La Jornada Semanal, 7 de mayo del 2000



(h)ojeadas

La república de la noche

Enrique Serna

Xavier Velasco,
Luna llena en las rocas,
Cal y Arena,
México, 2000.

Para recrear con fidelidad las atmósferas de la vida nocturna en una ciudad donde todo está permitido, se necesita sentir atracción por el abismo, disolver la propia individualidad en el ser colectivo, renunciar al papel de testigo y asumir el de cómplice. Desde el boom de la crónica urbana en los años ochenta, muchos escritores han intentado tomarle el pulso a la bohemia de la ciudad, pero muy pocos logran abandonar sus ideas preconcebidas para alcanzar una simbiosis espiritual con los náufragos de la noche. En teoría, un cronista debe observar la realidad con sentido crítico y mantenerse a prudente distancia del hecho narrado, pero cuando se trata de atrapar algo tan volátil como una emoción compartida, la objetividad puede ser un estorbo. Cada tugurio, cada bar para oficinistas, cada discoteca de moda es un mundo con leyes propias, y para descifrarlo, el cronista debe primero descifrarse a sí mismo. Haber exacerbado la subjetividad de la crónica para convertir su campo de observación en objeto erótico es uno de los méritos de Xavier Velasco, autor de Luna llena en las rocas, una radiografía de la vida nocturna capitalina que puedeÊleerse también como una novela fragmentaria: el autorretrato de un noctámbulo dotado con una formidable aptitud mimética para interiorizar las euforias, las angustias disimuladas y los anhelos secretos de sus congéneres.

Velasco se inició como crítico de rock, y a principios de los noventa publicó la biografía musical Una banda nombrada Caifanes, donde ya despuntaban sus virtudes como narrador. Más tarde publicó por entregas Los hijos de Ziggy Stardust, una novela en clave, parcialmente rimada y versificada, en la que narró las andanzas de otro grupo de rock, la Sonora Fabergé, con un humor pantagruélico y delirante. Esos textos fueron el laboratorio para la creación de un estilo que ha ido ganando eficacia narrativa con el paso del tiempo. Gracias al trabajo de lima con las palabras, la lectura de Luna llena en las rocas es un placer para el oído y la inteligencia. Por el uso de coloquialismos, por su fidelidad al habla juvenil y por su propensión a la parodia, el estilo de Velasco se aproxima al lenguaje de la Onda, pero en su prosa es fácil advertir a un asiduo lector de poesía que sopesa el ritmo de cada frase, busca la palabra justa y somete la escritura a una organización interna. Como si descubriera un tesoro al apartarse de una ruta conocida, por momentos el cronista incursiona de manera accidental en el ensayo (``Confesiones de un licántropo''), el poema en prosa (``Humo mágico, húmeda pasión'') y el cuento (``Una yarda para Penélope''), con resultados que permiten augurarle vuelos mayores en cualquiera de esos géneros.

A diferencia de los cronistas urbanos ``comprometidos'', Xavier Velasco no se presenta ante el lector como un luchador cívico, menos aún como una figura de autoridad moral. Más bien asume con desenfado su condición de pícaro, actitud que le permite apartarse del ensayo antropológico, en donde el cronista es un espectador distanciado, y describir el reventón desde sus entrañas. Bebedor de carrera larga, promiscuo, ligador, enamorado de la decadencia como los modernistas del otro fin de siglo, místico de la sordidez a la manera de Jean Genet, el protagonista de Luna llena en las rocas persigue en los antros lo mismo que sus clientes habituales, a quienes describe con una insobornable conciencia de clase. Para fines literarios, importa poco si ese pícaro es el propio Velasco o una proyección ficticia de sí mismo. Lo importante es que la realidad contemplada se enriquece al pasar por ese prisma. Si los románticos retrataban paisajes borrascosos para describir sus estados de ánimo, Velasco hace lo propio con la escenografía de los tugurios. Entre los arbolitos iluminados de La Huerta, el mítico burdel acapulqueño, no sólo encuentra un ``Museo Nacional de la Entrepierna'' sino también ``la penumbra, el cochambre psíquico, la torcedura mental y el peligro íntimo que la Costera, con su bonita higiene californiana, es incapaz de ofrecer''. Libre de sus cadenas periodísticas, la crónica adquiere entonces un cariz introspectivo, pues los elementos ornamentales reflejan oblicuamente la intimidad de quien los observa.

En una crónica de los años treinta, Salvador Novo se burló de un deporte para burgueses, el slumming, que consistía en recorrer los cabarets de rompe y rasga de la capital en busca de atmósferas canallescas. Como defensa contra la curiosidad morbosa de los niños fifís, cuenta Novo, las putas y sus padrotes pasaban a ocupar la posición de espectadores para reírse de ellos. Un cronista de antros siempre corre el riesgo de incurrir en esta frivolidad, si no logra trascender sus prejuicios de clase. Velasco se presenta de entrada como un clasemediero sin complejos ni rencores sociales, que no se siente superior pero tampoco inferior a nadie, postura que le permite confraternizar con las parejas danzoneras del Salón Colonial, coquetear al filo de la navaja con los travestis del Famoso 42, o colarse a las discotecas de lujo gracias a su amistad con los porteros. Es un desclasado, no tanto por su conciencia política, sino porque en vez de consignar la guerra de castas entre los noctámbulos, advierte sus coincidencias profundas, los vínculos subterráneos que un cronista ideologizado difícilmente podría descubrir. El mejor ejemplo de esta capacidad para ver detrás de las apariencias es la espléndida crónica ``La agonía del chic y el retorno del naco vengador'', en la que describe con mordaz ironía los mecanismos excluyentes de la difunta discoteca El Quetzal, una de las más discriminadoras de la ciudad.

Según Velasco, para ser miembro de El Quetzal era preciso pagar mil dólares por la membresía y pasar un examen antinaco en las oficinas de la discoteca: ``Ah, el examen. De sólo ver a los pobrecitos aspirantes daban ganas de llorar. A menudo de risa. Unos mostraban el saldo de la cuenta bancaria, otros sacaban brillo a los recuerdos de sus viajes y casi ninguno perdía la ocasión de citar el sonoro nombre de una escuela prestigiosa. Eran propios, eran solemnes, eran aprendices aventajados en el lenguaje bursátil, pero sobre todo eran ingenuos. Creían, los muy cándidos, que frecuentar El Quetzal los borraría para siempre de toda posible lista de nacos.'' Si el mayor atractivo de El Quetzal consistía en vender a sus miembros ``la quimera de no ser lo que en el fondo todo mundo es'', la victoria final de los nacos sobre el dueño de la discoteca, el aristócrata Pablo Rincón Gallardo, que por dificultades financieras se vio obligado a depender de ellos para sobrevivir, representa para Velasco un triunfo de la autenticidad sobre la pretensión, el castigo ejemplar de una élite obstinada en escapar de sí misma.

Luna llena en las rocas contiene muchos hallazgos de psicología social, pero más allá de su valor sociológico es la descripción de una intimidad, es decir, una novela, de acuerdo con la definición clásica de E.M. Forster. El tema central de esa novela contada entre líneas es la soledad y las maneras de engañarla. Como Baudelaire, Velasco domina el arte de poblar la soledad y sabe que los tugurios son la mejor escuela para estar solo entre la masa. Su libro narra dos transformaciones paralelas: la de un ser diurno transformado en criatura nocturna, y la de un solitario que se integra paulatinamente a una jauría de hombres lobos. La metáfora del hombre lobo es un leitmotiv que se va cargando de significado conforme avanza la lectura, hasta quedar claramente definido en las ``Confesiones de un licántropo'', el epílogo que revela el hilo conductor y la unidad secreta de las treinta y dos crónicas. Con Luna llena en las rocas, Velasco ha ensanchado los alcances literarios de la crónica, y al mismo tiempo ha flexibilizado la forma de la novela. Su libro, uno de los más disfrutables de la literatura mexicana reciente, transita con buena fortuna por ambos géneros, redescubre las provincias más tentadoras de la república de la noche, y proporciona a los nuevos licántropos un mapa sentimental para extraviarse en ella.



n o v e l a


Los descubrimientos del exilio

Natalia Núñez

Vicky Nizri,
Vida propia,
Miguel Angel Porrúa,
México, 2000.

``Cuida con gran cuidado de no olvidar lo que tus ojos han visto.''

Llena de sueños, de profundidades que desconoce, de miedos que se hacen más realidad que los deseos, de contradicciones, Esther es vigilada por las guardianas. Con el legado ancestral de la impureza, del dolor, del silencio y la sumisión, emprende el viaje que la llevará, quizás, a ser el reflejo de su madre, temor que la abandonará en los trazos de lo escrito por los hombres.

Dios, a imagen y semejanza de los varones, dicta las costumbres para evadir su propio miedo, se protege de la impureza, de la sangre que hace la diferencia; los espacios femeninos se reducen. El espíritu de Esther, exaltado por nuevas sensaciones y experiencias, se pliega a la marea roja, sangre de ``la mar que posee los secretos femeninos'', y hace de la naturaleza su aliada.

Esta novela está basada en la vida de Esther Shoenfeld, una joven judía sefardita, que nació en los Balcanes a principios del siglo XX y emigró a Chile con sus padres cuando era muy pequeña. Es el primer exilio, el que le han contado, el que desprendió a su familia de los afectos y las raíces.

``Si a mí me sucediera el exilio, si tuviese que abandonar mi patria, mi familia, mi mundo, si fuera arrancada de los volcanes y la lluvia y de los montes y del río, si estuviera lejos de la flor del copihue y de los manzanos y de la voz de mi padre y de mi casa, si me sucediera el exilio, moriría'', reflexiona Esther al escuchar el relato de su padre sobre la decisión de abandonar Monastir, su ciudad natal en Yugoslavia.

Sin embargo, el exilio y el desarraigo son parte de todo lo que se emprende. El tiempo es la frontera ineludible, la distancia más larga; el recorrido es inevitable, es la vida, con sus caminos a veces incomprensibles, con sus dulzuras y sus pesares, con la eterna búsqueda de los porqués del destino.

En la aventura del no olvidar, el símbolo es un álbum de fotografías que Esther recibe de su madre, antes de partir hacia el puerto de Valparaíso. Sin conocer la verdadera razón de este viaje, se embarca hacia México acompañada por su padre: apenas tiene dieciocho años, comienza a descubrirse, a reflexionar sobre sí misma.

Vida propia es una novela llena de metáforas instintivas. Los sentidos, sobre todo el sexto, el femenino, son el conducto a través del cual podremos observar el mundo que ven los ojos de una mujer judía, que sueña con integrar, con igualdad, un mundo delineado para el sexo masculino. Las preguntas y las respuestas las tienen los hombres, son de su propiedad.

Esther piensa por un momento, sólo por un momento, quizá para liberarse del dolor, que plegarse es el camino para ser libre, pare tener su propio espacio, sus secretos. Es entonces cuando descubre sus debilidades y las miserias humanas.

Antes que nada, Vicky Nizri habla de la mujer, de la condición insigne de echar raíces donde amamantar a los hijos. Ramajes que se adhieren a la tierra, con su cualidad de ciclo lunar y de mareas. La mujer que habrá de detenerse para parir; o partir y, así, continuar el camino obligatorio de la vida.

Hay un pedazo de tierra al que el árbol debe pertenecer; hundirá sus raíces, en busca de la profundidad que le dé firmeza; beberá el agua subterránea, alimentará sus venas, brotarán savias las hojas, mirarán el terruño con la luz del día.

Entre el día y las raíces está el ocaso, que se incrustará en los frutos quebrantando con sonidos feroces el secreto de la calma; y el caos, la sangre; siete días de libertad, catorce de presentimiento, y siete más de sangre para alimentar la tierra y llenarla de hijos.



FICHERO

Ensayo (filosófico)

Forjar nuestro país. El pensamiento de izquierdas en los Estados Unidos del siglo XX, Richard Rorty, traducción y glosario de Ramón José del Castillo, Col. Biblioteca del presente 10, Ed. Paidós, Barcelona, España, 1999, 176 pp.

Ensayo (literario)

Aires de México, Ignacio M. Altamirano, Prólogo y selección de Antonio Acevedo Escobedo, Col. Biblioteca del Estudiante Universitario, núm. 18, UNAM, México, 1999, 175 pp.

El estridentismo. La vanguardia literaria en México,, selección de texos e introducción de Luis Mario Schneider, Col. Biblioteca del estudiante universitario núm. 129, UNAM, México, 1999, 205 pp.

Entrevista

Detrás del espejo, Guadalupe Loaeza, Nueva Imagen, México, 1999, 359 pp.

Filosofía de la ciencia

La bioética, Arnoldo Kraus y Antonio R. Cabral, Col. Tercer milenio, CONACULTA, México, 1999, 64 pp.

Historia

Ensayos braudelianos. Itinerarios intelectuales y aportes historiográficos de Fernard Braudel, Carlo Antonio Aguirre Rojas, Col. Protextos I, Asociación Nacional de Profesores de Historia de México/Prohistoria/Manuel Suárez, México/Rosario, Argentina, 2000,240 pp.

Historiología: teoría y práctica, Edmundo O'Gorman, Estudio introductorio y selección de Alvaro Matute, Col. Biblioteca del estudiante universitario num. 130, UNAM, México, 1999, 206 p.

Narrativa

Cuentos eróticos de Navidad, Mercedes Abad, José María Alvarez, Ana María Moix, Mayra Montero, Leonardo Padura, Manuel Talens, Luis Antonio de Villena, prólogo de Luis García Berlanga, edición de Ana Estevan, Col. de Erótica, Tusquets Editores, Barcelona, España, 2000, 206 pp.

Desembarcos, Carlos Román, Col. Los ojos del secreto, 8, Universidad de Ciencias y Artes del Estado de Chiapas/Verdehalago, México, 2000, 59 pp.

El último judío. El viaje iniciático de un judío en la España de la Inquisición, Noah Gordon, traducción de Ma. Antonia Menini, Ediciones B, Barcelona, España, 1999, 447 pp.

Glamoura, Bret Easton Ellis, traducción de Camilas Batles, Ediciones B, Barcelona, España, 1999, 541 pp.

La hermandad, John Grisham, traducción de Ma. Antonia Menini, Ediciones B, Barcelona, España, 2000, 453 pp.

Poesía

Caracol de río,Carmen Alardín, Col. Los ojos del secreto, 6, Verdehalago/Fondo Estatal para la Cultura y las Artes de Nuevo León, México, 2000, 69 pp.

Ciudad a cuatro ríos,,Jorge Orendáin, Universidad de Guadalajara, México, 1999, 50 pp.

En las manos la niebla, ,orge Souza, Literalia Editores/Mantis Editores, México, 1999, 104 pp.