La Jornada Semanal, 11 de junio del 2000



Marco Antonio Campos

Los días terrenales de Revueltas


Hombre íntegro y ``bueno en el buen sentido de la palabra'', José Revueltas mantuvo su posición ``contra esto y aquello'' y defendió la independencia de su pensamiento como una forma ideal de cumplir las obligaciones de la solidaridad. Marco Antonio Campos nos habla de la polémica que despertó Los días terrenales, novela en la cual ``Revueltas encuentra su espléndida madurez y se convierte en un gran narrador''. Comenta, además, dos artículos escritos sobre la novela: el de Enrique Ramírez y Ramírez y el del luso-mexicano Antonio Rodríguez. Ambos trabajos parten de una roma ortodoxia para condenar al ``hereje'' y quemarlo en leña verde en el patio del Santo Domingo estalinista. Revueltas nunca renegó de su pasado revolucionario y siguió creyendo ``en el triunfo mundial del socialismo y del comunismo''.

José Revueltas:
a cincuenta años de la polémica

Hacia fines de 1949 se publicó en la Editorial Stylo una novela, Los días terrenales, y en abril de 1950 se estrenó una obra de teatro, El cuadrante de la soledad, que incendió la polémica dentro de la izquierda, y más, dentro de la izquierda comunista. Sin embargo, Revueltas, por ese entonces, tenía seis años de no pertenecer al Partido Comunista Mexicano. Había renunciado, luego de trece años de militancia (1930-1943), entre otras razones, como relata en varios artículos, que Andrea Revueltas y Philippe Cheron recogieron en el primer libro de sus Escritos políticos, porque su espíritu crítico lo enfrentaba con el esquematismo y el oportunismo de las dirigencias históricas. En la década de los treinta y principios de los cuarenta Revueltas tuvo profundas diferencias con el Comité Central del partido por sus estrategias erróneas y su dogmatismo a ultranza, los cuales, en vez de acercar la clase obrera al partido, la había alejado: primero, de 1929 a 1935, porque la dirigencia había roto con sus aliados naturales (la pequeña burguesía, la burguesía liberal, el campesino medio), dejando al partido aislado y con menguada capacidad de acción, y después, de 1935 a 1939, por dejar los comunistas la iniciativa al gobierno de izquierda cardenista, y porque la dirigencia, encabezada por Hernán Laborde y Valentín Campa, se había hundido ``paulatinamente en el oportunismo y la corrupción, y en la que órganos dirigentes en cada una de sus instancias, a partir de la más alta hacia abajo (sic), eran un semillero de intrigas, fracciones e intereses personales''. Desde entonces hasta su muerte, salvo en el periodo en que estuvo de nuevo en el Partido Comunista Mexicano (1956-1960), Revueltas consideró que el partido no era -nunca lo fue ni entonces- la vanguardia de la clase obrera. Antes de volver a entrar al PCM, luego de doce años difíciles de exclusión, militó en el grupo El Insurgente y en el Partido Popular de Vicente Lombardo Toledano.

Pablo Neruda, después de que el presidente Miguel Alemán y el secretario de Relaciones Exteriores Jaime Torres Bodet, en nombre de la guerra fría, le negaran el asilo en enero de 1948, vino a México en septiembre de 1949 a participar en el Congreso de la Paz. Neruda fue el primero que abrió fuego contra el antiguo amigo y camarada con unas palabras, una alocución en el Congreso. El ataque ahora -desde hace mucho- nos parece desproporcionado, y desde luego, injusto. Revueltas en la novela no cuestionaba al comunismo, sino a los fundamentalistas de izquierda, que creen ganar el paraíso marxista, erigiéndose en jueces de todo el mundo, principiando por sus compañeros de partido, y dictaminando, desde su falso nicho de pureza y desde sus escuetos esquemas, qué está bien y mal y quién está bien y mal. La alusión de Neruda a la novela es clara:

En los años cuando Neruda representó a Chile como cónsul general en México (agosto de 1940-agosto de 1943), dos jóvenes muy talentosos, ambos comunistas, José Revueltas y Efraín Huerta, fueron muy próximos a él. Les llevaba diez años. La relación de ambos con Neruda la han relatado con excelente información una hija de José (Andrea) y una hija de Efraín (Raquel) en los números 3 y 18 del antiguo Periódico de poesía. El ataque de Neruda, a quien Revueltas veía como un querido y admirado hermano mayor, lo dejó paralizado, y aún más, inerme. Su hija Andrea recuerda en el artículo (``Dos intelectuales comunistas''), que cuando su padre oía el nombre de Neruda, guardaba un silencio doloroso. ``No profería palabra alguna, acaso un gemido.'' En su libro Los Revueltas, Rosaura, en cambio, recuerda que muchos años después José comentó que la crítica de Neruda lo dañó enormemente.

Andrea cuenta en su texto que Neruda y José nunca volvieron a encontrarse. No fue así. En 1966, cuando Neruda visitó nuestro país por cuarta y última vez, la noche que dio el recital en el auditorio de la Facultad de Ciencias de la UNAM, hubo después una reunión en casa de Javier Wimer. Esa noche Revueltas y el poeta Eduardo Lizalde conversaron largamente con Neruda tratando de convencerlo de que no podía seguir engañándose y engañando, conociendo muy bien cómo estaba la URSS, y que debía, basado en su gran prestigio intelectual y moral, denunciar la existencia criminal de los gulags, de la persecución sin fondo contra los disidentes, de la falta asfixiante de libertades y de la economía maltrecha de las repúblicas. Neruda escuchaba, no sin cierta aprensión.

En noviembre de 1968 Revueltas fue apresado luego de los sucesos de Tlatelolco. Como si actuara de personaje de una de sus novelas de grandes sacrificados por la causa, como si fuera el Gregorio Saldívar del final de Los días terrenales, se declaró cristiana y absurdamente responsable de cuanto delito se le acusaba. Tres meses después, en febrero de 1969, Neruda envió una preciosa y conmovedora carta al entonces presidente Gustavo Díaz Ordaz, que después se publicó con el título de ``Los Revueltas'' en el libro Para nacer he nacido, donde hablaba de Silvestre, de Rosaura y de José y reclamaba la libertad de éste porque tenía la seguridad de su inocencia. Y ``además -decía-, porque tiene la genialidad de los Revueltas, y también, lo que es muy importante, porque lo queremos muchísimo''. Profundamente emocionado, Revueltas dedicó a Neruda una de sus obras maestras, El apando, una novela vertiginosa y cruel, impresa ese mismo año. El abrazo de la reconciliación había llegado muy tardeÊpero había llegado. Ya no se encontrarían más. El 23 de septiembre de 1973 Neruda murió en condiciones tristísimas. En octubre de ese año el poeta Oscar Oliva organizó un homenaje a Neruda en el vestíbulo del palacio de Bellas Artes. En unas palabras finales, que son un grito, Revueltas dijo al hermano mayor: ``¡Te lo pedimos, te lo lloramos, Pablo Neruda, no descanses en paz!''

En los meses finales de 1949 y hasta mediados de 1950, decíamos, la novela conmocionó a la izquierda mexicana, en especial a los miembros del Partido Comunista. Si bien Revueltas había escrito ya dos desoladoras novelas (Los muros de agua y El luto humano) y una compleja y honda serie de cuentos de marginales y desesperados (Dios en la tierra), es en Los días terrenales donde encuentra su espléndida madurez y se convierte en un gran narrador. Su prosa se ha vuelto clara y precisa, cambia con habilidad los ritmos narrativos (el primer capítulo tiene la marca y la velocidad verbal de un libro como El apando), las historias, salvo en dos o tres capítulos, fluyen sin tanta digresión, pero ante todo ha creado, ha logrado crear personajes intensamente representativos, complejos y contradictorios, como Fidel Serrano, el comunista despiadada y detalladamente dogmático, y su contraparte, Gregorio Saldívar, el intelectual comunista crítico, que al final, durante ``la marcha del hambre'' y en la cárcel se acaba confundiendo en un gran sacrificio cristiano con su hermano enemigo Fidel. Pero ante todo creo que el personaje de Serrano (el retrato admirablemente delineado y las definiciones y frases que Revueltas le hace decir) es lo que erizó los cabellos de nuestros hombres de izquierda. En la novela, Serrano es el hombre que se enorgullece de observar a cabalidad los principios, de creerse un justo, un puro, un hombre tan comprometido con la causa que continúa redactando en la máquina de escribir un informe reprobatorio sobre un camarada (Gregorio) mientras su hija yace muerta en el mismo cuarto, un hombre que no acepta el dineroÊreunido para el entierro porque un muerto ``puede esperar'' pero no el periódico Espartaco, órgano de las Juventudes Comunistas, que debe enviarse a la provincia y pagarse con ese dinero. Es quien cree que el sentimentalismo no cabe en las tareas revolucionarias y que con tal de conseguir los fines es válido aun utilizar los medios más atroces. Ese justo, ese puro, que es, sin embargo, para otras personas que han convivido con él, como su esposa, ``sórdido y por dentro vacío y helado'', ``un horrible fariseo del demonio'', ``un santo capaz de cometer los más atroces pecados de santidad'', o como Gregorio, el cual lo ve como un ``seminarista rojo'', alguien que habiendo perdido el alma la ha sustituido políticamente por ``un esquema de ecuaciones'', ``una máquina sin dudas'', ``un fenómeno de deformación, de esquematismo espiritual''. Ese Serrano que solía juzgar a los otros como ``pequeños burgueses con desviaciones a la derecha'', como conspiradoresÊ(``estás deconspirando'', le reprocha a Bautista Zamora), que despreciaba cualquier arte que no estuviera destinado a las masas, y de quien su camarada Bautista Zamora se horroriza, porque si tuviera el poder en las manos -está seguro- ``sería una pesadilla inenarrable''.

Pero los miembros del Comité Central del partido no eran menos intransigentes y espantosamente puros que Fidel Serrano. Gregorio se decía que no llegaban a comprender, ``no por falta de honradez, sino simplemente porque no podían ver las cosas a través del compacto tejido en que estaban envueltos; no podían razonar sino dentro de la aritmética atroz que aplicaban a la vida''. Dos y dos.

Dos artículos en especial conmocionaron entonces a Revueltas: uno, el de Enrique Ramírez y Ramírez, ``Sobre una literatura de extravío'', que apareció el 26 de abril de 1950. Al margen del texto, Revueltas escribió unas notas de contestación que sólo se publicaron después de su muerte en las que reconoce algunas críticas pero descalifica otras y descalifica en momentosÊal mismo Ramírez y Ramírez como calumniador o simplemente se mofa de sus opiniones y consideraciones. Como dicen su Andrea Revueltas y Philippe Cheron en las notas finales de Cuestionamientos e intenciones: ``En unos casos estas notas muestran que Revueltas estaba en abierta contradicción con la crítica que se le estaba haciendo; sin embargo, posteriormente como su Esquema lo demuestra, abandonó sus posiciones.'' Si bien en momentos la crítica de Ramírez y Ramírez es confusa y marxistamente pretensiosa, hay otros aspectos, al menos dos, que hubieran podido suscitar un buen debate, como el párrafo donde le reprocha filosofar ``con insistencia, con monotonía'', ``filosofar sobre todo y a propósito de todo'', y por haber hecho (quizá Ramírez y Ramírez no sabía bien a bien lo que es una novela de tesis), ``no un tratado, pero sí un libelo filosófico, o filosofante, para decirlo con más propiedad''.

El otro párrafo es aquel en el que Ramírez y Ramírez, tomando unas líneas del capítulo VIII -donde el novelista habla de que el hombre se inventa absolutos (Dios, justicia, libertad, amor) porque necesita asideros para defenderse del infinito y porque teme descubrir su ``inutilidad intrínseca''- cree encontrar la ``concepción central de la filosofía de Revueltas''. El articulista reprueba que Revueltas vea al hombre como un ser inútil, sin ninguna razón ni fin de vivir y a quien debe preparársele para no conocer la felicidad.

El comunista portugués Antonio Rodríguez, con su seudónimo de Juan Almagre, publica su crítica contra El cuadrante de la soledad (donde en momentos se detiene asimismo en Los días terrenales) el 8 de junio de ese 1950. La nota la leemos ahora con cierta incomodidad por los insultos desproporcionados y su violentaÊinjusticia. Rodríguez acusa a ``Pepe'' de buscar que se crea que el Partido Comunista ``rebaja y aniquila la dignidad humana'', de parapetarse detrás de un pasado con el cual ya rompió del todo, de haber ganado en brillantez literaria pero perdido en profundidad filosófica y social, y de lograr (acaso citaba indirectamente lo dicho por Neruda) que el apellido de los Revueltas y el pueblo ya no sean uno. En la línea final dice que él, que sí cree en el hombre, se averguenza de su amistad.

Revueltas, en un tono moderado, contesta a Rodríguez el 11 de junio. Empieza por subrayar los múltiples y graves malentendidos que se han suscitado sobre su labor literaria Todos han venido de compañeros de lucha. El quería dejar para un momento más apropiado su respuesta y abrir un debate teórico pero la violencia de la nota lo obligó a adelantarse. ``En efecto, nadie como tú ha procedido con mayor violencia, mayor injusticia y mayor encono.'' Puntualiza que él no necesita avergonzarse de la amistad de Rodríguez para responderle calumnias tales como la de que él (Revueltas) buscaba demostrar ``que el partido del proletariado rebaja y aniquila la dignidad humana'' y de que había roto en definitiva con su pasado revolucionario. Ni una cosa ni otra: no pertenece al PCM pero se sigue considerando comunista, cree en el partido del proletariado y ``en el triunfo mundial del socialismo y del comunismo'' y ama y defiende a la URSS. Nunca ha renegado de su pasado revolucionario ni lo hará.

Rodríguez, con un tono más templado, vuelve a contestar el 14 de junio en El Nacional. Insiste en el divorcio que existe entre ``Pepe'' y sus libros, en el dibujo feroz que el novelista hace del partido de la clase obrera como un basurero moral, de que la obra revueltiana es la negación de los principios del PCM, de que él (Rodríguez) y sus compañeros del partido sí confían en el hombre, mientras José no. Y Antonio Rodríguez termina su crítica con frases dignas de poner en la boca de Fidel Serrano en algún capítulo de Los días terrenales: ``Pero no queremos tenerte a medias. A ti mismo no conviene servir de dos amos. Además, no se puede. Nadie ha logrado hacerlo, durante mucho tiempo.''

Pero el mal ya estaba desde antes hecho. Un día después Revueltas escribe una carta de retractación que se publica el 16 y el 20 de junio en varios periódicos: El Nacional, El Popular y Foro de Excélsior, donde informa que ha decidido sacar de circulación Los días terrenales y ha pedido que se retire de escena El cuadrante de la soledad. Esa carta y las sucesivas autocríticas que hizo a lo largo de la siguiente década no dejan de leerse con incomodidad, con una ligera angustia, pero ante todo con mucha pena, en especial cuando vemos en frío el perjuicio y el menoscabo que se hizo a la literatura mexicana, que se hizo a un hombre y que se hizo él mismo. Ya desde principios de junio lo habían convencido Vicente Lombardo Toledano y Enrique Ramírez y Ramírez en una discusión en la que supuestamente se revisó su trabajo (así lo dice) ``a la luz del pensamiento más avanzado de nuestro tiempo, el pensamiento crítico por excelencia, que es el de los grandes maestros universales del marxismo, y de cotejar mi producción literaria con las enseñanzas y los anuncios de la realidad''. Quizá ni Revueltas ni nadie, en la izquierda o no, pensaba en esos días en la posterior conversión de ambos críticos: Lombardo Toledano, una de las grandes inteligencias del siglo, se volvería el líder de un partidoÊde oposición domesticada, de una oposición sin color ni sabor, que servía de cómplice a las estafas electorales del PRI, y Ramírez y Ramírez a su vez sería director de un diario oficial e ideólogo priísta.

No sólo Revueltas retiró hasta 1967 de circulación una de las grandes novelas mexicanas, Los días terrenales, sino en la década de los cincuenta, bajo el influjo del realismo socialista, negando y renegando de sus libros anteriores, escribió dos novelas breves, En algún valle de lágrimas y Los motivos de Caín, las cuales se parecen en sus motivos a las miles que se escribieron en el orbe del socialismo burocrático.

Pero al final de la década todo cambió. Rompe de nuevo y en definitiva con el Partido Comunista Mexicano en 1960, funda con un grupo de jóvenes intelectuales de la Liga Leninista Espartaco, y publica varios libros: uno de cuentos, Dormir en tierra (1960), uno de ensayos políticos, Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (1961), donde discute la historia de la izquierda mexicana y en especial el PartidoÊComunista, y una novela, Los errores (1964), donde deja caer un ácido corrosivo sobre la ortodoxia y las paranoias de miembros del PCM. Revueltas ha regresado a la vía correcta. Ya no la abandonaría. Las consecuencias de su participación en el movimiento estudiantil de 1968 representaron para él una gran herida y una deslumbrante reivindicación: por un lado, un encarcelamiento injusto y absurdo por más de dos años que minaron su salud, y por el otro, una amplia y justa revalorización de su pensamiento crítico, de su conducta política y de su compleja y honda obra literaria.