Lunes en la Ciencia, 17 de julio del 2000



Ciencia y desarrollo industrial para un país como México


Avances tecnológicos en el mundo

Luis de la Peña y Ana María Cetto

En este ensayo nos proponemos ofrecer al lector una visión en términos muy generales sobre la razón de ser y el adónde ir de la actividad científica en México, visto como un país que intenta incorporarse a la modernidad. Esta será una visión de dos físicos en activo, no economistas ni expertos en planificación, que esperan que represente en alguna forma el sentir de quienes practican la ciencia en un país a medio camino en su desarrollo.

Tiempo de esplendor

El siglo que termina fue pleno en muchos sentidos; en varios, quizá el más pleno de los siglos que registra la historia. Tuvo espacio para albergar la mayor explosión y avance de la ciencia, la tecnología y la capacidad productiva del hombre en toda su historia. Pero también cupieron en él algunas de las mayores tragedias que ha vivido la humanidad. Como de lo primero hablaremos con detenimiento en un intento de evitar una visión triunfalista recordemos al menos algunas de estas tragedias. Dos guerras mundiales; el horror del nazismo y el Holocausto judío; la guerra fría que mantuvo a la humanidad al filo de la guerra nuclear durante décadas -como método de mantener la paz, se nos decía- y acumuló bombas nucleares suficientes para acabar varias veces con la vida en el planeta (de las que aún existen 30 mil almacenadas); la contaminación ambiental acelerada y el asalto a la capa de ozono, la explotación desmesurada de multitud de recursos naturales no renovables. En sus décadas iniciales emergió la esperanza de una sociedad más igualitaria y justa prometida por el establecimiento del primer Estado del mundo que quiso ser socialista, pero durante su curso se derrumbaron estas esperanzas y quedaron aplazadas indefinidamente con la caída de la Unión Soviética y demás circunstancias alrededor de este hecho. Con la desaparición del socialismo real se produjo el mundo unipolar en que vivimos y se dio vía libre a los monopolios trasnacionales cada vez más gigantescos, que se han transformando en los verdaderos motores sociales a través de su poder económico. A la hora de la globalización, los excluidos del "desarrollo" suman más de la mitad de la población mundial, 56 por ciento para ser precisos, de los cuales mil 200 millones de personas viven con menos de un dólar por día y otros 2 mil 800 millones no alcanzan los 2 dólares diarios. El impresionante desarrollo técnico y científico ocurrido en el último siglo contrasta así con el limitado desarrollo en el terreno social, atestiguado también por las desigualdades e injusticias que persisten e incluso se profundizan. Nuestra civilización ha centrado la mira en el desarrollo material, pero dejando de lado la dimensión ética.

Feggo;Ciencia y Desarrollo 1 En el terreno de las aplicaciones de la ciencia empezó bien el siglo que concluye, con la promesa que abrían enormes pasos como el descubrimiento de los rayos X y su inmediata aplicación médica, o los vuelos de los hermanos Wright, quienes pronto establecieron la primera constructora y exportadora de aeroplanos. Siguieron multitud de grandes avances, como la penicilina y los antibióticos, la radio, la televisión, la microelectrónica y las computadoras, los vuelos espaciales, en fin, el teléfono móvil y el Internet. Llegaron también el cine, el láser, el microscopio electrónico, la microbiología, la nueva metalurgia, la biotecnología, la ingeniería genética, la química industrial, con su mar de plásticos, textiles y procesos, que han venido a transformar de raíz nuestra forma de comer, de vestir, e incluso de curarnos.

La industria eléctrica ha sido el soporte de los grandes avances tecnológicos que se dieron durante el siglo XX. Tanto así que al principio se dijo que vivíamos el siglo de la revolución eléctrica. Más adelante fue necesario rectificar y dar su lugar a la electrónica, la radiocomunicación y el control automático; se hablaba ya entonces de la segunda revolución industrial. Pero la aceleración tecnológica no se detuvo ahí, pues llegó, sin hacer inicialmente mucho ruido, la revolución del transistor y poco después la de la microelectrónica, con sus millones de transistores en cada pequeño chip.

La investigación como motor del desarrollo

Todo esto y mucho más se resume en la aseveración cotidiana de que nuestra civilización ha adquirido una base científica; en pocas palabras, que la investigación se ha convertido en motor del desarrollo. Esto es particularmente cierto con referencia a las actividades vinculadas a las llamadas ciencias naturales básicas, la física, la química y la biología.

Es tal la importancia que el nuevo conocimiento adquirió para la producción industrial del siglo XX, que ha dado lugar a que buena parte de la investigación científica pase a ser realizada en instalaciones industriales. No es circunstancial que más de una docena de premios Nobel se haya otorgado por investigaciones y descubrimientos realizados en laboratorios industriales, como el transistor en los laboratorios de la Bell Telephone por los físicos estadunidenses J. Bardeen, W. Brattain y W. Shockley, en 1947.

Industrias de base científica

Las primeras industrias de base científica empezaron de hecho a forjarse durante las últimas décadas de este siglo que concluye. Una de éstas fue la industria textil, impulsada un siglo antes por la irrupción de la máquina de vapor, y esta vez por el desarrollo de los colorantes sintéticos. Otro ejemplo es la industria eléctrica, con Estados Unidos como cabeza pionera y basada en el desarrollo de la teoría electromagnética del siglo XIX. Aunque de otras dimensiones, merece ser mencionada la casa alemana del mecánico e industrial Karl Zeiss, aparentemente la primera empresa que, en 1866, contrató a dos científicos cuando era apenas un pequeño taller de fabricación de instrumentos ópticos, convencida de que la mejoría de sus instrumentos dependía del avance de la teoría óptica y del desarrollo de vidrios ópticos de calidad.

Con el tiempo se aprendió que reditúa mucho más la producción guiada por el conocimiento científico que la empírica basada en el método de prueba y error. Simplemente no existirían los aviones modernos si no se partiera de un sólido dominio de la aerodinámica, la mecánica y la termodinámica. Y esto que vale para la aeronáutica se aplica también a cualquiera otra de las industrias modernas. Imposible idear y diseñar un láser, digamos, ni siquiera de aquellos minúsculos de estado sólido que se venden por unos pesos, sin tener un amplio dominio de su teoría.

Unos cuantos datos nos permiten apreciar la importancia de la investigación en la industria moderna de base científica. En los países desarrollados es común que una parte mayoritaria de los gastos en investigación y desarrollo (I y D) provengan directamente de las grandes industrias; por ejemplo, cerca de 70 por ciento en Japón y entre 50 y 60 por ciento en países como Alemania, Francia o Inglaterra. Hay empresas como Intel, la inventora y fabricante de los microprocesadores (los chips que dieron lugar a la computadora personal), que invierten en investigación alrededor de 25 por ciento del producto de sus ventas. Muchas de ellas -inclusive la controvertida estadunidense Celera Genomics, dedicada a enriquecerse con el genoma humano- fuera de sus motivaciones y propósitos comerciales, son en buena medida indistinguibles por los problemas que abordan y los métodos que emplean, de laboratorios equivalentes universitarios.

Estas son las escalas y el tipo de hechos que debemos tener presentes cuando hablamos de la ciencia y la investigación como soporte y raíz de la industria moderna.

Los autores son investigadores
del Instituto de Física de la UNAM

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