Lunes en la Ciencia, 17 de julio del 2000



Cambio climático, ciencia global

José Ortega Ramírez

portada 1 Los cambios en el clima a nivel planetario no son fenómenos recientes. Han ocurrido de manera constante a lo largo de la historia de la Tierra (4 mil 500 millones de años), resultado de la interacción constante entre los componentes del sistema terrestre (hidrósfera, biosfera y litósfera), consecuencia de los procesos exógenos (volcanismo), endógenos (tectónica de placas) y astronómicos (variaciones de los parámetros orbitales de la Tierra y de la actividad solar). Sin embargo, en las ultimas décadas, la acción del hombre ha rebasado la capacidad de cambio de los procesos naturales, transformando la atmósfera, la hidrósfera y la biósfera con velocidades superiores a las de los ciclos climáticos naturales, como son los periodos glaciales e interglaciales del cuaternario (los últimos 2 millones de la historia de la Tierra), creando escenarios típicos de un planeta con una atmósfera de super-interglacial (recalentamiento por emisión de gases o efecto de invernadero) y una biomasa terrestre equivalente a la de un máximo glacial (desertificación). En efecto, la población mundial ha crecido de manera considerable, por ejemplo, a principios del siglo XX la población era de mil 500 millones de habitantes, en 1940 la población mundial se estimaba en 3 mil millones, y en la actualidad somos 6 mil millones. Debido a que no se espera un cambio sustancial en las tasas de natalidad para el presente siglo, es de esperarse que el crecimiento demográfico -7 mil 500 millones de seres humanos para el año 2050- rebase la capacidad de la Tierra. Además, los estilos de vida y los esquemas de desarrollo económico neoliberal actuales, hacen que la polución en todas sus variantes aumente al mismo ritmo que la población.

Nuestro planeta es un conjunto mucho más complejo que cualquier sistema físico y su funcionamiento puede ser únicamente comparado al de un ecosistema o al de un organismo vivo; sin embargo, hasta nuestros días este funcionamiento es mal conocido. Lo único que sabemos del sistema geobiosférico es que se trata de una gran complejidad, en el que las interacciones y también las retroacciones positivas y negativas son múltiples; sabemos igualmente que desde la aparición de los primeros australopithecos, el hombre es un elemento nuevo cuya acción crece de manera exponencial y su intervención sobre el sistema es exagerada y sobre todo no controlada; así mismo, por la falta de análogos pasados bien estudiados, ignoramos las consecuencias que esto puede tener sobre la habitabilidad futura del Planeta.

Nuestra ignorancia en ciencia general del planeta Tierra es muy grande y, a excepción del conocimiento de la tectónica global corroborada desde hace aproximadamente 40 años, estamos 140 años desfasados con respecto a las ciencias biológicas y médicas (fin de la teoría de "la generación espontánea", todavía en controversia en 1860 en los tiempos de Louis Pasteur) y muy atrás, con respecto a las ciencias físicas (descubrimiento de la radioactividad a finales del siglo XIX; física de las partículas), tenemos también un retardo considerable de experiencias con respecto a los dominios de la biotecnología y de las investigaciones espaciales. Este atraso se debe, como ha sido señalado desde 1992 por el Grupo Científico del Programa Ambientalista francés del CNRS (Centre National pour la Recherche Scientifique), al reducido y absurdo presupuesto que se otorga a nivel mundial, a la investigación del dominio terrestre con respecto a los destinados al estudio global de los oceános, la atmósfera, las investigaciones espaciales o la criósfera (casquetes polares); y al error de separar las investigaciones sobre las variaciones del pasado de los estudios de los cambios actuales, debido probablemente a la presión que ejercen las disciplinas tradicionales cada vez más hiper-especializadas, la ley del "más fuerte", las "mafias científicas ", o las modas que se imponen como dogmas inevitables.

Un sistema natural tan complicado, similar al conjunto de los ecosistemas de la biosfera, interactuantes e interdependientes, donde las causas y los efectos no se distinguen, donde las retroacciones positivas y negativas se suceden, debe ser estudiado de manera conjunta entre las ciencias "naturales" y las ciencias "exactas". Esta aproximación nos conduciría a integrar en una misma ciencia ("ciencia global") las disciplinas todavía separadas: las que reconstituyen la historia de los eventos del pasado y las que estudian los fenómenos en curso. Cada objeto, cada problema, cada estructura o cada fenómeno debe ser examinado, estudiado, medido a varias escalas de tiempo, con el propósito de controlar su evolución a corto, mediano y largo plazo. Esta "nueva ciencia" deberá integrar a todas las disciplinas y conducir a una modelización naturalista nueva y real, en la que se definan sobre todo un método predictivo a escala de siglos o de milenios, y los resultados deberán ser confiables para administrar el presente cuando tenga lugar una acción a largo término, acumulativa e irreversible. El dominio terrestre no puede continuar más siendo el objeto de estudios puntuales; la falta de un conocimiento global del sistema geobiosférico puede conducirnos no solamente a una comprensión errónea del sistema en su totalidad, sino también a graves errores de interpretación de los resultados obtenidos en otros dominios. Esta "nueva ciencia" podría ser sin duda "rentable" desde el punto de vista económico, sobre todo si comparamos los miles de millones de dólares que serán necesarios para corregir los efectos eventuales tales como el aumento de los niveles marinos, la sequía y la deforestación, o los costos que se requerirían para la implantación de la vida en Marte.

Los estudios globales en el dominio continental deben ser considerados como una prioridad científica para este nuevo siglo: transferencia de medios materiales, humanos y técnicos, deben ponerse en práctica de manera radical y urgente, si tal es la voluntad del hombre de continuar habitando la Tierra durante los próximos milenios.

El autor es investigador del Instituto
de Geofísica de la UNAM

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