La Jornada Semanal, 2 de abril del 2000



Eduardo Hurtado

Contra la pura muerte

Eduardo Hurtado parte de un endecasílabo ``tanguero y memorable'', publicado en uno de los primeros libros de Juan Gelman (Cólera buey) y que así dice: ``el emperrado corazón amora'', para construir este ensayo lleno de admiraciones y de hallazgos críticos. ``Amorar no es cosa fácil. El que amora camina por el filo de la pérdida, debe asumir las fatigas que acarrea la persistencia en el amor'', nos dice el maestro Hurtado cuando traza el mapa de las obsesiones de Gelman. Entre otras figuran: ``la poesía, la mujer, el erotismo, los compañeros caídos por una esperanza, el barrio y la niñez, Dios y su ausencia, la patria y la intemperie, la belleza, todavía, de este mundo''. Con este magnífico ensayo, nuestro suplemento se une al homenaje nacional al poeta Juan Gelman.

Hoy es ayer representa mucho más que el balance personal de una obra: es la hermosa biografía de Juan Gelman. El título viene de Quevedo y propone los términos de una reconciliación que abarca escritura y vida, presente y pasado, el poema y la historia. La raíz de este pacto se nos revela entera en un endecasílabo tanguero y memorable: ``el emperrado corazón amora''. El verso aparece en uno de los primeros poemarios de Gelman, Cólera buey (1962-1968), y su insistencia afirmativa atraviesa este recuento de principio a fin. Amorar, verbo que extiende su dominio más allá de los diccionarios, compendia el oficio de un poeta que ha retado a la muerte y a su funesta parentela:

Amorar no es cosa fácil. El que amora camina por el filo de la pérdida, debe asumir las fatigas que acarrea la persistencia en el amor. Con este verbo esencial el poeta rechaza las comodidades de la sinonimia. Amar no es querer. Amor no es cariño. El amorar de Juan Gelman traza el mapa puntual de sus obsesiones: la poesía, la mujer, el erotismo, los compañeros caídos por una esperanza, el barrio y la niñez, dios y su ausencia, la patria y la intemperie, la belleza, todavía, de este mundo. También es el núcleo de un contralenguaje alzado para enfrentar las calamidades que lo abruman: la injusticia, el olvido, el silencio obligatorio, la derrota, las cucharadas del señor Scott, la ``barbaridá'' de la tristeza, la perradura del vivir. Amorar, sin embargo, no es el fuero de nadie: aunque hay quien vive y muere sin conocer sus claves (``dar lo que no se tiene, recibir lo que no se da''), el verbo implica un sentimiento que pertenece a todos los tiempos y lugares -y en esta zona compatible se humana la poesía de Juan Gelman:

Leer poesía es también una forma de completarnos en el resto. Los re/creadores de este libro debemos aportar dosis iguales de rebeldía y persistencia para sostener la fuego que lo anima. La fuego escribo y no por error sino por solicitar una de las fórmulas con las que Gelman escarba en la secreta feminidad de cada cosa. En su imaginario el mundo se amujera. Sus poemas enfrentan la violencia con asaltos de gracia y de ternura. Otras veces, más raras, las cosas de signo femenino mudan de género y nos entregan su soterrada condición solar.

Con armas como ésta Gelman aborda una realidad casi siempre convulsa sin convertirse en amanuense del desastre. Julio Cortázar afirma que Juan Gelman, ``hombre al que le han segado la familia y que ha visto morir o desaparecer a los amigos más queridos'', ha transformado una vivencia que supone un máximo de situaciones desfavorables en un contragolpe afirmativo. Esta capacidad para ``volver las cosas del lado de la luz'' singulariza la tentativa de un poeta que ha renunciado a los códigos habituales de la escritura combatiente. No es común que un escritor con sus preocupaciones sepa esquivar los desahogos líricos, la falsa simplicidad, la evocación llorosa de las ofensas consabidas. La rebeldía de Gelman alcanza los más diversos temas y se ejercita en las más inusitadas formas de exploración verbal.

Para un poeta que ha vivido los crímenes de una dictadura, la demagogia degradante, el hostigamiento y el exilio, la desaparición de sus compañeros, el secuestro de su hijo y de su nuera embarazada, la lenta incertidumbre, la confirmación de sus muertes y la imposibilidad de encontrar al nieto nacido en un campo de concentración; para un poeta marcado por estas experiencias, el dolor y la rabia forman parte del sentimiento de lo inefable. Con todo, la poesía de Juan Gelman no demanda la abolición del sentido en nombre de los escándalos del odio. Hacerlo en una época en la que el significado de las palabras se desvanece equivaldría a la actividad de un ejército que ametrallase cadáveres (la imagen, perturbadora y exacta, es de Octavio Paz).

Para Gelman el poema es un conjunto de signos en busca de significación. ¿Cómo escribir esto que me pasa -parece plantear en cada verso-, cómo trasladarlo a la materia verbal sin desatender ni una sola de las infinitas sugerencias que conforman la trama de lo real? La pregunta describe la imposibilidad que anida en la raíz de toda poesía. ``Lo subjetivo -afirma Gelman en una entrevista reciente- abarca la historia, la amistad, la música, la pintura, todo lo que pasa por uno y aquello por donde uno pasa.'' De ahí su empeño en restaurar el diálogo entre lo decible y lo indecible. Desde una perspectiva ética, para Gelman sería injustificable la búsqueda de un lenguaje que abarque los complicados juegos del pensamiento y la imaginación, si ese lenguaje no aludiera, en forma directa o indirecta, a su circunstancia histórica.

En el habla poética de Gelman las palabras evitan los trazos rectos: describen una espiral que se despliega del decir al ser, de la comunicación al contacto. Con el lenguaje de todos los días el autor nombra cosas distintas a las que todos nombramos. El diminutivo, por ejemplo, desplaza en sus poemas una carga expresiva semejante a la que a veces hallamos en la poesía arábigo-andaluza y en la lírica primitiva española. La extrañeza que a veces nos provoca la sintaxis rajada y fragmentaria de Gelman, halla un contrapunto de intimidad en el ``hablar niñando'' de las pequeñas cosas: zapatitos de seda que no hacen ruido en el amor, huesitos en guerra, desarbolitos, sillitas para los compañeros moridos, maripositas hondas, palitos que mezclan tristezas y deleites, pajitas que davueltean en el aire, cucharitas para revolver las sombras, aguitas del candor.

El uso constante del voseo subraya el apego de Gelman a la jerga porteña, pero también su vocación de disolver el yo en la insistencia del tú. El yo locutor toma el relevo de la función enunciativa, pero en nombre del Otro. El poeta es un mero endosante capaz de organizar una iluminación de lo real. Por eso para Gelman el habla poética está en un plano muy próximo a la experiencia del místico. Los comentarios que nos propone a partir de Santa Teresa, San Juan de la Cruz, Hadewijch, Homero Manzi, Lepera o Baudelaire (Comentarios, 1978-1979), suponen un mismo fondo para la poesía, el amor y la fábula mística: la necesidad de llenar una carencia. Como San Juan, que en el balbuceo encuentra una manera de hablar y de acercarse al Silencio (``un no sé qué que quedan...''), Gelman ensaya colmar la incompletud inherente a todo lenguaje (``pedazos del hablar/ grandezas rotas'') con la tenacidad en la escritura. En esta perseverancia desarrolla una fórmula que lo redime de todos los exilios.

Desterrado de la patria al mediar los años setenta, Gelman ha transformado el exilio en un acicate. Con humor y con amor, durante más de veinticinco años se ha consagrado a explorar todo aquello que la expulsión pretendió arrebatarle. Paradójicamente, y es aquí donde se revela el alcance de su apuesta, muchas de esas cosas ha venido a encontrarlas por primera vez. Uno de sus mejores poemas, el que dedica a Marcelo Ariel Gelman (Carta abierta, 1980), escrito cuando el poeta aún no tenía plena constancia del asesinato de su hijo a manos de la ``inteligencia'' militar, debe leerse como el testimonio de un hombre dividido entre el miedo a la ausencia irrevocable y la obstinada afirmación de la esperanza:

El fondo humano de esta obra nada tiene que ver con el propósito de conciliar la acción revolucionaria y el ejercicio de la poesía; descansa, en cambio, en un sentimiento compartido de inestabilidad. Sobreviviente de una pesadilla irreal, Gelman escribe poemas cargados de signos de interrogación. Sus preguntas expresan un estado que nada puede fundar sino su propia incertidumbre. En sus preguntas tiembla la confusión que a todos nos desvela.

Carta a mi madre (1984-1987) es uno de los poemas mayores de este libro -y uno de los más impresionantes escritos en lengua española durante la segunda mitad del siglo XX. La circunstancia en que germina no puede ser más dramática: cinco minutos después de conocer la noticia del fallecimiento de su madre en Argentina, el poeta recibe una carta que ella misma le envió poco antes de morir. De esta misiva sólo sabemos que ha sido escrita con interrupciones forzadas por la enfermedad y el cansancio. La carta de Gelman parecería definir la condición de la poesía en los tiempos que corren: recoge un pre/texto inconcluso, no lleva inscritos fecha ni rumbo y su destinatario es un fantasma que se aloja en el desorden de la memoria. Una vez más, el poema se despliega como una sucesión de interrogantes. Cada pregunta lleva a la que sigue hasta formar una corriente de perplejidades.

Las obsesiones de Gelman aparecen aquí regidas por una ausencia inacabada -otra metáfora de nuestro tiempo-, y desarrollan toda su complejidad sometidas al fuego de las oposiciones: interior/intemperie, cuna/exilio, amor/separación, memoria/olvido. En el poema todas estas parejas rechazan la seguridad de las confrontaciones excluyentes; a cambio, se atraen y se repelen sin reposo hasta conformar una visión hecha de pura contingencia. Como si el poeta flotara ciego y a placer sobre un mar de incertidumbres, las palabras avanzan con acento apacible ahí donde más arrecia el vaivén de la duda:

Juan Gelman levanta sus poemas con la materia de dos combustiones: cenizas del lenguaje, cenizas de la historia. Su poesía consigue reunir lo que de pronto parece divorciado para siempre: ``¿así viaja el amor/ de ser a antes de ser?'', pregunta el poeta, y sin respuestas terminantes prepara un horizonte afirmativo. El amor no nos cambia: nos empuja a ser sí mismos. En él cesa el destierro y todo lo que no es suave. Por él puede el almita retornar a su barrio. Con él hacemos vallas contra sus enemigos: contra los déspotas y su milicia; contra los usureros que arden helados matando todo lo que se mueve por amor; contra la pura muerte.