La Jornada Semanal, 19 de marzo del 2000



(h)ojeadas

Una tragedia en el everest

Leo Eduardo Mendoza

Jon Krakauer,
Mal de altura.
Crónica de una tragedia en el Everest,

Ediciones B,
Barcelona, España, 1999.

Corría el año de 1852 cuando el agrimensor bengalí Randhanath Sidjar descubrió, mediante complicados cálculos, que en las nevadas cimas del Himalaya se encontraba la montaña más alta del mundo, conocida hasta ese entonces como Pico XV y que, de acuerdo con Sidjar, se elevaba 8,840 metros sobre el nivel del mar. Hoy sabemos con exactitud que son 8,848 metros. La montaña fue bautizada como Everest en honor al anterior topógrafo general de la India, y a lo largo de 101 años, quince expediciones y veinticuatro vidas de escaladores, fue -y aún es- una obsesión para los practicantes del alpinismo, un deporte peligroso pero profundamente atractivo que en un solo año cobra más víctimas que todas las habidas en la historia del boxeo.

El Everest fue conquistado por vez primera en 1953 por el neozelandés Edmund Hillary -hoy nombrado sir, y cuya autobiografía se titula Una visión desde la cumbre..., quien fue acompañado por el ya fallecido sherpa Tenzing Norgay, aun cuando algunos revisionistas de la historia han especulado que en 1924 Leigh Mallory (ídolo del grupo Bloombsbury) o Adrew Irvine, ambos desaparecidos, lograron coronar a esa montaña donde muere uno de cada cuatro montañistas que asaltan el techo del mundo.

Para otros, los más osados entre los alpinistas, la verdadera conquista del Everest sólo fue hecha años más tarde, cuando se ascendió sin el auxilio de oxígeno suplementario.

Poco a poco el Everst dejó de ser La Montaña, o al menos eso parecía. Entre los años setenta y ochenta se crearon diversas compañías que se encargaban de llevar a la cumbre a personas cuyos conocimientos y práctica como escaladores no eran muy buenos, y miles de turistas de alto riesgo inundaron de basura esa montaña a la que los sherpas consideran sagrada, aun cuando para el reino de Nepal el cobro por los derechos de escalar el Everest es una importante fuente de divisas.

Nada parecía romper esta tranquilidad y, sin embargo, entre el 11 y el 25 de mayo de 1996, doce personas murieron al intentar coronar la montaña. Entre quienes fallecieron se encontraban miembros de la primera expedición sudafricana, dos guías expertos, alpinistas taiwaneses y Yasuko Namba, la mujer de mayor edad que haya alcanzado la cumbre. En esa temporada, en el Everest hubo alrededor de dieciséis expediciones y ochenta y cuatro personas llegaron a la cima. Entre quienes lo hicieron se encontraba el periodista Jon Krakauer, un fanático del alpinismo llevado ahí por Adventure Consultants y la revista Outside. El 10 de mayo coronó la montaña al promediar la tarde y bajó al cuarto campamento casi al borde de la muerte, extenuado, con el oxígeno de reserva totalmente comsumido, y casi delirando. La tormenta sorprendió a otros escaladores cuando apenas iniciaban el retorno. Once pasaron la noche a la intemperie en el collado sur. De los ocho miembros de su expedición, cinco murieron y uno más sobrevivió de milagro, aunque perdió un brazo.

¿Qué fue lo que pasó en el Everest ese día? ¿Cómo se convirtió en una tragedia lo que parecía un viaje hacia la aventura y la realización de uno de los grandes sueños de Krakauer? ¿Podría haberse hecho algoÊpor quienes fueron abandonados a su suerte, moribundos ya? Estas y otras preguntas han asaltado a Krakauer desde entonces y, al tratar de contestarlas, al ajustar cuentas con el pasado, surgió un libro estremecedor y polémico: Mal de altura. Crónica de una tragedia en el Everest.

Con un gran olfato periodístico -no hay que olvidar que el autor siguió la pista de un joven que se dedicó a vagar por Estados Unidos para acabar muriendo en Alaska, historia que Krakauer cuenta en su libro anterior, titulado Hacia rutas salvajes-, el autor narra la historia de esta tragedia mezclando la historia de la exploración de esta montaña con la vida de sus compañeros, así como todos los preparativos y el proceso de aclimatación a las grandes alturas que realizaron guiados por el neozelandés Rob Hall, uno de los que murieron en la cima.

El resultado es apasionante: el libro se lee como una novela y hay pasajes que golpean todas nuestras certidumbres: Hall, agonizante, llama a su esposa en Nueva Zelanda para despedirse, a sabiendas de que es imposible rescatar a alguien a esas alturas, o bien, el momento en que Stuart Hitchson tiene que abandonar en el collado sur, casi sin vida, a Yasuko Namba y a Seaborn Weathers, quien regresó milagrosamente de entre los muertos. El subtítulo de tragedia es de lo más adecuado: todo montañista sabe que arriesga la vida al ascender, máxime si se trata de los picos del Himalaya que cobran una cuota muy alta en vidas.

Sin embargo, hay algo heroico en estos hombres tocados por el mal de la montaña; algo de locura sagrada que los impulsa a seguir adelante sin importar el riesgo. Cualquiera que haya subido a una elevación montañosa por sus propios medios -así se trate del Tepozteco- sabe del éxtasis que se siente al llegar a la cima. Imaginemos ahora lo que sienten estos hombres elevándose a alturas de siete u ocho mil metros. Eso es quizá lo que buscan, o tal vez la sensación de vivir en el límite, la seducción del abismo, ese vértigo que nos atrae y nos repele. Quizá sea eso a lo que los románticos llamaban la atracción de la Medusa. Leyendo el libro de Krakauer se vislumbra algo: por un lado hay un deseo irracional, una búsqueda del peligroÊque puede resultar inexplicable paraÊlos lectores, y, por otro, ese deseo de la aventura, ese acercamiento al peligro que nos recuerda que, aun como habitantes de ciudades, en el fondo todavía somos nómadas.

No hay lección ni moraleja en el libro de Krakauer, más allá de reconocer que el Everest es todavía una montaña difícil, peligrosa, donde las fuerzas de la naturaleza golpean con toda su furia.

La forma en la que Krakauer pintó a uno de los guías de otra expedición -el alpinista ruso Anatoli Boukreev- desató una agria disputa que se vio reflejada en la publicación de otro libro, The Climb (el ascenso), en el que Boukreev daba su propia versión de los hechos. En Mal de altura, el periodista estadunidense trata de enmendar los errores de esta publicación aun cuando ya no tendrá respuesta ni podrá, como lo intentó, reconciliarse con el alpinista ruso, quien murió el 24 de diciembre de 1997 al intentar alcanzar la cima del Annapurna.

No son raras estas disputas: recuérdese que tan sólo en México dos de nuestros más distinguidos alpinistas se han en enzarzado en polémicas semejantes en torno a sus méritos y a sus ascensos. Quizá por ello Krakauer trata de ser lo más objetivo posible, luchando contra todo lo que de subjetivo hay en el recuerdo, contra la manera en la que a veces construimos nuestros recuerdos. Es por ello que no podemos afirmar si esta versión de los hechos es la definitiva. Lo que sí podemos decir es que su libro es terrible y fascinante.



a n t o l o g í a

El género de la literatura
sin géneros

Betina Keizman

Gabriella de Beer,
Escritoras mexicanas contemporáneas:
cinco voces,

Fondo de Cultura Económica,
México, 1999.

Las cinco autoras seleccionadas por Gabriella de Beer son María Luisa Puga, Silvia Molina, Brianda Domecq, Carmen Boullosa y Angeles Mastretta. El trabajo de cada escritora es enfocado desde tres perspectivas: un ensayo crítico, una entrevista y una selección de textos que, tal como señala Gabriella de Beer, constituyen ``una unidad coherente y atractiva''. El ensayo crítico es, en realidad, una presentación que incluye un detallado argumento de los libros de cada autora y de su propuesta estilística, un esbozo de su relación con la escritura y con algunos aspectos de su vida. Estos textos introductorios retoman afirmaciones que hallaremos también en las entrevistas, sobre todo en lo relativo al desarrollo profesional y a la opinión que cada una tiene respecto a la literatura femenina. Las preguntas de las entrevistas se repiten a grandes rasgos: cómo empezó a escribir, qué autoras de su generación y de la precedente considera importantes, cómo relaciona el ejercicio literario con otras responsabilidades -domésticas, profesionales, familiares- (una pregunta que muy difícilmente se le haría a un hombre escritor), etcétera.

Entre la antología y el ensayo crítico, el libro de Gabriella de Beer excede el primero sin consumar el segundo. Si el objetivo del libro es presentar a estas cinco voces, lo cumple sobradamente porque la introducción inicial permite conocer de un modo global la producción de cada escritora y porque la entrevista transmite el modo en que cada una concibe su escritura y cómo la ubica en un contexto mayor (el mexicano y el literario en general; el femenino y el masculino, en los casos en que esta división se considera pertinente). De Beer ha privilegiado las voces de las escritoras y eclipsado la suya, lo que se revela, por ejemplo, en su apropiación de las palabras con que las escritoras describen su trabajo (de Carmen Boullosa afirma que ``cada obra la aterroriza; la invaden las dudas acerca de si conviene publicarla o no''). Sin duda consciente, esta elección deja al lector huérfano en la polémica que implícitamente se genera respecto de la literatura femenina y su tan discutible identidad. Las escritoras incluidas (con la excepción de Brianda Domecq, cuya opinión diverge en algunos aspectos) cuestionan la existencia de una literatura femenina y combaten el concepto de la literatura hecha por mujeres revalorizando su carácter de literatura a secas. Hay un acuerdo en señalar una perspectiva femenina, nacida de la experiencia, pero que no necesariamente se considera exclusiva de las mujeres. Algunas de las entrevistadas plantean su trabajo como una exploración hacia temas más amplios, que superan la reflexión centrada en la problemática de la mujer que caracterizó la producción de las primeras escritoras que se reivindicaron como tales.

Escritoras mexicanas contemporáneas: cinco voces constituye un medio privilegiado para acercarnos a la obra de estas autoras, a afirmaciones que no se olvidan fácilmente, como ésta de Carmen Boullosa: ``la patria de los escritores es la lengua'', o la propuesta de María Luisa Puga de analizar la literatura femenina privilegiando los tratamientos literarios sobre los genéricos. De algún modo, el libro responde a su título: es la presentación de cinco voces magníficamente culminada con la breve pero significativa selección de textos que cierra cada sección. Sin duda, después de leer el libro de Gabriella de Beer seremos muchos los que volvamos a algunas de estas autoras que se revelan de lectura ineludible.



FICHERO

Ensayo (filosófico)

Bioética y derecho. Fundamentos y problemas actuales, Rodolfo Vázquez (compilador), Col. Sección de Obras de Política y Derecho, Instituto Tecnológico Autónomo de México/Fondo de Cultura Económica, México, 1999, 281 pp.

La afectividad colectiva, Pablo Fernández Christlieb, Col. Pensamiento, Editorial Taurus, México, 2000, 208 pp.

La huella del otro, Emmanuel Levinas, Col. La huella del otro, prólogo de Silvana Rabinovich, traducción de Esther Cohen, Silvana Rabinovich y Manrico Montero, Editorial Taurus, México, 2000, 117 pp.

Ensayo (literario)

América sintaxis, Adolfo Castañón, Col. Las horas situadas, Conaculta/FONCA/Editorial Aldus, México, 2000, 565 pp.

Ensayo (político)

La consagración del ciudadano. Historia del Sufragio Universal en Francia, Pierre Rosanvallon, traducción de Ana García Bergua, Col. Itinerarios, Instituto Mora, México, 1999, 449 pp.

Historia

Esclavos africanos en la Ciudad de México. El servicio doméstico durante el siglo XVI, Lourdes Mondragón Barrios, Col. Páginas Mesoamericanas núm. 2, México, 1999, 83 pp.

Narrativa

Aquel domingo, Jorge Semprún, Col. Andanzas, Tusquets Editores, Barcelona, España, 1999, 445 pp.

Cosecha de verdugos, Felipe Agudelo Tenorio, Col. Los libros de la oruga, Ediciones Casa Juan Pablos/Ediciones Sin Nombre, México, 1999, 197 pp.

Borges múltiple. Cuentos y ensayos de cuentistas, Pablo Brescia y Lauro Zavala, (compiladores), Col. El Estudio, UNAM, México, 1999, 391 pp.

El hombre sentimental, Javier Marías, epílogos de Juan Benet y Javier Marías, Editorial Alfaguara, México, 2000, 174 pp.

Estampas, dichos y consejas para niños zapotecas, Gabriel López Chiñas, ilustrador: Demián Flores Cortés, Editorial Praxis, México, 2000, 53 pp.

Fuera del cascarón, David Lodge, traducción de Carme Camps, Col. Compactos Anagrama, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 2000, 311 pp.

Historia abreviada de la literatura portátil, Enrique Vila-Matas, Col.

Compactos Anagrama, Editorial Anagrama, Barcelona, España, 2000, 124 pp.

Un hombre con encanto, Alice McDermott, Col. Andanzas, traducción de Vicente Campos, Tusquets Editores, Barcelona, España, 292 pp.