La Jornada Semanal, 16 de julio del 2000



Bazar de asombros

EN COCULA CON NANDINO (II)

Desde su primer libro, Espiral (1928), pasando por los poemas publicados en los cuadernos de México Nuevo, en Estaciones o en Cuadernos de Bellas Artes, y en Eco, Suicido lento, Sonetos, Nocturno amor y Eternidad del polvo, hasta llegar a sus libros más juveniles, Cerca de lo lejos (1979) y Ciclos terrenales (1989), dedicado a los poetas jóvenes de México, Nandino siguió una línea personalísima muy ligada a la aventura poética de los Contemporáneos y, de manera muy especial, a la de su amigo y maestro Xavier Villaurrutia:

De tanto saberte mía,

muerte, mi muerte sedienta,

no hay minuto en que no sienta

tu invasión lenta y sombría.

Antes no te conocía

o procuraba ignorarte,

pero al sentirte y pensarte

he podido comprender

que vivir es aprender

a morir para encontrarte.

Maestro en décimas y sonetos, autor de ágiles y precisas palabras, la muerte y el amor fueron el leitmotiv de su trabajo poético. Desde su juventud, el tema de la muerte se colocó en el centro de su escena. Manrique, Santa Teresa, Quevedo, García Lorca, Villaurrutia, Gorostiza, Sabines... son algunos de los poetas que han dedicado al final de la vida sus preocupaciones esenciales y han encontrado la forma para expresar ese desasosiego, esa angustia, el consuelo de la memoria o la quiet desperation de Thoreau.

[..] que aunque la vida perdió

dejónos harto consuelo su memoria...

Así termina el inmenso poema de Manrique. "Y he quedado presentes sucesiones de difunto", dice Quevedo en su grave soneto, mientras que en otro mezcla el amor con la muerte: "serán ceniza más tendrán sentido./ Polvo serán más polvo enamorado". Gorostiza ve a la "Putilla del rubor helado" desde la perspectiva de sus "ojos insomnes", y Villaurrutia la convierte en señora de los cuatro elementos fundamentales: "ƑNo serás, muerte, en mi vida,/ agua, fuego, polvo y viento?" Elías Nandino enfrenta el tema con rabia, deseo y una especie de ardiente júbilo:

Ayer, era

un infierno.

Ahora soy

ceniza;

pero ceniza

en brama,

nostálgica

de fuego.

En "Triángulo de silencios", un poeta difunto representa una paradójica "verdad victoriosa". Así lo dice la perfecta décima: "Como voces sumergidas en el aire que me roza,/ la existencia misteriosa/ de tu muerte me rodea,/ con la invisible marea/ de tu verdad victoriosa."

A pesar de todo esto hay en la poesía de Nandino una afirmación de la vida y sus emblemas. "La muerte material, indolora, acariciante", permite, antes de su llegada definitiva, ciertas escapatorias líricas para contemplar el sol que late sin descanso y resucitar regresando al grito con el que llegamos. Los fantasmas amados reaparecen en el momento de las sombras para hablar de nuevo, hacer conjeturas y adquirir el rostro de la misma muerte.

Poeta de estremecedora sinceridad, obediente del mandato de Darío, habla de su longevidad en la que encuentra "un íntimo invierno de recuerdos y rostros". En esto coincide con Cicerón pero, al mismo tiempo, deplora la muerte del deseo y las nuevas formas de la soledad. De manera originalísima asegura que en los últimos años se presenta una extraña manera de la libertad parangonable al movimiento de las nubes, el aire y el sonido. Nada es tan suyo como el mar libertario y terrible.

Recordamos a Elías hace poco, le llevamos flores y le agradecimos lo que hizo por nuestra cultura, así como su generoso apoyo a quienes iniciaban su aventura con la palabra, su sinceridad sin fisuras y su poesía solar y nocturna en la cual la palabra se frustra, muere y al poco tiempo renace y, paradójicamente, del lado de la muerte penetra en las esencias de la vida.

Hugo Gutiérrez Vega
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