La Jornada Semanal, 11 de junio del 2000



Juan Manuel Villalobos

entrevista con Román Gubern

Saciedad tecnológica
y bulimia de sensaciones

Autoridad en la investigación sobre los medios de comunicación, Román Gubern es catedrático de comunicación audiovisual de la Universidad Autónoma de Barcelona. Autor de innumerables libros sobre cine, que figuran como biblias del género; ex investigador del mítico Massachussetts Institute of Technology, y ex profesor de la Universidad del Sur de California y el Instituto de Tecnología de Pasadena, Gubern ha estudiado a fondo las teorías sobre los medios de comunicación de masas y evita los extremos representados por los ``apocalípticos y los integrados'' de los que habla Umberto Eco.

En El eros electrónico -publicado por Taurus-, un ensayo que ahonda en los efectos que tienen las nuevas tecnologías en la vida emocional de las personas, Gubern aborda, entre otros temas, la inquietante soledad a la que el mundo moderno es conducido por el ascenso de la pornografía de la muerte como sustituto de la pornografía genital y la vorágine consumista, temas de los que también habla en esta entrevista concedida en Madrid.

-``Hoy surcamos el espacio con potentes astronaves, pero nuestra vida emocional no es muy distinta de la de un cazador de hace cien mil años'', dice en su libro. De ser cierta esta afirmación, también lo sería decir que el ser humano no ha aprendido prácticamente nada de sí mismo en cien mil años, ¿no es cierto?

-Justamente este libro nace de constatar que las nuevas tecnologías -su diseño, sus estrategias, su planeamiento- están dominadas por consideraciones de tipo cuantitativo; es decir que lo que buscan empresarios, economistas, ingenieros, es más audiencia, más cobertura, en síntesis, más beneficio. Así que el uso de estas nuevas tecnologías se enfoca a valores de tipo cuantitativo, y en cambio se preocupa poco de los valores de tipo cualitativo. Por eso me he interesado en los efectos emocionales de las nuevas tecnologías, es decir, cómo afecta a la vida emocional el avance tecnológico. La vida emocional está construida de cosas muy primarias, de deseos, gratificaciones, miedos e inseguridades: a eso me refiero cuando digo que el ser humano no ha cambiado mucho. Este libro responde a la carencia de estudios de tipo cualitativo, acerca de cómo afecta a nuestra vida emocional esa panoplia de las nuevas tecnologías.

-¿Y a qué conclusión ha llegado?

-La respuesta es compleja, pero puedo adelantarle que la afecta de dos maneras contrapuestas. Por un lado estimula la libido consumista y deseante, y por otro crea frustraciones; estimula nuevos deseos y necesidades en los que se expande el tema mercantil y consumista; ahora, para ser feliz hay que tener muchos objetos y servicios, un coche grande y un traje bonito y ser deseado o deseada. El hombre que sólo puede acceder a un coche pequeño y no al grande que quería, termina frustrado; la mujer que se compara con la gran heroína que aparece en la televisión y descubre que no es como ella, acaba deprimida. Se están generando deseos y frustraciones.

-Pero hablamos cuando mucho de una tercera parte de la población mundial. Hay quienes más bien se preocupan porque no le cercenen las piernas o los brazos, o porque un soldado no viole a su mujer o a sus hijas. Aquí ni se cuestiona cómo influyen las nuevas tecnologías.

-Naturalmente. Pero cuando hablamos de nuevas tecnologías nos referimos a la llamada sociedad posindustrial. Está claro que si el mundo se dividía antes en zonas desarrolladas y zonas subdesarrolladas, ahora hay que decir que la frontera del desarrollo pasa por sociedades informatizadas y sociedades preinformáticas. Hablamos de una dualización de la sociedad: al mundo que estaba ya dividido entre pobres y ricos hay que añadirle la segmentación de infopobres e inforricos. Los pobres son, además, infopobres; esto significa menos oportunidades laborales, menos capacidades para el desarrollo colectivo. Además de que hay un norte y un sur en el mundo, hay un norte y un sur en cada país, cada ciudad y cada pueblo. En Estados Unidos, por ejemplo, aproximadamente el setenta por ciento de los estudiantes blancos tiene internet en casa, contra sólo treinta por ciento de los negros. Las nuevas tecnologías contribuyen a incrementar la dualización de la sociedad. No son las responsables, pero sí la perpetúan y la incrementan.

-¿Tiene límites la ambición de la industria del entretenimiento? ¿Qué viene después de que El show de Truman se haya vuelto una realidad televisada en Alemania y en Holanda?

-Hay otro ejemplo en la transmisión televisiva de ejecuciones de pena capital. Desde 1992, cuando Tele-Montecarlo inició la macabra costumbre de televisar ejecuciones en directo, periódicamente se da en la prensa un debate entre políticos, juristas y moralistas sobre si está bien o está mal que se televise una ejecución. Lo que esas experiencias intentan es elevar la permisividad de los medios para conseguir más sensacionalismo. Y lo que esto motiva es, para emplear un término médico, una ``bulimia de sensaciones'' de la audiencia televisiva. Una audiencia muy pasiva requiere sensaciones; entonces, cuando la pornografía genital ya es una rutina, se implanta la pornografía letal, que todavía no es una rutina. La pornografía de la muerte sirve para conquistar nuevas cuotas de mercado con más escándalo, más sensacionalismo. Hay una espiral consumista que quiere cada vez más: más difícil, más estimulante, más escandaloso, y, hoy por hoy, el último límite es la pornografía de la muerte, que intentan legalizar y legitimar.

-Pareciera que estas industrias expertas en el sensacionalismo son las que mejor conocen la vida emocional de las personas.

-Las multinacionales sólo modifican la forma de explotación. La televisión usa la capacidad de consumo para sacar más beneficio, explotando la ``bulimia de sensaciones'' de las audiencias pasivas que quieren tener más estímulos: ¡Ya no basta con la pornografía genital, vamos a renovar la bulimia, matemos a gente delante de la cámara! Y la gente se engancha y dice: ``¡Qué horror!'' Pero está fascinada con esa imagen. Eso es lo que tenemos.

-¿Qué elementos tiene el ciudadano común para contrarrestar este sistema?

-La inteligencia y la imaginación. Estamos sujetos a los imaginarios que la industria cultural suele imponernos, pero también hay capacidad de reacción, y con frecuencia vemos que, de una forma inesperada, surgen protestas, movimientos alternativos, discrepancias. Pese a los sutiles mecanismos de control que son la presión mediática y la publicidad, el ser humano no ha perdido la inteligencia, ni su capacidad de reacción, de rebeldía y protesta. Aún quedan reservas suficientes para que, al menos periódicamente, surjan respuestas a la realidad impuesta por los grandes monopolios mediáticos.

-En su libro habla de la inteligencia artificial. ¿Es de fiar lo que se está haciendo con ella?

-La inteligencia artificial se diseña con intereses utilitarios, no altruistas. Nace, como toda nueva tecnología, al servicio del poder militar. El origen de la cultura digital es el poder militar, ha sido siempre así.

-¿Cómo se explica que justo en la era de la hiperinformación exista una gran soledad e incomunicación?

-La sociedad industrial ha inventado medios de comunicación -que, como su nombre lo indica, son intermediarios entre el hombre y la realidad- desde Gutemberg hasta hoy. Estos filtros entre el hombre y la realidad, separan, aíslan. Cuando una persona habla con otra cara a cara, sólo una quinta parte de la información que emite es información semántica pura, las partes restantes son contextuales, emocionales, que se expresan a través de los gestos, de la mirada, de la mímica, de los olores corporales, etcétera. En cambio, cuando uno se comunica por teléfono sólo se emite información semántica -y aun diría que el teléfono tiene cierta riqueza, porque la voz puede temblar y hay pausas y una entonación-; cuando uno se comunica por internet ya no hay más que la comunicación semántica, se han eliminado por completo esas cuatro partes que acompañan a la comunicación. Por eso los medios que se interponen, que filtran, mutilan gran parte de la comunicación humana: los gestos, las miradas, los roces. De ahí se deriva la soledad; estamos hablando de una seudocomunicación, una comunicación incompleta, que mutila lo más cálido de la comunicación, esas cuatro quintas partes no semánticas, sino contextuales.

-Así que somos cada vez más artificiales.

-Evidentemente. Sólo hay que ver un despacho. El hombre primitivo que salía con un hacha era natural. La naturaleza del hombre moderno es el artificio, la tecnología, el teléfono, la radio...

-¿No hay vuelta atrás?

-Sólo cuando uno dice romper con el mundo y se va a una isla desierta o a vivir en el pico de una montaña. La costumbre de tener cortinas o colchas de cama con flores dibujadas o con hojas de árbol, o los vestidos de las mujeres con flores y con plantas, no es más que una nostalgia del vergel perdido que se intenta recuperar ingenuamente.

-¿En síntesis, hacia dónde nos dirigimos?

-Hacia una espiral consumista. Hay una obsolescencia planificada para que cada tres años se tenga que cambiar la computadora y cada cinco el coche. Y eso, evidentemente sólo beneficia a las grandes industrias. El único correctivo que encuentro es la búsqueda de un equilibrio entre modernidad -progreso, tecnología- y sensatez, para no ser víctimas permanentes de los designios de las grandes multinacionales que intentan sacarnos el dinero y decirnos cómo hemos de vivir.

-¿Somos más infelices que en el pasado?

-El concepto de felicidad es muy relativo, porque depende de muchas cosas; es cierto que hoy viajamos más rápido, vivimos más años, hay menos analfabetos y tenemos más información de lo que sucede...

-Pero...

-Pero hay parcelas emocionales del ser humano que están peor cubiertas que antes.