La Jornada Semanal, 25 de junio del 2000



Carmen Boullosa

José Antonio (Adán) Ramos Sucre

Carmen Boullosa nos presenta con entusiasmo la edición más reciente de la obra de Adán Ramos Sucre, prologada por "el también divino Guillermo Sucre". Entre tan notables divinidades literarias, Boullosa encuentra joyas del lenguaje y del pensamiento de un "Adán de su propio linaje" emparentado con el padre soltero de nuestra poesía, Ramón López Velarde, "con quien comulga en la mesa de los raros". Ramos Sucre escribió poemas que eran narraciones y se movió con una especial soltura entre ambos géneros. Para él, "las palabras cobran valor místico y plural y pierden su ligereza utilitaria".

Ramos Sucre es un Adán estéril que no procede ni del barro ni del Paraíso Terrenal. Su único origen y materia fue el soplo de la palabra. Pero respirar le es ajeno, y a la palabra la usa, no como la pertenencia que no tiene, no como la casa de que fue expulsado ("Me había pagado en monedas falsas el precio de mi casa, dejándome en la descalcez y a la a intemperie"), no como protección, o cimiento, o elemento para hacerse de un espacio habitable, de un cuerpo cálido, de un refugio. Su posición es radical, estricta e inclemente consigo mismo.

Este Adán parecería hecho de la costilla de la máquina. Nada en él recuerda a la hierba, al atardecer, a la piedra y su memoria, al lince o al gato o al pez. Añora su origen de cosa y toda la vida les es ofensiva. Lo vivo lo ofende. Pero el origen maquinal no es origen sino camino sin rastro, la expulsión, la orfandad del monstruo de la Shelley. Parecería que Ramos Sucre quiso hacer correr por cuenta propia el romanticismo que no vivió nuestra lengua, echar sobre sus hombros una nueva conciencia, anómala y a destiempo, solitaria y doliente, reinaugurando la medida del hombre desprovisto de una visión teocéntrica, desmesuradamente dueño de su propio destino.

El Adán Ramos Sucre no habitó nunca el Paraíso y siempre fue el expulsado. No conoció nunca la vida en armonía con lo Creado y el Creador.

Escribe con la premura, con el aplomo, con la fuerza, con el desconcierto, con la serenidad de estar convencido de que él es el único testigo de una realidad que le es profundamente extraña y que él comprende atroz. La comprende atroz como sólo puede hacerlo quien nada tiene en común con el pulmón de la naturaleza. Este Adán es el antípoda de Darío. Si Darío buscaba lo exótico para darle a Latinoamérica el privilegio de ser el ombligo del mundo, Ramos Sucre lo procura por otro motivo, radicalmente distinto. Si viaja de Cumaná a las tierras de Carlomagno, al mar de Ulises, al consultorio del alumno de Vesalio, es porque busca voluntariamente escenarios anómalos y extraños. Su extraña es lo extraño.

De Huidobro y Vallejo está igualmente distante. No quiere participar en la celebración de la renovación de la palabra. Para él no cabe renovación en la palabra.

Pero como Darío, como Huidobro y como Vallejo, Ramos Sucre es el propio Adán de su propio linaje.

Como a López Velarde, con quien comulga en la mesa de los raros, "todo le es ultraje". El ultraje está en la forma y en la naturalidad, en el movimiento espontáneo de la tierra: "Yo defendía el reposo del agua. La oí cantar, en cierta ocasión, una escala de lamentos al sentirse herida por la rama desprendida del árbol."

Con un lenguaje aparentemente permeable a su tiempo, practica un ejercicio testimonial. Pero lo que sus ojos presencian es un espectáculo privado, un panorama que sus coetáneos no pueden ver. Lo que se desencadena en sus ojos es insólito, viene cifrado, no responde al orden comunitario. Lo que estalla en sus ojos es una representación de su propia condición de Adán, manifestado y actuado con una antidad vertiginosa de personajes.

Adán Ramos Sucre practica un rito que ignora, que nadie le transmitió pero que pertenece a épocas ancestrales. Lo practica solo en el universo, fallecidos quienes lo mantuvieron vivo, vecino a desconocidos que lo perturban o desconciertan.

Adán Ramos Sucre quiere dejar muy claro que él no es el hijo de Caín, que él no ha tenido padre. No está atrás de él la estrella de la culpa. Su invención literaria es radical. Se empecina en subvertir las claves puestas en sus textos. Todo significa. Cada frase parece conducir a la realización de la fábula. Pero cada frase es en sí misma la dinamita que destruye la posibilidad de arraigarse en la fábula.

ƑSon poemas los textos de Ramos Sucre, como asegura el título de sus obras completas? ƑSon narraciones? Yo contestaría que son las dos cosas. Son poemas porque las palabras están cargadas de sentidos múltiples que someten a la razón al desorden comprometedor de la poesía. Las palabras cobran valor místico y plural, pierden su ligereza utilitaria.

Son narraciones porque, en efecto, en el Ramos Sucre maduro, cuentan, fabulan, articulan una historia, construyen una galería de personajes en acción que ante nuestros ojos se desplazan. Son poemas y prosas porque la acción de las fábulas ramosucreanas conducen al entredicho de las propias fábulas, porque desconciertan, atacan, seducen, pinchan, embelesan y producen repudio en el lector, a veces simultáneamente. Las palabras de Ramos Sucre son bombas poéticas. Sus narraciones están dinamitadas y energizadas por su materia prima. El narrador es testigo, es actor, es escucha y es traidor de la fábula. Engaña con un "yo" recurrente que se aparenta estático, pero nunca deja de desplazarse y de cambiar su papel de personaje. El autor es el testigo, el actor y el escucha de las fábulas labradas por este inhumano, helado Adán insomne, que en las noches se arrulla con espantosos cuentos inquietantes, de cabos flotando. Cada frase parece conducir a la realización de la fábula, pero cada frase hace avanzar una absurda violencia que en muchas ocasiones fractura la lisa condición de una narración aprehensible. Por ejemplo, los "deudos presuntuosos" de una joven la encierran en el convento por "el orgullo de su linaje". Pero a la hora en que la cautiva muestra al narrador el retrato de su amado, la imagen de su "doncel valiente", éste es "un rey vestido de dalmática y prosternado a los pies de la cruz". El cautiverio de la dama parece absurdo, y la tensión conseguida en la narración ųcontra toda lógica narrativaų se robustece: atrás de la solidez de la fábula, una tuerca está ausente del mundo.

Adán Ramos Sucre sabe bien que falta esta tuerca en el universo. Él es esta tuerca, y su conciencia. Él, obtenido de la costilla de la máquina, ajeno al mundo, incapaz de volver al paraíso que no tuvo nunca.

Voy a cometer una impertinencia al hacer dos referencias personales para hablar de esta edición de Ramos Sucre. La primera es mi agradecimiento personal a Katyna Henríquez por su sacerdocio ramosucrense. Ha trabajado por la memoria y la difusión de sus textos con una lealtad ejemplar y admirable.

La segunda es en referencia concreta a ésta, la más reciente edición de la obra de Ramos Sucre. El genial prólogo del también divino Guillermo Sucre me produjo un efecto difícil. Después de asentir con la cabeza a sus descubrimientos, al comenzar la relectura de los textos de Ramos Sucre reviví el paraíso envenenado y el infierno corrompido que experimenta un niño al meterse a la cama amorosa de sus padres. Porque exactamente eso sentí. Los dos cuerpos amados (el ensayo de Sucre, los poemas de Ramos Sucre ųpues sí, son poemasų) ejercían total seducción sobre mí, pero era obvio que yo acababa de presenciar un romance incombatible. La lectura de Guillermo Sucre, esclarecedora, reveladora, polémica y peleonera, despierta a los ojos del lector un Ramos Sucre de dimensión astronómica. Posee a Ramos Sucre. Su posesión, es cierto, no nos lo cierra. Este es un libro de monstruos y escrito por dos monstruos literarios.