Lunes en la Ciencia, 19 de junio del 2000



La disputa de los beneficios del trabajo colectivo


Tecnología y política

Guillermo Peimbert

La tecnología se distingue de la técnica, entre otras cosas, porque es el resultado de la aplicación de la investigación científica a los conocimientos técnicos humanos acumulados a lo largo de miles de años. Funciona como parte de un sistema social e integra a quien la usa y a quien la diseña en una serie de subsistemas (políticos, culturales y económicos). Y esto vale no sólo en el evidente caso de las tecnologías ligadas a las llamadas "ciencias duras", como la astrofísica o la biotecnología con sus viajes espaciales, sus clonaciones o sus proyectos sobre el genoma humano. Las tecnologías usadas en la creación de imagen para campañas publicitarias o políticas así como el uso de las ciencias humanas y sociales en el diseño de campañas de publicidad, y mercadotecnia para orientar la conducta de los ciudadanos, son también un buen ejemplo de esto.

La tecnología aparenta ser el resultado del talento individual. Pero esto no es así; siempre es producto de un "trabajador colectivo". Representa el más alto grado de cooperación humana condensada que trasciende no sólo al individuo, sino a las generaciones. Nunca los conocimientos científicos han sido el resultado del trabajo aislado de un individuo, por más talentoso que éste sea. Los llamados grandes genios, siempre se han montado en los hombros de otros -vivos o muertos-, y así han logrado ampliar su visión más allá del horizonte que su propia estatura les permite. La computadora en la que escribo este texto es producto del trabajo acumulado de miles de personas que a lo largo de las generaciones han sistematizado millones de bits de información y de otros que han logrado convertir esta información en conocimiento útil. Gracias a ello, no sólo puedo expresar mis ideas apretando unas teclas de plástico, sino que puedo imprimirlas como nunca soñó Gutemberg; puedo distribuirlas en segundos a lo largo del planeta con sólo apretar un botón. Estamos ante la maravilla de los resultados del trabajo colectivo, posible sólo en una sociedad compleja, con una división social del trabajo superespecializada, una larga historia y una estructura social determinada. Es el resultado del conocimiento de las distintas disciplinas que lograron producir, en su integración inteligente, un instrumento tecnológico fascinante y a la vez incomprensible; un instrumento que nos maravilla al "desocultar" las potencialidades de la naturaleza (y esto es así, a pesar de que las guerras hayan sido el principal motor de desarrollo tecnológico).

Pero todo esto ha ocurrido en un contexto social que nos impone situaciones de desigualdad en la repartición de los beneficios de este trabajo colectivo. A este impresionante grado de socialización del trabajo, corresponde un grado máximo de apropiación individual de los beneficios que de él se obtienen: estas son las dos caras de la misma moneda en nuestra moderna sociedad.

Feggo;Ciencia y Tecnologia Y esto es resultado de decisiones humanas, no de "leyes naturales"; la dimensión política de la acción humana es la que explica que en el diseño de un instrumento tecnológico se tomen en cuenta no sólo los conocimientos relativos a su función -al objetivo buscado y al uso de los materiales para su construcción- sino que se consideren, consciente o inconscientemente, aspectos relacionados con el control de los beneficios que la tecnología misma produce: quién la va a usar, cómo, para qué y cuáles son los conocimientos mínimos para poderla usar y, en su caso, qué precio deberá pagar por usarla. La tecnología ha convertido a los instrumentos tecnológicos en supercondensaciones del saber que, por lo mismo, potencian a niveles insospechados los poderes de quienes los usan. Pueden incrementar sorprendentemente la productividad del trabajo, disminuir la intensidad, simplificar -en la mayoría de los casos- o superespecializar -en pocos casos- las actividades del usuario. En esencia, trastocan todo el mercado de trabajo ligado las actividades en las que se insertan. En suma, el diseñador del instrumento, no puede evitar tomar en cuenta la forma como se va a controlar ese poder desencadenado por el saber tecnológico: "no lo sabe, pero lo hace".

Los llamados derechos de autor y de patente son parte de ese invento jurídico (tecnología política) para apropiarse de producto del saber colectivo y convertirlo en propiedad individual y privada. Son la justificación legal de la apropiación individual de un beneficio producido por el trabajo colectivo. El "dueño" de la patente o de los derechos de autor puede decidir si se usarán los conocimientos tecnológicos o sus resultados, cómo se usarán, quién los puede usar, cuándo y para qué se pueden usar. Puede vender sus derechos, enriquecerse individualmente por medio de las regalías o impedir el uso de los mismos en cualquier momento. En suma, obtiene el poder de usufructuar ese conocimiento como si fuera suyo. El conocimiento, así, adquiere la forma de una mercancía que se puede comerciar como si fuera cualquier otra. Incluso los mismos investigadores científicos y los desarrolladores de tecnología han llegado a creer que deben "defender" "sus" conocimientos y no darlos a conocer hasta que estén registrados, ya que esto les permitirá competir con los otros y allegarse el mayor beneficio individual en esa lucha por la patente o la autoría. Esto, obviamente, ha dañado mucho la producción de nuevo conocimiento. Ha llegado a tal el absurdo que hay quienes han patentado ya bases de datos relacionadas con la información del genoma humano; si algún día se pudiera clonar un órgano humano para trasplantarlo -como un corazón- tal vez podría aparecer el dueño de la patente relacionada con la información necesaria para hacerlo, exigiendo el pago "legal" de "sus" derechos antes que salvar una vida.

Sin embargo, esta situación, afortunadamente, no ha seguido un camino unívoco. Hay quienes han defendido la idea de que el saber no puede ser, por su propia naturaleza, susceptible de ser apropiado como mercancía. Hoy estamos, de nuevo, ante la encrucijada política de cómo se toman las decisiones sobre los beneficios del trabajo colectivo. La historia misma de las computadoras personales muestra la lucha entre quienes buscan mantener un control centralizado del conocimiento -postura defendida paradigmáticamente por la IBM- y la necesidad de socializar los beneficios producidos por el trabajo colectivo humano -que fue lo que motivó el diseño de las primeras computadoras personales. El surgimiento de una sociedad red nos da la capacidad de comunicarnos fuera de un sistema jerárquico de mando y continuar con estas luchas cotidianas y permanentes en contra de la deshumanización de la tecnología. Perder de vista lo colectivo del conocimiento y la necesidad de construcción de una comunidad humana es lo que ha generado una situación irracional, no sólo en el reparto de los beneficios, sino la catástrofe ecológica de dimensiones aterradoras que tenemos ante nosotros. La responsabilidad ética no debe desligarse de la investigación científica ni del diseño tecnológico.

El autor es sociólogo, académico de la UNAM y profesor de la Universidad Autónoma del Estado de Morelos

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