La Jornada Semanal, 25 de junio del 2000



Bazar de asombros

ESBOZOS PARA UN RETRATO DE JOSÉ CARLOS BECERRA (I)

El 26 de mayo recordamos a José Carlos Becerra en el patio central de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Amigos, parientes, compañeros de generación y un nutrido grupo de jóvenes estudiantes participaron en una sesión que incluyó un número de danza basado en Oscura palabra y una conferencia del neoafónico bazarista que, tal vez por la virtud de las rogativas de su público, anda ya con las cuerdas y demás instrumentos del palabreo en condiciones de cántaro rajado.

La noche perfecta, el viejo cielo tabasqueño y un Grijalva apacible, ayudaron a la recordación organizada con afecto y buen tino por las autoridades de la Universidad. Sabedores de que mi arrebatada elocuencia anda ya muy cabizbaja y, por lo tanto, aquejada de una brevedad impuesta por los años y los malestares, me invitaron. Con Lucinda regresé a una de las pocas ciudades con río de nuestro país y, sin decir agua va, cometí un nuevo delito de conferencia. Me salvó la calidad de la poesía de José Carlos y el fraterno afecto que nos profesamos. Antes de entrar al tema, quiero alabar la iniciativa de la Universidad tabasqueña, que ha decidido celebrar año con año unas jornadas de estudio de la obra de José Carlos Becerra.

En un día y medio de estancia apenas nos alcanzó el tiempo para cumplir los ritos pellicerianos: la visita a su casa-museo y el recorrido por uno de sus mejores poemas: el museo al aire libre y húmedo del trópico en el Parque de la Venta. Saludamos a La abuela, a la Deidad joven, a los jaguares, águilas arpías y a las prodigiosas cabezas de la cultura de los baby face y de la perfecta ``petricidad'' tan admirada por Henry Moore. Seguimos las huellas de Pellicer por los vericuetos y admiramos ceibas, palos mulatos y otros muchos árboles que en el resto de Tabasco han destruido los taladores, los ganaderos y los señores del petróleo. Ramón Bolívar y el amigo Luis Carlos fueron nuestros guías, y Pellicer estuvo a nuestro lado todo el tiempo.

El día 28 hicimos el recuerdo y el estudio de la vida y la obra de José Carlos en la Sala Ponce. Hubo poca gente y esto nos permitió mantener un tono íntimo, familiar. Los organizadores no cometieron la vulgaridad de anunciar el acto y fueron el rumor, la invitación telefónica o algunos anuncios en programaciones generales, los que convocaron a los pocos, pero muy selectos fieles a la poesía de José Carlos. Elsa Cross y este bazarista hablamos sobre el poeta y Miriam Moscona leyó algunos de sus poemas. Los organizadores, como era de esperarse, no pudieron acompañarnos. En su lugar aparecieron grupos de muchachos que leen con amor y admiración la poesía de Becerra. Todo esto será para bien. He aquí el texto que dedico a María Carlota, Deifilia y María Cristina, hermanas de José Carlos:

Esperaba una carta de Lezama Lima y la llegada de Octavio Paz a Londres y, mientras los dos acontecimientos advenían, se dedicaba a recordar capítulos de Paradiso y a decir de memoria versos de Para llegar a Montego Bay y del prodigioso poema celebratorio de la pericia del mulo para sortear los riesgos del abismo. Improvisaba poemas a la manera de Paz, García Lorca, Nervo, Díaz Mirón y Pellicer. No eran, ni mucho menos, parodias sino verdaderas recreaciones. Recuerdo sus esfuerzos para enfrentar los desafíos que, en su momento, enfrentó Díaz Mirón, tanto en la cuidadosa selección de palabras, como en los acentos y en las novedosas rimas. López Velarde y sus adjetivos exactos le creaban problemas que resolvía con desparpajo tabasqueño.

En las noches del invierno londinense, desde las ventanas del flat de Arthur Court (situado en el viejo barrio de Paddington, que en épocas victorianas estaba lleno de casitas grises para las ``entretenidas'' o las amantes más formales de los aristócratas o de los men of property de las novelas de Galsworthy), veíamos pasar las largas piernas coloraditas de frío de las minifáldicas muchachas del Londres de los sesenta, hippie, neorromántico, permisivo, exhibicionista y en plena y gozosa revolución sexual.

Muy cerca de nuestros ojos (después de una noche de espera en las riberas del Serpentine o en las playas de Ramsgate) quedaban Hendrix, Joplin, los Beatles y los Stones; el Electric Cinema de Portobello Road nos llenaba de películas sobre el flower powe y su hornazo llegaba a dos cuadras. El National Film nos daba cinco películas al hilo los sábados en la noche (Los Marx, musicales de Busby Berkeley, Bogart, Lorre, Curtiz, los expresionistas y muchos vampiros y vampiras enamoradas y colmilludas) y en las fiestas se quemaban motas y hachishes y alguno de los conocidos se nos quedó en los laberintos de ``Lucy in the sky with diamonds''.

Oscura palabra y Relación de los hechos habían sido leídos cuidadosamente por Lezama Lima. Esto explica su tardanza en enviar la carta con sus comentarios llenos de entusiasmo y de sugerencias (la recibimos en Londres dos semanas después de la muerteÊde José Carlos). Becerra se entrevistó con Octavio Paz en su elegante bed and breakfast de Chelsea (tal vez uno de los mejores desayunos de Londres. Pérez de Ayala, embajador de la República Española ante el gobierno británico, recomendaba a los interesados en comer bien en tierras del Reino Unido que desayunaran tres veces al día). Regresó a Arthur Court emocionadísimo y nos contó con detalles (era un relator colorido y exacto) la larga conversación. Estaba impresionado por la lectura que había hecho Octavio de poemas como ``El Halcón Maltés'', ``Batman'' y ``La corona de hierro''. Los nombres de Claudel y de Perse fueron citados por el maestro. Esto nos llevó al recuerdo de la traducción del ``Viacrucis'' de Claudel hecha por Efraín González Luna: ``Oh madres que visteis morir al hijo primero y único...''

José Carlos construyó los poemas de la primera etapa de su obra con largos versículos de acento bíblico. En cambio, el manuscrito que nos devolvió la policía de San Vito de los Normandos (lo encontró en el interior del automóvil del accidente fatal), contenía poemas de formato pequeño y versos de pocas sílabas: ``planta virgen y venenosa,/ todas sus flores tienen/ olor fuerte y nauseabundo'', dice en ``la quimera del oro'', un poema hecho bajo el signo de Ezra Pound y de su odio a la usura institucionalizada por la banca mundial.

Hugo Gutiérrez Vega
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bazar


Antesala

Para qué simplificar las cosas si pueden complicarse (creyendo que se simplifican). Si usted, infatigable lector(a) que gusta de las historias sin ficción y por entregas, se ha tomado la molestia de seguir los avatares de la industria editorial que se han reseñado en esta columna, no le tomará por sorpresa que continúe la larga reflexión que, por desgracia para usted, este antesalista tuvo a mal comenzar hará dos números. Por supuesto que el panorama de la palabra escrita puede ponerse peor. De hecho, ya se ha puesto. Revise usted las ediciones que llegan de España con el copyright de 2000. Hemos visto dos libros de filosofía, publicados por un consorcio de los grandes, en donde las erratas ortotipográficas saltan cada dos páginas y despliegan fuegos artificiales para que hasta un analfabeto(a) funcional se dé cuenta de que existen. ¿Qué es lo que sucede en este caso? Es muy sencillo. El autor de la obra ya tiene su PC con Word 95 o 97, en el cual escribió todo el texto. Como la mayoría de los escritores que han integrado las computadoras (u ordenadores, como dice que debe decirse la Madre Academia) a su trabajo intelectual, reemplazando a la máquina de escribir mecánica y eléctrica, nuestro filósofo sólo ha aprendido las funciones elementales del procesador de palabras y sigue utilizando en sus escritos los trucos que aplicaba a la Remington, la Olivetti o -ya en el colmo de la sofisticación o gracias a un jugoso premio- la Smith Corona: da dos espacios después de cada punto y seguido, las sangrías de párrafo las hace con el espaciador, hace dos retornos entre párrafo y párrafo, numera las páginas a mano, etecé. Cuando termina su texto lo envía con una impresión en papel y dentro de uno o varios disquets a la casa editorial, la cual así se lo ha pedido. Ese texto simplemente será leído con técnica de lectura rápida por el o los editores (de esto sí que sobra: editor general, ejecutivo, en jefe, invitado, de diseño, de marketing, de arte, de redacción...) y, en una situación ideal, aprobado. Los disquets pasarán directamente al departamento de diseño, donde el diseñador vaciará la información en el programa de diseño Quark -donde la tipografía perderá todas sus características especiales: cursivas, negritas, versalitas, alineación de cuadros estadísticos, notas al pie. Luego llegará el director de arte a determinar la tipografía, el tamaño, la caja, dónde van los folios, si lleva o no plecas y cornisas, y si se ve bien la ``mancha tipográfica'' (ya hablaremos de este término, que dicho por los nuevos diseñadores, suena a insulto). El siguiente paso: las galeras formateadas en páginas serán enviadas al autor para que él las revise. El escritor no tiene por qué saber revisar galeras, ni conocer los criterios establecidos, ni hacer -en fin- un trabajo que no le corresponde. El volverá a centrarse en el contenido, verá con nuevosÊojos su texto transformado por la tipografía y el formato. Hará algunos o muchos cambios, que tendrá que discutir con alguno de los numerosos editores y, si tiene algún amigo que dice que una vez hizo la corrección de una tesina, se lo dará a revisar. Nada de esto se cobra: el Autor, feliz de ver su obra impresa, siente que la Editorial le hace un favor con dejarlo revisar las galeras; el Amigo amateur sentirá como un favor que el Autor le deje leer la obra antes que a cualquier otro; la Editorial siente que el libro no necesita más revisiones porque le hizo al Autor el favor de darle a revisar las galeras y darle su Vo.Bo. (visto bueno). El director de arte hará, o mandará a hacer la portada a dos o tres tintas escogiendo, aquí sí, con cuidado la tipografía. Y voilá. El libro está listo para imprimirse.

El silencio de los inocentes. ¿Quién paga el pato? El que paga el libro. ¿Quién mata a la gallina de los huevos de oro? La Editorial, que en el corto plazo aumenta su ganancia todavía más pero que en el largo plazo está matando la capacidad de sus lectores en ser más exigentes y leer más y mejor. Esto que voy a decir debería ser una perogrullada pero no lo es: lo principal en un libro es que sea legible; vale decir, que su lectura sea fluida, no interrumpida a cada momento por una errata, un punto y coma fuera de lugar, una viuda a final de página, espacios extra sin ton ni son, callejones elementales en larga fila (cuatro o cinco des o las o ques, unas sobre otras, haciendo una columna inicua), que golpean como un mazazo a quien tiene un mínimo amor por el libro. Todas las reglas que se fueron generando a lo largo de siglos para que el lector o la lectora no sólo hicieran una lectura clara sino que incluso la gozaran, van siendo mermadas una a una, en aras del lucro y la ignorancia. ``¿Qué tal si le quitamos las sangrías para que se vea mejor la mancha tipográfica? ¿Y si no hacemos la partición silábica porque el programa nomás lee en inglés? ¿Cómo ves si nomás justificamos a la izquierda y a la derecha que vaya en bandera?'' ``Orale, ¿y ese término, de dónde lo sacaste?'' ``Un día se lo oí a un ruco que dizque era corrector. Ah.''

La vida en broma. Nuestro fotógrafo de cabecera, Luis Humberto González, presentó ayer sábado su libro La vida en broma, con escenas de la vida citadina e inauguró simultáneamente una exposición en el Museo de la Ciudad de México. Todo esto está patrocinado por el Gobierno de la Ciudad de México. O sea, un proyecto chilango al cien por ciento. Si en la hermosa República Mexicana (léase la Provincia que nos odia) desean refocilarse en nuestras miserias y manías extrañas, no deben perderse la exposición ni dejar de comprar el libro. Abur.

Carlos García-Tort
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