La Jornada Semanal, 25 de junio del 2000



Eduardo Milán

entrevista con Gonzalo Rojas

El poeta genealógico

Este diálogo entre dos poetas versa sobre la poética de uno de ellos, toma vuelo y transita por los espacios de la biografía y la obra, montado en la alfombra mágica de la metáfora. Se habla así desde el ``nadie'', los ``acorralados'', la poesía como detonador que ``abre boquetes'' y la ``metamorfosis de lo mismo''. Eduardo Milán retuerce la ambiguedad de las preguntas para que la esencial sabiduría de Gonzalo Rojas las redefina y enderece hacia sus propias genealogías literarias.

Para no empezar con el pasado o con el futuro, por qué no empezamos con el ``medio'', que es generalmente donde ocurren las cosas. Por qué no empezamos con ese protagonista improbable desde el punto de vista del éxito, de la fama, que es ``nadie'', que es además una noción, una máscara y un nombre que ya aparece en Homero.

-Muy buena conjetura, porque de veras es difícil hablar desde el yo o desde la abolición del yo -como le gustaba al maestro Borges-, que a mí me aburre. Me aburre la insistencia en la abolición del yo. ¿No será que cuando se dice ``no hay que usar el yo'' o ``nada con el yo'', se cae en un yoísmo también? Es por eso que no me gusta tanto el proyecto de abolir el yo como esto otro que acabas de señalar. Situar, dentro del ejercicio poético, ese respiro que pudiera llamarse el nadie. El mismo nadie que habla por uno si uno no sabe; de lo que uno escribe y no sabe. A mí me gusta el nadie y, tal como dijiste, ya en la Odisea de Homero el nadie funciona. ``Nadie me ha herido.'' A estas alturas, en estas mocedades octogenarias -acabo de cumplir los ochenta- encima del mar, allá en mi tierra donde estuve celebrando solo con mi alma y la tormenta, mi voz o mi ejercicio entra con el nadie. Y cuando empecé a escribir, por la mitad de mis años, ya empezaba a ausentarme del yo y a situarme en ese aire del nadie.

-Ese aire es una posibilidad, digámoslo así, de que todos se encarnen.

-Así es. Con qué derecho vamos los poetas a decir que los que escribimos unas líneas debajo de las otras somos los únicosÊcapaces de decir el mundo. El mundo es capaz de ser dicho por el niño -y eso se sabe de sobra-, como es capaz también de decirlo un fascinado o un enamorado, un doliente muy profundo, quien esté viviendo una experiencia honda. Todos ellos son capaces de decir el mundo.

-Tu poesía tiene varias constantes. Una de ellas es la de tomar partido por los que en un poema llamas los ``acorralados''. Concretamente el verso es ``de los acorralados es el reino''.

-Nadie me lo había comentado. ¿Qué querrá decir esa línea? Es decir que el reino es de aquellos que no parecen tener modo de escapar de una experiencia o de los límites que le impone un orden de realidad. De ahí parece que sale esa vivacidad y esa permanencia. ¿Y qué querrá decir reino? Me gusta la pregunta y me quedo pensando yo mismo, porque uno mismo -lo quiera o no- juega al rey. Los poetas jugamos al rey. A mí me ha pasado. Hay un texto mío que se llama ``Al fondo de todo esto duerme un caballo''. Sé que no se deben contar las anécdotas. Eso dicen y a mí no me importa nada, porque yo digo lo que me parece y es válido. Por eso digo que el caballo existió. Ese caballo me lo dio mi padre, que muere a los treinta y seis o treinta y siete años, cuando yo tengo cuatro años de edad. Cuando muere yo no lloro, los demás lloran, son ocho niñitos llorando, la madre también llorando. El me había regalado un caballo y ese caballo era mi protección. Yo lo veía pastando frente al mar en un potrero precioso y me lo robaron. Siempre le roban algo a uno. Y cuando me lo robaron yo entré en la mutilación y vi de golpe a mi padre. A ese padre muerto que es uno mismo. Porque este es el cuento. Cuando en Rulfo el personaje va en busca del padre va realmente en busca de sí mismo.

Sin hilar un juego más largo, aquí queda algo de cómo uno forja una imagen que pasa a ser casi símbolo y por lo menos es una obsesión y termina siendo un pequeño mito en la cabeza. Yo sugeriría que frente a esta pregunta se ofrecieran respuestas desde la lectura del poema. ``Al fondo de todo esto duerme un caballo'', porque al final de ese poema el hablante dice ``facha de loco/ sabe que es el rey''. Eso hay que leerlo, porque lo lamentableÊde las entrevistas es que si no se responde desde el respiro poético, desde este neuma portentoso, no se entiende nada y aparecen hilachas de esquemas como respuestas.

-Ese respiro que haces es una especie de tomar tiempo, como una forma de recuperar un tiempo hondo, una memoria. Recuperar digamos la genealogía poética, que para ti es muy importante como un hecho de situarte en un lugar entre el primer poeta y el último, y siempre establecer un diálogo permanente y presente con esa cadena. Es como si tus poemas fueran actualizaciones que a ti te corresponden por tener un lugar en esa cadena.

-De veras. Yo soy un poeta genealógico. No soy un poeta lírico ni telúrico. Soy genealógico porque creo en la progenia. Creo que en el fondo todo esto es un gran coro -y por eso no creo gran cosa en la famosa originalidad- y que todo se me ofrece como un ejercicio de rescate. Eso me lo dijo Cortázar. No es que yo diga que soy pariente de Nietzsche o de Chaplin, pero ellos son mi parentela porque hay dos parentelas por lo menos: la sanguínea, que es la de tus ancestros, y la imaginaria, que es preciosa y te amarra en un juego lindo de hilos invisibles.

-Siguiendo con las genealogías, los destinos, con esta realidad presente donde parece que nos han echado de la historia, del futuro, nos han echado de toda posibilidad que no retumbe en las cuatro paredes del presente en las que nos tienen encerrados, ¿la poesía no puede ser una manera de fisurar las paredes, de crear boquetes?

-Estoy seguro de eso. Los poetas rompemos esa aparente cerrazón. Aunque no nos publiquen, aunque los editores o comerciantes de libros digan que no se vende la poesía -¿cuándo se ha vendido realmente?; lo digo con bisemia, en un doble sentido-, ella entra despacito por debajo de las puertas, de los vidrios, de las ventanas, y se queda tranquila. Así la poesía es fisura y rompe con esa aparente confusión interminable. Aparentemente, ya lo he dicho en otra ocasión, las palabras fax o stock han reemplazado a la sílaba preciosa. Pero sucede que la poesía se hace con palabras y las palabras tienen sílabas. Los poetas silabeamos el mundo y al silabear respiramos y hay un neuma ígneo, como diría el viejo Heráclito, que funciona ahí.

Para mí, el pequeño déficit o limitación de estas décadas semirrecientes es que no hay confianza en el prodigio silábico-vocálico, en la cromatización vocálica a la que se refería Rimbaud con tanta gracia. Cuando leo a San Juan de la Cruz, que es mi poeta máximo, cómo podría leerlo rápido. En este momento del mundo en que todo es prisa, locura de la impaciencia y espejismo del éxito, estas lentitudes, estas morosidades, este desmoronarse, este silabear el mundo es lo más importante.

-La mujer es capital en tu poesía. No en un sentido económico sino de centro.

-Lo es, lo ha sido siempre y permanecerá. Uno es parido, está partiendo de una mujer. Alguna vez dije: ``parto, soy parto, seré parto, parto, parto''. Es decir, estoy siendo parido -y no es una defensa de la maternidad o de la mujer. Lo que quiero decir es que nacemos incesantemente y cuando se nace se nace de alguien o de algo, no sólo de una mujer sino de un pensamiento, de alguna situación; del aire también se nace. La mujer es mi fascinación tanto en las cuerdas fisiológicas como en el orden del eros. Octavio Paz, nuestro niño que se acaba de morir o no morir, decía algo así como: ``dialéctica del amor''. No entiendo. Yo entiendo el pensamiento mío, que es la peripecia del perdedor respecto al eros. ¡Cuándo no pierde uno, y qué bueno además perder y alcanzar a entender eso de la pérdida! La mujer es epicentro de todo mi ejercicio pero no se crea que por eso soy un concupiscente, un libidinoso o un pornógrafo. En mí se da lo sacro y lo concupiscente a la vez, simultáneo. Soy un místico concupiscente. Así me puse en el mundo y qué le voy a hacer.

-En su integración más que en su estructura, en su vocación integral, tu obra es también genealógica. Es selectiva. Tú mismo descartas especies y sumas nuevos órganos, aproximaciones a un continuo muy pensado por ti. La obra es la misma obra. Incluso tienes un poema que se titula ``Metamorfosis de lo mismo''.

-Esa pregunta es más válida y necesaria para el trabajo y la visión mía. Voy a hablar de esta visión. No he cambiado nada. Yo no he progresado nada. Recuerdo que Baudelaire se reía de la palabra ``progreso''. Es la misma visión que tenía de niño. Soy un obseso. Borges fue un obseso. Los poetas somos unos obsesivos. Registramos una, dos, tres o cuatro obsesiones. No he ganado mucho ni en lenguaje ni en visión. Justo así lo pensé. Este ejercicio de la poesía en mí es una metamorfosis de lo mismo. Ahora, la pregunta puede ser también: ¿y eso mismo no será una visión demasiado mística, que todo es igual a ti mismo? No lo sé. Yo creo en esto. Creo en el instante. El instante es lo eterno y no es un juego de palabras.