JUEVES 18 DE MAYO DE 2000

 


* Olga Harmony *

El vano afán del amor

De lo que fuera un país, el nuestro, solidario y con mínimos de respeto a sus trabajadores ųa pesar de las evidentes desigualdades y contradiccionesų quedan algunos destellos. La seguridad social se entendió siempre más allá del servicio médico o las pensiones, abarcando de manera generosa el cuidado del tiempo libre y la cultura de los trabajadores. Así, el IMSS edificó teatros a lo largo y ancho del país que actualmente, en comodatos, han logrado sobre todo en los estados que los teatristas se profesionalicen al contar con una sede (que implica apoyos económicos) que les permite desarrollar su labor. Es ahora el ISSSTE ųsin duda con graves carencias médicas y hospitalariasų la institución que recoge la estafeta teatral para el disfrute de sus trabajadores en activo y pensionados. La iniciativa de Germán Castillo fructifica en esta segunda temporada ųbajo el rubro de La comedia universal, como la primera fue La comedia mexicanaų que se inició con Don Gil de las calzas verdes, de Tirso de Molina, bajo la dirección de Carlos Corona.

Corona y su equipo de excelentes profesionales encabezados por Hernán Mendoza propusieron el montaje para las escuelas secundarias del Distrito Federal dentro del ciclo de Teatro Escolar. Como fui miembro del jurado que elegía las escenificaciones para este nuevo ciclo, me inhibí de hacer un comentario público de lo que me pareció el montaje. Entiendo que los dictámenes definitivos, en los cuales maestros enviados por la SEP tuvieron destacado papel, ya se dieron por lo que puedo referirme a la gracia y el desparpajo de la dirección y los actores, la solvencia de la escenografía de Philippe Amand y, sobre todo, la acogida que un público no habitual del teatro le dispensó. El regocijo de los espectadores, en gran número personas mayores, confirma el acierto de ofrecer teatro seductor y atractivo que acerque al espectador a los grandes clásicos.

Lo mismo ocurre con El vano afán del amor como se ha traducido Trabajos de amor perdidos, la primera comedia de William Shakespeare en una hábil adaptación del traductor Alfredo Michel Modenessi y bajo la dirección de José Caballero, con un grupo de sus alumnos de Casa de Teatro, primera escenificación que sale al público del controvertido experimento que se da en los espacios de San Cayetano. Michel Modenessi ''peina" el texto original de muchas alusiones que hoy en día resultan oscuras, aunque conserva muchos de los retruécanos y los graciosos equívocos en el modo de hablar de Costard o Cabezón, que muestran su eficacia escénica hasta la fecha; funde a varios personajes en uno, como sería el caso de Longaville y Dumaine, que pasan a ser Dumainville, o esa especie de comodín que viene a ser Chato, lo mismo alguacil que chico de playa o cualquier personaje accesorio. Su acierto mayor es crear un personaje femenino, Mercedes, que se disfraza de Marcade en lugar del otro caballero del séquito de la princesa, Boyet con el que se funde. Este travestismo fingido evita el travestismo real en donde las actrices hacen papeles masculinos, justificado en el paje Mote que interpreta Mariana García Franco y no demasiado evidente en Mónica Jiménez que encarna a un Holofernes de tan grotesca figura que disfraza la feminidad de la muchacha.

En escenografía creada por Arturo Nava, que consiste primordialmente en plataformas y en una estructura de hierro que es cámara real, prisión y tropical barra de playa, junto a una caseta de baño a la que se añadirá silla de playa y un telón de fondo, transcurre la intencionada acción escénica. Al principio, el colorido vestuario playero, actualizado, desconcierta. Pero conforme se desenvuelve la obra, el contraste entre la ropa ųdiseñada por Cristina Sauzaų y los modales barrocos de los actores, así como la sugerencia de época de la bata de la princesa, produce un efecto de extrema teatralidad. José Caballero dirige a sus actores con un ludismo que crea momentos de mucha gracia, como el de Cabezón pescado por el alguacil y su encarcelamiento, las divertidas escenas playeras, la danza cosaca del rey de Navarra y sus caballeros, o la representación de Los nueve paladines. Todo el excelente trazo del director y su concepción total del montaje, no sería posible sin los apoyos antes mencionados y la música de Alberto Rosas, pero sobre todo sin ese elenco de jóvenes de gran entrenamiento corporal, muy buena dicción e inteligente comprensión de lo que su maestro les pide. Como en todos los montajes, algunos sobresalen pero es injusto hacer distinciones porque son todavía estudiantes. Baste decir que las damas son maliciosas y bellas, los caballeros arrogantes y apasionados y los graciosos lo son de manera destacada. Y me queda una interrogante: Ƒpor qué los servicios médicos del ISSSTE no pueden ser tan buenos como su teatro?