La Jornada Semanal, 2 de abril del 2000



Luis Tovar

Para Muestra basta la de Guadalajara

Los jurados de la Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara consideraron que cinco de las siete películas presentadas a concurso tenían, por lo menos, algunos aspectos premiables. El jurado oficial dio el premio a De ida y vuelta, del debutante Salvador Aguirre. La ocic premió a En el país de no pasa nada, de Maricarmen de Lara, mientras que el público se inclinó por En un claroscuro de la luna, dirigida por Sergio Olhovich y la crítica nacional dio su voto a Rito terminal de Oscar Urrutia Lazo. Estos datos, dice el maestro Tovar, demuestran que nuestro cine ``todavía se mueve'' y goza de ``una mala salud de hierro'', como el personaje de la novela de Benito Pérez Galdós.

La Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara es, desde hace quince años, uno de los mejores instrumentos con los que contamos para evaluar el estado en que se encuentra nuestra cinematografía. En esta Muestra se presentan exclusivamente las películas mexicanas que todavía no se exhiben comercialmente -razón por la cual este año las cintas Todo el poder y La ley de Herodes, todavía en cartelera, no entraron a la llamada Sección Oficial-, y hasta la edición pasada competían, dentro de dicha Sección, por un único premio a la mejor película, al que este año se sumaron otros reconocimientos: al mejor director, al mejor actor y a la mejor actriz. Además, en la Muestra se entregan algunos premios más: el de la Organización Católica Internacional de Cine (OCIC), el de la Crítica Nacional y el que mediante votación concede el público asistente a las funciones de la Muestra.

No es raro que una película determinada corra muy distinta suerte de un festival cinematográfico a otro; a excepción tal vez de los conocidos paralelismos entre el Globo de Oro y el Oscar, en Estados Unidos, cada grupo de jurados llega a decisiones que a veces no se parecen nada a las de otros colegas suyos, para no hablar de las opiniones y esperanzas de realizadores y público. Esto viene a cuento porque en la XV Muestra de Cine Mexicano en Guadalajara, cada una de las entidades encargadas de emitir un fallo se inclinó por una película distinta: el jurado oficial dio su premio a De ida y vuelta, del director debutante Salvador Aguirre; la OCIC dio el suyo a En el país de no pasa nada, de Maricarmen de Lara; el público, por su parte, prefirió En un claroscuro de la luna, dirigida por el veterano Sergio Olhovich; y finalmente, la crítica nacional vio ganar a Rito terminal, de Oscar Urrutia Lazo.

Con estos resultados hubo más ganadores que perdedores, pues de los siete largometrajes participantes, sólo Entre la tarde y la noche, de Oscar Blancarte, La segunda noche, de Alejandro Gamboa, y Crónica de un desayuno, de Benjamín Cann, no fueron consideradas como la mejor película de la Muestra (y habría que quitar de la lista de ``perdedoras'' a esta última, si contamos el reconocimiento extraoficial entregado por un grupo de periodistas que cubren la ``fuente'' cinematográfica). Ante tan nutrido grupo de películas ganadoras, pareciera haber muchos motivos de celebración: si de siete películas cinco tuvieron uno o más elementos premiables, eso querría decir que casi todas son muy buenas. Aunque, por otro lado, también puede significar un par de cosas: primero, que ninguna de las siete tiene el punch que se necesitaba para lograr la aclamación que, por ejemplo, el año pasado, sí obtuvo Bajo California, el límite del tiempo (y que repitió en la entrega de los Arieles); y segundo, que los criterios de premiación de los distintos jurados en la Muestra no se parecen en nada.

Lo cierto es que los siete largometrajes son notoriamente distintos uno de otro, tanto en lo que se refiere a la historia que cuentan, como al estilo para contarla. Y esto, que puede parecer una obviedad, tal vez sea una de las razones más importantes para la discordia que imperó entre los premiadores.

Una por una

Contada en tono trágico, De ida y vuelta es la historia de un hombre joven que, tras vivir una temporada en Estados Unidos, a donde llegó de mojado buscando trabajo, vuelve a su pueblo de Michoacán. Lo que encuentra es desalentador: la mujer que amaba se ha casado con otro; el dueño del rancho donde creció ha muerto y ahora quien manda es un medio hermano suyo, que suele conseguir lo que quiere a fuerza de balas. Se ve obligado a viajar a la capital, de nuevo en busca de trabajo, pero la ciudad tampoco lo trata bien. Tan solitario como regresó, pero ahora con desaliento, se ve obligado a emprender el camino de vuelta.

En el país de no pasa nada es una comedia ligera que cuenta la historia de un funcionario corrupto que se encarga de los enjuagues propios y los de su jefe, que engaña a su mujer y que, un día, es secuestrado por una pareja pobre capaz de contentarse con lo que pueda ``ordeñar'' de las tarjetas de crédito de su víctima. La esposa del secuestrado no tiene mayor interés en que su marido vuelva y, al final, éste es abandonado por ella, por su jefe y hasta por los secuestradores.

En un claroscuro de la luna es la melodramática historia de una joven mujer tabasqueña que, luego de que su esposo es asesinado, entra en un estado como de trance, no habla, apenas se mueve por su cuenta y deja que su vida transcurra, sentada en una mecedora. Su padre, ruso de nacimiento, se la lleva a vivir a su pueblo de origen, donde ella, gracias a la ayuda de una mujer de la localidad y al nacimiento de un nuevo romance, sale del estado semicatatónico en el que se encontraba.

Mezcla de realismo y brujería, Rito terminal narra la experiencia de un fotógrafo profesional que ha ido a un pueblo en la sierra a realizar un documental antropológico. Al volver a la ciudad se da cuenta de que hay algo raro en las fotografías que tomó, y vuelve al pueblo para averiguar la razón. Entre visiones de un pasado que él no vivió, es recibido y manipulado sobrenaturalmenteÊpor una vieja mujer que domina las artes de la brujería; incapaz de comprender las fuerzas que giran en su torno, apenas es capaz de salir indemne de los ritos a los que lo somete la mujer.

Entre la tarde y la noche es la historia de un reencuentro: el de una mujer madura que quiere y no puede ser escritora, que vuelve al puerto de Mazatlán para enfrentarse tanto a su decrépito padre como a los fantasmas de su propio pasado: entre los más importantes, una niñez alegre que ya se fue, un tío amoroso al que quería más que a nadie, una madre a la que no conoció y a la que tenía prohibido nombrar... El reencuentro y consecuente ajuste de cuentas se resuelve con la escritura que, finalmente, fluye en las teclas de su computadora.

Ligera y sin mayores pretensiones, La segunda noche alude, al menos en su título y con la presencia de una de sus protagonistas, a La primera noche, el anterior largometraje del director Alejandro Gamboa. Lo que se busca contar aquí son cuatro distintas maneras en que las adolescentes urbanas pueden enfrentar su ingreso a los asuntos amorosos y sexuales: a una le urge perder la virginidad; a otra le viene bien esperar al ``hombre ideal'' y prefiere los romances a la antigüita; la tercera pasa más tiempo borracha y peleando con su madre que pensando en hombres (aunque sí encuentra a su pareja); y la cuarta tiene la desventura de enamorarse de un hombre casado, lo que le hace perder el interés por los hombres, al menos momentáneamente.

Irritante y capaz de hacer que las buenas conciencias abandonen la sala, Crónica de un desayuno quiere ser un retrato descarnado y sin concesiones de la familia mexicana urbana de fin de siglo. La mayoría de sus personajes parecen sacados del último de los manicomios: un hombre joven que no abandona su sillón ni para ir al básquet; su madre, que puede pasar del llanto a la risa en un minuto, prácticamente sin motivo alguno; un travesti que le confiesa a su pareja en turno que no es mujer hasta el último momento, que es capado como ``castigo'', para luego buscar su pene entre la basura...

Lo que la Muestra demuestra

En primer lugar -y no es cosa menor-, lo que se demostró en Guadalajara es que, parafraseando a Galileo, nuestro cine todavía no termina de salir del añejo bache pero todavía se mueve. En la edición pasada fueron once las películas presentadas en la Sección Oficial, contra siete en este año. Si se cuentan las mencionadas Todo el poder, La ley de Herodes y se suma Las alas de corazón, dirigida por Laura Mañá, que sí estaba considerada pero su posproducción le impidió llegar a tiempo, la cifra es casi la misma. En la búsqueda de la continuidad sin la cual nuestro cine no puede mejorar en términos de calidad -sobre todo si nos caen encima las barrabasadas que están a punto de cometerse por culpa de la ley del doblaje-, la consigna es simple aunque no de fácil cumplimiento: tiene que seguir filmándose, tiene que aumentar la cifra de películas y la variedad de las propuestas temáticas y formales, que sigan contrarrestando, aunque sea parcialmente, el alud de producciones extranjeras que inunda la cartelera.