La Jornada Semanal, 4 de junio del 2000


CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Tolstoi, Santa Eulalia
y las piedras delirantes

1. Tolstoi

La primera vez que concurrió a un prostíbulo, cuenta Tolstoi, llevado por su hermano Sergio, ``después de culminar el acto'', se sentó en la orilla de la cama y se puso a llorar.

¿Por qué? Pueden darse diferentes respuestas, por ejemplo, que la contradicción caracteriza las conductas adolescentes (grandes e irrefrenables apetitos, pero se quiere ser santo), las respuestas, sin embargo, no importan demasiado, dado que nunca podemos hallar en esto la mínima certeza.

Lo que es notable de la escena apuntada es la capacidad de un gran artista como Tolstoi, de, con un toque ligero y oportuno, dotar de enigma y trascendencia los más simples actos humanos.

2. Santa Eulalia

Himno de Prudencio a Santa Eulalia de Mérida: ella muere en las llamas, que ``forman una muralla alrededor de su cabellera mientras su alma vuela al cielo bajo la forma de una paloma''. Esto es, las llamas que la devoran, también la protegen, ¿es posible, qué puede querer decir?, la relación entre alma y cabellera, que aquí se exhibe, recuerda la que prevalecía en Sansón.

3. Piedras delirantes

``Aristóteles, Plinio y todos los sabios del paganismo les atribuyeron virtudes químicas y divinas'' (a las piedras), explica Huysmans en su novela. ``Allá lejos según ellos el ágata y la cornalina alegran, el topacio consuela, el jaspe cura las enfermedades conjuntivas, el jacinto ahuyenta el insomnio, la turquesa impide o atenúa las caídas, la amatista combate la embriaguez. El simbolismo católico se apodera de las pedrerías y ve en ellas los emblemas de las virtudes cristianas. Así es que el zafiro representa las aspiraciones elevadas del alma, la calcedonia, la caridad; la sardonia y el ónice, el candor; el berilo alegoriza la ciencia teológica; el jacinto, la humildad, en tanto que el rubí aplaca la cólera y la esmeralda lapidifica la fe incorruptible.''

Todo fuera sólo inofensivo, más o menos arbitrario o poético, simbolismo pero no, en este sistema de pensamiento, las piedras delirantes actúan, tienen virtudes, propiedades operativas. Descendamos a la magia: ``una piedra desconocida, `el Alectorius', hace invencible a su poseedor cuando se ha empezado por sacarla del vientre de un gallo capón desde cuatro años atrás o por arrancarla del ventrículo de una polla cebada''. Obsérvese la complicada imaginería, las asociaciones, la curiosa precisión de magia (el gallo ha de ser ``capón'', la polla ``cebada'', son justamente ``cuatro años''). Por otra parte, si una piedra es ``desconocida'', ¿cómo podrías reconocerla si llegaras a encontrarla? Por otra parte, es presuposición de la alquimia una cierta relación entre el tiempo y los metales: los metales maduran, el más maduro de ellos es el oro, todos los demás son verdes o inmaduros. Digo esto por lo de ``desde cuatro años atrás''. Sigamos.

``La calcedonia hace ganar los procesos'', se dice también, ``la cornalina calma el flujo de sangre'' y ``es bastante útil a las mujeres enfermas de la regla, el jacinto resguarda del rayo y aleja las pestilencias y los venenos, el topacio domeña las pasiones lunáticas y la turquesa es provechosa contra la melancolía, la fiebre cuartana y los desfallecimientos del corazón.'' Se afirma, en fin, que ``el zafiro preserva del miedo y conserva los miembros vigorosos, en tanto que la esmeralda, colgada al cuello, evita el mal de San Juan y se rompe cuando la persona que la lleva deja de ser casta''.

Y con esta última propiedad o virtud, la que más me gusta, podría escribirse un cuento o una novela con ella, damos toda la vuelta y regresamos a la primera nota, Tolstoi sentado en la cama del prostíbulo llorando la pérdida de su castidad, su esmeralda atada al cuello, rota en el lenguaje de las piedras mágicas.

Todo lo que puede decirse, puede decirse de diferentes maneras.

Y termino con una cita más del viejo Tosltoi, a ver qué les parece: ``Para mí el signo principal del amor es el miedo a ofender o a disgustar al objeto de nuestro amor: miedo, simplemente.'' Qué raro, ¿verdad?, elucidar el ilustre concepto de amor con el lamentable concepto de miedo. El miedo es una de las más desagradables emociones que pueden sentirse, ¿es amar desagradable? Y , sin embargo, algo hay de cierto y averiguado en lo que dice Tosltoi, pero, como sea, ya lo decía yo al comienzo: lo notable de un gran artista, como Tolsoti, es la capacidad de, con un toque ligero y oportuno, dotar de misterio los más simples actos humanos.


ARTES VISUALES

Javier Rubio Nomblot

Fuentes Lemus y el arte puro

En un texto emocionante, Carlos Fuentes, premio Cervantes, refiere algunos detalles de la vida de su hijo Carlos Fuentes Lemus, nacido en París en 1973 y muerto en Vallarta, Jalisco, el año pasado, cuando aún no había cumplido los veintiséis. Aquejado de hemofilia desde la niñez, contagiado de sida en una de las transfusiones que se veía obligado a recibir regularmente, en los noventa contrae meningitis, pierde la vista y el oído, debe someterse a numerosas operaciones y padece errores médicos... Fue un hombre sensible, ``tuvo una infancia de dolores pero muy pronto, de una manera más que intuitiva, como si su precocidad fuese un anticipo de la muerte y un acelerador de su vida creativa, concentró sus horas en el arte de las palabras, de la música y de las formas...'' Poeta, fotógrafo, pintor, Juan Cruz lo describe como un ``artista global'', su vida fue breve, pero intensa, publicó algún libro de fotografías y poemas y esta exposición en la que se le rinde homenaje es un recorrido por una obra a la vez terrible y deliciosa, por una trayectoria que finaliza allí donde la mayoría comienza.

Aun antes de conocer esta triste historia, sabemos que nos hallamos en una de esas exposiciones que cobran forma de diario íntimo o incluso, en este caso más que nunca, de habitación de adolescente: pinturas y dibujos sobre papel y cartón, algunos de ellos eróticos, fotografías de actores y cantantes de rock, imágenes de seres queridos, recuerdos de viajes y retratos de escritores y filósofos jalonan las paredes de la sala invitándonos a recorrer el alma del artista, a comprenderlo o a disertar con él a través de aquello que hizo para su personal disfrute. Las pinturas -realizadas casi todas ellas sobre viejos embalajes de cartón- muestran un torturado mundo de manchas y grafismos violentos de los que emergen ciertas inscripciones, figuras troceadas y a distintas escalas, sugiriendo un enrevesado laberinto sin principio ni fin. La mayoría de los dibujos son retratos de artistas, escritores o actores: personajes que vivieron al límite o atormentados, como Baudelaire, Wilde, Kerouac y Burroughs, otros que murieron prematuramente y ``no tuvieron tiempo de ser otra cosa sino ellos mismos'', como James Dean y Keats... Los autorretratos, en particular, nos remiten inevitablemente al estilo peculiar del incestuoso Egon Schiele, que también murió joven, a los veintiocho años de edad y que era, según nos cuenta su padre, su artista predilecto junto a Vincent Van Gogh. Carlos Fuentes Lemus viajaba a Memphis cada año para asistir a las celebraciones del aniversario del fallecimiento de otro de sus ídolos, Elvis Presley, y hay toda una serie de fotografías -siempre en blanco y negro- dedicadas al músico junto a retratos de diversas personalidades: Jackie Kennedy, Gregory Peck, Ted Turner, Norman Mailer, García Márquez, Lichtenstein, Cassius Clay... Destacan, sin embargo, las estampas de la serie Retratos de México (1993), terriblemente crudas y plenas de humanidad. Muchas más obras, pequeñas e íntimas, han sido rescatadasÊpara esta deliciosa exposición -collages, estudios de clásicos, experimentos con manchas, sueños eróticos- que acaso sean un tributo al arte en su forma más pura.