La Jornada Semanal, 2 de abril del 2000



Arturo Jímenez

entrevista con Eduardo Galeano

La vena literaria de Galeano

El autor de Las venas abiertas de América Latina, cronista de futbol y colaborador asiduo de La Jornada -en la que semanalmente podemos asomarnos a las ``Ventanas'' que nos ofrece, con la concisión y la brevedad en el uso de la palabra que lo caracterizan-, se refirió en esta ``charlita'', con prolijidad y entusiasmo, a los autores y los amores literarios que han nutrido buena parte de su trayecto letrístico. Galeano, que se define a sí mismo como un ``cazador de historias'', cuenta aquí un fragmento de la suya propia.

Hace algunas semanas el escritor e investigador uruguayo Eduardo Galeano estuvo de visita en México y, de paso, en La Jornada. En una extensa ``charlita'' -como él bien diminutiviza una plática informal entre amigos- con varios jornaleros, el autor del ya clásico Las venas abiertas de América Latina abordó muchísimos tópicos: que la izquierda mundial, por fortuna, circula en varios carriles, que esa tendencia de pensamiento padece la falta de sentido del humor, que Marcos ha hecho un aporte en ese sentido y que los movimientos indígenas americanos han resurgido, como se observa en los casos de Chiapas y Ecuador. Galeano habló también sobre la concentración del poder como signo de los tiempos que corren y de la necesidad de ``hacer agujeritos'' en el muro de la incomunicación involuntaria; del ``paroxismo del absurdo de los teóricos del fin de la historia'' y de los procesos independentistas como ``una emboscada contra los hijos más pobres de América''; de Atahualpa, quien no se moría porque estaba muy ocupado, y del legendario Carlos Quijano, maestro del joven Eduardo en la, por igual, legendaria revista Marcha; incluso habló del riesgo de la ecología como una forma de la jardinería.

``No tengo una puta idea de lo que es la tecnología, yo escribo a mano, con eso te digo todo'', expresó, por ejemplo, en referencia a las nuevas máquinas multimedia. Además, el narrador también ponderó ``la verdad de la milanesa'' acerca de algunos de los infinitos tópicos del universo literario. A continuación, un extracto de esos considerandos literarios, quizá la mayor de sus pasiones, planteados como respuestas a Hugo Gutiérrez Vega, José Steinsleger, Luis Hernández Navarro, Luis Tovar y César Guemes, entre otros.

Con o sin Nobel

-¿El hecho de que le hayan otorgado de manera consecutiva el Premio Nobel a Dario Fo y a José Saramago, implica una nueva correlación de fuerzas en favor de escritores progresistas, de izquierda?

-Puede ser revelador de que el mundo no camina sólo como uno a veces se siente tentado a creer y a padecer. No camina sólo en la dirección de la ideología dominante, de lo que podría ser esta corriente que se impone como una suerte de fundamentalismo, el pensamiento neoliberal, sino que hay la posibilidad de remar contra la corriente. Y hasta algunos de los que reman así ganan el Nobel, lo que me parece una buena cosa, un buen signo. Pero la verdad de la milanesa es que hoy por hoy se ha hecho muy difícil remar contra la corriente, con o sin premios Nobel. Yo no digo más difícil que nunca porque ese tipoÊde frases sólo pueden pronunciarlas los desgraciados que han vivido miles de años. Yo, como tengo una vida tan cortita, no tengo idea, pero me parece que es una época muy difícil.

-Siempre es agradable y sorpresivo leer tus historias, ¿cómo las encuentras, las andas buscando, andas a la caza, tomas notas de manera permanente, haces ensayos posibles?

-Sí, en parte soy un cazador de historias y me gusta mucho escuchar, es el único consejo que me atrevo a dar a los que empiezan, a los muchachos que se inician en este oficio del bien decir, que incluye todas las formas escritas de expresión, como el periodismo, que forma parte de la literatura. Para decir hay que empezar por escuchar, para eso tenemos dos orejas una boca, para escuchar dos veces antes de decir una. Es la única cosa de la que estoy seguro, todo lo demás es incertidumbre, duda. Y ese aprendizaje no termina nunca, dura mientras dura la vida y mientras duran los años en los que uno anda peleando con las palabras, queriendo que ellas digan lo que uno quiere que digan.

``Yo he sido un gran escuchador. Escucho todo el tiempo cosas que otros dicen, historias que me cuentan, historias que recuerdo, o sea, escucho a mi propia memoria. Cada vez que alguien golpea a la puerta, alguien que tiene una cosa que contar, le digo: pase señora, y hable. Después todo eso se reelabora, se recrea de lo que uno recibe de la realidad, hay una transfiguración, una metamorfosis que es el proceso creador. Y se devuelve a los demás lo que de los demás proviene. Tomo notas raras veces, para no olvidar ando siempre con libretitas enanitas en los bolsillos'', dice Galeano y muestra una microlibreta que podría esconderse en la palma de una mano.

``Cada día compruebo que la realidad es mucho más rica, más misteriosa, más prodigiosa y más loca de lo que uno supone, y eso me ayuda a vivir. Cuando siento que el alma se me cae al piso y que no hay modo de levantarla, viene la realidad y me dice: mírame, soy mucho más grande que todo lo que tus ojos podrían abarcar a lo largo de tu vida entera. Eso me devuelve la esperanza, me da energía, es el universo en las cosas chiquitas.''

-¿Cuál es el criterio para llegar a la síntesis narrativa que finalmente publicas, por ejemplo, en tu columna Ventanas, de La Jornada?, ¿cómo haces de un texto extenso un texto pequeño?

-Con el hacha, como me decía Juan Rulfo. Una vez me susurró, porque él hablaba así, que con el hacha se escribe, o sea, cortando y cortando. Pero yo primero echo el chorro completo de todo lo que se me ocurre y de ahí voy trabajando el texto. Saco todo lo que no merecer existir, todas las palabras que no son dignas de lo que cuento, quito la grasa y me quedo con el puro hueso y la carne.

Eduardo Galeano cuenta que él camina mucho en esa ciudad respirable que es Montevideo, al borde del mar-río de la Plata. ``Ahí voy escribiendo sin querer escribir, es decir, las historias van creciendo dentro de uno, se van apareciendo. Tengo la sangre llena de palabras que van y vienen buscándose y encontrándose. Y viene luego un proceso de escritura muy fuerte, muy duro, hasta llegar a algoÊque parece espontáneo, sencillísimo, como que salió a la primera. Pero eso es mentira, tiene un trabajo gigantesco, inmenso, feroz.''

Después de tantos años en el oficio de escribir, a Galeano le ocurre lo mismo que la primera vez, siente el mismo pánico y le tiemblan las rodillas. ``Es como hacer el amor'', compara, y agrega: ``Siento pánico, pero a veces también una sensación de dicha, de la rara dicha que uno encuentra cuando lo que dice se parece a lo que se quería decir. Es cuando uno lee la última versión en voz alta y dice: me parece que sí. Leo en voz alta mientras escribo, pues es la única manera de leer un texto propio. En Guadalajara leí un textito chiquitito de una niña de seis años que decía: las palabras tienen música y tienen colores. Me pareció estupendo, porque a los seis años uno tiene todavía una relación con las palabras como de nuevo rico de las palabras.''

Una flecha cargada de letras

-Lo que dices hace recordar a Augusto Monterroso, quien se refiere al terror ante la página en blanco.

-Tito es un espléndido escritor y un maestro de la síntesis que mucho me ha enseñado. Uno no escribe sólo porque sí, es un lance peligroso, si no, no tendría gracia. Desconfío de los que enseñan técnicas para facilitar el oficio de escribir. Si el asunto es facilitarlo, ¿por qué el arquero toma distancia paraÊdisparar la flecha al blanco?, ¿por qué no dispara a cinco centímetros y así, con seguridad, daría en el centro? La gracia está en la aventura, en la posibilidad de equivocarse, de que la flecha se vaya a las nubes. Si no fuera por la dificultad, no tendría gracia alguna, sería una forma más del aburrimiento.

-Los escritores uruguayos comparten algunas características. Por ejemplo, el poeta Julio Herrera y Reissig, quien precisamente representa una búsqueda de los colores en las palabras.

-El fue quien tuvo más influencia sobre Neruda, el mismo Pablo lo decía.

-Otro ejemplo es el narrador Horacio Quiroga.

-Quiroga era una maravilla, y él justamente usaba la imagen de la flecha en otro sentido. Sostenía que un relato bien escrito es una flecha que se dirige al blanco sin desvíos. Es decir, que hay una enorme diferencia entre la novela y el cuento. En la novela el desvío sí es posible y hasta necesario, la flecha tiene que andar por todos lados. Pero en el cuento, en el relato, la flecha tiene que ir al blanco y no desviarse. Y él lo supo hacer de manera magistral, fue un espléndido escritor y un hombre atormentado.

-En uno de sus cuentos, por ejemplo, una anaconda habla en primera persona.

-Sí, eso es prodigioso. Por cierto, en mi infancia yo me formé escuchando los cuentos de Quiroga, de Monteiro Lobato, un escrito brasileño injustamente olvidado y desconocido fuera de su país, y de Salgari, que tenía que escribir un libro por semana porque si no se moría de hambre.

-Y en sus narraciones defiende a la flota española.

-El defiende cualquier cosa, no tenía la menor idea de nada. Sus personajes andaban por Malasia, donde él nunca había estado, pero su imaginación consiguió geografías que a uno se le hacen imborrables. Una vez, en un diálogo privadísimo que tuve con Onetti en Madrid, los dos bastante borracho, como a las cinco a seis de la mañana, le pregunté: aquí entre nosotros, ¿cuál es el escritor que de veras te influyó? Y me dijo: el mismo que a vos: Salgari.