La Jornada Semanal, 16 de julio del 2000



Rose Corral

Roberto Arlt, entre la crónica y la ficción

Decía Julio Cortázar que Arlt es uno de los videntes mayores de la realidad argentina. Cronista y narrador, supo mezclar los géneros y crear híbridos originales y eficaces. Rose Corral nos entrega esta biografía de Arlt que contiene acertados comentarios sobre el quehacer literario del "vidente" autor de la genial novela Los siete locos. Arlt inició "la narrativa humana del Río de la Plata" e influyó en el desarrollo del teatro porteño con obras, reseñas y comentarios. Sus famosas "aguafuertes porteñas" son un ejemplo de crónica ligera y profunda a la vez. En 1939 constata el ascenso del nazismo y sus repercusiones en la vida social y política de Argentina. "Aquí, ficción y crónica son igualmente premonitorias del horror que vivirá Argentina durante la dictadura de los años setenta."

El 26 de abril pasado se cumplió el centenario del nacimiento del escritor argentino Roberto Arlt, contemporáneo de Jorge Luis Borges y Leopoldo Marechal, "uno de nuestros videntes mayores", escribió Julio Cortázar en 1981 al prologar la primera edición de su Obra completa que reúne por fin la narrativa, el teatro y dos volúmenes que recogen una parte de sus crónicas, las aguafuertes porteñas y las españolas. La narrativa de Arlt se compone de un intenso ciclo novelístico -cuatro novelas en sólo seis años- que cambia el rumbo de la literatura argentina: El juguete rabioso en 1926, con la que inicia la narrativa urbana en el Río de la Plata, Los siete locos en 1929 y Los lanzallamas en 1931, que forman en realidad una sola novela, y El amor brujo en 1932. A pesar de que promete varias novelas más y anuncia incluso los títulos (El ladrón en el bosque de ladrillos, El pájaro de fuego), en los treinta se dedica sobre todo al teatro: escribe varias piezas teatrales para el Teatro del Pueblo, un teatro independiente y marginal que se funda en esos años y deja sin estrenar su última obra, El desierto entra a la ciudad. Cuando Arlt muere, en 1942, a los cuarenta y dos años, nada dejaba presagiar la formidable persistencia de su obra, la relectura y reivindicación constante que harían del escritor porteño las sucesivas generaciones de escritores argentinos a lo largo de los últimos cincuenta años. Arlt es una presencia viva, actual, un fundador de múltiples linajes literarios, una figura imprescindible de la tradición narrativa rioplatense del siglo que termina.

El interés sostenido -e incluso en ascenso- por su obra contrasta con el olvido en que han caído escritores prestigiados de la misma época en que escribe Arlt: Eduardo Mallea, por ejemplo. El tiempo, ese "futuro nuestro" que Arlt invoca en una actitud desafiante en contra de quienes al principio fueron detractores de Los lanzallamas, ha sido el mejor aliado de su obra. En una de las pocas entrevistas que se conocen del escritor porteño, de 1929, afirma tener "una fe inquebrantable en mi porvenir de escritor". Arlt tiene sólo veintinueve años, ha publicado tres años antes su primera novela y, gracias a sus crónicas, las famosas "aguafuertes porteñas" que aparecen en un principio diariamente en el nuevo periódico El Mundo, pronto se convierte en un periodista muy conocido y leído. Contemporáneas de su mejor narrativa, estas crónicas, escritas con una prosa ágil y amena, son testimonio de la vida cotidiana en Buenos Aires a finales de la década de los veinte. Es también el género que populariza en forma inmediata la escritura de Arlt. Rodeadas de malentendidos, sus novelas se impondrán mucho más tarde. Desde un principio se hace presente en Arlt esta tensión entre periodismo y literatura, que evoca sin duda el conflicto real en el que siempre se debatió, pero que no es sólo un dato de su biografía: anticipa los múltiples cruces entre ficción y crónica que recorren su narrativa.

Primeras lecturas, primeras apropiaciones

La historia pormenorizada de la recepción de Arlt está todavía por hacerse y poco se sabe en realidad de lo que sucede en vida del autor, en la época misma en que escribe. Los testimonios resultan contradictorios. Por un lado, prevalece la imagen que de sí mismo fue armando el propio Arlt en prólogos y esbozos autobiográficos: la de un escritor autodidacta ("me he hecho solo"), "un improvisado" o un "advenedizo de la literatura", un autor inspirado que escribe por vocación, pero incomprendido o relegado por la crítica de su tiempo, que le reprocha su escritura desaliñada, llena de imperfecciones, y también su realismo de "pésimo gusto". Por otro lado, la leyenda recuerda que Arlt fue apoyado en un principio por Ricardo Güiraldes, que además de fungir como una suerte de protector intuye muy pronto la fuerza y el talento del joven escritor. Sólo así se explica que se publiquen dos capítulos de El juguete rabioso en la revista de vanguardia Proa (cuyos directores son Borges, Brandán Caraffa y el propio Güiraldes) y que promueva la publicación de la primera edición de la novela en la Editorial Latina. También están los elogios de escritores tan diversos como Eduardo Mallea -una voz que entonces pesaba mucho-, que lo incluye en 1941 en un ensayo sobre los "escritores jóvenes" de la América Hispana; del vanguardista peruano Alberto Hidalgo; Córdova Iturburu, cercano al grupo de la revista Martín Fierro, que reseña sus novelas en La Gaceta Literaria de Madrid; los comentarios favorables de Ulises Petit de Murat, amigo y compañero de Borges en el suplemento del diario Crítica; e incluso los del mismo Borges, que ya en los años veinte afirma en una entrevista que la prosa de Arlt es "notable". En el prólogo a Los lanzallamas, que ha sido leído como una suerte de manifiesto personal, Arlt insiste sólo en las descalificaciones a su obra, en los juicios adversos a su estilo y él mismo parece contribuir a propagar esta leyenda que mucho después de su muerte repetirán escritores y críticos. Una sola muestra, que importa por ser José Bianco quien la formula y por ser seguramente sintomática de una actitud frecuente en aquellos años: "Por haber leído algunas crónicas suyas en un diario de la mañana, estoy familiarizado con su nombre. Ignoraba, en cambio, sus relatos y novelas... Arlt hablaba el lunfardo con acento extranjero, ignoraba la ortografía, qué decir de la sintaxis... Le faltaba no sólo cultura, sino sentido poético, gusto literario."

A partir de los años cincuenta distintas voces empiezan a rescatarlo del olvido: la temprana y apasionada biografía de Raúl Larra, primer libro que se publica sobre Arlt, llama la atención sobre el autor e inicia el mito del "escritor torturado", a semejanza de los personajes angustiados de sus novelas. Poco después, los jóvenes escritores agrupados en la revista Contorno (el más notorio es, sin duda, David Viñas) le dedican un número completo de la revista y, tomándolo como bandera, contribuyen a fraguar la célebre contraposición entre Borges y Arlt que alimentará las polémicas literarias y sobre todo ideológicas en la Argentina de los años sesenta y setenta. Es también un intento por revivir o reproducir el viejo conflicto de los años veinte entre Boedo y Florida, entre literatura social, comprometida, y literatura de vanguardia. En todo caso, la reivindicación de Arlt por Contorno es un punto de partida insoslayable que redefine y reestructura su lugar en la herencia cultural nacional: de marginal pasa a ser un autor central.

La respuesta al vapuleado estilo de Arlt, a su escritura "desacreditada", la dará Ricardo Piglia en 1980, en la estupenda novela Respiración artificial: la escritura de Arlt está hecha de restos, de fragmentos, es una escritura híbrida que entronca (y es su mejor defensa) con la tradición argentina del libro "extraño", mezcla de géneros y materiales heterogéneos, presentes ya en el Facundo. En una tremenda vuelta de tuerca, Piglia legitima el estilo de Arlt al integrarlo a una especie de historia de los estilos literarios en Argentina.

"Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires"

El primer texto que publica Arlt a los veinte años, "Las ciencias ocultas en la ciudad de Buenos Aires", es un extraño texto periodístico, un relato a medio camino entre la autobiografía, el ensayo y la ficción, que prefigura la ficción futura de Arlt. Crónica de una iniciación en las artes teosóficas, es también la historia de un aprendizaje que fracasa, como el de su primer héroe, Silvio Astier, y con el cual el narrador comparte las andanzas por las calles de la ciudad, una adolescencia desvalida y marginal, algunas de las lecturas que encienden la imaginación y los sueños de aventura de ambos jóvenes. Aunque Arlt condena finalmente las malas artes de los centros de ocultismo que pululan entonces por Buenos Aires y denuncia sus aparentes maravillas, los engaños y los fraudes de sus miembros, es innegable también la seducción que ejercen sobre el escritor la teosofía, sus teorías confusas y contradictorias. Parece claro que es esta experiencia temprana y su relato lo que está en el origen de la trama de la sociedad secreta y de uno de los personajes más extraordinarios del mundo literario de Arlt, el Astrólogo. Su proyecto fantástico de revolución, en el que se mezclan de manera deliberada los discursos más dispares, la ciencia, la magia, la religión, la economía, y en el que aparecen asociados ocultismo y política, encuentra su modelo en este primer texto de Arlt. Lejos de reproducir simplemente lo real o de construir un testimonio con la experiencia vivida, Arlt desplaza la ficción, la denuncia, y transforma el discurso del Astrólogo en una propuesta subversiva, reacia a cualquier esquema o jerarquía, que se resiste hasta hoy a la interpretación.

En una de sus últimas crónicas, "1939 en el horóscopo de Hitler", vuelve sobre el tema para comentar la actualidad política internacional dominada por el ascenso del nazismo: destaca el siniestro vínculo que une a las ciencias ocultas con el poder de los nazis, la amenaza generalizada y el clima de conspiración que crea ese estado, las maquinaciones perversas que pretenden justificar su predominio y expansión. Aquí, ficción y crónica son igualmente premonitorias del horror que vivirá Argentina durante la dictadura de los años setenta.

El lugar de la crónica en la ficción

Cuando Arlt escribe sus novelas mayores, Los siete locos y Los lanzallamas, vive inmerso en el periodismo, en su nuevo trabajo de redactor de El Mundo. Como lo cuenta en una de sus notas ("Cómo se escribe una novela"), en la mesa de redacción del diario escribe tanto sus aguafuertes como sus novelas. En Arlt, la crónica es un género que corre paralelo a la ficción, la alimenta en varios sentidos y a la vez se nutre de los dotes narrativos del novelista. Hay varias huellas de esta interacción o permeabilidad entre ambos discursos en las novelas mismas. El contacto con Buenos Aires y sus gentes provee al escritor de atmósferas, situaciones, motivos, que apenas esbozados en las crónicas reaparecen transformados en la narrativa. Los recorridos del cronista Arlt por la ciudad se duplican en los vagabundeos de los personajes de sus novelas. Pero el tono risueño y desenfadado de las crónicas desaparece. En Los siete locos el mundo mismo del periodismo, los cables, las noticias internacionales del momento, los reportajes, recorren el cuerpo entero de las novelas. Al fusionar la historia de los personajes y la trama misma de la novela con la historia inmediata, al parecer el autor pretende legitimar y dar credibilidad a los sucesos narrados. Asimismo, busca establecer una especie de continuidad o incluso simultaneidad sin fronteras rígidas entre la ficción y la realidad.

Sin embargo, en estas novelas Arlt va mucho más allá de los préstamos o cruces acostumbrados entre un género y otro. Al final de Los lanzallamas cuestiona el valor de la crónica para narrar y cerrar la historia del personaje principal: reproduce textualmente una nota periodística que resume y simplifica la historia de su vida. El lenguaje superficial de la crónica periodística, su estilo estereotipado y sensacionalista, la supuesta veracidad y objetividad de su discurso, representan la culminación engañosa del relato de una vida. El poder legitimador del periódico, apuntado una y otra vez a lo largo de las novelas, acaba siendo socavado en la práctica, al volverse el dudoso transmisor de los hechos de la ficción. Del mismo modo, el cronista "oficial" de la historia es desplazado en su función de relator por las voces plurales y verdaderas de los personajes. En suma, sólo superficialmente las novelas se parecen a una crónica: Arlt subvierte el modelo de la crónica, los signos de realidad y verdad que exhibe, para dejar paso al mundo enigmático de la ficción. Un final que permite asimismo repensar el lugar de la crónica en la obra de Arlt y que bien puede leerse como el triunfo de la ficción sobre la crónica.



Roberto Arlt

Al margen del cable

Roberto Arlt escribió en el diario El Mundo hasta el mismo día de su muerte. Sus últimas notas llevaban el título general de "Al margen del cable". Algunas de ellas fueron reproducidas en el periódico El Nacional de México a finales de los años treinta. Recordamos especialmente "Vidas paralelas" y "Ucrania para el Führer". Aquí las publicamos para refrescar la memoria de nuestros lectores de "cierta edad" y para pedir a los jóvenes que se acerquen a estas ejemplares muestras de la indisoluble unión entre el periodismo y la literatura. Espionajes en Constantinopla, en la capital de Mustafá Kemal Pachá, en la oficina del ministro Fethy Bey y en los informes de los generales y agregados militares, Lawrence y Nogales... Al final brincan Mongerthau y su medio millón de dólares. En la crónica ucraniana sigue el espionaje y se consolida el horror.

Vidas paralelas1

El avión cruza Nueva York hacia el noreste. Ruta Boston. Cuatro aviones armados de ametralladoras escoltan el pájaro de aluminio. En los asientos de los aviones hombres fríos, perfil de buldogs y colillas salivadas de nicotina en el vértice de los labios. A la cintura, pistolas automáticas. Hablan de cosas diferentes mientras custodian el avión que conduce el tesoro. El tesoro es el segundo ejemplar de un libro. El primer ejemplar se encuentra en un cofre de acero del Banco de Nueva York. El segundo ejemplar va aquí metido en una liviana caja de acero, sellada, destinada a la Exposición del Libro de Boston. Por eso la flotilla vuela en dirección al noreste.

El libro se titula The Mint. Ha sido escrito por un hombre que formaba parte de un grupo de hombres del que ha dicho: "Teníamos siempre las
manos manchadas de sangre. Eso nos estaba permitido." Ese hombre se llamaba Tomás E. Lawrence.

Tomás E. Lawrence ha muerto misteriosamente. Estropeado por una motocicleta. Por disposiciones testamentarias su libro no podrá ser vendido
al público hasta el año 1950. En tanto, el segundo ejemplar que la casa editorial Doubleday, Dorant y Compañía, envía a la Exposición del Libro de Boston, cuesta la suma de medio millón de dólares. O no puede ser vendido a menos que ese precio.

Se explican los cuatro aviones custodiados con su brigada de pistoleros legalizados. Y nuevamente se piensa en el hombre que tenía "siempre las manos manchadas de sangre".

šQué historias terribles contendrá el nuevo libro del hombre que de sí mismo cuenta: "Me mandaron a Arabia con el propósito de fomentar cualquier movimiento de rebelión que fuera provechoso para Inglaterra en contra de los turcos"!

šOh, qué curioso, qué curioso!

En los mismos días que Lawrence sale para Egipto, un venezolano cara de mono tití, que habla sospechosamente el francés, el inglés, el alemán y el italiano, se pasea por las callejuelas de Sofía. Curiosea en las mezquitas y entra a la embajada alemana donde sostiene reiteradas conferencias con el mayor Von der Goltz, agregado militar, y el ministro turco Fethi Bey. Finalmente, después de tantas diligencias sale para Constantinopla, a luchar al servicio del gobierno turco y hacer todo el daño posible a Inglaterra.

šOh, qué curioso, qué curioso! El 15 de septiembre de 1918, los diarios de Berlín dirán, refiriéndose a este caballero llamado el general don Rafael de Nogales y Méndez:

"Para todos los latinoamericanos será una verdadera satisfacción el saber que el general Nogales, único oficial neutral que lucha como tal en las filas de las Potencias Centrales, ha logrado obtener durante los tres años y medio que se halla combatiendo bajo las banderas del Profeta, laureles que llenarán indudablemente de satisfacción y orgullo, no sólo a su patria venezolana, sino a las repúblicas latinoamericanas en general."

Lawrence y Nogales.

ƑPor qué se recuerda a Lawrence y se olvida a Nogales?

Los dos han sido temerariamente aventureros, los dos "han trabajado con las manos tintas en sangre" durante varios años en el desierto; los dos fueron escritores. Es decir, han dejado memorias. Memorias donde los hombres aparecen bocetados, no en el léxico oficial de los aduladores de la historia, sino en un idioma vigoroso y punitivo.

Lawrence y Nogales, ambos militares profesionales, desnudan tan despiadadamente a los militares profesionales, que éstos terminan causándonos horror.

Escuchemos al general Nogales:

Por sus memorias desfilan Dyemal Pachá, un "ladrón desvergonzado"; Andranik, "archiasesino y jefe de guerrilleros envalentonados"; Dyevded Bey, culto y cortés cual verdadero osmanlí, era en el fondo, sin embargo, "una pantera humana"; Ahmed Bey, "vestido con un correctísimo traje
de sport inglés, era nada menos que bajo otro nombre el célebre bandido Tcherkess Admed, jefe de una cuadrilla de guerrilleros circasianos que mató después en la quebrada del Diablo y por orden del gobierno a los diputados armenios..."

Cuatro años bajo la Media Luna, el libro del general Nogales, o del aventurero Nogales (condecoración de la Cruz de Hierro, etcétera), tiene la misma grandeza sombría que Los siete pilares de la sabiduría de Tomás E. Lawrence.

Lawrence nos dice:

"Algunas de las atrocidades que contiene mi libro se comprenderán al considerar las circunstancias en que vivíamos, una vida al azar en el desierto desnudo, bajo un cielo indiferente..."

Nogales, a su vez, nos narra:

"Y para ilustrar la indiferencia con que las autoridades civiles otomanas contemplaban el martirio y el suplicio de medio millón de cristianos, que pereció durante dichas matanzas, creo que basta recordar la siguiente frase que profirió el Gran Visir Talaaf Pachá durante cierta entrevista con el ministro americano Mr. Morgenthau:

-ƑLas matanzas?... qué va. Aquello sólo me divierte..."

šOh! Es sumamente curioso. Nogales y Lawrence. Merodeando por el desierto con las manos tintas en sangre, quizá baleándose mutuamente desde una duna, y los dos, al caer la noche, a la lumbre incierta de una tienda de campaña escribiendo las memorias del día, mientras los esclavos hierven en leche agria una pata de camello o se reparten un puñado de arroz.

Creo que era un deber de justicia evocar el libro del aventurero Nogales, agotado en castellano, mientras que en estos momentos se recuerda tan vivamente la obra de Lawrence.

Ukrania para el Führer2

En una de esas callejuelas del bajo París, donde al caer de la noche, bajo los mecheros de gas, el pavimento adquiere la lumbre de una plancha de aluminio batido y el relieve de los muros parece la vertical pesadilla de un criminal; en una de esas callejuelas de París, cuida la portería de una casa con cinco pisos de escaleras sin ascensor (crujientes escaleras de madera) un barbudo asmático que cala gafas tras de la garita de la portería.

Sobándose los cordeles de barba negruzca, vigila la entrada y salida de cuanto ciudadano acerca sus pies al umbral del caserío. Una mujer, que parece una enana por su corta estatura, le cocina al barbudo, cuyos ojos se empañan a veces de humedecida melancolía.

El tufo de las basuras, de las aguas servidas, de la humedad de las cestas con verduras fermentadas, sahúma de nauseabundez el hocico del vigoroso viejo. Pero el anciano no repara en la miseria que le rodea. Con mirada ansiosa, todas las mañanas repasa las columnas de política balcánica, y únicamente cuando lee el nombre del conde Skoropadski, un estremecimiento de envidia y de rencor le remueve los cordeles de barba.

Entonces, su justicia se torna más inexorable contra los ambulantes que quieren violar con cestos hediondos la reglamentación de cinco pisos de escaleras.

Antes del estallido de la revolución rusa, este celoso portero era uno de los más poderosos nobles y propietarios de Ukrania. Explotaba un millón de acres de tierras, con sus cabras, vacas, caballos, corderos, campesinos, perros y mujeres. Cuando recorría sus posesiones, embutido en un blusón de gamuza y un gran gorro de pelo ladeado sobre una oreja, nuestro príncipe de Kochubey, que así se llama, hacía restallar en la caña de sus botas el cuero de su fusta, y nadie se dirigía a su excelencia sin inclinarse profundamente con la cabeza descubierta. Si se dirigía a su excelencia con la cabeza descubierta, le daba unas palmaditas en las mejillas y sonriendo le preguntaba su nombre. Y todos los que le rodeaban le bendecían.

Hoy, barre el patio de la portería.

Por la noche, cuando las tinieblas descienden sobre París y los ladrones van a su trabajo, sus amigos, algunos espías al servicio de la policía, varios camareros, algún lustrabotas, un gigoló en decadencia y varias floristas, todos hambrientos de degollar a "rojos", se reúnen en el cuartujo del príncipe y le dicen:

-Por las riquezas que tuviste y tienes, por tu nobleza, por tu santa religión (cristiana, griega, ortodoxa), tú, únicamente tú, mereces ser el Hetman de Ukrania.

El príncipe Kochubey, preparándole una taza de té a estos piojosos famélicos (hay que pagar los elogios), sonríe, y acordándose del maldito conde Skoropadski, mueve la cabeza tristemente. No, él no es santo de la devoción de Goebbels. Porque el astuto técnico de la propaganda universal le ha echado la vista para ser futuro amo de Ukrania al conde Skoropadski. El conde alto, flaco y rubio como un arenque prensado, cuando oye hablar de los "rojos" se estremece de odio, como si fuera a sufrir un ataque epiléptico. Él es uno de los pocos aristócratas que se salvaron de ser fusilados, entre los dos mil quinientos oficiales contrarrevolucionarios ametrallados en Kiev por los destacamentos de choque de Trotski.

El conde ukraniano es hoy un general frío, una máquina de odiar a la democracia. En Berlín le podréis encontrar en la sección Servicio Secreto del Ejército, bureau de Ukrania. A él, a él y a Goebbels, se debe la subvención del seminario ukraniano. Aunque Hitler cree en Wotam, no le parece desatinado que los boyardos de Ukrania y las bestias de sus campesinos sean devotos de la Iglesia griega ortodoxa (aunque Grecia está contra el bloque totalitario). Estos sacerdotes flamantes surgidos del seminario de Goebbels-Skoropadski, han lanzado sobre las llanuras de Ukrania y sus poéticas colinas, centenares de eclesiásticos que hablan el ukraniano y el alemán, que predican la guerra santa contra Rusia y el advenimiento del anticristo.

Estos sacerdotes cristianos-griegos-ortodoxos mezclan el espionaje a la devoción y constituyen, por otra parte, el puente de plata entre los ukranianos blancos y los cosacos blancos que medran en París. Una ensalada maravillosa, donde los dialectos, las miserias humanas, las ambiciones, el odio, la esperanza, fermentan sus más terribles pasiones. En el vértice de este torbellino fantasmagórico, rico de vitaminas novelescas, gordo de personajes de truculencia y folletón, en el vértice de esta tragicómica pesadilla europea, frío, implacable en su odio, tenaz, aguarda su momento el conde Skoropadski. Goebbels lo estimula. Hitler, más de una vez, ha conversado con el conde general y sabe que de buscar con un catalejo no encontraría un más exquisito carnicero que este conde alto, flaco y rubio como un arenque.

El tercer candidato al trono de Ukrania (para el día, naturalmente, que Ukrania sea tomada por los alemanes), es el alegre conde de Razoumovski, famoso entre los chauffeurs "blancos" de París y que aspira a morir misteriosamente asesinado. El alegre conde, para olvidarnos de su feroz apellido, es descendiente de uno de esos príncipes auténticos y medievales a quienes el terrible Pedro el Grande reunió un día bruscamente en su palacio y por un barbero despavorido les hizo cortar las barbas para higienizarlos y europeizarlos.

Los barbudos desbarbados lloraban de indignación, pero aguantaron al terrible zar. Los mismos rusos "blancos" admiran al alegre conde porque el alegre conde está vinculado por los tártaros, auténticamente, casi a nuestro común padre Adán.

Tal es la personalidad de los tres aspirantes al trono de Ukrania cuando el Tercer Reich consiga engullir "el país que Alemania debe conquistar ineludiblemente", según el arquitecto Rosenberg.

Aunque los tres parecen personajes de la Comedia Humana, los tres, en las sombras que ruedan sus rodillas de espanto sobre la fatigada Europa, los tres, el portero, el barbián y el general, se aprestan a desempeñar su papel.

ƑPara cuál de estos tres será el lindo trompo de Ukrania?

1 Publicada originalmente con el título "Lawrence: 500,000 dólares. ƑY Rafael de Nogales?", El Nacional (México, 31 de diciembre de 1937), reproducción de El Mundo (Buenos Aires, 15 de noviembre de 1937).

2 Publicada originalmente con el título "Al margen del cable. Tres nenes para un trompo", El Nacional (México, 29 de junio de 1939), reproducción de El Mundo (Buenos Aires, 28 de mayo de 1939).

Ilustraciones: Mauricio Gómez Morin



Roberto Arlt

El bacilo de Carlos Marx

Roberto Arlt cumplió el primer centenario de su nacimiento el 29 del pasado mes de abril. Murió a los cuarenta y dos años, en 1942. Su obra vive a su manera y su humor le agrega vida y actualidad. En este ensayo, Arlt nos da los síntomas de la enfermedad del comunismo que, de repente, ataca a los plácidos burgueses (en algunos aspectos se adelanta a la noción de radical chic). Insiste, además, en que la impaciencia es uno de los rasgos más notables de los recientes conversos y señala el camino del estudio y la práctica de la sensatez como únicos caminos para la izquierda democrática. En estos momentos, frente a la ofensiva de la derecha intelectual que va aumentando sus niveles de virulencia antiprogresista, las únicas respuestas son el aprendizaje serio y riguroso, y la verdadera convicción democrática.

Ignoro si el público de Bandera Roja conoce cierto fenómeno que se está operando lentamente en nuestro ambiente burgués. Quiero referirme a los estragos que causa el bacilo de Carlos Marx, también si ustedes quieren, la espiroqueta comunista. Peor que la sífilis. Sí. Por un ciudadano bien intencionado caen diez atacados del mismo mal... y esos quedan incurables para siempre. ƑQué incurables? Tan empecinados que no descansan hasta enfermar a otros. šY el bacilo de Carlos Marx se multiplica indefinidamente!

Cómo enferman los burgueses de comunismo

Nuestra burguesía se está enfermando de comunismo. Despacito. Pero la vacuna prende. A Uds. debe interesarles el fenómeno. Claro está... Los tiempos cambian. Las rentas han disminuido. Las exigencias económicas han aumentado. La familia burguesa casi siempre tiene en la familia dos o tres chicas que van al cine. En el cine aprenden de qué modo se conserva la virginidad perdiéndola. Pero en conjunto, con el arte de dar besos en diversos estilos estas chicas aprenden involuntariamente otras cosas. Y un buen día largan la chancleta exclamando: šEstamos hartas de prejuicios!

Y hacen su vida. Una vida perfectamente individualista. Cuando un esclavo se libra de sus cadenas se vuelva inmediatamente al individualismo. Al anarquismo. Cree que haciendo lo que se le da la gana será feliz. Luego cuando se harta de hacer lo que se le antoja comienza a examinar la realidad de lo que le rodea. A decirse: "ƑPor
qué esto?, Ƒpor qué aquello?"

En cuanto un ciudadano o una fulana se hicieron media docena de veces esta pregunta, la vacuna comunista empieza a prender en ellos. Por asco a la presente forma de civilización capitalista. Y como fuera de esta forma de civilización no existe otra más perfecta que la comunista, fatalmente los ojos se vuelven hacia Rusia. Se vuelve hacia Rusia de tal manera que anoto aquí una confesión de revendedor de libros: los libros que más se venden son aquellos que tratan de Rusia.

La angustia de los aprendices

En el desenvolvimiento de la "enfermedad" comunista, se produce un síntoma curioso: la angustia.

He conversado con muchas personas de la clase media que se interesan por el comunismo.

Esta gente después de decirle a uno:

-Sí, yo estoy de acuerdo con el comunismo -formulan la inevitable y tímida pregunta:

-Dígame, Ƒqué es lo que hay de cierto en todo lo malo que se dice del comunismo? ƑEs posible que todos los diarios mientan a sabiendas sobre el comunismo?

Entonces no queda otro remedio que explicarle a esa gente que los diarios no tienen otra fuente de información que ciertas importantísimas agencias telegráficas e informativas extranjeras las cuales, a su vez, no son independientes sino que se encuentran al servicio de potentísimos capitales, y que a su vez estos potentísimos capitales no son independientes como se pudiera creer, sino que se hallan movilizados por directorios de accionistas... una novela de nunca terminar y que pone al descubierto cuán complicadísimas son las marañas del capital. (Léase Citröen, de Ilya Eremburg.)

ƑEs cierto que las empresas de diarios no son independientes?

Se experimenta una especie de terror cuando se piensa en todo lo que ignora la gente, y que uno de buena fe creía que estaba enterada en la misma medida que el propagandista.

Otra angustia del simpatizante del comunismo es la siguiente, manifestada de esta manera:

-Yo estudio comunismo, me parece que todo es cierto, mas fíjese, cuando salgo a la calle y veo los tranvías que andan, los tenderos que venden sus tejidos, las casas de moda que funcionan como siempre, me digo: "ƑEs posible el comunismo?"

Y entonces hay que explicarle a esta gente que en octubre del año 17, cuando el grupo comunista se apoderó del poder en Rusia, la gente iba a los teatros, a los bailes, a las exposiciones de pintura y a escuchar a las declamadoras de versos, y que si alguien tenía el mal gusto de acordarse de los comunistas, la gente se reía de "ese montón de locos".

Y el aprendiz de comunismo mueve nuevamente la cabeza entre triste y convencido.

La impaciencia

Todo simpatizante con la causa comunista, sobre todo cuando se inicia en los estudios del marxismo elemental se convierte en un impaciente. Es curiosísimo. Este individuo que vivió veinte, treinta años, tranquilamente en la sociedad capitalista, de la mañana a la noche quisiera que estallara la revolución, todo le parece lento y lejanísimo.

Alguien me preguntará:

-ƑCon qué objeto enumera Ud. estas anomalías?

Con el fin de que aquellos que las experimenten, se pongan en guardia contra sí mismos. Tanto y tan mal se ha escrito sobre el comunismo, que incluso los más vivos simpatizantes se decepcionan y desilusionan por momentos, pues si por un lado está la evidencia de la realidad social, con su miseria, su crisis, sus guerras imperialistas, por el otro encontramos el material acumulado por los traidores de todos los matices, al servicio de la clase capitalista, los cuales no han vacilado en inventar mentiras, en deformar realidades, en señalar maliciosamente defectos que son naturales a toda revolución, incluso la más conservadora.

Hay gente que experimenta una satisfacción inmensa en decirle:

-Vea los rusos, hasta los mismos rusos confiesan que se han equivocado "en esto y en aquello".

El propagandista nuevamente se encuentra ante el problema de explicar por analogía que si Rusia se ha equivocado "en esto y en aquello", el régimen capitalista está a todas horas equivocándose de tal manera que sus equivocaciones se traducen en cerca de cuarenta millones de muertos de hambre sobre la superficie del planeta.

El motivo de este artículo

El motivo de este artículo es lo siguiente:

Hacer comprender a todo tibio simpatizante con la causa de Rusia que su deber, su único, exclusivo deber, es estudiar de continuo. Un propagandista preparado es un arma de combate terrible. Una especie de cultivo de bacilos elevado al máximum de su poder tóxico.

No basta la intención, la simpatía, ni el entusiasmo. Hay que reemplazar el entusiasmo por una conducta fría, concentrada. El boxeador que se entusiasma o se enoja en el ring, pierde en el noventa por ciento de los casos la pelea. El que ganó es el otro, el calmoso, el tranquilo, el que ubica sus trompadas con precisión de cañonazos.

La multitud necesita el entusiasmo para actuar. El individuo, la serenidad. Y la serenidad nace del conocimiento.

Muchos dirán:

-No tengo tiempo de estudiar.

Todo hombre dispone de una hora para estudiar en el día. De media hora. Y basta la media hora utilizada concienzudamente para que los resultados sean sorprendentes en poco tiempo.

Un partido compuesto de hombres, de los cuales cada uno es técnico en la ideología en que se basan sus principios, disfruta de una fuerza tan extraordinaria de penetración que nada se le resiste.

Pero para esto hay que estudiar, estudiar y estudiar. Nada más.