La Jornada lunes 8 de mayo de 2000

Juan Arturo Brennan
Apología de Ry Cooder

Si se considera el nulo interés que por el cine documental han mostrado desde siempre el público, los distribuidores y los exhibidores en México, ha sido especialmente interesante el paso por la cartelera comercial de Buena Vista Social Club, el documusical de Wim Wenders sobre los rústicos músicos cubanos que hace algunos años fueron rescatados del olvido y se convirtieron, casi de la noche a la mañana, en estrellas de alcance mundial. Sin ser, ni mucho menos, una de las mejores películas de Wenders, Buena Vista Social Club sí es un documento estimable por cuanto ofrece a los numerosos fans de estos trovadores cubanos una serie de elementos visuales, anecdóticos y personales que complementan bien la posible apreciación del disco compacto homónimo que los lanzó a la (quizá tardía) fama internacional. Así, dada la importancia indudable de Wim Wenders en el panorama cinematográfico contemporáneo, y dado el inesperado impacto que estos músicos cubanos han logrado por todo el mundo, el documental Buena Vista Social Club ha sido analizado, glosado y comentado ampliamente en diversos medios, particularmente en la prensa escrita. Como suele ocurrir, los puntos de vista y las críticas son de todos los colores y sabores posibles: desde la idolatría irreflexiva hasta el desprecio cabal. En medio de estos extremos, he detectado en cierto sector de la crítica una actitud más o menos generalizada que, en medio de la adulación absoluta a los protagonistas de la cinta, tiende a descalificar tajantemente a todos los participantes no-cubanos en el proyecto. Algunos textos acusan a Wenders de no haber sido capaz de captar y comunicar la esencia espiritual de estos músicos y esta música; se ha llegado incluso al extremo de afirmar que ello se debe a la nacionalidad alemana de Wenders, en el entendido (Ƒ?) de que Alemania sólo ha producido música de poca alma y ritmo (cf. Proceso número 1,224). Pero por encima de estas y otras críticas destaca la casi unanimidad del sector extremista de la crítica en cuanto a vilipendiar al músico y productor Ry Cooder como un oportunista aprovechado que no ha hecho más que sacar del fuego las castañas que los músicos cubanos habían puesto a cocinar. Me parece que tal crítica es cabalmente injusta.

Por un lado, a lo largo de todo el proyecto (disco compacto, giras, documental), Ry Cooder no ha escatimado su reconocimiento a Juan de Marcos González, quien lo puso originalmente sobre la pista de los veteranos cantores e instrumentistas y quien le ofreció una invaluable asesoría. Por otro lado, quienes reclaman a Cooder el haberse incluido con todo y guitarra e hijo percusionista en el ensamble de Buena Vista Social Club deberían recordar que hoy en día la mezcla de géneros, estilos, temperamentos y lenguajes musicales es un fenómeno rico, extendido, aceptado e incluso indispensable en el contexto del quehacer musical de nuestro tiempo. ƑHay algún purista recalcitrante que se atreva a arrojar una simbólica piedra al rostro de Cooder diciendo que el sonido de su slide guitar no tiene nada que ver con las guitarras de Eliades Ochoa y Compay Segundo, o con el laúd de Barbarito Torres? Más aún: las intervenciones destacadas de Cooder tanto en el CD como en el documental de Wenders son de una encomiable discreción y, a mi entender, no demeritan de modo alguno el flujo y la coherencia del trabajo de sus colegas cubanos. Sin embargo, la mejor defensa de Cooder es la que tiene como argumento principal su indudable calidad como músico. En su calidad de compositor, guitarrista y arreglista, Cooder ha dejado importantes testimonios sonoros, a través de álbumes como Boomer's story, The slide area o Paradise and lunch, entre muchos otros. Y en el ámbito particular del cine, Cooder ha creado un buen número de muy estimables partituras fílmicas, entre las que destacan sus colaboraciones con el director Walter Hill y con el propio Wenders. Por mencionar sólo algunas, películas como Southern comfort, Last man standing, Primary colors y Streets of fire, así como las cintas de Wenders Paris, Texas y El fin de la violencia dan muestra cabal de la calidad de Cooder como músico. No se vale, entonces, descalificarlo, llamarle oportunista y tirarle palos de ciego simplemente porque no es cubano, o porque es estadunidense. Atacar gratuitamente a Ry Cooder es una mezquina manera de resaltar los indudables méritos de los músicos de Buena Vista Social Club, y es un vano intento de encontrar conspiraciones imperialistas donde no las hay.