La Jornada Semanal, 21 de mayo del 2000



Yorgos Seferis

Siete poemas de Mithistórima

Estos siete poemas del libro Mithistórima (1935), publicados cuando Seferis tenía treinta y cinco años y traducidos por Francisco Torres Córdova, son un buen ejemplo de ese navegar por los mitos, la historia, la nueva Grecia, la lengua demótica y las formas poéticas, emprendido por el poeta de Esmirna desde su primera juventud. Maestro de la dificilísima sencillez, las tres palomas rojas le señalan el camino hacia la luz y ``trazan su destino''. Su humanismo integral, que incluye la defensa de la soberanía y de la democracia, descubre en esas palomas los colores y los ademanes de personas que hemos amado. Olivos, rocas, la Acrópolis, el padre Egeo, los caminos que llevan a los templos en ruinas ocultos entre los pinos, todo lleno de dioses, brilla, se oculta y renace en estos poemas que siempre buscan la luz.

Mientras tanto, Grecia viaja y viaja sin cesar.
``A la manera de Y.S.''

Yorgos Seferis

Mithistórima se publicó en 1935, cuando Yorgos Seferis tenía treinta y cinco años. En el título en griego se encuentra ya, a decir del propio Seferis en una nota introductoria a su primera edición, una importante clave para su lectura: MuqoV (mito) e `Istoria (historia), dos componentes que dan el impulso y la dimensión del aliento y espíritu de los veinticuatro poemas que forman el libro, el mismo número de rapsodias en que Homero cantó la guerra de Troya. Es el año en que muere asesinado Eleuterio Venizelos, político que es considerado el principal arquitecto del Estado griego moderno; se restablece la monarquía con Yorgos II, y un año más tarde se inicia la dictadura de Metaxas. En Europa, los perros de guerra erizan sus lomos... Seferis sabe: la herida causada en 1921, a él y a millón y medio de griegos, por la Catástrofe de Asia Menor, que lo despojó de Esmirna, el territorio de su infancia y hasta entonces parte viva del helenismo, le confirió también el precoz y malhadado atributo de intuir para su pueblo tiempos nuevamente difíciles. Sin embargo, en este libro, como desde la aparición de su primer título, Strofí (1931) -que puede traducirse como Estrofa, pero también como Giro o Viraje-, ha iniciado en las letras griegas una nueva concepción de la poesía que se aparta del ``yo'' hundido en la desesperanza, atrapado en el desencanto y volcado sobre sí mismo de la generación de Kariotakis (1896-1928), e introduce un ``yo'' esencialmente colectivo; es una voz que es un ``nosotros'' griego, los que son y los que han sido, ahora y desde ese largo siempre de la tradición griega, más allá de la geografía donde surgió. En Mithistórima, Seferis establece las líneas esenciales de su obra poética posterior; es esa voz madura que se mueve en el tiempo, ya libre de la métrica y la rima, dueña y segura del verso libre, severa y rigurosa en sus recursos y también asentada en la fuerza expresiva del demótico o lengua popular, que no es declarada oficial del Estado griego sino hasta 1976. El poeta recurre a elementos de la mitología con el asombro que sólo confiere, en el otro extremo, su profundo conocimiento, y palpa la textura, la hondura y vitalidad de su antiquísimo origen, pero a la vez sin abandonar nunca -¿cómo?- la atribulada conciencia de ser un hombre de su tiempo. Se trenza así una voz compleja cuyo logos, sin embargo, aspira a la sencillez: ``No quiero nada más que hablar con sencillez, que se me conceda esa gracia'', dice en otro de sus libros, por boca de un viejo... La sencillez y la hondura, la luz, del dolor de ese fuego lento del helenismo, como diría Elytis refiriendo a Seferis. De donde surgen, como tantos otros, en uno de sus poemas más notables, ``El naufragio del `Zorzal''', estos versos: ``Tierras del sol y no podéis mirar de frente al sol/ Tierras del hombre y no podéis mirar de frente al hombre.''

Francisco Torres Córdova

III
Recuerda el baño donde te mataron(1)

Desperté con esta cabeza de mármol en las manos
que me fatiga los codos y no sé dónde apoyarla.
Caía en el sueño mientras salía yo del sueño
y así se unieron nuestras vidas y será muy difícil volver a separarlas.

Miro los ojos, ni abiertos ni cerrados
le hablo a la boca que sin cesar trata de hablar
sostengo las mejillas que han traspasado la piel.
No tengo más fuerza,

mis manos se pierden y se me acercan
mutiladas.

VI

m.r.(2)

El huerto con sus manantiales en la lluvia
sólo lo verás desde la baja ventana
tras el opaco cristal. Tu habitación
estará sólo alumbrada por la llama del hogar
y a veces, en los relámpagos lejanos se verán
las arrugas de tu frente, viejo Amigo mío.

El huerto con los manantiales que en tu mano
eran el pulso de la otra vida, fuera de los mármoles
rotos y las trágicas columnas
y una danza entre las adelfas
cerca de las nuevas canteras,
un vidrio turbio los habrá cortado de tus horas.
No respirarás; la tierra y la savia de los árboles
brotarán de tu memoria para golpear
sobre este cristal que la lluvia golpea
desde el mundo de afuera.

X

Nuestra tierra es cerrada, todo montañas
día y noche techadas por el cielo bajo.
No tenemos ríos no tenemos pozos no tenemos manantiales,
solamente algunos aljibes, vacíos también, que resuenan y veneramos.
Sonido estancado y hueco, igual a nuestra soledad
a nuestro amor, a nuestros cuerpos.
Nos parece extraño que alguna vez pudiéramos construir
nuestras casas y chozas y corrales.
Y nuestras bodas, las frescas coronas y los dedos
se vuelven enigmas inexplicables para nuestras almas.
¿Cómo nacieron, cómo se hicieron fuertes nuestros hijos?

Nuestra tierra es cerrada. La cierran
las dos negras Simplégades. El domingo
cuando bajamos a los puertos a respirar
vemos en el atardecer cómo se encienden
veleros rotos de viajes que no terminaron
cuerpos que no saben ya cómo amar.

XI

Tu sangre se congelaba a veces como la luna,
en la noche interminable tu sangre
tendía sus blancas alas sobre
las rocas negras las formas de los árboles y las casas
con un poco de luz de nuestros años de infancia.

XIV

Tres palomas rojas en medio de la luz
trazan nuestro destino en medio de la luz
con colores y ademanes de personas
que hemos amado.

XVII
Astianacte(3)

Ahora que partes lleva contigo al niño
que vio la luz bajo aquel plátano,
un día que resonaban las trompetas y las armas brillaban
y los caballos sudados se inclinaban a tocar
la verde superficie del agua
en la pileta con su húmeda nariz.

Los olivos con las arrugas de nuestros padres
las rocas con el saber de nuestros padres
y la sangre de nuestro hermano viva en la tierra
eran una sólida alegría una rica condición
para las almas que conocieron su plegaria.

Ahora que partes, ahora que amanece
el día de la valoración, ahora que nadie sabe
a quién matará y cómo terminará,
lleva contigo al niño que vio la luz
bajo las hojas de aquel plátano
y enséñale a saber de los árboles.

XIX

Y si sopla el viento no nos refresca
y estrecha se queda la sombra bajo los cipreses
y en las montañas alrededor todo son cuestas

nos pesan
los amigos que no saben ya cómo morir.

Versiones de Francisco Torres Córdova

(1) Se trata del verso 491 de las Coéforas (``portadoras de ofrendas fúnebres'') de Esquilo, que con Agamenón y Electra forma la trilogía llamada La Orestíada.

(2)Las iniciales son las de Maurice Ravel, en referencia a su obra Jeux d'eau de Villa d'Este.

(3) Niño, hijo de Héctor y de Andrómaca, llamado así (rey de la ciudadv) por los troyanos, porque sólo por Héctor se salvaba Ilión. En la entrevista de Héctor y Andrómaca, su padre le acaricia y le pide a Zeus que haga de él un valiente guerrero y permita que algún día reine poderosamente en Troya. Muerto Héctor, Andrómaca lamenta la suerte que aguarda a Astianacte. Ilíada, traducción de Luis Segala y Estelella, Sepan Cuántos núm. 2, Porrúa. (êndice de nombres propios.)