Lunes en la Ciencia, 13 de marzo del 2000



G. Bruno, mártir de la ignorancia

Jorge A. López

El 17 de febrero, de hace 400 años, Giordano Bruno se convirtió en uno de los primeros mártires de la ciencia renacentista al ser quemado vivo en una plaza de Roma. La orden vino directa de Clemente VIII, pontífice de la Iglesia romana, precisamente en el año del jubileo de 1600. El motivo fueron sus puntos de vista filosóficos sobre Dios, Cristo y el Espíritu Santo.

Filippo Bruno nació cerca de Nápoles, en 1558, y al entrar a estudiar con los dominicos se cambió el nombre a Giordano. Estudió filosofía griega y empezó una vida de rebeldía. Era característico de la época aprender sin razonar (cosa que aún se estila); sin embargo, Bruno siempre puso por delante el análisis, lo que le provocó innumerables problemas. Al ordenarse como sacerdote dominico tuvo que huir de Italia, en 1576, para evitar un juicio en su contra. Sus viajes lo llevaron a Francia e Inglaterra, donde empezó su carrera de escritor, filósofo y científico.

GiordanoBruno Entre sus múltiples obras están Del universo, infinito y mundos, De la causa, principio y uno y Expulsión de la bestia triunfante, las que le causaron problemas con la Inquisición. En sus escritos abogó por un retorno a las fuentes egipcias y griegas de varios aspectos del pensamiento. Su mayor triunfo fue apadrinar una nueva cosmología, sosteniendo que el universo era eterno en el tiempo, infinito en el espacio y en constante cambio. En la filosofía occidental, sus especulaciones son una contribución muy significativa al concepto moderno de un universo dinámico. La visión de este autor italiano sobrepasa, en mucho, los marcos cosmológicos cerrados de Copérnico, Brahe, Kepler y Galileo (contemporáneo suyo). La creatividad de Bruno se debe a su libertad, lograda al confrontar el pensamiento aristotélico de la naturaleza con las dogmáticas creencias de la Iglesia católica.

Bruno estaría muy de acuerdo con filosofías contemporáneas. Utilizando el concepto de unidad cósmica, mantenía que no había diferencia entre lo terrestre y lo celeste, y proponía la existencia de las mismas leyes físicas en la Tierra y a lo largo del eterno e infinito universo. Con sus teorías, Bruno fue capaz de corregir la perspectiva planetaria expuesta por Aristóteles, Ptolomeo y Tomás de Aquino. Fue más allá de la astronomía centrada en el Sol, e impulsó un modelo propio en el que el mundo quedaba libre de cualquier punto fijo de referencia. Mirando hacia atrás, puede decirse que su pionera forma de pensar fue la precursora de la cosmología moderna.

Adelantado a su tiempo, Bruno se hallaba en clara sintonía con la ciencia y la filosofía más progresistas de su tiempo. Tomó como propia la filosofía atomista, que mantiene que todas las cosas están compuestas por unidades, como el átomo. Adicionalmente, Bruno sostuvo que ese Universo continuo no tenía principio y no tendría fin ni en el espacio ni en el tiempo; incluso que la vida existía con seres inteligentes en incontables mundos. Hasta 1609, nueve años después de la muerte de Bruno, el físico Galileo Galilei (1564-1642) usó por primera vez el telescopio para descubrir que los cuerpos celestes se parecen a nuestra Tierra.

Asimismo, Giordano Bruno diseñó un marco teórico con un número infinito de perspectivas, sin un marco fijo privilegiado de referencia. Usando éste, Bruno se anticipó a la teoría de la relatividad de Einstein. En un experimento mental, Bruno se imaginó alejándose de la Tierra y acercándose a la Luna, ésta crecía mientras que la Tierra se hacía más pequeña. Desde la superficie lunar, era la Tierra la que parecía un satélite, mientras que la Luna tenía el tamaño de un planeta. En clara extensión de ese punto de vista relativista, criticó despiadadamente las posturas geocéntricas -apoyadas por la Iglesia en aquel entonces- y heliocéntricas.

Se dio cuenta de que las formulaciones religiosas no cabían en el seno del método científico o del descubrimiento empírico. Al no tener un techo que limite el número de estrellas, le pareció incongruente tener un sistema dogmático de pensamiento que aprisionara el libre albedrío, tan necesario para el progreso y la realización humana.

Obviamente, ese regreso a filosofías precristianas, ahora soportadas con algunas observaciones científicas, lo pusieron en contra de los dogmáticos oficialistas e inquisidores. Su regreso a Italia fue planeado por los religiosos. Y bajo invitación del noble veneciano Giovanni Moncenio, Bruno retornó para ser apresado en 1592 y juzgado por herejía. Fue encarcelado por siete años -tiempo durante el cual se le mantuvo sin lápiz ni papel- y sacado de la mazmorra sólo para ser quemado en la hoguera, amordazado y con un clavo en la lengua.

Giordano murió no por sostener que el universo era eterno en el tiempo, infinito en el espacio y en constante cambio, ni por su doctrina de pluralidad de los mundos habitados, sino por sus errores teológicos: por asegurar que Cristo no era Dios, sino un mago muy habilidoso; que el Espíritu Santo era el alma del mundo, y que también era tarea de los religiosos redimir al Demonio.

Años más tarde, un juicio similar le fue practicado a Galileo por asegurar que la Tierra se movía. Ya con la experiencia de Bruno, éste no ratificó su observación por temor a la Inquisición. Y aunque casi cuatro siglos después la Iglesia admitió su error en el caso de Galileo, no fue así en el de Bruno. Sin embargo, en 1889 se logró erigir una estatua precisamente en el Campo dei Fiori, donde fue quemado. En ese lugar, cada 17 de febrero -excepto por los años del fascismo- se ha recordado la vida de Giordano Bruno.

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