La Jornada Semanal, 2 de julio del 2000


(h)ojeadas


El autor desbordado

Agustín del Moral Tejeda

Mario González Suárez,
El libro de las pasiones,
Tusquets Editores,
México, 1999.

¿Qué tienen en común un poeta, un empleado bancario, un ama de casa, un maestro universitario, un aficionado a los toros, un periodista, un violador, un apostador, un asaltante, un policía, un sacerdote y un actor de teatro? ¿Cuál es el elemento común que engarza las historias de personajes tan disímbolos hasta conformar y dar unidad a un libro de cuentos? La pasión o, mejor dicho, las pasiones.

La respuesta, en apariencia simple, merece matizarse. Y es que, por una suerte de acto reflejo condicionado -mitad naturaleza humana, mitad cultura-, nos inclinamos a concederle pasiones sólo a cierto sector del amplísimo espectro humano. Así, del listado antes enunciado, se las concederíamos al poeta, al maestro universitario, al periodista, al sacerdote y al actor de teatro. ¿Cómo, si no, explicar, por poner un solo ejemplo, la obra de un poeta? Pero, me pregunto, ¿y el empleado bancario, el ama de casa, el aficionado a los toros, el violador, el apostador, el asaltante y el policía carecen de pasiones? ¿Un vividor, por poner sólo otro ejemplo, que en el hipódromo conoce a una viuda y se relaciona con ella con el propósito expreso de contar con el dinero suficiente para apostar por el resto de su vida, para tener su propia cuadra de caballos y para llevar una vida de lujos, carece de pasiones?

Más aún, por otra suerte de acto reflejo condicionado, nos inclinamos a dividir las pasiones en elevadas y bajas y a asignarlas de una vez y para siempre a este o a aquel otro sector del espectro humano. En ese sentido, ¿quién puede personificar mejor a las elevadas pasiones que un sacerdote, con su renuncia a los placeres mundanos, su entrega a Dios, su humildad y su vocación de servicio? O, a la inversa, ¿quién puede personificar mejor a las bajas pasiones que un policía, con su menosprecio, su resentimiento y sus actos atentatorios contra la vida? Ahí tenemos, para tranquilidad de nuestras buenas conciencias, a los extremos personificados de las pasiones. Sí, pero resulta que, por poner otro ejemplo, un sacerdote puede caer en la baja pasión (al menos así la consideraría yo) de sodomizar, torturar y asesinar a un niño. Y resulta también, por tener otro ejemplo, que un policía puede ascender a la elevada pasión (al menos así la consideraría yo) de salir en defensa de la mujer a la que ha amado toda la vida sin importarle que en esa defensa se lleve de por medio a dos de sus compinches.

En ese sentido, creo que el primer y enorme mérito de El libro de las pasiones, de Mario González Suárez, es, por un lado, partir de que, independientemente de nuestra sangre, de nuestra herencia, de nuestra formación o del lugar que ocupemos en eso que a falta de un mejor término llamamos escala social, los hombres somos, antes que nada y por encima de todo, pasiones, y, por otro, partir de que no hay hombres puros e intocados, de que no hay hombres de una sola pieza, que no hay hombres predestinados para el mal, que no hay hombres signados por el destino, que todos somos, a un tiempo, elevadas y bajas pasiones, que todos somos capaces, a un tiempo, del acto más noble y generoso y de la acción más ruin y miserable.

Abordar un tema de esta naturaleza conllevaba varios riesgos. En primer lugar, el riesgo de crear no personajes, sino caricaturas de personajes, seres que caricaturizando fueran, a un tiempo, ``buenos'' y ``malos''. Es cierto, sí, que estamos frente a una verdadera galería de personajes sui generis, atípicos, excéntricos (pienso, por ejemplo, en María Eugenia, la mujer de ese bello relato que es ``Alalimón'', una mujer apasionada... por las novelas de caballería). Es cierto, sí, que algunos de ellos enfrentan situaciones inéditas, extrañas, que escapan a nuestra lógica cotidiana. Es cierto, también, que otros están rodeados de una especie de aura entre mágica y trágica que, por así decirlo, les concede o los deja expuestos a la acción de fuerzas sobrenaturales o sobrehumanas. Nada de eso obstaculiza o impide, sin embargo, que González Suárez dé vida cabal a personajes en el pleno sentido de la palabra: bien delineados, verosímiles, creíbles, humanos.

En segundo lugar, el riesgo de intentar escandalizar a los lectores, de terminar contándoles -como ironizó Naranjo en un agudo cartón sobre el asesinato de los Flores Izquierdo- el horroroso crimen que horrorizó a la horrorizable sociedad, de terminar haciendo de su libro una especie de Alarma! para lectores ``cultos''. Sí, es cierto que hay cuentos o pasajes de éstos que golpearían hasta al más frío lector (¿a ustedes no les golpearía, por ejemplo, la escena de un sacerdote sodomizando, torturando y asesinando a un niño?). Sí, es cierto que hay una marcada inclinación a mostrar el lado oscuro del hombre, la facilidad con que hasta los ejemplos o paradigmas de seres humanos pueden caer en actos bajos e infames. La prosa fina e impecable y, sobre todo, el tratamiento distante y, por así decirlo, duro a que González Suárez somete a sus personajes, lo libran de este riesgo y le permiten entregarnos historias medidas y equilibradas.

En tercer lugar, el riesgo de caer en moralismos, de hacer desfilar frente a nuestros ojos un muestrario de podredumbre humana con el fin de convocarnos a la reflexión, a la autocrítica, a los golpes de pecho, a la enmienda de nuestra conducta, a la vuelta al redil. Sí, es cierto que lo primero que nos golpea es vernos ahí desnudos, sobre la plancha, diseccionados, estudiados hasta en la más insignificante de nuestras vísceras. Sí, es cierto que al final de ese desfile aparece, como última oportunidad de arrepentimiento y salvación, el día del Juicio Final. Nada más alejado, sin embargo, de la intención de González Suárez que la de enjuiciar, juzgar y sentenciar (en ese sentido, los epígrafes delimitan perfectamente el terreno en el que el autor se va a mover).

Los ojos con que González Suárez ve a sus personajes no son los del moralista, sino los del retratista; un retratista de trazo fino, pulso firme y esmero en los detalles.

En cuarto lugar, el riesgo de verse desbordado por su propia apuesta, de excederse, de perder el control de lo desencadenado. Este es el único reparo. En lo personal, habría dejado fuera una o dos historias, o contenido el regodeo que se advierte en algunas de ellas, o limado ciertos aspectos perturbadores de este o aquel personaje. Me pregunto, sin embargo, si no hubo, también en este terreno, la intención expresa de dejar que el narrador diera rienda suelta a su obsesión, de mostrarnos que el escritor también es, a fin de cuentas, un ser humano devorado por la pasión que las letras suscitan, y que en el ejercicio de esa pasión se encuentra expuesto, inevitablemente, al exceso, al desbordamiento, a la pérdida de control.

Innumerables y variados son los recursos de que González Suárez se vale para armar El libro de las pasiones. Ya mencioné algunos: una prosa fluida e irreprochable, personajes bien delineados, un tratamiento frío y sin concesiones. A estas virtudes se suman un oído extremadamente perceptivo y educado, un conocimiento a fondo del tema, que alcanza a impregnar a los personajes de una sabiduría rica e insospechada (de hecho, algunas líneas o frases fungirían perfectamente como aforismos), y recursos técnico-formales de diverso tipo: una historia contada simultáneamente en primera, segunda y tercera personas; otra historia narrada en primera persona que, sin embargo, no nos refiere la vida del narrador sino la de un tercer personaje sobre el que éste parece ejercer un control, si no absoluto, sí al menos determinante; otra más aparentemente contada en presente que de repente descubrimos que reconstruye hechos sucedidos varios años atrás; una más, conformada a partir del diario del personaje central, y, en fin, finales redondos y, en algunos casos, sorpresivos.

Amén de por las pasiones, las historias de El libro de las pasiones parecen engarzadas por una serie de elementos que, salpicados aquí o allá, aparecen en una u otra de ellas: Puerto Solar, Facio, la calle Juan Oronoz, Prensa libre, la muerte de un torero... No veo aquí, sin embargo, propósito alguno de fundar un lugar, un escenario, un espacio míticos. Tampoco veo el afán de mostrar a una sociedad en decadencia. Veo, antes que nada y por encimaÊde todo, un retrato de la naturaleza humana, una lección sobre la anatomía y la fisiología del alma humana.

Jean Genet dijo que todo auténtico escritor termina por encontrar su propia forma de expresión. No sin cierta verguenza, confieso que no conozco la obra anterior de González Suárez. Con El libro de las pasiones me basta, sin embargo, para sentir que ha encontrado su propia forma de expresión. Con algunos de sus personajes comparte cierta atipicidad, cierta excentricidad, cierto regusto por todo lo que se aparta de la norma. Comparte asimismo, faltaba menos, el remolino de la pasión, en este caso, la pasión por las letras. Y es que, sí, como bien dice uno de sus personajes: ``Nada nos justifica, no hay explicaciones, sólo pasión.''



n o v e l a


Cualidades del buen amphitryon

Francisco Cervantes



Ignacio Padilla,
Amphitryon,
Ambito cultural, Espasa Calpe,
Madrid, España, 2000.

Todo autor, sin exceptuar al de narrativa, es en cierta forma un amphitryon de la lectura de su obra. Ignacio Padilla, a los treinta y un años, lo es de una manera cordial y diría que profesional, justamente con su novela que lleva ese título: Amphitryon.

Primero porque la trama, muy llamativa, se desarrolla muy bien en los escasos capítulos que la componen (I. Una sombra sin nombre. II. De la sombra al nombre. III. La sombra de un hombre. IV. Del nombre de la sombra. V. Colofón: Ignacio Padilla, Cholula, 1999). El asunto Amphitryon despertó muchísimo el interés, desde que se dio a conocer públicamente el proyecto nazi así denominado.

De más de una manera, la escritura del joven autor desarrolla con amenidad (perdón por lo anticuado del término, pero es el que corresponde) y suspense la historia posible de uno de los anfitriones más notorios: Eichmann. Aquí debo hacer una aclaración; sin hacerlo demasiado evidente, Ignacio Padilla deja en claro su natural rechazo al hitlerismo y sus esbirros. Hago esta anotación porque en la actualidad, como inmediatamente después de concluida la segunda guerra mundial, es necesario tener mucho cuidado con la materia criminal que correspondió a la enferma participación del cabo austriaco, porque implicaba el exterminio indiscriminado de todo ser humano que no apoyara la estúpida regresión que involucraba. No sólo el intento de eliminación total del pueblo judío, si no de cualquier ser humano que no fuera ario. Particularmente en México, donde la embajada del Eje gastó un dineral en engañar a la juventud, incluso se llegó a correr el rumor de que el fhurer hubiera querido a Pancho Villa en sus filas.

Volviendo al asunto de la novela, admirable por muchos conceptos, de Ignacio Padilla, tendremos que decir que es una lectura muy recomendable también por buena parte del lenguaje y su utilización, que parecería proceder del borgiano. Ciertamente, no es del todo así, entre algunos pequeños y muy disculpables defectos, aparecen algunos madrileñismos como ``en solitario''. Imagínense los lectores de cómics que leyeron un ``tebeo'' que se llamaba El jinete en solitario.

Cuando nos referimos a la influencia de Borges, sería oportuno recordar que Borges jamás escribió novelas. Lo más que llegó a hacer fue redactar notas críticas sobreÊalguna. Así que cuando Padilla estira la prosa borgiana de artículos sueltos a la extensión de la novela, tiene que inventar porque no existe antecedente concreto. Alguien refiere otra procedencia de Amphitryon: la de Umberto Eco y El nombre de la rosa. Entre quienes no admiramos la mercadología que utiliza el investigador Eco, y encontramos abusiva la elaboración de sus libros supuestamente narrativos, no distinguimos en qué pudo haber influido a Ignacio Padilla, y lo cuestionaríamos.

En cambio, la presencia, no sólo a través de los nombres de los personajes de la obra del oficial y estupendo narrador Alexander Lernet Holenia y también muchas referencias y nombres de personajes de Thomas Mann, se hacen sentir en varios pasajes de la pieza de Padilla. Influencias que significan mayor profundidad en nuestro novelista mexicano y que también le dan más peso y calidad a la novela. Esto redunda en beneficio de su credibilidad y excelencia.

Parece ser que la obra anterior de Ignacio Padilla presagiaba la creación de obras como Amphitryon. Sin embargo, estamos seguros de que el talento y la capacidad de desarrollo no se van a detener en la narración que nos ocupa.

Aunque la costumbre de los escritores mexicanos sea escribir, cuando muy bueno, poco (piénsese en Juan Rulfo o en los Contemporáneos), el desarrollo hasta ahora de Ignacio Padilla nos permite esperar todavía más de lo compuesto hasta Amphitryon. No nos hemos referido a su compañero Jorge Volpi, porque aunque comparte la filiación paneuropea en general y germánica en particular, lo humano en Ignacio Padilla resulta menos pomposo. De todas formas es más completo el tratamiento que da, que lo propuesto por Volpi y de alguna manera más expuesto a un fracaso que no se da en Amphitryon.

Pensamos, de todas formas, que la publicidad que hace Espasa Calpe de España resulta exagerada y pudiera provocar alguna decepción en el lector. Las afirmaciones de la solapa como: ``Con un dominio espectacular de la lengua y una trama que atrapa desde la primera línea [...] Sin duda una obra maestra del suspense arropada por un soberbio trabajo literario'', resultan material de venta pero Amphitryon todavía no es una obra maestra, si bien se trata de una novela merecedora de reconocimientos como el Premio Primavera 2000. También creemos que la escritura de alguien con documentos mexicanos, corría, cuando menos, el riesgo de ser ninguneada en España. No fue ésta la suerte de Amphitryon, que pensó y redactó Ignacio Padilla, con abundante fortuna. Y como anotamos al principio, cualquier buen lector de narrativa tendría que gustar de ella, sin confundirla con una traducción de cierto libro de éxito.

Así que celebremos la existencia magnífica de Amphitryon, con un convite a disfrutarlo. Los antecedentes académicos y creadores de Ignacio Padilla se confirman con esta novela: alcanza cada vez mayores niveles, el acierto de su narrativa es todo menos casual, aunque no urge sobrevalorarlo ni lo necesita.



FICHERO

Crónica

Mentiras y crímenes en el Vaticano. La verdad sobre el triple asesinato en las dependencias de la Guardia Suiza, Discípulos de la Verdad, traducción de María Antonia Menini, Ediciones B, Barcelona, España, 2000, 242 pp.

ensayo (literario)

Juan Ruiz de Alarcón. Ante la crítica, en las colecciones y en los acervos documentales, Margarita Peña, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades/Universidad Autónoma Metropolitana/Miguel Angel Porrúa, México, 2000, 324 pp.

ensayo (político)

De pueblo en pueblo. Crónicas del pequeño México, Francisco Ortiz Pinchetti, Océano, Col. El dedo en la llaga, México, 2000, 172 pp.

Dictadura, exilio e insurrección. Cuba en la perspectiva mexicana 1952-1958, Salvador E. Morales, Laura del Alizal, Secretaria de Relaciones Exteriores, México, 1999, 254 pp.

El pensamiento del ezln, Iván Molina, Plaza y Valdés, México, 2000, 414 pp.

El poder compartido. Un ensayo sobre la democratización mexicana, Alfonso Lujambio, con la colaboración de Horacio Vives Segl, Col. Con una cierta mirada, Editorial Océano, México, 2000, 191 pp.

La transición mexicana 1977-2000, César Cansino, Centro de Estudios de Política Comparada, A.C., Col. Estudios comparados, México, 2000, 368 pp.

Neozapatismo y rock mexicano, Benjamín Anaya, prólogo de José Agustín, Ediciones La Cuadrilla de la Langosta, México, 63 pp.

narrativa

Desde el invierno. Veintitrés cuentos canadienses, introducción y selección de textos Margaret Atwood y Graeme Gibson, McClelland y Stewart Inc/Ediciones Unión, Toronto, Canadá, 391 pp.

La vampiresa de Dakota, Margarita Peña, Col. Asteriscos, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, Puebla, México, 2000, 165 pp.

Lengua de pájaros, Carlos Chimal, Editorial Era, México, 2000, 276 pp.

poesía

Cánticos nocturnos, Juan Antonio Pacheco May, Col. La hoja murmurante, Separata de Arte Libertario núm. 341, Editorial La Tinta del Alcatraz, Toluca, México, 2000.

Después del aguacero, Carlos Martín, Col. La hoja murmurante, Separata de Arte Libertario núm. 342, Editorial La Tinta del Alcatraz, Toluca, México, 2000.

Destierros de la voz, Ricardo Venegas, Col. La hoja murmurante, Separata de Arte Libertario núm. 339, Editorial La Tinta del Alcatraz, Toluca, México, 2000.

La noche de las transfiguraciones, Hernán Lavín Cerda, Col. Libros del laberinto, edición especial, Universidad Autónoma Metropolitana, México, 2000, 228 pp.

Máximas de Tácito y Napoleón, versiones de Benito Juárez, Col. Fósforos, Ed. Verdehalago, México, 2000, 32 luces.

Aforismos, Benito Juárez, Col. Fósforos, Ed. Verdehalago, México, 42 luces.

sociología

Sociología cultural. Formas de clasificación en las sociedades complejas, Jeffrey C. Alexander, Anthropos, España, 2000, 271 pp.