La Jornada Semanal, 11 de junio del 2000



CONFIGURACIONES

Hugo Hiriart

Santiago de León

¿Hay algo mejor que un viejo amigo? Santiago de León, que es economista, financiero, hombre organizado, eficiente, poderoso, y además amigo mío desde antes de que fuera todas esas cosas, escribió un lúcido y apasionado libro sobre política, economía e historia reciente de México, Las crisis evitables de México, se titula, y me pidió que hablara sobre él. ``Pero, Santiago, le dije, ¿qué puedo yo decir sobre balanza de pagos, inflación, deuda externa y esas cosas?'' El sin embargo, amable como es, cordial, insistió. Tuve que aceptar. Así que me puse saco y corbata y comparecí en un salón del Club de Industriales, repleto, y dije las palabras que copio a continuación.

Del libro que escribió Santiago no voy a decir una sola palabra, simplemente porque me siento incapaz de arrojar la menor luz sobre él, tampoco del autor que aquí vemos ahora, sentado con nosotros, de cabellos entrecanos, sonriente, voy a decir nada. Ustedes se preguntarán, si no voy a hablar del libro ni del autor aquí presente, entonces ¿por qué estoy aquí sentado y hablando? Les voy a contestar: voy a hablar de Santiago cuando era muy joven, en los años, ya lejanos, en que lo conocí. Ese joven no está aquí o ¿lo ven ustedes en alguna parte? Claro que entre aquel joven y este autor de Las crisis evitables de México hay una relación íntima, pero enigmática, la relación que en lógica se llama relación de identidad, es decir, una cosa numérica: que no son dos personas, sino una sola, dicho de otro modo, que son la misma persona. Pero me apresuro a recordarles que la palabra ``misma'' es una de las más raras y cargada de resonancias y dificultades filosóficas con que cuenta el lenguaje.

Aquel Santiago era impresionante. Me lo presentó, en la legendaria cantina Seminario, a una cuadra del Zócalo bordeando la catedral, mi hermano Segundo Portilla. Santiago era impresionante por articulado y preciso, cualidades muy raras en esa edad turbulenta. Parecía una flecha en el aire, un vuelo hacia el blanco elegido: fines diáfanos, sabía qué quería, precisión en los medios, sabía cómo lograrlo, y tenía completo dominio de sí propio, es decir, condiciones perfectas. Nada de lo que Santiago ha logrado me ha llamado la atención: bastaba hablar con él diez minutos para entender que lograría exactamente lo que le diera la gana, porque con él, como con los buenos pianistas, lo difícil parece fácil. Y sin embargo, Santiago no era pesado o abrumador, sino ligero, juguetón y nada solemne. Porque era muy listo, entendía rápido distinguiendo lo esencial de lo accesorio, era muy buen narrador, es decir, tenía asombrosa facilidad para desenvolver lo sucesivo de manera clara, lógica, entretenida, y, como Dickens o Proust, era mimético, esto es, capaz de representar con gracia y puntería la voz, ademanes, modos de expresión, la personalidad entera de sus semejantes.

Ahora, vean ustedes lo que va apareciendo en el retrato de aquel joven incipiente, no sólo despuntaba el economista brillante, el financiero famoso, eso se da por descontado, sino un actor (que por desgracia no ha pisado el escenario), un narrador (que por desgracia no ha escrito cuentos o novelas, que yo sepa, aunque puede haberlas clandestinas) y sobre todo, eso no lo he dicho, era un joven traspasado de curiosidades, pero sobrecargado de vitalidad, esto es, aunque le gustaba reflexionar o meditar sobre las cosas, como prueba este libro que ha escrito, su universo era la acción, hacer cosas, desarrollarlas.

Por todo esto, y más que no digo, resolví escribir una narración tomándolo como personaje, y la escribí, se llamó ``Pobre mariposa'' no por otra cosa, sino porque era una canción americana que tocaba un saxofonista ciego que caía de cuando en cuando a la cantina y que, en esos tiempos dionisiacos, me gustaba mucho. La narración no me quedó bien, pero el asunto está ahí, y creo que podría funcionar como argumento de cine, pero no sé, a lo mejor la retomo algún día.

Regreso a la cantina Seminario. Yo creo que Santiago iba a vernos a Segundo y a mí, primero por amistad, Santiago sabía y sabe ser amigo, como lo probó en su larga relación con el desventurado Segundo Portilla, y segundo porque lo fascinaba el desorden, el caos en verdad, en que él y yo a menudo vivíamos. Creo que se asomaba en él a algo que no entendía: el exceso, el despropósito, el rodeo inútil, la fantasía confusa, la opacidad de fines y medios, en que, con frecuencia nos acompañaba. Pero su mirada no era la de un juez, no había censura en él, sino una mirada suave, tolerante.

Aquel joven y este señor que está sentado, y que escribió un libro, son la misma persona, ¿cómo es posible? Pero el misterio de la identidad personal es menos enigmático en Santiago que en otros, porque, como digo, ya estaba todo predicho en el modo reposado, articulado y preciso, de su habla, allá en la cantina Seminario. Claro, señala Chesterton, una vida coherente no es menos misteriosa que una vida arrojada al azar en cada giro.

Parece que he exagerado los elogios a mi amigo Santiago, puede ser, pero es que me siento orgulloso, y como escribió Stevenson: ``¿De qué puedo enorgullecerme si no me enorgullezco de mis amigos?''

Muchas gracias.



Fabrizio Mejía Madrid


TIEMPO FUERA

10 de junio

Algunos paramilitares del grupo Halcones que mató a los estudiantes el 10 de junio de 1971, están todavía vivos. Arrastrando los pies, son empleados sindicalizados de la FSTSE y casi todos están a punto de jubilarse. Pero, como hace casi treinta años, siguen con miedo de hablar. En los archivos de la Dirección de Acción Social del DDF se podrían ver sus nombres y las nóminas en las que consta el pago -dicen que muy bajo para estos trabajos de alto riesgo- que recibieron el lunes 14. Lo malo es que estos archivos, si es que existen, están bajo resguardo del Estado Mayor Presidencial.

Lo que sabemos: la marcha de diez mil estudiantes por la libertad de los presos políticos se inició en la Calle de Carpio, en el Casco de Santo Tomás, al cuarto para las cinco de la tarde. Se dirigía al Monumento a la Revolución en cuya plaza los estudiantes, en su mayoría politécnicos y de la Escuela Normal, harían un mitin. Las consignas de ``viva Nuevo León y viva el Che Guevara'' son hoy claves del momento del surgimiento de las guerrillas, pero en ese instante equivalían a amenazas de subversión para los oídos del regente Alfonso Martínez Domínguez, el secretario de la Defensa, Hermenegildo Cuenca Díaz, y el presidente Echeverría, convenientemente de gira en Tamaulipas. Cuando la marcha llegó a Amado Nervo y Avenida de los Maestros, un grupo de granaderos trató de impedir que siguiera avanzando. El profesor Manuel Marcué Pardiñas -que tenía unos días de haber salido de Lecumberri- habló con ellos y la marcha logró avanzar una cuadra más. Los policías fueron reforzados en Díaz Mirón y ahí los estudiantes cantaron el Himno Nacional como un conjuro que funcionó: los granaderos se retiraron. Un comandante de la judicial les advirtió que la marcha no estaba ``autorizada''. Los Halcones salieron en ese momento del edificio de San Cosme 75 en camiones grises de pasajeros (uno de ellos con las placas AB-821). En mangas de camisa, iban armados con kendos y varas de membrillo. Alrededor de mil de ellos se enfrentaron a los estudiantes en la esquina de Melchor Ocampo y San Cosme. Al mismo tiempo, otros agentes apostados en las azoteas comenzaron a disparar con metralletas hacia la multitud, una táctica usada en 1968. Tras unos quince o veinte minutos de golpiza y disparos, la ruta de huida de los estudiantes fue cortada por tanques antimotines, cuyos conductores, estacionados frente al Cine Cosmos, nunca intervinieron en la reyerta. Fue entonces -alrededor de las 6:45- que los granaderos dispararon gases lacrimógenos. Así, enceguecida, la columna de estudiantes tuvo que retroceder al lugar donde los esperaban nuevamente los Halcones. De los refugios que pudieron hallar -el interior del cine, los patios de las vecindades, el hospital Rubén Leñero, el panteón inglés- los estudiantes heridos fueron sacados por los paramilitares. Metidos en autos particulares, el destino de los detenidos nunca ha sido aclarado, pero se habló del Campo Militar Número Uno. El parte oficial fue de veintiséis heridos y seis muertos de bala. A las 19:00 horas, un grupo de estudiantes trató de avanzar hacia el Zócalo, pero éste ya estaba acordonado por los tanques. La imagen aparecida en el Excélsior de Julio Scherer el día 11 documenta la paranoia gubernamental: un cinturón de soldados es resguardado por otro de tanques antimotines que esperan a un grupo de mil estudiantes heridos.

Para la noche del 10 de junio de 1971, la policía declaró tener a 159 personas arrestadas, entre ellos, cuatro francotiradores que dispararon desde la azotea de Lauro Aguirre 14. Uno dijo llamarse Manuel Marín o Enrique Quintero (usó los dos nombres), y los otros eran Eduardo Mondragón, Joaquín Uribe, Florencio Hernández Lobera -los tres con credenciales de vigilancia de la Secretaría de Obras Públicas del DDF- y Horacio Chávez Flores. A las 21:20, el ejército entró a la Escuela Normal para apresar a los estudiantes que ahí se habían refugiado. Al entrar, los soldados sólo toparon con un grupo de niños de primaria quienes, aterrorizados, comenzaron a gritar. Estaban ahí para un taller de verano.

El resto de la larga noche del 10 de junio, la policía interceptó vehículos en los que civiles armados transportaban estudiantes heridos: una ambulancia, un Renault con placas HPH-63, y varios taxis. En el piso de uno de ellos iba un reportero de The News. Otros periodistas terminaron lesionados: Manuel Rodríguez, de Novedades; Rosendo Castillo y Sotero García Reyes, de El Heraldo; Manuel Sevilla, de El Universal; Ariel Castillo, de Excélsior, y Anthony Halik de la National Broadcasting Co. El periodista Juan Miguel de Mora relató así su primer atisbo de los Halcones: ``Me llamó la atención que venían corriendo codo con codo, en una forma que me recordó cómo actuaban las secciones de asalto de Hitler, las llamadas `camisas pardas'. ƒstos no traían uniforme pero su carrera rítmica tenía mucho de militar (...) había un camión gris cerrado, sin letrero alguno y dos pick ups llenos de esos mismo jóvenes con garrotes y vestidos de civil. Cuando yo seguía alejándome del lugar, grupos de estos jóvenes corrían delante de los granaderos hacia el lugar de los sucesos. Cuando este grupo de atacantes se retiró, algunas personas que observaban desde las ventanas de sus casas, arrojaron palos a los estudiantes para que se defendieran. Incluso, los albañiles de una obra en construcción dotaron de maderas a los estudiantes con la misma intención.''

Cerca de la medianoche, el director de difusión y relaciones públicas de la Presidencia, Mauro Jiménez Lazcano, anunció que, ``por el enfrentamiento ocurrido esta tarde, la entrevista que se tenía prevista para mañana entre el Señor Presidente Licenciado Luis Echeverría Alvarez y el Presidente de Nicaragua, Anastasio Somoza, tuvo que ser diferida''.