La Jornada Semanal, 19 de marzo del 2000



María del Carmen Ruiz Castañeda

genero

Rodríguez Galván y José María Heredia

La maestra María del Carmen Ruiz Castañeda, ``galvanista'' mayor y prosista de estilo riguroso, nos habla de la cercanía que se dio entre el cubano-mexicano José María de Heredia y el mexicano muerto en La Habana, Rodríguez Galván. Recuerda, con entusiasmo y aprobación, el ánimo ``injerencista'' de Heredia en materia de política mexicana y la poderosa presencia de su pluma en El iris, la primera revista mexicana dedicada a la literatura. Heredia saludó al joven poeta y celebró su estilo, pero al mismo tiempo le sugirió evitar ``degradarse entre los pestilentes vapores del romanticismo''. Para nuestra fortuna Rodríguez Galván respetó los inteligentes puntos de vista de Heredia, pero no le hizo caso y se hundió en la maravillosa pestilencia romántica.

La relación José María Heredia-Ignacio Rodríguez Galván no está establecida con claridad'', afirma con la razón que le dan sus complejos y exhaustivos estudios sobre ambos personajes, el investigador Fernando Tola de Habisch en su Prólogo a las Obras de Rodríguez Galván. Y añade que ``se carece de detalles sobre el tipo de amistad que se dio entre ellos y el grado de proximidad personal o literaria que tuvieronÉ'' Por mi parte lo he corroborado después de un repaso minucioso de las fuentes históricas y literarias conducentes a la develación del misterio, sin las cuales no queda sino un llamado angustioso a la imaginación. Por lo tanto, me limitaré a evocar las líneas vitales que acercan a estos dos personajes, con algunas cautelosas hipótesis.

José María Heredia radicó en México por primera vez entre abril de 1819 y febrero de 1821, acompañando a su padre que fungía como alcalde del crimen de la Real Audiencia de la Nueva España. El investigador cubano Manuel García Garófalo Mesa (Vida de José María Heredia en México, 1954) reconstruye las actividades del joven visitante, quien reanuda sus estudios de abogado, frecuenta las bibliotecas públicas, la de la Universidad y la Turriana de la Catedral, y se convierte en asiduo concurrente a la imprenta de Juan Bautista Arizpe, quien le publicó en el Noticioso general varias de sus poesías y traducciones; la imprenta era, además, punto de confluencia de personajes novohispanos de todas las tendencias. De ideas liberales, le tocó en suerte asistir en México a la restauración de la Constitución de Cádiz y unirse a la expansión de júbilo con su oda ``España libre'' y su ``Himno patrióticoÉ'' Al volver a su tierra natal no se desvincula de la política mexicana, sigue atento a los progresos de la República y celebra con dos ``apóstrofes'' la caída de Iturbide; lo hace con un ánimo injerencista que no lo abandonaría jamás. A la vez, su ímpetu libertario lo lleva a sumarse a una conspiración para liberar a Cuba de España; descubierto y perseguido, logra huir y refugiarse en Estados Unidos.

Invitado por el presidente Guadalupe Victoria, regresa a México en agosto de 1825 y recibe una salutación entusiasta de la prensa nacional; la Gaceta de México, El águila mexicana y El sol reproducen sus poemas y aplauden su obra teatral, al tiempo que la edición de sus poesías impresa en Nueva York se agota en una semana. Esta vez se convierte en parroquiano del círculo literario que se reunía en la imprenta de Mariano Galván Rivera, tío de Ignacio Rodríguez Galván, quien, a los once años de edad había llegado, en calidad de pupilo y dependiente, a trabajar en el establecimiento de su pariente hacia 1827, precisamente cuando el cubano partía al Estado de México bajo la protección del gobernador Lorenzo de Zavala.

No hubo, pues, un contacto del niño con el joven escritor y político, pero atrás quedaban su fama, su obra literaria y crítica, su participación en El iris (1826), primera revista mexicana de literatura y variedades a la que sucedieron Miscelánea (1829-1832) y Minerva (1834), las cuales, sin duda, llegaban a la librería de Galván y estaban al alcance de Ignacio, el insaciable adolescente ávido de lecturas.

Aparte de su desempeño como jurista y magistrado, la actividad de Heredia en su nuevo refugio es portentosa: no desatiende sus actividades teatrales, reimprime sus poesías, elabora sus Lecciones de historia universal y vive su etapa más fecunda como periodista político. Los jóvenes intelectuales capitalinos no pudieron ser inmunes a su magisterio cultural, sobre todo quien tal vez fue el mejor dotado para absorber su influjo, Ignacio Rodríguez Galván. Esta hipótesis parece comprobarse por la febril labor editorial y crítica que éste asume a partir de su ingreso en la Academia de Letrán, fundada en 1836, como responsable de los primeros órganos periodísticos de difusión de la Academia, actividad sólo comparable con las que habían desarrollado antes José María Heredia y el célebre Conde de la Cortina en sus respectivos ámbitos.

Hábilmente, Rodríguez Galván aprovechó la buena voluntad de su tío impresor y librero para hacer posibles sus propósitos editoriales y, por su parte, aportó su esfuerzo, sus contactos en el medio cultural y, muy posiblemente, sus exiguos recursos; así lo constatan los anónimos autores de los ``Apuntes necrológicos y biográficos que consagran a su memoria sus amigos'', de agosto de 1842. Con su hermano Antonio como único apoyo ``formó y llevó al cabo a sus expensas durante cuatro años la empresa del Año nuevo...'' Igualmente publicó por sí solo, ``por haber sido muy débil la ayuda que le prestaron sus amigos, El recreo de las familias''. De hecho, el joven literato debe ser considerado como el único editor de esas publicaciones receptoras de la producción de los socios de la mencionada Academia.

Los cuatro volúmenes que componen la colección de El año nuevo (1837-1840) son verdaderas antologías de la poesía, el drama y la narrativa de su época, según las pautas dictadas por la academia lateranense. En el prólogo sin firma, pero evidentemente de la pluma del editor, se expresa: ``Este libro creemos sea el primero de su género y de piezas originales que se presentan en México: este es su solo mérito.'' El mismo Rodríguez dejó en los cuatro volúmenes no menos de veinticinco trabajos suyos, entre poesías, cuentos y novelas cortas, un cuadro dramático y traducciones.

Se ha puesto en duda la posibilidad de convivencia del escritor cubano con los miembros de la Academia de Letrán, especialmente con nuestro personaje. Sin embargo, el investigador García Garófalo Mesa asegura que su paisano ``se destacó brillantemente en la Academia'', y para ello se funda en el dicho de José Joaquín Pesado, a quien llama ``la más prominente figura de los clásicos mexicanos'', quien en su Prólogo a las Obras poéticas de don Fernando Calderón (2». edición, 1850) atestigua que ``apareció el joven Heredia (en la Academia) lleno de vida, de fuego y de entusiasmo... y dio a conocer algunas esmeradas y bellas composiciones''. Esto sólo pudo ser después de enero de 1837, cuando Heredia regresó de su último viaje a Cuba, o aun después, ya que tuvo que arreglar su traslado, con su familia, de Toluca a la capital del país.

La primera aproximación tangible de Heredia a la obra del mexicano es el juicio crítico sobre el segundo volumen de la serie Año nuevo (1838), publicado en el Diario del Gobierno, titulado ``Revisión de obras''. El artículo atiende no sólo al mérito de las piezas contenidas en la revista, sino al impacto de los acontecimientos políticos del país sobre la creación literaria, preocupación común a ambos escritores; menciona además con elogio ``Mis ilusiones'', poema de Rodríguez, y otra vez su opinión es importante por el ascendiente que, sin duda, ha cobrado sobre el joven escritor, cuyas consecuencias se reflejarán en su poesía y en su labor de antólogo en El recreo de las familias. Así sucede, por ejemplo, en el tema que encaja en lo que podríamos llamar ``la contienda por el romanticismo'', verdadera involución de los románticos a favor del neoclasicismo de raíz española. Considera Heredia que:

El ascendiente de Heredia sobre sus amigos se manifiesta en el hecho de que su retrato litográfico haya sido el único de un escritor hispanoamericano, en una galería formada por nueve retratos de autores españoles representantes de las bellas artes y dos de verdaderos puntales de la literatura europea no española, Byron y Victor Hugo. Se da el hecho curioso, además, de que evidentemente Rodríguez Galván eludió el compromiso de escribir la biografía de Heredia que debía acompañar al retrato, quizá porque lo estrecho de su relación empañaría su criterio. Para ello se valió de su amigo Eulalio M. Ortega, quien a su vez prefiere reproducir la carta que el crítico español Alberto Lista dirigió a Domingo del Monte con un certero análisis de las Poesías de Heredia publicadas en 1825. Ortega añade al documento, de manera muy completa, los datos biográficos del poeta; esto demuestra que los jóvenes escritores de la Academia de Letrán, y redactores de uno de sus órganos literarios, no osaban juzgar a su maestro y principal asesor. Según Manuel Toussaint (Bibliografía mexicana de Heredia) fue ésta ``la más antigua biografía del escritor escrita un año antes de su muerte, con datos proporcionados por Heredia, de fijo''.

Es difícil medir la trascendencia del apoyo que Heredia pudo prestar a la empresa de su amigo y discípulo. Según el herediólogo García Garófalo, ``en esta publicación colaboró Heredia con sus producciones tanto poéticas como en prosa y muchas veces anónimamente''. En efecto, hay en la revista colaboraciones anónimas que difícilmente podrían adjudicarse al gran escritor antillano. Más bien su competencia pudo operar en la selección de los materiales extranjeros, puesto que en la etapa final de su existencia privilegió la literatura española sobre la francesa y europea en general, criterio que contrariaba el que había aplicado en sus propias publicaciones literarias. Heredia pudo haber operado como un censor. Además, su asesoría pudo cubrir no sólo el campo intelectual sino también el técnico, siendo como era ``un hábil tipógrafo muy aventajado'', en palabras de Toussaint.

En cuanto a la fobia antigala, el mexicano había decidido por propia iniciativa que todo lo que oliera a francés caía en la cuenta de la ``guerra de los pasteles''.

Como corolario de sus vidas, Rodríguez y Heredia desarrollaron una relación patética presidida por la obsesión de la muerte. En el ensayo-obituario signado por una J (se presume que fuera el benefactor del mexicano, José María Tornel), ``Don Ignacio Rodríguez Galván. Recuerdos biográficos'', El museo mexicano, II, 1843), se captó la intensidad del ocaso de los dos amigos: