La Jornada martes 21 de marzo de 2000

Teresa del Conde
Arte y permanencia, el libro
(Segunda y última parte)

La exposición México eterno cambiará de nombre, según últimas noticias recibidas, para su exhibición en París. Ahora se titulará al parecer Soles mexicanos; la frase puede ser que haga sentido respecto del arte mesoamericano, no así a las otras facetas que contiene. Igual podría haberse titulado ''El crepúsculo y la aurora". También he sabido por fuentes indirectas que algunas obras (sobre todo contemporáneas), seleccionadas para presentarse en las dos sedes, México y París, no itinerarán en la segunda ciudad lo cual no deja de ser conflictivo, pues si se solicitaron para ambos sitios lo lógico sería ajustarse a los convenios.

En mi artículo anterior dije que el diseño del volumen, ya en circulación, tiene un defecto: las páginas en negro con caracteres blancos me resultan casi ilegibles porque el negro no es mate, sino brillante y entonces los caracteres en blanco bailan delante de los ojos produciendo un efecto op (multiestable), nada conveniente para el ejercicio ocular tanto que la lectura en esas secciones puede volverse tan difícil que los lectores se saltarán párrafos enteros poniendo atención sólo cuando se describen o analizan obras en lo particular.

Hay en esto una falla adicional: algunas ''fichas" son afortunadísimas y otras deplorables en grado sumo. Todas tienen iniciales y por piedad no las reproduzco aquí. Sólo digo que se perdió una buena oportunidad de adentrarse en ciertas piezas, sobre todo escultóricas de este siglo, que merecían tratamiento distinto al que se les dio, me apena decirlo, pero en su mayoría parecen extraídas de un diccionario, cosa que no sucede con otras de diversos periodos. Pondré un ejemplo: hay un curioso cuadro colonial que narra una historia, imaginada, por supuesto: el traslado de la Virgen de Guadalupe a la ermita inicial, con la representación del primer milagro. Se trata nada menos que de la ''resurección de un indio". Si alguien ve esa obra y desconoce la breve historia relatada, puede creer que lo que allí hay es una versión medio extraña de un San Sebastián convertido en indígena.

Lafaye se involucra con el simbolismo de los colores en el cristianismo y eso es algo que ayuda a calibrar (en algunos casos) las orquestaciones cromáticas de los cuadros coloniales. Los números también son objeto de tratamiento y hay coincidencias fortuitas entre los significados que les fueron asignados en la Mesoamérica politeísta y el judeocristianismo. Me gusta la idea de que los dioses prehispánicos fueron implacables (necesitaríamos algunos redivivos hoy día), ''porque les ha faltado el don de la gracia". En cambio, el infierno descrito por Dante en la Commedia no tuvo su parecido en los inframundos de Mesoamérica, lo cual no deja de ser ventaja. Para Lafaye, que no se involucró demasiado con el arte del siglo XX más que con lo muy consabido, Rivera y Siqueiros fueron ''pintores comprometidos" y en cambio ''Orozco es pintor cósmico".

A Efraín Castro se debe el apartado ''Arte novohispano, nostalgia y permanencia". No se salió del periodo, pero su estudio se sostiene por sí solo y a la vez es el mejor ilustrado. El Pantocrator del siglo XVI, una magistral pieza plumaria está entre las joyas de la exhibición y goza de una excelente reproducción a página entera. Esther Acevedo, en cambio, trata en su capítulo El paisaje del paisaje tanto ejemplos prehispánicos como la gestión de los primeros paisajes, los mapas, para continuar con ejemplos de los siglos XIX y XX. Esa era la idea rectora de estos ensayos, pero al parecer sólo ella y yo la captamos o la entendimos de tal modo. De mi texto no me corresponde hablar, sólo diré que intenté proponer nexos entre obras de diferentes épocas y que también hice asociaciones con el arte producido en otras latitudes, sea por aproximación que por contraste, mencionado incluso a Bram Stoker y las leyendas de Transilvania cuando trato del ''espejeo" (porque los vampiros no se reflejan en los espejos). El texto sobre ''los ritmos de la vida" corresponde a dos especialistas: Salvador Rueda y Eloísa Uribe. Más que un escrito sobre arte, es un texto historiográfico, que -excepto en las descripciones de piezas- no se involucra propiamente hablando, con los objetos artísticos, aunque hay transcripciones o notas recogidas de diversos autores que suplen la opinión directa.

Muy probablemente el libro tenga que ser rehecho para su versión francesa y sería prudente que se perfecciona. Entre otras cosas, la bibliografía con que termina debe ser suprimida, porque es casi ridícula. No por los autores que recoge (en ocasiones pésimamente registrados, como ocurre con la Historia del arte mexicano, SEP INBA Salvat integrada de varios volúmenes con Jorge Alberto Manrique como principal coordinador editorial), sino por ser incompleta en exceso. Además, la bibliografía omite -por razón natural o por apresuramiento- fuentes importantes aparecidas durante los últimos cinco años. La edición es de Espejo de Obsidiana.