Lunes en la Ciencia, 8 de mayo del 2000



La actividad en los centros de ciencias


Divulgación científico-tecnológica

Jorge Gastélum

Tiene sus antecedentes -desde luego-, pero a partir de la institución del Exploratorium de San Francisco, en 1969, una modalidad de divulgación de la ciencia que cobra cada día más importancia son los centros de ciencias, a los que una vulgata ubica en la base de una hipotética pirámide de la popularización de la ciencia y la tecnología.

carton de FEGGO Reiteradamente se sinonimiza divulgación con po-pularización de la ciencia, entendida ésta como el uso de recursos y técnicas para la comunicación de información científica y tecnológica al público. Popularizar la ciencia, se dice, es democratizarla.

También se hacen similares popularización y vulgari-zación, otorgándoseles un sentido más restrictivo respecto del concepto de difusión, definido como todos y cualquier proceso o recurso usado para la comunicación de información científica y tecnológica, tanto a especialistas como al público.

Así, la vulgarización de lo más o menos convencionalmente aceptado como difusión y divulgación está enmarañando los conceptos.

Muchas de las palabras clave de toda disciplina científica provienen del conocimiento vulgar: son nociones vulgares. Para tornarlas científicas, es preciso reconceptualizarlas dentro de un sistema de nociones expresamente definidas y metódicamente depuradas.

ƑCómo?: restituyéndoles su propio ámbito. Si se trata de divulgación de la ciencia, ése es su ámbito. Si en la ruptura con la noción vulgar se atiende la conseja epistemológica de acudir a la semántica original de las pa-labras, difusión y divulgación no son lo mismo. Ni popularización y democratización.

Difundir deriva del latín diffundere: propagar, esparcir, a su vez, de fundere, derramar. En tanto divulgar procede del latín divulgare, a su vez, de vulgus: el vulgo.

Así, en el ámbito científico, difundir es propagar o esparcir un conocimiento entre quienes integran una determinada comunidad científica, condición prima para -en el desarrollo de lo que Thomas Khun denomi-nó revoluciones científicas- extender tal conocimiento a los círculos más amplios de la población, donde se valida como producto social, mediante su divulgación; de ahí que divulgar sea análogo a popularizar, pero no por eso sinónimo de democratizar. Así se habla de difusión para la comunidad científica, mientras para el público se trata de divulgación del conocimiento.

Democratizar, desde su etimología, es tema de otra materia. Deriva del griego demokratikós, a su vez de demokratía: gobierno popular (de démos: pueblo, y krátos: autoridad). Se trata, es obvio, de asuntos de gobierno y de la política a ejercer para que éste sea del pueblo. Y, hasta donde se sabe, la ciencia y el conocimiento que la sustenta no constituyen entidades o estamentos de un krátos o de un Estado.

Este es el nivel de la divulgación, el ahora invocado concepto de popularización de la ciencia, del que se propone que, comprendida su función educativa, puede también ser usado como sinónimo de cultura científica.

Pero cultura ni educación significan lo mismo.

Cultura deviene del latín cultus: acción de cultivar; de colere: cultivar. Así, como ha dicho Octavio Paz, cultura denota tanto las condiciones de cultivo como el producto cultivado. No es, por tanto, cierto saber enciclopédico o un lujo intelectual. No hay indivi-duos ni pueblos cultos e incultos: se es culto, culturado en particulares condiciones de cultivo.

Educación, en cambio, viene del latín educare, emparentado con ducere: conducir, y educere: criar. En su sentido lato, la educación, en tanto designa la suma de influencias sobre la inteligencia o la voluntad humanas, es posible que se la confunda con cultura. Pero, strictu sensu, todavía vale el concepto de Durkheim, según el cual la educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las jóvenes, con objeto de su desarrollo, según requiere la sociedad específica en que se desenvuelven.

De ahí que la cultura científico-tecnológica se refiera tanto a las condiciones de cultivo como a los productos de la ciencia y la tecnología; mientras la educación es sólo una condición de cultivo dirigida a un fin (determinado socialmente) mediante un sistema escolar, articulado en torno a un curriculum.

La popularización de la ciencia es un aspecto de la política científica y tecnológica. Pero de ahí no puede derivarse, mecánicamente, que pueda funcionar como instrumento de democratización del desarrollo científico-técnico. La ciencia ni la tecnología están sujetas a votación; son producidas mediante mecanismos que, históricamente, han respondido no a los intereses del pueblo, sino del poder, mediante procesos de tal manera estructurados que ni siquiera al interior del equipo de investigación es posible el ejercicio de la democracia, incluso aunque el leader posea una vocación en ese sentido.

Otro asunto es que la divulgación científica importe para democratizar la sociedad. La información que deriva de la divulgación -como ha dicho Carlos Fuentes- es hoy el motor del progreso, y no hay información sin educación. En ese sentido hay que convertir al conocimiento científico en condición de cultura y en productos cultos, en asunto educativo curricular o co-curricular, en materia de divulgación y/o popularización. Pero no se confunda: en paráfrasis del mismo Fuentes a propósito de una hipotética República de las Letras: ni presidente ni mandatario. Esperemos que esa silla presidencial esté siempre vacía, que no haya ninguna majestad de la inteligencia científica, sino una pluralidad de quehaceres que constituyan una cultura científica sana.

El autor es director de Investigación y Desarrollo del Centro de Ciencias de Sinaloa.

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