La Jornada Semanal, 2 de julio del 2000



Bazar de asombros


ESBOZOS PARA UN RETRATO DE JOSE CARLOS BECERRA (II)

Las artes plásticas, la arquitectura y el cine eran, entre otras, las mayores admiraciones y fidelidades de José Carlos. Recorrió paso a paso y cuadro por cuadro los museos de Londres y se detuvo largas horas frente a las nubes encendidas y los fantasmas de barcos de Turner. Nos encontrábamos en el Simpson's del Strand para comer y hablar de sus descubrimientos y asombros cotidianos. Frente a una pierna de cordero asada, servida con papas al horno y la tradicional salsa de menta, salían a relucir sus nostalgias del pejelagarto, de la tortuga en verde, de los plátanos rellenos y del dulce de marañón que le traía recuerdos de la infancia, de la madre y de una temporada escolar en tierras yucatecas. Tenía muy presente el ``color pus'' de la piel de las muchachas de su tierra y se interesaba en la accidentada y contradictoria historia política de Tabasco. En las largas reuniones celebradas en la casa de Alberto Díaz Lastra (cocinero sabio en el uso del achiote que conseguía en los mercados jamaiquinos o trinitarios del rumbo de Shepperd's Bush) se hablaba de Garrido Canabal y de sus excesos, puritanismos y proyectos utópicos tan interesantes que valía la pena releer y analizar a profundidad. Díaz Lastra, muerto hace unos años en Cancún, trabajaba para la bbc y escribía una novela que se desarrollaba en Paraíso, Frontera y algunos puntos de la Chontalpa, en los tiempos de Garrido. Creo que nunca llegó a publicarla.

Le importaba más la poesía que su propia reputación de poeta, como afirmaba Eliot al referirse a Yeats. Para él también ``el arte era más grande que el artista''. Esta condición de su espíritu le ahorraba las tensiones provenientes de la politiquería cultural, del poder literario y la lucha por alcanzarlo, arrebatarlo y conservarlo (algunos de sus amigos cercanos andaban en la grilla de los grupos, las alabanzas estratégicas y los feroces ninguneos). Por otra parte, le permitía asumir las influencias de otros escritores, afirmar lo irreductible de su originalidad y correr los riesgos de una aventura que lo llevaba al encuentro de su propia voz. Ya en Oscura palabra aparecen los rasgos esenciales de su personalidad poética y su manera de oficiar el misterio de las palabras y de las sensaciones. Alguna noche, en pleno Park Lane, declamamos con grandes manoteos la precisa definición de poesía escrita por Díaz Mirón: ``Pugna sagrada, radioso arcángel de ardiente espada, tres heroísmos en conjunción: el heroísmo del pensamiento, el heroísmo del sentimiento y el heroísmo de la expresión.''

Los aromas, los colores y los sabores de Tabasco constituyeron su mundo infantil que lo acompañó toda la vida. Cuando lo sitiaba la nostalgia nos poníamos a convocar nombres y rostros del mapa tabasqueño: La Chontalpa, Paraíso, Frontera, la centralista Villahermosa, La Venta... y a imitar a Pellicer diciendo los ``Esquemas para una oda tropical'' o el ``Discurso por las flores''. La memoria siempre iba a dar al bello franciscanismo del maestro: ``Hermano Sol, cuando te plazca vamos a colocar la tarde donde quieras...''

``El otoño recorre las islas'', verso de Lezama Lima, fue un buen título para reunir la obra de José Carlos. José Emilio Pacheco y Gabriel Zaid fueron los editores del libro publicado por Era. Es notable la diferencia que se da entre las tres épocas de su poesía. La primera se centra en un largo poema sobre la muerte de su madre, ``Oscura palabra''; la segunda es la de ``Relación de los hechos'' y la tercera es la escrita poco antes de salir de México como becario de la fundación Guggenheim y durante sus días en Nueva York, Londres, Francia, España e Italia, reunida bajo el título de Cómo retrasar la aparición de las hormigas. Se trata no tan sólo de diferencias formales sino de cambios en una temática que se ampliaba conforme aumentaban los asombros, las preocupaciones (los acontecimientos del '68 le dejaron una honda huella) y la noción del paso del tiempo.

En la segunda etapa hay un deslumbramiento que sólo puede romper la muerte: ``La magia ha arrojado sus armas en el centro de la habitación.'' Pero esa magia tiene dos caras: ``todos los ríos esperan la alfombra de la luna, el cuarto cerrado...'' La promesa, el misterio del cuarto cerrado donde todo puede pasar, pero en Betania y en el amanecer ``se desvisten los que se ahogaron de niños''. Esta es una constante en su poesía: la oscilación entre Eros y Thanatos, entre el regocijo y la decadencia y caída.

Ningún poeta de su generación alcanzó la perfección retórica de José Carlos. Pero su poesía va más allá de las habilidades formales y de la intensidad emocional. Va más allá y llega a ese territorio de sinceridad sin medida que Darío consideraba como el único espacio posible para la poesía. Lo demás es pirotecnia, algunas veces muy bella, pero no más que eso.

José Carlos fue un poeta fiel a los emblemas de su tiempo, a los mitos de su momento histórico. Su poema ``El halcón maltés'' es suma y compendio de ese heroico intento por acercarse a una totalidad que nos ha sido negada y de la cual apenas avizoramos algunos destellos y aferramos unos cuantos fragmentos. El halcón de la novela y de la película estaba hecho ``de la materia de los sueños'' (de lo mismo estamos hechos los hombres, decía Shakespeare); por lo tanto, José Carlos nos conminó a no creer en ese pájaro prodigioso, pues ``tal vez era de mala suerte para encontrarlo creer en él''. Mujeres de larguísimas piernas y rostros angulosos, bares en la penumbra, el sonido de una vieja canción, Night and day, por ejemplo, en el piano del bar y la partida de dados que siempre acabamos perdiendo. Nuestra obligación de seres humanos es jugarla. El resultado no depende de nosotros. Mallarmé nos enseña la preeminencia del destino. Sin embargo, seguimos haciendo castillos en el aire, pues en eso nos van la vida y el poema.

La noche de Tabasco, ``el sonido y la furia'' del '68, alguna callejuela londinense, un piano en la madrugada de Nueva York, las mujeres amadas con la minuciosidad del admirador total, los caminos de España, Francia, Italia y el precipicio cercano a San Vito de los Normandos, ahí donde se tiene la primera visión del mar Jónico... En todos esos lugares creció la poesía de José Carlos como una vegetación del trópico, pero también como las luces de una ciudad enorme... ``y por las calles de la ciudad el invierno se yergue como un guerrero blanco''.

Hugo Gutiérrez Vega
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Antesala

Para María Luisa Martínez Passarge, Adriana Guadarrama y, claro, La Maga

¿De veras sabe usted leer y escribir? (Aviso oportuno: para quien esté interesado en examinar las Antesalas anteriores en donde se toca el tema inagotable del deterioro de las Artes Gráficas, pueden consultar la página en Internet de La Jornada, http://serpiente.dgsca.unam.mx/jornada./index.html, donde aparece La Jornada Semanal en el apartado Suplementos, e ir a números atrasados; la serie comenzó en el número 275 -del suplemento, but of course- correspondiente al domingo 11 de junio, con el subtítulo ``Lo dijo el CPT''.) Para introducirnos en el tema de los diseñadores, debemos tocar primero la ineludible cuestión que recorre como hilo conductor todo análisis que toque el quehacer fundamental de las Artes Gráficas: la lectura. Pues no sólo se han degradado o desaparecido los oficios tradicionales de la antigua cadena de producción editorial; el descuido y la improvisación a nombre del pensamiento mágico que desarrollan las computadoras -y sus correspondientes programas de diseño y procesador de palabras- en quienes nunca las usan correctamente, produciéndoles un terror cósmico simplemente porque no son capaces de saber cuáles son sus limitaciones y cómo funcionan, realmente. La computadora es simplemente una herramienta -por demás compleja, pero herramienta al fin- al servicio de las ideas creadoras de quien escribe y/o diseña. Ojo, supuestos editores y/o directores de editoriales o publicaciones: las computadoras todavía no piensan ni, menos aún, se equivocan y rectifican por sí solas.Aunque más de dos de estos especímenes se darán por aludidos(as) y pensarán, encabronados(as): ``Eso ya lo sé, no soy pendejo(a)'', en realidad actúan como si no lo supieran. Esto quiere decir que, por tanto, no saben leer. Son analfabetas(os) funcionales. Dicen que leen en tres idiomas pero no pueden comprender a cabalidad ni un solo párrafo en su propio idioma. Dicen que son modernos pero no pueden tolerar que alguien haga un trabajo en su propia casa y pagarle bien. Piensan que si no ven a su trabajador aplastado frente a su escritorio las ocho horas correspondientes, éste no labora (``A ojos del dueño engorda el buey''). Cuando los freelancers les llevan los textos corregidos y redactados, ellos (ellas) -que no saben leer- no pueden decir si el texto quedó mejor o peor: no distinguen entre una buena y una mala redacción. Además, creen que la computadora hizo sola el trabajo... con un poco de ayuda de la persona. No hay experiencia ni currículo que los convenza; siempre sentirán que, en el fondo, los (las) correctores(as), redactores(as), diseñadores(as), sólo están planeando cómo tomarles el pelo, cómo cobrarles de más, cómo sacarles ventaja, como si fueran sus sirvientas... y así los (las) tratan. Sólo de esta manera puede explicarse la aberración de que un corrector de galeras (con contrato, prestaciones y aguinaldo) que poncha tarjeta de entrada y salida gane hasta tres veces más que el redactor que hace el trabajo en su casa (sin más protección que la eficacia de su trabajo). En las jerarquías del oficio perdido, para llegar a ser redactor (o corrector de estilo) se debía haber pasado por ser un excelente corrector de galeras y, antes, un buen atendedor. Un(a) recién graduada(o) en Letras Hispánicas o en Filosofía no sabe un carajo sobre el oficio. Bueno, el título ni siquiera garantiza que escriba correctamente, que no tenga errores ortográficos o, al menos, que sepa leer. Aunque hable cinco idiomas. Se debe pagar por lo que se sabe y no por lo que se hace. Muchas veces, un redactor trabaja en su casa jornadas más largas y extenuantes que las de oficina. La productividad de un trabajador que tiene que realizar su actividad en silencio, rodeado de sus diccionarios y enciclopedias, y concentrado solamente en la atenta lectura de un texto escrito por otro, es de cinco horas; pero nos referimos aquí a cinco horas reales, de trabajo absorto, sin distracciones ni charlas ocasionales, sin coffee break ni ``voy al Pipis Room''. Una semana del freelancer que talonea en su hogar equivale a un mes del corrector dentro de una oficina donde no hay cubículos ni apartados para realizar la tarea.

¿diseñadores o nuevos formadores computarizados? Digámoslo seriamente: el diseño editorial debe estar siempre al servicio del texto, aun cuando se trate de un escrito que hable sobre el diseño. Esto quiere decir que el diseñador debe leer lo que va a ilustrar o recrear en su diseño. Y con leer me refiero a comprender, interpretar, sintetizar y recrear lo que el texto dice, no lo que cada uno cree que el texto podría o debería decir. También debe saber que cuando un (buen) editor o corrector habla de tipografía no se está refiriendo al tipo espectacular de letra que se usará en las diez o veinte palabras que lleva un cartel o la portada de un libro; está hablando del tipo que se utilizará en el cuerpo de texto, en los subíndices, subtítulos, títulos, nombres de capítulos, número de partes, etecé. Ahora hay diseñadores(as) que se sienten Picasso: con una (h)ojeada y un solo trazo el (la) genio resuelve la intrincada arquitectura de la página, de la publicación, del libro. Claro que el (la) genial no puede rebajarse a vaciar el texto en la caja o la columna, ni a resolver los cortes silábicos: ``Nel, eso es de nacos, guey'' (este último aplicado por igual a varones y hembras). ``Para eso está el programa caro del Quark. Para que te saque de pedos'' (usted disculpará la crudeza pero se lo juro, así hablan los (las) diseñadoras(es) del ITAM, la UAM, Ibero, ITESM, Anáhuac, etecé). Y meter correcciones, que pueden mover numerosas páginas -en el caso del libro- o varias columnas -en el caso de las revistas- menos. Eso no es para creadores, parecen decirnos estos exquisitos picassos que no saben lo que es una caja, ni qué quiere decir 11/14. (Continuará.)

Carlos García-Tort
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