La extraña derrota

 


* Adolfo Gilly *

Tres rasgos dominantes presenta el resultado electoral del 2 de julio:

1) La victoria electoral de los modernos conservadores encabezados por el virtual presidente electo Vicente Fox.

2) La derrota aplastante del PRI y la disolución del estrecho lazo entre éste y el Estado, es decir, la disgregación del régimen de partido de Estado.

3) La derrota de la oposición cardenista y del PRD como alternativa al régimen del PRI y, desde la noche misma del 2 de julio y a partir de las declaraciones de Cuauhtémoc Cárdenas, su constitución como oposición democrática y de izquierda al gobierno foxista de los conservadores modernos.

Quiero referirme a cada uno de los puntos precedentes.

 

I

 

El régimen del PRI no fue derrotado por la izquierda democrática, como sucedió en 1997 en la ciudad de México, sino por los modernos conservadores, herederos lejanos de sus antepasados del siglo XIX. Sería superficial restar importancia a la dimensión histórica de este hecho: por primera vez desde la Reforma tendrá México un presidente que expresamente niega la tradición de Benito Juárez y reclama la de los cristeros.

El factor de fondo en la victoria de Fox está, a mi juicio, más allá de la mercadotecnia y las alianzas de ocasión. Reside en un desplazamiento hacia el conservadurismo y la derecha política de un sector significativo de la sociedad mexicana, que abarca hoy más que ese 20 por ciento conservador tradicional que siempre votó por el PAN. Las reformas salinistas, correlato de reforma similares en otros países dentro del Consenso de Washington, contribuyeron a producir cambios socioeconómicos y en parte culturales. Es notable el voto joven por Fox, no sólo de la juventud dorada que aparecía en sus mítines, sino también de otros a quienes la Revolución mexicana y los rituales del Estado de la revolución no les dicen nada, mientras el acartonamiento institucional y la gran mentira del PRI sólo les causan rechazo.

Las mentiras de Fox son de otro tipo y por ahora sus votantes no se detienen a pensar en ellas. Unos porque sólo pensaron en cómo sacar al PRI, otros porque lo que querían en el fondo era sacar a los nacos. La razón del discurso vacío de Fox en la noche del 2 de julio no es que no tenga nada que decir, sino que no quería decir nada para no entrar en conflicto con una u otra parte de su heterogéneo electorado. Ya se sentará en la silla y a los ingenuos les hará saber quién manda.

Es obvio que el nuevo presidente conservador de México ųa la Thatcher, a la Reagan, a la Menem que era menos letrado que él y se hizo reelegirų no podrá cumplir sus contradictorias e incongruentes promesas sobre empleo, salarios, educación, privatizaciones, rebaja de impuestos, extensión del IVA, Chiapas, aumento anual del PIB en 7 por ciento y otras improvisaciones parecidas. Pero una vez en el poder, tendrá a su disposición la PFP y será el comandante en jefe del Ejército. No estoy sugiriendo una dictadura, sino que su programa exigirá cierto empleo de la fuerza. Entonces sabrán a qué atenerse quienes llamaron ''represor'' al gobierno de Cuauhtémoc Cárdenas en el Distrito Federal.

Vicente Fox viene a completar el programa de las reformas salinistas, lo que el Consenso de Washington llama la segunda generación de reformas después de la desregulación financiera y comercial y las grandes privatizaciones; la educación bajo el comando del mercado, el desmantelamiento final de la protección social, los impuestos regresivos, la reforma de la Ley Federal del Trabajo para flexibilizar la relación laboral, eliminar derechos y garantías para el trabajo y terminar de destruir los contratos colectivos (y, de paso, los sindicatos corporativos del PRI).

Hacia la mitad de su periodo es posible que Fox descubra que seis años no son suficientes para su proyecto y quiera promover además una reforma constitucional que permita su reelección.

La regla de oro de su gobierno será la apertura al capital privado de todo lo que queda del patrimonio común de la nación, llevando hasta el fondo el espíritu y la letra de las contrarreformas salinistas al artículo 27: bienes culturales, petróleo, tierras comunales, reservas forestales. Si nadie los detiene a él y a sus acompañantes, tendremos un país de clubes de golf, fracionamientos exclusivos y algunas gentes muy ricas con autos blindados del modelo del año. Ese país ya empezó con Salinas, el gran vencedor histórico, aunque no político, de esta elección.

Seguirán pagando los de ingreso fijo, los pobres, los campesinos, los jodidos en fin, como el nuevo presidente gusta de llamarlos: ese 70 por ciento de la población que gana entre uno y tres salarios mínimos.

Como lo declaró Fox hace tiempo, su política macroeconómica será la misma que la de Ernesto Zedillo y de Carlos Salinas. Ha prometido incluir a algunos prominentes representantes de esa política en su gabinete económico. En los próximos meses, los secretarios que integren su gabinete trabajarán en estrecha colaboración con los del gabinete de Zedillo. Ningún cambio, sino firme continuidad en estos terrenos.

 

II

 

Vicente Fox tendrá que desmantelar en muchos casos y en algunos reciclar a su servicio la subordinación de los medios de comunicación: prensa, televisión, radio, ese imperio que el PRI mantuvo siempre bajo su control. Mucho más trabajo le costará hacerlo con los grandes cacicazgos regionales priístas, con quienes no tendrá más remedio que negociar y pactar y hasta incluir a algunos en su ''gobierno plural''.

Sin embargo, la gran novedad es que esos cacicazgos regionales, agrarios, económicos, clientelares y corporativos han perdido el 2 de julio su matriz y su punto de unión: el gobierno federal, el Estado y la relación de éste con su partido, el PRI. Es muy temprano para saber cómo se reciclará este aparato político y su tripulación de políticos, operadores y mapaches. Pero no desaparecerá, pues sigue siendo parte importante de la realidad.

Es posible que el PRI derive, en un primer momento, hacia una especie de confederación de cacicazgos y mafias en repliegues y en guerra entre sí, una regresión al primer PNR y al mando anterior a él. Pero este mundo de hoy es otro y sus intereses y símbolos de poder diferentes: las finanzas, los fraccionamientos modernos, los imperios económicos, las mafias y el narco. Lo seguro es que el primero en reciclarse, porque navega como un esquife y no como un galeón, será o está ya siendo el narcotráfico. Indicios sobran a la vista de todos.

Los grandes perdedores, en cambio, son los campesinos, esa vasta porción de México que según el INEGI son 25 por ciento de la población y según la mirada normal bastante más, muchos de ellos disfrazados de urbanos. La presencia de Fox significa la ruptura final del prolongado pacto del Estado mexicano con los campesinos, ese pacto cuya forma última y perversa eran todavía el Progresa y las bases rurales del PRI. No habrá para ellos changarro, vocho y tele, sino mayor desamparo y despojo mayor, que se volverán protesta y organización, porque a organizarse sí aprendieron en los 70 años que según Fox fueron de pura dictadura y opresión.

 

III

 

Las reformas foxistas, continuación y culminación de las reformas salinistas, encontrarán la resistencia del pueblo de México. No al principio la de quienes contribuyeron con su voto a llevarlo al poder en nombre de la alternancia. Muchos de esos quedarán pasmados al ver todo lo que hará desde ese poder sin rendir cuentas a nadie.

La resistencia vendrá desde otro universo, el que llenó las plazas y las calles durante la campaña cardenista y votó PRD, el que por fuerza o por hábito votó por candidatos del PRI, el que no votó porque no creía en ninguno y ni ganas tenía de votar, ese universo que en sus vidas y en sus expectativas encarna un país y un programa diametralmente opuesto a cuanto representan Fox, el PAN y sus acompañantes de ocasión.

Si Cárdenas y el PRD hubieran cedido, como algunos querían, a los llamados al voto útil, hubieran hecho el más inútil de los gestos: dejar solos a los suyos y disolverse en la mayoría foxista, hacerse corresponsables de lo que Fox hará, abandonar a los pobres y los menos pobres de México yéndose, por oportunismo, relumbrón o inconciencia, con el partido de los modernos conservadores, de los ricos, de los thatcherianos y los neoliberales. Habrían desorganizado la posibilidad de luchar, habrían hecho cundir el desaliento y la desorganización política y moral entre los que de todos modos van a resistir, porque nomás para vivir tendrán que hacerlo.

Si ese hubiera sido el malhadado caso, quienes recogerían el descontento y la protesta serían los caciques y las mafias priístas, que se presentarían como defensores del pueblo, como lo hicieron con cierto éxito los corruptos jefes del desmantelado Partido Comunista de Rusia cuando la gente empezó a resistir los desmanes de Boris Yeltsin.

La noche del 2 de julio, Cárdenas hizo dos declaraciones: reconoció la victoria electoral de Fox y declaró que, junto con su partido, se constituía en la oposición al nuevo gobierno. Chiapas, los derechos sociales, los trabajadores, los migrantes, los indígenas, el campo mexicano, el laicismo, las libertades, la cultura, la educación gratuita, la soberanía, la democracia, la tolerancia, son algunos de los temas de esa oposición, que con Andrés Manuel López Obrador volvió a ganar el gobierno de la ciudad de México.

La victoria de Fox y de los neoconservadores es una derrota aplastante y disgregadora para el PRI, pero también una extraña derrota para el PRD, que durante doce años luchó sin cuartel debilitando el poder del PRI mientras el PAN era su cómplice y lo sostenía. Es una derrota extraña porque Cárdenas consiguió su objetivo de acabar con el partido de Estado pero al precio de una victoria que llevó al poder del Estado y legitimó con el voto a los continuadores de la política de Salinas y Zedillo.

Para encabezar la resistencia, defender los derechos y el patrimonio de los mexicanos y preparar el porvenir, el PRD tendrá que enfrentarse a esta nueva realidad con instrumentos de pensamiento y de organización renovados, no con viejas temáticas ahora superadas por los hechos.

Lo primero, sin embargo, es la actitud frente al poder de los modernos conservadores y a los riesgos que entraña la desintegración o la fragmentación del PRI y de su forma de Estado, cuando se desgarre su red de mediaciones y el nuevo poder no sepa o no pueda encontrar otras nuevas.

La declaración y la posición de Cuauhtémoc Cárdenas en la noche del 2 de julio fue, a mi modo de ver, la culminación de los últimos tres meses de su campaña electoral, la respuesta a quienes en todos los rumbos del país llenaron las plazas y las calles con fervor y entusiasmo, a quienes votaron por su candidatura y su programa, y a quienes por toda la República van a ser el corazón y la voluntad del reagrupamiento, la organización y la resistencia.