La Jornada Semanal, 19 de marzo del 2000



(h)ojeadas

Examen a largo plazo de un destino

Marta Donís

Norbert Elias,
Los alemanes,
Instituto Mora,
México, 1999.

A veces la memoria sociohistórica y psicológica de un pueblo respecto de su pasado puede ser un motor perverso en la constitución de su carácter. En Los alemanes, Elias afirma que ``el problema básico que aquí me planteo es el de analizar cómo influye el destino de un pueblo a lo largo de los siglos en el carácter de los individuos que lo conforman''.

Con la reserva y la distancia del investigador, Elias reflexiona sobre cómo pudo darse el ascenso del nacionalsocialismo, qué peculiaridades del desarrollo del carácter nacional alemán posibilitaron esteÊimpulso anticivilizatorio, y cuál fue su vinculación con un proceso de largo alcance como fue la formación del Estado alemán.

Este volumen no fue concebido inicialmente como una unidad, sino que reúne una colección de ensayos sobre la evolución alemana durante los siglos XIX y XX, los cuales, a pesar de guardar independencia entre sí y de haber sido escritos en el transcurso de un amplio periodo (entre 1961 y 1980), ofrecen no obstante una continuidad en la que se advierte el desarrollo de una rigurosa investigación teórico-empírica, de la que no se excluyen las directrices prácticas.

Aunque en la formación de este pensador se comprenden la sociología, la medicina y la filosofía, esta obra no es un tratado de la ontología o del ser en sí del carácter alemán. Todo lo contrario: su óptica, que dentro de cierto sistema de categorización podría llamarse ``histórico-cultural'', se orienta de forma deslumbrante hacia una sociogénesis, de la que no queda descartada la sincronía. Véanse al respecto, por ejemplo, los impresionantes análisis de ``historia comparada'', que constituyen una herramienta fructíferaÊde análisis y una estrategia para iluminar una realidad sin reduccionismos y desdeÊun punto de vista multidimensionalÊque facilite la comprensión de su ``globalidad''.

Como buen estudioso de Mannheim, de quien fue discípulo y colaborador, y como atento lector de Nietzsche y de Freud, Elias reconoce en la genealogía un método decisivo para rastrear y dar cuenta cabal del presente: ``las consecuencias de acontecimientos sociales se hacen evidentes, con frecuencia, sólo siglos más tarde'' [de ahí la necesidad de] ``contar con modelos de largo alcance cronológico''. En este sentido, el carácter alemán está vinculadoÊcon el proceso correspondiente de la formación del Estado, el cual se inicia hace más de mil años con el asentamiento de las tribus germánicas al oeste del río Elba.

La fragilidad de su territorio, ocasionada por su situación geográfica, y la ``erosión del poder central'' desde el Medievo, generan una debilidad estructural del Estado y la ocupación territorial recurrente por ejércitos extranjeros. Ello configura, tal vez desde la Guerra de los Treinta Años, o incluso antes, una doble actitud fluctuante en los alemanes: en conformidad con las circunstancias; un florecimiento de la esperanza de recuperar la antigua grandeza, el Reich de ensueño de la Edad Media; o bien proliferan los temores a la debilidad, a una existencia a la sombra de un pasado glorioso, con la consecuente humillación, deshonra y baja de autoestima, y el cultivo de sueños de venganza.

Las rupturas y discontinuidades en el desarrollo del Estado conducen a que los modelos militaristas de mando y obediencia superen a los modelos urbanos de discusión, acuerdos y convencimiento. Tales modelos militaristas, que la burguesía asumirá paulatinamente, sobre todo a partir de 1871 -proceso que refleja su capitulación frente a la nobleza-, la llevarán a convertirse en paladín de un recurso irrestricto a la prepotencia y a la violencia.

Es de gran importancia para el desarrollo del carácter alemán la sumisión de la burguesía a la nobleza. Elias ilustra lo anterior en un extraordinario análisis del duelo. Institución paneuropea de origen noble que en otros países pierde importancia con el ascenso de la burguesía, el lance de honor, determinante para el carácter alemán, es adoptado en este país por estudiantes burgueses. Reflejo de una actitud y un culto socialmente aceptado de la violencia y la desigualdad social, constituye de hecho una de las condiciones necesarias para el advenimiento de Hitler al poder. Otra condición necesaria fue que, al final de la primera guerra, los estratos revanchistas de la clase media y alta, que no podían movilizar a las masas hacia una guerra, recurrieron a este ex cabo que poseía la retórica y la estrategia de lucha para movilizarlas.

Es común la creencia de que la reflexión sobre el pasado no tiene importancia. Sin embargo, ``los problemas actuales de un grupo se encuentran determinados de manera decisiva por su destino previo''. Para enfrentar las tareas del presente, no es posible dejar de mirar hacia el pasado. El interés de este autor no es, así, eminentemente teórico: su pensamiento apunta de hecho a la práctica. No es de extrañar, entonces, que Los alemanes tenga para Elias una función: si los alemanes comprenden la relación entre el pasado y el presente podrán experimentar una catarsis, pues habiendo rehuido hablar de estos problemas, cargan con un ``pasado reprimido'' -el estigma y los sentimientos de culpabilidad por el nacionalsocialismo- que deben ventilar y analizar. De este modo, la comprensión del propio desarrollo social quizá ``permita encontrar una nueva vía de acceso a uno mismo'', así como también facilitar ``la elaboración y superación del legado hitleriano''.

Por otra parte, la reflexión y discusión sobre su devenir puede posibilitarles el enfrentamiento exitoso con su pasado, pues de otro modo corren el peligro de caer en la desintegración impremeditada, como la que se dio en el periodo de Weimar, con el terrorismo de los cuerpos de voluntarios, y en el de Hitler... o repetir lo sucedido en la década de los sesenta, cuando los jóvenes, buscando otorgarse un sentido vital distinto del de sus mayores, desataron impremeditadamente una espiral de violencia.

El brillante análisis sociogenético y procesal que Elias lleva a cabo en Los alemanes, revela que persistir en la fantasía del Reich de ensueño ha conducido a estas situaciones de violencia anticivilizatoria, en las que la fragilidad del monopolio estatal de la violencia y la dialéctica mortífera del terrorismo -la ``violencia extraestal''- han desembocado en recaídas continuas en el militarismo, las instituciones autoritarias, la autocracia, el verticalismo y la desigualdad social. Pero conocer el pasado también puede ser útil para adoptar una actitud adecuada respecto de un futuro común. Si se desea eludir nuevas recaídas y superar el colapso civilizatorio para ingresar en una línea evolutiva sin perturbaciones, es imprescindible el esfuerzo continuo de construcción de la civilización, que, evidentemente, no es algo dado para siempre. Y esto se hace más difícil porque no se habla de ello. Es imprescindible que los alemanes discutan y analicen su identidad y unión nacionales, pero sin apelar a una fantasía colectiva y egocéntrica de grandeza nacional, y despojándose de la nostalgia de un pasado glorioso. Para desarrollar dicha discusión, este pueblo requerirá de tacto y transigencia; de otro modo no podrá ahuyentar los peligros del terrorismo, la vía militar y, sobre todo, de un nuevo colapso civilizatorio.

En estas preocupaciones sin duda humanísticas, uno puede adivinar al médico que también palpitó en Elias: detrás de los síntomas que aún flagelan a este pueblo, admirable por lo demás, nuestro autor descubre el abceso y señala la terapéutica a seguir para su extirpación. Encuentra que la tarea es urgente no sólo porque no se ha exorcizado del todo a la barbarie, el tumor anticivilizatorio, sino porque la actualidad plantea nuevas tareas para las cuales el pasado no tiene respuestas.



C r ó n i c a


Crónicas de antaño
y un crónista de hogaño


Marco Antonio Cuevas Campuzano

Alberto Barranco Chavarría,
Cuidad de entonces,
Gobierno de la Ciudad de México,
México, 1999.

La ciudad. ¡Ah!, nuestra gloriosa y bien amada ciudad, con sus aciertos y sus desaciertos (y, ahora, con rencores añejos que responden a intereses bien determinados). En sus calles, avenidas y recintos se han desgranado las semillas de una grandeza sorda y envalentonada que uniforma los sentimientos y encoge el corazón. Pero si es verdad que no del todo y no siempre ha permeado el oprobio, empobrecedor y malsano, en la probada y resuelta honorabilidad (en el fondo verdadera) que sus habitantes procuran, entonces los pasajes que de lleno ilustran con admiración y respeto las tonalidades diversas, los matices y los contrastes de las vidas cotidianas, nunca se verán privados de mujeres y hombres, pluma en mano y talento en alma, que den testimonio de lo que ahí sucede. Encargados de realizar esta encomienda a perpetuidad, los cronistas elaboran la relación de hechos históricos según han sucedido en el tiempo...

La ciudad de entonces (¡colmo de la obviedad!) no es la misma que la ciudad de ahora: los rostros, las voces y las conductas cambiaron, evolucionaron y, en algunos casos, fueron exterminados. Los que permanecen son los que, conociéndolas, pueden maravillarse con las historias (anécdotas, mitos, leyendas, cuentos) que fueron dispuestas en una crónica -ésta siempre en busca de un lector a quien complacer-; y sin duda son ellos los que, con sus andanzas, interactúan en el presente y, sin plena conciencia de hacerlo, construyen los relatos que aun después arrancarán una exclamación, una sonrisa cómplice y hasta cierta incredulidad de la mente de un lector que todavía no nace.

De eso están constituidas las crónicas: de narraciones de un largo transcurrir, salpicadas de fechas, datos y personajes, de cultura y de indudable interés; de ninguna manera de lamentaciones o de arrepentimientos. Un escritor francés del siglo pasado mencionó, a propósito de la publicación de su primer libro de crónicas, que éstas no aspiraban a la añoranza infructuosa ni al retorno a tiempos mejores, ni al anaquel de viejas soluciones, porque, de ser así, habría que negar la aportación de varios siglos y simular la ignorancia de lo que precisamente sabemos.

En este sentido, Ciudad de entonces, título con el que Alberto Barranco Chavarría presenta una serie de crónicas citadinas de antaño, logra con su aportación a la memoria preservar la tradición iniciada en América en el ya lejano siglo XVI por los cronistas españoles de la Conquista.

No fueron pocos los europeos que, fascinados por su belleza, describieron la majestuosidad indígena de un pueblo que terminarían por someter, hecho del cual también darían fe. Francisco Cervantes de Salazar, Bernal Díaz del Castillo y Hernán Cortés fueron algunos de los hombres que comenzaron a relatar, en términos generales y en forma escrita, la metamorfosis del México prehispánico. Y Alberto Barranco Chavarría, en el amanecer del siglo XXI, y tomando como referencia situaciones particulares, desarrolla anotaciones precisas ya sea de los aposentos del rey azteca Moctezuma, que ``tenían espacio para un zoológico'', que después serían la sede de los poderes del virreinato y que, en la actualidad, son el sitio que alberga a El Nacional Monte de Piedad; o bien de la casa donde vivió Malinalli Tenépal (o ``doña Marina'', según la llamó en sus crónicas Artemio del Valle-Arizpe, en todo caso la Malinche, con su esposo, impuesto por el propio Cortés, Juan Jaramillo), y de los misterios que guarda dicha construcción.

Ciudad de entonces, empero, contiene abundantes datos de interés sobre la época referida en cada crónica. En las poco más de cien páginas de contenido tiene cabida un recorrido histórico de 400 años. Sin duda difícil de lograr, la clave de Alberto Barranco para abordar tantos años en tan poco espacio, es aislar del conjunto histórico (de la densidad del contexto) la anécdota y platicarla a manera de charla con el lector, sin eludir en momento alguno la responsabilidad de las fechas, los personajes verídicos, los sitios exactos y las alusiones adecuadas a cronistas que hayan hablado del tema con anterioridad en un tono más ortodoxo (entre otros, Guillermo Prieto, Salvador Novo, José Ramón Malo, José María Iglesias, la Marquesa Calderón de la Barca y Luis González Obregón).

A todas luces alejado de los juicios parciales (lo que muy pocas veces resulta ser un acierto), el libro de Barranco Chavarría compensa la desventaja de no poder emplear datos de fuente primaria con un estilo escrupuloso, emocionado, ameno y bien informado. El lenguaje funge (siempre) como mediador entre el autor y el lector, al ser el elemento fundamental requerido para acondicionar la lectura en un espectro espacial y temporal -inherente a la crónica- adecuado: por referirse a ``trozos de esa historia de nuestra amada ciudad'', el tono de las crónicas es en ocasiones romántico y, en otras, las más, elegante, e incluso versos y rimas de la época tienen cabida.

Existen en Ciudad de entonces diecinueve relatos citadinos. Sin embargo (acotación ésta arbitraria y trivial, y que, en cualquier caso, depende de la persona que deguste el libro), hay crónicas que, ya por lo chuscas que son, ya por la irreverencia con que tratan a personajes y eventos que supuestamente no conminan más que a la sobriedad, destacan en el conjunto. Está, por ejemplo, la que revela la compulsiva afición del presidente Antonio López de Santa Anna por los palenques y las apuestas; también la que cuenta del día en que el mismísimo Satanás habló con estas palabras a un mozo ``tuerto e infeliz'' que planeaba pactar con él la obtención de una fortuna y el amor de la mujer más bella de todo Mixcoac -al menos hasta la mitad del siglo XIX-, a cambio de su alma: ``Imbécil, para qué ofreces lo que es mío...Si quieres dinero, trabaja para que lo ganes, grandísimo sinvergüenza... y en cuanto a la Guera, ¡para mí la quisiera, tuerto desgraciado!'' Otra es la que arma una especie de árbol genealógico de los gobernadores que hubo en la Ciudad de México -siendo el último Primo Villa Michel-, hasta que por decreto presidencial, en 1928, Emilio Portes Gil trocó el cargo al de jefe del Departamento del Distrito Federal (Barranco Chavarría parece olvidar lo que sabe todo el mundo: que a partir de 1996, por voto popular y no por designación gubernamental, se elige nuevamente gobernador para esta ciudad). Inclusive se incluye el relato de cuando una terrible temporada de lluvias torrenciales azotó a la ciudad, allá por 1629, convirtiendo a la Nueva España en la ``Venecia mexicana'', debido a la ausencia de obras públicas de desagüe y alcantarillado.

La lectura de Ciudad de entonces ofrece muchas respuestas a dudas recurrentes o fortuitas. Con esta obra, Barranco Chavarría contribuye a formar un mayor conocimiento histórico de nuestra ciudad, y con ella es posible llevar a cabo las comparaciones y deducciones pertinentes para reflexionar sobre algunos problemas y vicios que padecemos en la actualidad, y que tienen sus orígenes en sucesos de mucho tiempo atrás y no de un par de años a la fecha.



C u e n t o


¿Las letras de la globalización o
internacionalismo literario?


Siddharta Camargo

Bernardo Atxaga, José Manuel Fajardo,
Santiago Gamboa, Antonio Sarabia y Luis Sepúlveda,
Cuentos apátridas,
Colección Ficcionario,
Ediciones B,
Barcelona, 1999.

Estos tiempos son de globalización. Se globaliza la política, el militarismo. Se estandariza el consumo por todo el mundo, pero también se internacionaliza la protesta, la lucha anticapitalista (léase Seattle o Davos). A la par de este proceso se han renovado propuestas de géneros narrativos, tales como la novela de aventuras o la novela negra e incluso la policiaca. De esta suerte se pueden leer novelas que comienzan con una mala noche en la selva amazónica y terminan con un amanecer caótico en Hamburgo, cuando ya el protagonista ha pasado a toda marcha por la Patagonia, Ecuador y sus revueltas indígenas; una Nicaragua con nostalgias sandinistas, o un México cada vez más zapatista; eso sin mencionar Nueva York, París, Gijón, Hong Kong, Nairobi y una infinidad de sitios más que se pueden pisar y correr en este tan bien comunicado mundo de nuestros días.

Entonces los escritores comienzan a dar de vueltas por el mundo, abandonan sus solitarios estudios, dejan las pantuflas y la pipa, se compran una mochila ligera y un boleto de avión. Por supuesto no todos los escritores son así, pero los cinco autores de Cuentos apátridas sí, o al menos eso pretende el editor Enrique de Hériz en el prólogo de este volumen, donde se cuenta la historia de un proyecto que surgió un poco como empiezan esos chistes de la primaria: ``Estaban reunidos un día un mexicano, un chileno, un españolÉ'' Y que acaba felizmente en un libro de cuentos bien contados, y claro, muy bien viajados; unos más, otros menos, pero todos con ese denominador común que también une a los autores: sentirse ciudadanos del mundo. El cuento que abre el volumen, ``Un traductor en París'', está a cargo de Bernardo Atxaga, un vasco que vive en Extremadura, quien lo mismo escribe en euzkera que en español y que ha publicado, entre otros, Obadakoak, El hombre solo y Esos cielos. El presente texto está cargado de atmósferas nocturnas y de claras referencias decimonónicas. El protagonista del relato ha sufrido un accidente que, entre otras cosas, ha propiciado que lo abandone su amante; para reponerse, su psicólogo le recomienda hacer un viaje, pero con la condición de que éste sea un ritual, un juego, en el que el traductor regrese a algún lugar conocido y haga lo mismo que en su viaje anterior. Por razones que el autor dosifica con habilidad, el personaje elige trasladarse a París, a un hotel aledaño al parque Montsouris, al que llega tras una previa vista a la tumba de Charles Baudelaire, en el cuasi mítico cementerio de Montparnasse.

A partir de ese momento el relato irá oscureciéndose progresivamente, cargado de una atmósfera baudeleriana, hasta llegar a la noche de París, no la de la ciudad real, tan decepcionantemente iluminada y controlada por las buenas conciencias, sino a la otra, la del Spleen de París, o Los crímenes de la calle Morgue, con sus explicaciones sociológicas tan del gusto de ese siglo que es ya el antepasado al nuestro. Una espiral descendente de acontecimientos degradará al protagonista hasta hacerlo tocar fondo; entonces la trama se habrá desarrollado hasta el final y el espectador/lector, convertido en cómplice del protagonista, estará ya listo para ser sorprendido por el final del cuento. No habrá, pues, otra opción que seguir adelante, dar el salto mortal al siguiente texto, no sin sentir la satisfacción de que se han encontrado los bajos fondos de la ciudad luz, eso sí, bien ocultos en la oscuridad.

Salto mortal cumplido, el lector aterriza en Cartagena de Indias. El español José Manuel Fajardo, autor de Carta del fin del mundo y El converso, evoca los recuerdos de un joven en pleno cumplimiento del servicio militar. Con él regresaremos veinte años, sólo para ser testigos de la manera en la que los reclutas del ejército colombiano se enfrentan a un grupo de leprosos que se niega a ser trasladado a otro lugar, como si fueran fardos carentes de dignidad humana; a pesar de los esfuerzos (y las bombas) de la aviación y la infantería, los insumisos no son tan fácilmente derrotados, pues están comandados por un ex miliciano de la guerra civil española; luchan con plena conciencia de que van a perder, porque ``ganar no siempre es lo correcto''.

El tercer texto, ``Tragedia del hombre que amaba en los aeropuertos'', a cargo del colombiano Santiago Gamboa, autor de Perder es cuestión de método y Páginas de vuelta, es un cuento que cumple a carta cabal con la propuesta de este libro: el autor nos trae del tingo al tango, de un aeropuerto a otro, al contarnos la historia de un fotógrafo de agencia que, de manera aparentemente fortuita, liga con una azafata, quien generosamente lo comparte con sus amigas y colegas. ¿El sueño de cualquier machín con ínfulas de semental? Puede ser, pero no siempre los sueños acaban como uno quisiera, ni como cabría suponer que lo harán.

Ha llegado el turno al mexicano, Antonio Sarabia, autor de La banda de Moebius, entre otras novelas. En esta entrega, el escritor oriundo de Jalisco nos transportará a una vieja casona habitada por fantasmas, recuerdos y un par de huérfanos; una atmósfera cargada de velos, de fantasía y de unas cartas provenientes de todo el mundo, con mensajes del más allá. Entre el incesto y la soledad, se desarrollará un relato de sutil transcurrir que, fluyendo con suavidad, nos depositará a las puertas del quinto texto.

Es la ciudad alemana de Hamburgo, los territorios de un viejo conocido para los lectores de narrativa contemporánea: Luis Sepúlveda. El chileno -autor de Yacaré, Un viejo que leía novelas de amor, Nombre de torero, por sólo mencionar algunos de los libros de este prolífico escritor, aventurero, militante, viajero infatigable- cierra el volumen de estos Cuentos apátridas con ``El ángel vengador'', relato policiaco y de política ficción, texto que para los que conocen la obra de este autor sin duda resultará una lectura disfrutable, y que, a quienes nunca antes han viajado con éste guía, les proporcionará un pase adecuado para empezar a hacerlo.

Cuentos apátridas ha comenzado a circular en México tras haber sido presentado en la última Feria Internacional del Libro de Guadalajara del siglo pasado. El volumen está editado en la colección Ficcionario de Ediciones B.

Cinco autores, cinco nacionalidades que nos transportarán a una multiplicidad de escenarios; cinco historias narradas con gran habilidad; cinco estilos completamente diferentes que no se excluyen, sino por el contrario, se integran en un libro que refleja un mundo que cada vez parece más pequeño, no sólo para los capitales financieros y los internacionalistas, sino para los escritores y los lectores apátridas.



N o v e l a


Nadie encendía las lámparas

Enrique Héctor González

Elsa Osorio,
A veinte años, Luz,
Mondadori,
Buenos Aires, 1999.

El reencuentro con la propia identidad es una habitación cerrada donde el aire de afuera se vuelve niebla de sal, pesado polvo aquí adentro; es el lugar donde no habita el olvido, donde los muros configuran una cámara de ecos, donde la memoria devuelve el tiempo a tientas.

Luz Iturbe Dufau (nacida del amor militante de Carlos Squirru y Liliana Ortiz, pero secuestrada por un milico de la dictadura argentina para su hija Mariana, que acababa de parir un niño muerto) naufraga en las espesas aguas de un pasado lleno de huecos y lagunas mentales: L.I.D. no sabe nada y lidia entonces entre archivos viejos -en la memoria indecisa de una nación en la que el golpe militar no fue sólo de dados mallarmeanos- para recuperarse a sí misma, menos apreciada por su madre putativa que Juan Preciado por la suya verdadera, braceando en el páramo sin paz que va de ninguna parte a ningún lado, de la imagen primera a la letra olvidada, del parto imperioso a veinte años después.

A primera vista su historia es un asunto testimonial, una impronta narrativa que no quiere pasar por alto los abusos de la insensatez, un alegato contra la amnesia decretada y la obediencia debida, un conjuro verbal que escarmena fibras sensibles del pasado inmediato de muchos argentinos; esto es, un treno elegiaco por las víctimas de la pesadilla que movilizó a las Abuelas de la Plaza de Mayo. A primera vista Elsa Osorio construye su novela en la doble voz del presente y el pasado de la protagonista (cuidadoso ejercicio de simultaneísmo espacial y temporalidad sucesiva) para iluminar uno de los hoyos más negros de la historia reciente: la íntima trapaceríaÊde las dictaduras militares que asolaron la penúltima etapa de la vida política en muchos países de Sudamérica, y cuyas secuelas no se reducen a descarados perdones octogenarios (la mentira pinochesca vuelta farsa de una nariz que cuando menos perdió el olfato político en su crecimiento), sino que proliferaron en la artera tortura, el asesinato anónimo, el secuestro en cautiverio de bebés como Luz, dada a ídem por una madre ``que quería una sociedad más justa'' pero robada sin reparos por un general que en su laberinto mental le ``compra'' esa muñeca sucedánea a la hija paridora de un nieto muerto.

Hay cierta leve dosis de ingenuidad en la utopía en la prosa de la Osorio, que no puede evitar a cada tanto un garabato de más en el dibujo de Dufau y sus mezquindades; a ratos zumba una abeja vejada por la estulticia -y sin embargo dispuesta a seguir dando melodramáticas vueltas en el épico aire de su denuedo- en el retrato verbal de Luz Iturbe. El evitar (aun en el afán de vituperarlo) cualquier alusión al término distribuido por el gobierno castrense para referirse a las Madres de la Plaza de Mayo (las Locas que Elsa Osorio dignifica como Abuelas), habla de una pulcritud comprometida hasta la omisión del nombre ominoso, y en este sentido de un trabajo asumido desde su raíz como denuncia, como posición.

De cualquier forma, el montaje de voces narrativas que alienta la novela es de tan alto calibre que constituye una verdadera hifología, como le gustaba decir a Roland Barthes: una red de terceras personas en presente, de segundas falsas personas referidas a un yo íntimo que duda, de relatorías fantasmas lo mismo omniscientes que internalizadas (falsamente ingenuas por astutamente anticipadoras de los hechos) y hasta el aura de alguna segunda persona en futuro. El dominio formal, además, corre a parejas con la intensidad de ciertos nudos de la trama para hacer de la novela un texto que se deja leer no a pesar sino gracias a la disimulada diversidad en que se funda y funde el edificio de sus voces.

A veinte años, Luz, en fin, no es Lo que el viento se llevó en un pasado remoto sino el aire de una prosa encendida por la conciencia sideral de que contar es también entretener, de que el tiempo no se apaga al cerrar la lenta lámpara que ampara la lectura de sus páginas.



FICHERO

Arquitectura

Pedro Ramírez Vázquez, Salvador Pinoncelly, Consejo Nacional para la Cultura y las Artes/Círculo de Arte, México, 2000, 50 pp.

crónicas

Lugares de gozo, retozo, ahogo y desahogo en la Ciudad de México. Cantinas, Pulquerías, Hoteles de Rato, Sitios de Prostitución, Cárceles, Armando Jiménez, Col. El tiempo de México, Editorial Océano, 2000, 283 pp.

ensayo (biográfico)

Carlos Duarte Moreno. Del amor al dolor, Eduardo Tello Solís, Instituto Tecnológico de Mérida, Yucatán, México, 1999, 149 pp.

ensayo (filosófico)

El misterio de la voluntad perdida, José Antonio Marian, Col. Argumentos, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 1998, 324 pp.

ensayo (literario)

La perversidad de la cultura, Miguel Hueso Mixco, Col. Ensayos, Editorial Arcoiris, San Salvador, 1999, 154 pp.

ensayo (sociológico)

La corrosión del carácter. Las consecuencias del trabajo en el nuevo capitalismo, Richard Sennett, Col. Argumentos, Trad. de Daniel Najhmías, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 2000, 188 pp.

narrativa

Cosecha de verdugos, Felipe Agudelo Tenorio, Col. Los libros de la oruga, Ediciones Sin Nombre/Ediciones Casa Juan Pablos, México, 1999, 197 pp.

Grandes simios, Will Self, Col. Panorama de narrativas, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 2000, 367 pp.

La fuente del unicornio, Theodore Sturgeon, prólogo de Ray Bradbury, traducción de Mariano Casas, Col. Mundos imaginarios, Plaza & Janés Editores, Barcelona, España, 1999, 348 pp.

Las partículas elementales, Michel Houellebecq, Col. Panorama de narrativas, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 1999, 320 pp.

Manhattan Transfer, John Dos Passos, traducción de José Robles Piquer, Debate Editorial, Barcelona, España, 1999, 436 pp.

Solitario de amor, Cristina Peri Rossi, Col. Palabra en el tiempo, núm. 268, Editorial Lumen, Barcelona, España, 1999, 148 pp.

Timbuctú, Paul Auster, traducción de Benito Gómez Ibáñez, Col. Panorama de narrativas, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 1999, 171 pp.

Trainspotting, Irvine Welsh, traducción de Federico Corriente, Col. Compactos Anagrama, Editorial Anagrama, 1999, 344 pp.

poesía

Contra la lluvia insumisa, Jorge Pech Casanova, Serie José Yurrieta Valdés, Universidad Autónoma del Estado de México/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 1999, 47 pp.

Como el mar que nos habita, Eduardo Mosches, Col. Cuadernos de Malinalco núm. 49, Instituto Mexiquense de Cultura, México,1999, 68 pp.

Dispersiones, Saúl Ibargoyen, Serie José Yurrieta Valdés, Universidad Autónoma del Estado de México/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 1999, 44 pp.

Hojas de hierba, Walt Whitman, selección, traducción y prólogo de Jorge Luis Borges, Col. Poesía núm. 62, Editorial Lumen, Barcelona, España, 1999, 271 pp.

La cinta de Moebius, Oscar González, Serie José Yurrieta Valdés, Universidad Autónoma del Estado de México/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 1999, 39 pp.

Los sueños (elegías), Elsa Cross, CNCA/Práctica Mortal, México, 2000, 62 pp.

Poema para Silvia. Nómada de mí, Mónica Mansour, Col. Minimalia, Ediciones del Ermitaño, México, 2000 67 pp.

Poemas, Boris Pasternak, textos de Antonio Colinas, prólogo y traducción de Víctor Toledo, Col. Pavesas. Hojas de poesía, núm. XIII, Segovia, 1999, 64 pp.

Regreso de la Arcadia. Canciones de vanguardia, Ignacio García Lascurain, Col. El clan, núm. 6, Libros del Umbral, México, 1999, 49 pp.

Retrato de familia con algunas hojas (Antología mítica), Víctor Toledo, Col. Los cincuenta, conaculta/Instituto Veracruzano de Cultura, México, 1999, 108 pp.

Sellos de agua, Héctor Perea, Col. Los libros del arquero, Ediciones Sin Nombre/Ediciones Casa Juan Pablos, México, 1999, 129 pp.

Versos del tapanco, Otto-Raúl González, Serie José Yurrieta Valdés, Universidad Autónoma del Estado de México/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 1999, 50 pp.

15 Sonetos, Rodolfo García Gutiérrez, Serie José Yurrieta Valdés, Universidad Autónoma del Estado de México/Editorial La Tinta del Alcatraz, México, 1998, 27 pp.

revistas

Crítica, No. 80, febrero-marzo de 2000, nueva época, revista cultural de publicación bimestral con textos de John Dos Passos, Jorge Herralde, Ena Lucía Portela, Francisco Segovia, Sheldon M. Novick, C.A. Aguilera, ente otros, México, 119 pp.