La Jornada Semanal, 30 de abril del 2000


Osip Mandelstam

El fin de la novela

Osip Mandelstam murió a fines de 1938 en el infierno helado de Siberia. En 1922 escribió este bello texto que aquí ofrecemos a nuestros lectores en la traducción impecable de Selma Ancira. Mandelstam estudió las características del roman de réussite (novela de éxito) y de su ``principal fuerza motora que no es el amor, sino la carrera, es decir, la voluntad de abrirse paso desde las capas bajas y medias de la sociedad hasta la cima''. Todo esto resulta ahora tremendamente decimonónico. Para el gran poeta, ``el último ejemplo de novela europea de biografía centrífuga es Jean-Christophe, de Romain Rolland''. Considera, además, que el destino de la novela es el de la ``dispersión de toda biografía'' y en última instancia, el de ``la muerte irremediable de la biografía''.

Osip Mandelstam, uno de los más grandes autores de la poesía rusa del siglo XX, nació en Varsovia en 1891. Su adolescencia transcurrió en San Petersburgo pero muy pronto comenzó a viajar. En 1907 se trasladó a París, en donde se sintió atraído por los simbolistas franceses. Años más tarde, en 1911, cursó un año en la Universidad de Heidelberg. De vuelta en Rusia, en 1913, publicó su primer volumen de poesía que fue acogido con gran entusiasmo por parte de críticos y lectores. En 1934 fue arrestado y sólo gracias a la intervención de Pasternak escapó a la deportación. Fue condenado a tres años de exilio en Voronezh. Nuevamente arrestado en 1937, finalmente fue deportado. Se cree que murió hacia finales de 1938 en Siberia. ``El fin de la novela'' forma parte de un libro de ensayos que fue escribió entre 1910 y 1923 y que lleva por título La palabra y la cultura.

Selma Ancira

La novela se diferencia del cuento, de la crónica, de las memorias o de cualquier otro género de la prosa en que es un relato compuesto, cerrado, dilatado y concluido que versa sobre el destino de una persona o de un grupo de personas. Las vidas de santos, a pesar de todo lo elaborado de su fábula, no eran novelas, porque en ellas estaba ausente el interés mundano por el destino de los personajes y lo que se ilustraba era la idea general. Por el contrario, el relato griego Dafnis y Cloe se considera la primera novela europea ya que en ella aparece, por vez primera, el interés por los personajes como una fuerza independiente, motora. A lo largo de mucho tiempo la novela, como género, fue perfeccionándose y fortaleciéndose como el arte de interesar al lector en el destino de individuos aislados. Este arte se fue afinando, además, en dos direcciones. Por una parte se depuraba la técnica de composición que transformaba la biografía en fábula, es decir, en un relato pensado dialécticamente. Por otra parte, junto con la fábula, se fortalecía otro aspecto de la novela, secundario en esencia: el arte de la motivación psicológica. Los narradores del Quattrocento y los de Cent nouvelles nouvelles se limitaban, en sus argumentos, a la comparación de situaciones exteriores, lo que confería a los relatos una sequedad extrema, una ligereza elegante y un tono divertido. Los novelistas-psicólogos, como Flaubert y Goncourt, a costa de la fábula, centraban toda su atención en la argumentación psicológica y lo hacían de manera tan brillante que convirtieron un procedimiento secundario en un arte independiente.

Hasta últimas fechas la novela fue la razón central y esencial y la forma organizada por excelencia del arte europeo. Manon Lescaut, Werther, Anna Karenina, David Copperfield, El rojo y el negro, La piel de zapa y Madame Bovary fueron tanto sucesos artísticos como acontecimientos de la vida social. Se produjo una autognosia masiva de los contemporáneos que se miraban en el espejo de la novela, y también tuvo lugar una imitación masiva: la adaptación de los contemporáneos a los caracteres típicos de la novela. La novela educaba a generaciones enteras, era una epidemia, una moda social, una escuela y una religión. En la época de las guerras napoleónicas, alrededor de la biografía de Napoleón se originó un verdadero torbellino de pequeñas biografías que intentaban reproducir o imitar el destino de esta figura histórica central, sin llevarla a término pero sí variándola en distintos aspectos. Stendhal en El rojo y el negroconstruyó una de estas pequeñas biografías satélite.

Si en un principio los personajes de la novela eran personas de excepción y bien dotadas, en el declive de la novela europea se observa el fenómeno contrario: el héroe de la novela es una persona ordinaria y el centro de gravedad se traslada a la motivación social; es decir, que el verdadero héroe es la sociedad, como sucedeÊpor ejemplo en la obra de Balzac y en la de Zola.

Todo esto nos lleva a preguntarnos qué relación existe entre el destino de la novela y la manera en que cada época percibe el papel del individuo en la historia: no hace falta hablar de fluctuaciones históricas reales unidas al papel que desempeña tal o cual individuo, sino de cómo se resuelve el problema en un momento dado, tomando en cuenta que educa y forma los espíritus contemporáneos.

Hay que poner el florecimiento de la novela en el siglo XIX en dependencia directa de la epopeya napoleónica que incrementó extraordinariamente las acciones del individuo en la historia y, a través de Balzac y de Stendhal, abonó la tierra para la novela francesa y europea en general. La típica biografía del Bonaparte conquistador y triunfador se extendió a una decena de novelas de Balzac, las llamadas ``novelas de éxito'' (roman de réussite), donde la principal fuerza motora no es el amor, sino la carrera, es decir la voluntad de abrirse paso desde las capas bajas y medias de la sociedad hasta la cima.

Está claro que a partir del momento en que entramos en la era de poderosos movimientos sociales y de acciones de masas organizadas, los actos de individuos aislados comienzan a perder importancia y con ellos decae la influencia y el vigor de la novela para la que el papel que desempeña el individuo en la historia funge como manómetro, es decir, como indicador de la tensión de la atmósfera social. La medida de la novela es una biografía o un conjunto de biografías. Desde sus primeros pasos el nuevo novelista sintió que no existía un destino aislado e intentó arrancar del suelo, con raíces y atributos, la planta social que le era necesaria. De esta forma la novela siempre nos propone un sistema de hechos regido por la continuidad de la biografía, calculado con la medida de la biografía, que se sostiene únicamente porque la novela está bien compuesta, porque en ella habita la fuerza centrífuga de nuestro sistema planetario, y porque la fuerza centrípeta no prevalece definitivamente sobre la fuerza centrífuga.

Podemos decir que el último ejemplo de novela europea de biografía centrífuga es Jean-Christophe de Romain Rolland, el canto del cisne de la biografía europea que, por la nobleza y la majestuosidad armónica de sus procedimientos sintácticos, nos hace pensar en Wilhelm Meister de Goethe. Jean-Christophe cierra el ciclo de la novela. A pesar de toda su modernidad es una obra anticuada; en ella se recoge la antigua miel centrífuga de las razas latina y germánica. Para que la última novela pudiera ser creada se necesitaban dos razas (que se unieron en la persona de Romain Rolland); sin embargo, eso no habría sido suficiente. Como toda la novela europea, Jean-Christophe se pone en movimiento gracias al fuerte impulso del golpe revolucionario de Napoleón que busca expresarse a través de la biografía beethoveniana de Christophe, a través del contacto con la inmensa figura del mito musical surgida de la napoleónica crecida de las aguas de la historia.

El destino posterior de la novela no será otro que la historia de la dispersión de toda biografía como forma de existencia de un individuo, incluso más que dispersión: la muerte irremediable de la biografía.

El sentido del tiempo que le pertenece al hombre para que pueda actuar, vencer, morir, amar, constituyó la tonalidad fundamental en la que se modulaba la novela europea, ya que, vuelvo a repetirlo, la unidad de medida de la novela es la biografía de un individuo. La vida de un hombre no es en sí una biografía y no da estructura ósea a la novela. El hombre que actúa en tiempos de la vieja novela europea es una especie de eje alrededor del cual gira todo un sistema de hechos.

Hoy, los europeos han sido expulsadosÊde sus biografías como las bolas de billar de sus troneras, y el mismo principio que dicta la colisión de las bolas en la mesa de billar dicta las leyes de sus actividades: el ángulo de incidencia es igual al ángulo de reflexión. Un hombre sin biografía no puede ser el eje temático de la novela y, por otro lado, la novela es inconcebible si no existe interés por el destino del hombre, por la fábula y por todo lo que la acompaña. Además, el interés por la motivación psicológica -en donde con tanta habilidad buscaba refugiarse la novela en decadencia, presintiendo ya su muerte- fue minado y desacreditado de raíz por la naciente inconsistencia de los móviles psicológicos frente a las fuerzas reales, cuya condena a dichas motivaciones se volvía por momentos más cruel.

Desde sus inicios la novela contemporánea se vio privada de la fábula, es decir, de un héroe que actuara en el tiempo que le había tocado vivir, y de la psicología, puesto que ya no motivaba ninguna acción.

Traducción de Selma Ancira