LUNES 29 DE MAYO DE 2000

* Pintura de un cuento con ríos juntándose *

* Hermann Bellinghausen *

Guiados de la mano de nuestro amigo, el poeta Rafael Torres Sánchez, los editores de Ojarasca (que entonces se llamaba todavía México Indígena) nos enteramos de que una pintora existía, de momento en Guadalajara, de origen mazateco y con un ojo fuera de serie para el color como expresión sensual. Domitila Domínguez Manuel, ya entonces Domi, había llegado a la pintura por el camino del bordado tradicional y las fuertes atmósferas pictóricas de Antonio Ramírez, padre de sus hijos, abuelo de sus nietos, colega en el arte por el arte y por la sociedad, esposo suyo.

Auténtica indiferencia por el prestigio

Torres Sánchez, quien hace mucho tuvo el privilegio de conocer ese taller de trabajo y arte familiar que hoy se llama Colectivo Callejero, contaba así la historia:

''Un día Domi decidió pintar en la pared de la sala una mujer café, y luego, de tarea, pintó toda la pared de figuras, con acrílicos. Era 1968 y habían transcurrido ya años de flores en servilletas y mantillas, en formatos más bien chicos, una especie de práctica de acercamiento a lo que más adelante sería su más fiel vocación y actividad constante: la pintura. En el bordado, esta singular artista cuya auténtica indiferencia por el prestigio se da de manera natural, encontró los principios de esas rutas que ha caminado. En sus comienzos, también entretejiéndose en los bordados, se encuentra su participación social al lado de otras mujeres indígenas en lucha por una vivienda digna, allá en la famosa colonia Martín Carrera de la ciudad de México, en la cual, aparte de esa lucha, les daba práctica de bordado a las mujeres. 'Pintábamos en las paredes con las demás mujeres y sus niños', dice, 'pintábamos una barda trasera de una iglesia, una pinche barda', agrega con desenfado y sin reivindicaciones ni añoranzas. 'Empecé a entrarle a Guayamilpa, en el local de los comuneros de tierras tomadas para vivienda', y pasa del sofá que ocupa al brazo del mismo en tanto que el pelo le da vuelta en el dedo índice de la mano izquierda". (México Indígena, enero-febrero de 1991, número 16-17).

Han pasado 10 años y hoy la sorpresa de Domi ya no es un secreto, sino un privilegio colectivo. Así, colectivo, como a ella le gusta.

Ha de haber sido por eso que, cuando en 1994 la insurrección indígena de los zapatistas chiapanecos abrió canales de lucha y participación colectiva antes no conocidos, ella de inmediato se acercó a aprender y enseñar. Con carteles y calendarios, con su presencia en la Convención Nacional Democrática, y luego su cercanía a los Diálogos de Paz en San Andrés y el Congreso Nacional Indígena, Domi se ha convertido en la ilustradora más inspirada y tenaz del sueño zapatista.

En 1994 se reveló, al calor del levantamiento indígena, la existencia de un escritor que, para rabia de sus enemigos y rivales de pluma y espada, ha ganado miles de lectores en todo el mundo como traductor, transmisor y recreador de los mitos indígenas: el subcomandante Marcos.

Además de vocero de los rebeldes, ensayista y polemista, Marcos ha recurrido repetida y exitosamente a los relatos míticos, picarescos o ejemplares como mensaje político y como expresión literaria. Las historias del viejo Antonio, como se sabe, corren por el subsuelo de los incesantes comunicados que desde hace más de seis años han ejercido gran influencia y han recibido toda clase de ecos y réplicas en América, Europa y, señaladamente, en el mundo indígena mexicano.

Hitos e influencia para las luchas

Sin ser un escritor indígena, ni pretender serlo, el subcomandante Marcos y también los numerosos indígenas que han hablado desde el EZLN, tanto comandantes civiles como bases de apoyo e insurgentes, se volvieron hitos e influencia para las luchas, y también de la expresión de los pueblos indios.

(Mención aparte amerita el comandante tzotzil David, quien recientemente se reveló como intérprete y compositor de canciones de protesta y propaganda. Aunque las grabaciones que circulan siguen sumergidas en el mercado underground de casetes a 20 pesos, pronto será referente en la canción popular extraoficial, y no sólo se conocerá su voz por la elocuencia y autoridad discursiva que marcaron los Diálogos de San Andrés en 1996 y 1997).

Hay historias que, como los ríos, se juntan alguna vez. Tal ocurre en la confluencia de Domi, siempre fantástica, y La historia de la espada, el árbol, la piedra y el agua, del subcomandante Marcos, un dramático relato desde la resistencia y la amenaza de los pueblos. Ya antes pintó para calendarios y carteles del movimiento zapatista, e ilustró La historia de los colores, otro episodio del viejo Antonio.

Torres Sánchez refería en 1990 la voz de Domi: ''Cuando pinto se me pierde el tiempo, aunque esté oyendo música". La frase adquiría sentido al considerar ''que el fondo musical óptimo para Domi son las cumbias y los mambos que escucha por las estaciones de radio de Guadalajara", ciudad donde vive desde mediados de los años ochenta. ''También oigo anuncios y no me molestan", decía.

Destino marcado por las aguas

''La infancia la pasé en La Joya, aunque nací en San Pedro Ixcatlán, Oaxaca. Luego me fui al estado de Veracruz, donde pasé la adolescencia en Temazcal, Nuevo Ixcatlán, donde se reacomodó el poblado
luego de que la presa Miguel Alemán tapó medio pueblo con sus aguas",
refería a Torres Sánchez. Como el poeta paisano suyo, Juan Gregorio Regino, Domi tiene un destino marcado por las aguas de la presa Miguel Alemán, y una obra reciente tocada por la impronta de los insurrectos chiapanecos.

Se hizo pintora porque sí, cosa de la necesidad. Decía Torres Sánchez: ''Junto con su compañero, Domi ha pintado cuatro hijos y dos nietos", censo que en el año 2000 habría que actualizar. Ella confesaba que ''cuando los hijos estaban chicos, teníamos que pintar de noche".

Por aquel entonces visité por primera vez su estudio-casa familiar en la capital jalisciense. Una mezcla de colectivismo socialista, taller artesanal indígena y peña renacentista de pintura y belleza terrenal. Al paso de los años y los acontecimientos sociales, que nunca le han sido ajenos,
aquella casa de arte y vida pasó a llamarse Colectivo Callejero, que entre otras cosas edita libros de belleza deslumbrante para niños y no tan niños. Veedora por la libre de los relatos del viejo Antonio, digamos que ofrece la alegoría por otros medios, abre nuevas puertas y ventanas con la misma materia prima.

Conjunción de palabra e imagen

La historia de la espada... refrenda una inopinada colaboración artística en la que los dos autores comparten, en su conjunción de palabra e imagen, una profesión de libertad memorable en la recreación moderna de las fabulaciones indígenas. Esta acontece antes y después de la llegada y la lucha ancestral contra un extraño enemigo, de esos que amenazan siempre a los pueblos de origen. ''El extraño se fue. Nosotros aquí estamos, como el agua del arroyo seguimos caminando al río que habrá de llevarnos al agua grande donde se curan la sed los más grandes dioses, los que nacieron el mundo, los primeros", dice, muy característicamente, el viejo Antonio, de cuyas cualidades recicladoras de mitos ya han dado fe Armando Bartra, Manuel Vázquez Montalbán y la escritora creek-cherokee Joy Harjo.

Domi solía decir, y sin duda lo hace todavía, así nada más, como es ella, como no queriendo la cosa: ''Si algo no te gusta, no lo hagas. No vivas como no quieras. Haz lo que quieres". Del cumplimiento de este precepto elemental tenemos, para fortuna nuestra, estos pequeños objetos de arte, estas cajas de colores y sorpresas, esta ensoñación comprometida y concreta donde los seres vuelan, se aman, mueren, resucitan y vuelan, tan dioses como cualquiera, la colección El viejo Antonio, de la cual existen publicados tres volúmenes a toda estampa.

Decía en otro lado el mismo viejo Antonio que cuando los ríos traen torrentes al juntarse, es porque lleva tiempo de llover en las montañas. También para que se junten los ríos de la selva y la pirotecnia iluminada de Domi, debió de llover desde mucho antes en las montañas de Chiapas y de Oaxaca.

A la vuelta del milenio y siglo, la palabra y la expresión indígenas han transformado el rostro de México. Son los ríos juntándose, que hablan más recio cada día.