La Jornada Semanal, 14 de mayo del 2000



Hugo Gutiérrez Vega

Carta al poeta José Carlos Becerra
muerto en la carretera de Brindisi

Al escribirla pienso en la muerte de amor que danza en el sueño de Quevedo

Era el momento de la conjuración de todas las piedras del camino.

Lo oportuno era dar marcha atrás y regresar a la ciudad de ámbar.

Sin embargo yo sé que no podías dejar el viaje y sé también que la llegada no era el objeto del camino.

Lo que buscabas era llevarte en los ojos todos los árboles, los ríos, los pájaros que pasaban al lado de tu viejo automóvil y que formaban parte de tu cuerpo.

Ahora sé por qué preguntabas los nombres de los árboles y por qué querías aprender a conocer el canto de los pájaros.

Estabas lleno de ceibas, de tulipanes, de todas las criaturas del reino vegetal. Tú, como Pellicer, nacido en esa tierra-agua de Tabasco escuchabas el silencio de la creación.

Te conocimos ya muy tarde, pero pronto te conocimos y aprendimos con gozo a amar los ojos con que veías el mundo.

Todos los días regresabas de tu casa de un día con un asombro nuevo, con un nuevo motivo para mantener abiertos los ojos. Ibas siempre a decir algo: el cuadro de Turner en la Tate Gallery, un fragmento de sueño de Quevedo, la noche dedicada a Bogart en el National Film Theatre -Casa Blanca a las 4.30 a.m., café y galletas a las 6 a.m.

Otra noche hablaste de Quiroga hasta que las ocho de la mañana se desprendieron de los edificios de Park Lane.

Como tu compromiso era con la pureza extemporánea, con la más arriesgada de las honestidades, hablabas con asombrado amor de la flor amarilla, de todos tus amigos, de tu infancia, de los seres vivos en tus mitos tabasqueños, de las mujeres en que te habías ido quedando, de las cosas de México que tanto te dolían...

Ahora, con tu muerte, el río de las palabras ha disminuido su caudal.

No exagero, poeta. No hago tu elogio fúnebre. (La oratoria te daba desconfianza, bien lo sé.) Digo todo esto dando una cabriola de cine mudo, saludándote con mi vieja corbata.

La vida sigue sin ti, hermano, pero ya no es la misma ni lo será ya nunca para los que te amamos.

Nos hemos quedado con lo que nos dijiste. Gracias por tus asombros, por esa diminuta certeza de alegría que a todos repartiste.

Hablaremos de ti como se habla de esos ausentes dones que un día nos da la tierra y que nos quita con su inocente furia al día siguiente.

Londres, mayo de 1970



Correspondencia J.C. Becerra-José Lezama Lima


José Carlos Becerra envió en septiembre de 1967 su primera carta a José Lezama Lima. En ella habla de su ``exaltada admiración'' por la obra del maestro cubano y menciona, entre otros grandes poemas, a la ``Oda a Julián del Casal'' y ``Para llegar a la Montego Bay''. Lezama le hizo llegar, con Carlos Monsiváis, un ejemplar de Dador con una ``generosa dedicatoria''. José Carlos contesta con unos luminosos comentarios sobre Paradiso y la ``epifanía'' que recorre el milagroso libro. José Carlos ya no leyó la carta que Lezama le envió a Londres en 1970. En ella le hablaba de la unión de la brisa fina de La Habana con la transparencia (ya puro recuerdo) del Valle de México. Lezama nos entrega un juicio notable sobre la poesía de Becerra. Así lo expresa: ``Usted interroga, se pregunta por su cuerpo y por los cuerpos, pero se comprueba por la respiración de los pulmones.''

A José Lezama Lima

I

Río Guadalquivir 58, departamento 201
México 5, Distrito Federal.

[28 de septiembre de 1967]

Admirado Lezama Lima:

Apenas estoy en los umbrales de su libro Orbita de Lezama Lima, y ya el viento que sopla de su interior agita y emite su rumor entre las ramas nacidas y extendidas en el desarrollo de mi vida. Qué manera de turbarlo a uno, de estremecerlo dándole la maravillosa ceguera necesaria para que los primeros pasos sean de tanteo deslumbrado, más de formas ocultas que de luz percibida.

Sí, la ``Oda a Julián del Casal'', ``Llamado del deseoso'', ``Rapsodia para el mulo'', ``Para llegar a la Montego Bay'', etcétera. Y ``Las imágenes posibles'' y ``Sierpe de Don Luis de Góngora''. Abro y cierro este libro sin descanso, me detengo en zonas ya transitadas o en otras apenas entrevistas, y la fascinación del laberinto, la caída de Alicia, las columnas que según se dice fueron rescatadas del templo de Salomón, aparecen aquí y allá; hilvanando, rodeando, haciéndose lentamente el meollo de todo.

El súbito conocimiento del retorno de un amigo a Cuba (Angel Hidalgo) hace posibles estas líneas apresuradas de exaltada admiración, y el envío para usted de mi primer libro de poesía, Relación de los hechos.

Bien poco puedo decirle de mí: estudiante de arquitectura, abandoné estas tareas escolares por la literatura y a ésta pienso servir definitivamente.

Cuánto deseo que estas líneas sean el comienzo de una amistad con usted, don José Lezama Lima.

Reciba, pues, con mi gran admiración mi profundo deseo de amistad.

José Carlos Becerra

II

[México, D.F., 21 de diciembre de 1968]

Querido José Lezama Lima:

A principios de este año, Carlos Monsiváis me trajo de La Habana un ejemplar de Dador, con su generosa dedicatoria. Desde entonces quise escribirle dándole las gracias, pero como mi encuentro con su obra ha efectuado en mí una especie de destino, entonces comprenderá fácilmente lo arduo que en un momento dado puede resultarme escribirle.

Trataré de ser claro. Desde muy joven fui lector y también autor de poemas. Pero aquello que compuse en la adolescencia no era lo que yo quería escribir, lo que sospechaba que era mi manera, mi forma natural de instalarme y manipular el trance revelador. Un día leí a Juan Ramón Jiménez, y por primera vez tuve palabras propias, gestos verbales para rodear o desistirme. Vino después la invasión de Residencia en la tierra, se sucedieron Aleixandre, Faulkner y D.H. Lawrence, Quevedo, Proust y Joyce. Junto a esos nombres la obra de Claudel llegó un día para revelarme el poder totalitario no de un poema sino de cada verso donde el sentido francés del orden, merced a una especie de braceo muy terrenal, casi fisiológico hasta lo Divino, adquiría una imantación y un cauce de revelación amplia y espumante, y con ello, una prosodia pesada y luminosa, de lógica tan increíble, que me dejó atónito. Yo recordaba ciertos mecanismos, cierta malicia para armar un poema que Eliot me había mostrado, pero desconocía el peso lógico y llano de una frase tan diestra en su despliegue, y que pese a la anchura de su abarque sujetara con tantas precisiones.

Escrito mi primer libro -Relación de los hechos- me sorprendía a mí mismo obstinado. La cadencia y el giro del versículo seguían haciéndome señas, pero en otro lado que desconocía por completo, ya que a pesar de mi admiración profunda por lo claudeliano, ya no radicaba allí lo que me era necesario.

Desconfiando de aquello que en general llamamos barroco, porque el proceso literario en estas tierras nos obliga a tal cosa, me encontré un día con su OrbitaÉ en las manos de un amigo. Con prevención y sorpresa leí ``Narciso''É Y meses después, ya con un ejemplar en mi poder, me hallé con los primeros versos de ``Llamado del deseoso'', seguí con el ``Retrato ovalado'', y allí se me abrió la puerta. Una nueva y maravillosa donación de la poesía y la literatura me fue concedida.

Si un escritor es básicamente hombre de palabras, sus fuentes de aprovisionamiento y energías están sobre todo no en la ``vida'', sino en el lenguaje y en la literatura. Entendí esto y también el esfuerzo y renunciamiento que tal acuerdo presupone. Nuevos artilugios verbales vinieron a poner su peso y movimiento en mis tanteos de estilo.

Y así fue por ``Rapsodia para el mulo'', ``Venturas criollas'', ``Oda a Julián del Casal'', ``Sierpe de Don Luis de Góngora'', ``Las imágenes posibles''É Entendiendo unas veces, sospechando en otras, absorto y parpadeando, enriqueciendo tenazmente mi estadía en la mirada mental y en el puente o espejo que cada cosa le propone a su otra parte, a su otro hazme-estar.

¡Qué mundo! ¡Qué movimiento hacia la superficie desde lo más hondo! Desde el nudo, desde el centro mismo de lo que forcejea ocupando o dejándose ocupar, hasta su remate en el rizo de la ola más simple y graciosa, o en la voluta de movimiento y estatua más enternecedores. Especie de coletazo festivo con el cual la ballena que usted ha hecho volar por el escenario, se despide de nosotros, antes de volver al sombrero de copa que usted volverá a ponerse antes de desaparecer del escenario, porque debe volver a las profundidades que lo reclaman.

Después de leerlo a usted, querido y admirado Lezama, yo he sido más yo. Su obra representa esa experiencia última sin la cual yo no podría ahora indagar y ver en el lenguaje, no en la ``realidad''. Qué hermosa deuda tengo con usted y cómo me enorgullece portarla.

Condenados al artificio vital del verbo, creo ya que los escritores debemos volvernos hacia el lenguaje, como otros se vuelven hacia la ``vida'', entregándonos.

Un abrazo afectuoso.

José Carlos Becerra

III

36 Arthur Court
Queensway
London W.2
England.

[Londres, 3 de enero de 1970]

Querido maestro:

Me van resultando una especie de costumbres las coincidencias de escribirle siempre por esta época de fines o principios de año. Le escribí por primera vez enviándole mi libro Relación de los hechos, lo hice nuevamente para darle las gracias por Dador y su bella dedicatoria que Carlos Monsiváis me entregara de parte suya. Esa segunda carta se la mandé por conducto de Emmanuel Carballo en los primeros días del año pasado. Ahora, aprovechando el envío de unas líneas a un viejo amigo mexicano, que reside en La Habana, vuelvo a escribirle por su conducto -ya que ignoro la dirección de usted- recién concluida mi lectura primera de Paradiso, ya que anteriormente sólo conocía sus poemas y alguno de sus ensayos, lo publicado en Orbita.

Una vez más su lección de escritor me maravilla y me conmueve. ¡Cuánto amor por la palabra se necesita, como se dice de Cemí, para vencer el ``tiempo'' del trópico! Pienso que escribir Paradiso como usted lo ha hecho es tal vez la única forma de visibilidad de ese universo de ajustes tan dinámicos y secretos, de gracia y profundidad tan relevantes, de formas tan reunidas para hablarnos. Si el racionalismo francés no hubiera estado tan angustiado por la insaciabilidad de su propio logos, tal vez su mejor hijo en este siglo -el surrealismo- también hubiera tenido el jugo y el resplandor naturales que hay en la obra suya. Pero se necesita poseer esta otra sabiduría, la del trópico, la que habla en sueño sin desdoblarse, la que no pasa por Descartes, para sumergirse como usted tan profundamente, y guiarnos por todos los enlaces y todas las cosas de lo creado, de lo que puede mostrarse si se le sabe llamar, sintiendo también en algunas partes del libro esa atmósfera de resurrección que también encontré en muchos poemas suyos.

Por otra parte, Paradiso me ha hecho la impresión de uno de esos altares barrocos de México -usted habla de aquel de la Capilla del Rosario en Puebla-; lo vemos a distancia y sólo percibimos un como movimiento múltiple en un solo sentido de todas las figuras y molduras, como si un fuerte viento soplara hacia ellas desde alguno de los ángulos del retablo. Pero esta impresión de agitación en un solo sentido desaparece si uno se acerca un poco. Seguimos percibiendo un orden masivo, pero ya de movimientos variados, enfrentados, como si se tratara de ejércitos en maniobras en un ancho campo donde las figuras que más sobresalen son aquellas que por su colocación las identificamos como las de los jefes y las oficialías según el orden de sus grados. Entonces queremos ver esas maniobras más de cerca y avanzamos hacia el retablo. Y en ese viaje de acercamiento -que bien puede no terminar nunca- comenzamos a distinguir y a reconocer árboles, ramas, frutas, pájaros. Sigue el acercamiento y ahora vemos a las uvas que se distinguen de las piñas, a los pollos de las golondrinas, de los ángeles. Avanzamos más y los racimos de uvas se diferencian unos de otros, las piñas y sus hojas diversas, los ángeles de las evaporaciones con alas en los remates salomónicos; todo, todo regresa en lugar de irse, en ese sentido hablo de resurrección, de ritmo a contramuerte. Y así el rostro de un ángel difiere del de su compañero junto a él, las manos del primero difieren en todo de las del segundo. Todo adquiere una presencia que llega a ser independiente del resto del retablo, que por ello va contra la disolución. Una hoja de acanto es diferente de la obra, una uva de las restantes en el mismo racimo. Entonces comprendemos esa profunda unidad del retablo barroco, del arte barroco, cuya referencia central está en cada una de sus partes, en cada uno de sus ``tempos''. E igualmente todo ese mundo se nos vuelve tan visible en un ángel como en una hoja de acanto, lo que está en la figura regordeta de un ángel es lo que está en todo el espacio. Allí no hay semejanzas, hay unidad. Nada es repetitivo; lo central, en un momento dado, es lo que es más visible por nuestra determinada posición de contempladores. Ese es el orden del barroco, y siento que así está trabajado Paradiso. ¡Qué orquestación tan intensa, tan exacta, tan contra la disolución! Nada sobra, nada falta en el sentido de ese libro, gracias a ese estilo, a ese amor universal, que como usted diría -el estilo- es también naturaleza.

Si no temiera abrumarlo con una carta tan larga le confiaría también ciertas reflexiones durante la lectura. Por ejemplo, la disertación de Foción acerca del homosexualismo y luego la de Cemí refiriéndose a Santo Tomás. Homosexualismo, el Uno en sí mismo. Santo Tomás y los seres partidos según Platón. Porque si fuimos partidos no fue para separarnos de nosotros mismos, sino, podría decir el Aquinatense, de Dios. Ya que según Santo Tomás la unidad perdida originalmente es con Dios -androginidad divina podríamos decir-, y hacia esa unidad tendemos al irnos relacionando con todo. También por esto podría el filósofo negarle entrada al cielo al homosexual, porque éste se cumple en sí mismo y por ello es soberbio como el demonio que está completo sin Dios. En fin, esto es un puro juego especulativo que se me ocurrió durante la lectura de Paradiso en la parte a que acabo de referirme, zona -vuelvo a usar la palabra- demoniaca y ambigua del libro. Y podría hablarle también de aquellas otras que me han alumbrado y conmovido para siempre: la muerte del Coronel y el ciclo con Licario, los consejos de Rialta a Cemí, la muerte de la abuela: rayo que parte y carboniza a esa parte de Cemí que ocupa Foción; rayo de la disolución, de la muerte, de la locura total. Pero por encima de todo, ese algo maravilloso que atraviesa al libro: epifanía.

No, querido maestro Lezama Lima, no ``domino'' su libro maravilloso, pero parodiando a Cemí, es un tema que me obsesiona, es aquello que ``desconozco con ardor''. Y así no terminaría nunca de hablarle de Paradiso, libro que ya definitivamente significa para mí tanto, lectura que me acompañará para siempre.

Reciba un abrazo muy afectuoso, toda mi admiración, todo mi júbilo de ser su lector.

José Carlos Becerra

P:D. Por acá me enteré que la revista Indice a mediados del '68 le dedicó a usted buena parte de un número. ¿Podría usted enviarme un ejemplar o decirme cómo conseguirlo? Gracias por esa ayuda.

De José Lezama Lima

La Habana [1970]

Señor don José Carlos Becerra

En Londres

Mi querido amigo:

Voy recibiendo sus cartas con verdadera alegría, con muy escasa frecuencia se reciben cartas como las suyas -el fervor comunicativo, la amistad, ese impulso secreto que nos lleva a una obra- que uno lee y relee como si fueran visitas que se fueran rindiendo. Sus cartas bien guardadas y revisadas, me hacen pensar qué buen amigo me he ganado. No puedo olvidarlo y voy siguiendo su desenvolvimiento. Ahora está en Londres, ya parece que París no atrae tanto a nuestra gente, pero hay como un agazapamiento, absortos, atónitos, confusos, aterciopelados, una furia se carboniza en París y procura reconstruirse en Londres. Pero ahora yo supongo que debe haber un buen centro en torno a Octavio Paz, a quien todos queremos y admiramos. Supongo que usted lo verá con frecuencia; dígale la magnífica fiesta que es para mí leer sus poemas o sus grandes intuiciones críticas. Dígale, por favor, que invitado a colaborar en el homenaje que se le va a hacer por L'Herne, ¿es así?, me gustaría enviar un capitulillo de mi próxima novela, la continuación del Paradiso, si tengo tiempo, ya que la convocatoria para el envío de materiales es muy urgente. Si usted puede mándeme su dirección para escribirle. También supongo que se verá con Antonio Cisneros, con Vargas Llosa. Y algún día, si es su gusto, visítenos, venga a solearse con unas brisas habaneras. Aquí encontrará buenos amigos que ya van conociendo su poesía. En muchos sentidos México y Cuba se complementan, la transparencia del valle se une a la brisa fina de nuestra bahía.

He leído con detenida fruición su libro Relación de los hechos; aún en sus momentos de desolación, su brazo lo cubre con misteriosa precisión. A veces, causa la impresión de una ciudad en la que se llega en el sueño y después se torna implacable y conocida; otras veces es la ciudad desconocida que vamos reconociendo en una minuciosa fiesta de reencuentros. A veces, aparece como una voluptuosidad en lo sombrío, cuya raíz sin duda debe venir de Baudelaire, pues la soledad en la abundancia, la ausencia del diálogo allí donde toda la naturaleza parece que dialoga y se ayuda en su rebasamiento, sólo puede tener momentánea solución en el hombre al convertirse en interrogante, como la naturaleza logra articular una expresión que nosotros desconocemos, pero que en ella actúa como respuesta. Y esa eterna falta que nos rodea, nadie responde, nadie corresponde, constituye para el verdadero poeta un verdadero encuadre, cuadrar la bestia como dicen los toreros, que viene a ser como las palabras que ocupan una ausencia, pues en poesía sólo podemos definir la presencia como ausencia de ausencia, al revés del ordenamiento moral donde el mal, desde San Agustín, sólo alcanzamos a definirlo como ausencia del bien, simple ausencia de la presencia. Usted interroga, se pregunta por su cuerpo y por los cuerpos, pero se comprueba por la respiración de los pulmones.

Si sigue usted en Londres próximamente le enviaré varios libros míos. Uno es de crítica, se llamará La cantidad hechizada. Ahí aparecerán algunos de mis temas en los que llevo ya algunos años, la imagen y la naturaleza, la imagen y la historia, las eras imaginarias, los reyes como metáforas. Sígame escribiendo, hábleme de sus estudios, mándeme sus poemas para publicarlos. Sus cartas son como abrazos. Alegran a su amigo,

José Lezama Lima

(Esta carta fue escrita probablemente a fines de abril. José Carlos Becerra ya no alcanzó a recibirla. Hugo Gutiérrez Vega nos la envió desde Londres, y la publicamos con el permiso de Lezama. Gabriel Zaid y José Emilio Pacheco.)

De José Lezama Lima

[La Habana, marzo de 1971]

A José Emilio Pacheco

En México

Estimado amigo:

Le envío las tres cartas de nuestro querido amigo el poeta José Carlos Becerra, que era sin duda uno de los mejores poetas jóvenes de México. Su muerte me ha causado una honda tristeza, pues me demostraba a través de sus cartas una simpatía amistosa verdaderamente inolvidable.

Es para mí una alegría para siempre que un poeta de la calidad de José Carlos Becerra mostrase una tan inteligente curiosidad por las cosas que yo he hecho. Esos acercamientos, esas palabras de bondadosa e infinita comprensión son de las cosas que nos estimulan para seguir penetrando en la transparencia misteriosa de la palabra.

Dígale a la familia de Becerra, a su madre, mi dolor ante su muerte, la desesperación que me ocasionó su desaparición en tan creadora juventud. Un abrazo,

José Lezama Lima

Esta correspondencia se tomó del libro El otoño recorre las islas, publicado por Editorial Era.