta para obligarse a regresar, que en otoño
iremos a otro lado, tal vez al mar, que allá es distinto, que la brisa
renueva los sueños y la arena los fija en los ojos. Y la sigo oyendo,
hasta que sus pasos recobran la alegría en la calleja empedrada,
camino al mercado.
La morera asoma frutos negros
Cabe el adiós agradecido
Raíz horizontal
Pájaros cerrados
Inconclusos
Pequeña semilla Atada
En juncias Como el
corazón
En la mano Ofrenda
El índice señala lo alto
El cielo En
estado De umbral
Penetra
En ligera y veteada fuga el
cuerpo
Soluble Pájaro
Sobre blancos Abierto ya
En
resurrección
Lirio atado bajo el agua Fibras nerviosa crecen
Reticulando
Lo redondo Abierto
En espiral Hacia lo
afuera
Aire quebrado y vuelto a romper en cavidades labra
horizontales
De agua Sus pétalos azules Viscosos
Despliegan
Cavidades azulencas Desde los bulbos de crecer
Aluzan
Hasta las alas de índigo atigrado
Flor abstracta
Reflexiva
Cerrada en su abertura Tiznada en rosas
Con otra
flor azucarada
Mala hierba En su hermosura
con el mismo chasquido de una piedra en el pozo
dos es dos, pero más es uno
el poder del círculo nunca descifrado
¿en qué papel escribir la escueta cifra?
no hay quien salte entre los guijarros
¿se puede acaso construir en las espumas?
tú dirías que sí, que sí se puede construir
erigirías un montón de arena, al alba,
el mismo inevitable
acto de la vuelta de página
el adiós que sabes que es para
siempre
la cópula en el centro,
la cópula
la muerte
y más aún cero
la redonda luz que atraviesa
las ventanas
el agudo chillido que ha roto la esperanza
¿en qué blanco de pared
pintar la sentencia?
¿en qué excavación hundir la arrepentida
memoria?
porque tampoco hay quien
arranque la hierba
ni siquiera quien beba la displicente
cicuta
porque no podría ser otra la
hora
y con paciencia irías sopesando los granos:
levantarías el
gran palacio del olvido
antes de que la ola fuese la intensa
catástrofe.
Radiante, tu sonrisa
Tu cuerpo se transforma en luz blanca:
-pequeño sol loco que escapa
entre tus
dientes-
se impregna en mí
toco la eternidad por un
instante
Sus pies apenas tocan los andamios,
sus brazos se apoyan en latas
de pintura
vacías y ligeras,
su fuerza se desplaza
sobre
delgadas tablas que cruzan el abismo.
No saben que son
dioses,
que edifican destinos
y que la mezcla en sus
manos
fecunda los espacios
y hace crecer las sombras.
Son
ángeles de piedra,
tallas de polvo,
gárgolas cuya sangre
pone
en movimiento las fachadas
y vuelve los deseos góticos y
posibles.
Sus objetos sagrados descansan en el suelo:
un radio,
unos zapatos, un refresco.
Por la tarde descienden,
guardan sus
alas rotas
y el edificio en construcción
mira crecer su
soledad
desangelado y gris.