La Jornada Semanal, 23 de julio del 2000



J. Benedict Warren

V asco de Quiroga:
primeras impresiones

Con este número iniciamos una serie de estudios sobre las utopías y quienes las soñaron. Nos acercaremos a Giordano Bruno, Campanella, Moro, los jesuitas de Paraguay, Carlos Marx, los Flores Magón y a otros soñadores del cielo en la tierra. Sabemos que los pragmáticos ahora se burlan del humanismo renacentista y lo hacen con números, operaciones aritméticas y escenarios virtuales. Con estas armas se oponen a la "obesa presencia estatal". No es ese el problema, señores del libre mercado y las obras de caridad. Lo que importa es la compasión y, sobre todo, la justicia. Por eso el maestro Warren, con prosa sencilla y manejando datos y cifras, como les gusta a los tecnócratas, reafirma la esperanza del Tata: "Este será, si yo no me engaño, el más hermoso y más fértil agosto que hoy haya en el mundo." El sol es para todos, la cosecha debe ser compartida por todos. Así lo soñaron los utopistas que tenemos olvidados.

Vasco de Quiroga llegó a la ciudad de México-Tenochtitlan siendo licenciado en derecho canónico, miembro de la Segunda Audiencia de México, el 9 de enero de 1531. Cuando llegó había tenido mucho más experiencia con gente no cristiana que la mayoría de los funcionarios que la corona española mandó a sus nuevos reinos al otro lado del Atlántico. Había trabajado como juez de residencia en el enclave español de Orán, en lo que ahora es Argelia, de marzo de 1525 hasta septiembre de 1526. En ese puesto había tratado no solamente con muchos comerciantes de varias partes de Europa mediterránea, sino también con los reyes y nobles de los reinos árabes del norte de çfrica. Una de sus últimas actividades en Orán fue la de firmar un tratado de paz en nombre de los reyes de España con el rey de Tremecén, cerca de Orán. En el tratado se les aseguró a los musulmanes la libertad de comercio y migración entre Tremecén y Orán, y se prohibió la conversión forzada a la cristiandad de los súbditos del rey de Tremecén.

Después de regresar a la Península, Quiroga viajó durante algún tiempo con la corte real. Esta fue la corte del rey Carlos I, nacido en lo que ahora es Bélgica, y rodeado por los pensadores del humanismo renacentista. En su Información en Derecho, escrito en 1535, Quiroga recordó que en un viaje que hizo con la corte real de Burgos a Madrid, entre el 20 de febrero y el 7 de marzo de 1528, había discutido con un amigo el Villano del Danubio de Antonio de Guevara. Dicha obra fue un escrito satírico en el que el autor presenta a un villano de la región del río Danubio que viene a quejarse ante las autoridades romanas por las injusticias en la conquista de su tierra. La referencia a la conquista española y sus resultados fue transparente, y Quiroga hizo la comparación aún más aguda en la descripción de un grupo de indígenas que habían venido de Michoacán:

Vemos a una persona que había tenido experiencia con gente no cristiana y que además había absorbido algo del nuevo pensamiento humanista durante su estancia en la corte real. Todo esto lo encontramos reflexionado y aplicado en la primera carta que tenemos de él escrita desde México, el 14 de agosto de 1531, menos de ocho meses después de haber llegado a su nuevo puesto. Y porque presenta sus primeras impresiones, vamos a citarla ampliamente.

Después de insistir en que el obispo de Santo Domingo, Sebastián Ramírez de Fuenleal, debe venir a ocupar su puesto de presidente de la Audiencia, sigue con sus ideas sobre las necesidades de la gente indígena:

También escribimos sobre ciertas poblaciones nuevas de indios que conviene mucho hacerse, que estén apartados de las viejas, en baldíos que no aprovechan a las viejas y de que, trabajando, se podrán muy bien sustentar estas nuevas poblaciones que digo, rompiendo y cultivando los dichos baldíos. Y ésta es sin duda una gran cosa y muy útil y necesaria, porque de ello se siguen los provechos siguientes:

Uno, que lo baldío y estéril aprovechará y dará su fruto y se cultivará y no estará perdido.

Lo otro, que estas nuevas poblaciones se han de hacer de los indios que desde muchachos se crían y doctrinan, con gran diligencia y trabajo de los frailes que están en estas partes, en la disciplina cristiana, en los monasterios; de los cuales hay mucho número de ellos. Y en llegando a la edad núbil, los frailes los casan por les quitar otras ocasiones y pecados; y los unos por el peligro que hay de los volver entre las idolatrías de sus padres, y de ellos, en que parece que están ya confirmados por tan luengo tiempo, y los otros por ser pobres y huérfanos y no tener donde les enviar ni que les dar, ni manera alguna para su sustentación.

Y habiendo ya, como hay, de ellos muchos casados, vense los frailes en mucha perplejidad y congoja. Y todos nos vemos en ella, porque los frailes nos piden el remedio y no sabemos ni hay otro que les dar, sino el de estos pueblos nuevos, donde trabajando y rompiendo la tierra, de su trabajo se mantengan. Y estén ordenados en toda buena orden de policía, y con santas y buenas y católicas ordenanzas; donde haya y se haga una casa de frailes, pequeña y de poca costa, para dos o tres o cuatro frailes, que no alcen la mano de ellos hasta que por tiempo hagan hábito en la virtud y se convierta en naturaleza.

Y será tanto el número, que en poco tiempo se podrían juntar en estas nuevas repúblicas que no se podría fácilmente creer. Cada cual estaría poblado en los baldíos de los términos de su comarca, porque en cada se ha de edificar un pueblo de estos, y porque hay tantos que parece que son como las estrellas en el cielo y arenas en la mar; que no tienen cuento y no se podría allá creer la multitud de estos indios naturales.

Y así su manera de vivir es un caos y confusión, que no hay quien entienda sus cosas ni maneras, ni pueden ser puestos en orden ni policía de buenos cristianos, ni estorbarles las borracheras e idolatrías ni otros malos ritos y costumbres que tienen, si no se tuviese manera de los reducir en orden y arte de pueblos muy concertados y ordenados, porque como viven tan derramados sin orden ni concierto de pueblos, sino cada uno donde tiene su pobre pegujalejo de maíz alrededor de sus casillas por los campos, donde sin ser vistos ni sentidos pueden idolatrar y se emborrachar y hacer lo que quisieren, como se ha visto y ve cada día por experiencia.

Y si los muchachos que se han criado y crían en los monasterios se hubiesen de volver a este vómito, confusión y peligro que dejaron, y a la mala y peligrosa conversación de sus padres, deudos y naturales, como sea cosa natural toda cosa volverse de fácil a su naturaleza, muy ligeramente se pervertirían, volviéndose a su natural. Y sería perderse lo servido y trabajado por estos muy provechosos y no menos religiosos padres. Y mejor no haber sido cristianos que retroceder, y no pequeña culpa de negligencia de todos.

Y si esto Dios lo guía, como espero que lo ha de guiar, por ser una tan gran cosa que no se puede por palabras, a mi ver, explicar, y vuestra señoría y los señores del Consejo de Indias lo favorecen de manera que haya efecto, pues esto de la buena conversión de estos naturales debe ser el principal intento y fin de lo que en las cosas de estas partes entienden, como esta gente no sepa tener resistencia en todo lo que se les manda y se quiera hacer de ellos y sean tan dóciles y actos natos para se poder imprimir en ellos, andando buena diligencia, la doctrina cristiana a lo cierto y verdadero, porque naturalmente tienen inata la humildad, obediencia y pobreza y menosprecio del mundo y desnudez, andando descalzos con el cabello largo sin cosa alguna en la cabeza, Amicti sindone super nudo (Mc. 14,51) a la manera que andaban los apóstoles y en fin sean como tabla rasa y cera muy blanda, yo no dudo sino que haciendo apartados así los dichos pueblos para estas plantas nuevas y nuevos casados, se podría de aquestos tales, con el recaudo que dicho tengo, y que en ello se podría tener.

Y yo me ofrezco con ayuda de Dios a poner plantar un género de cristianos a las derechas como todos debíamos ser y Dios manda que seamos, y por ventura como los de la primitiva iglesia, pues poderoso es Dios tanto ahora como entonces para hacer y cumplir todo aquello que sea servido y fuere conforme a su voluntad guiándolo El, mayormente favoreciéndolo su Majestad y vuestra Señoría y esos señores, como tengo dicho, aprobándolo y enviándo a mandar que así se haga y que hagan las iglesias y edificios los indios de las comarcas de donde se han de hacer, y que den los baldíos para ello, o se les tomen, pues todo es para ellos mismos y para sus hijos y descendientes y deudos y para pro y bien común de todos, donde se han de recojer los huérfanos y pobres de las tales comarcas y ser doctrinados y enseñados en las cosas de nuestra santa fe; que será una gran obra pía y muy provechosa y satisfactoria para el descargo de las conciencias de los españoles que acá han pasado, que se cree que mataron y fueron causa de ser muertos en las guerras y minas los padres y madres de los tales huérfanos, y de haber quedado así pobres, que andan por los tiánguez y calles a buscar de comer lo que dejan los puercos y los perros, cosa de gran piedad de ver. Y estos huérfanos y pobres son tantos, que no es cosa de poder creer si no se ve.

[...]

Como la tierra sea tan larga, tiene mucha necesidad de muchos más obreros religiosos de los que acá hay al presente, y que sean aprovechados en vida y doctrina, y de la bondad y estrecheza, si posible fuese, de los que acá residen, que en verdad, a mi ver, aunque son pocos, son siervos de Dios y hacen gran fruto, especialmente los franciscanos en esta ciudad y su comarca doquiera que están, porque se dan mucho a ello y trabajan más en la doctrina de los muchachos hijos de los naturales, que parece ser la vía más acertada para la conversión de ellos, y lo que parece que ha de prevalecer y que más manera y camino lleva para ello; porque tienen gran número de estos muchachos en sus casas y monasterios, tan bien doctrinados y enseñados que muchos de ellos demás de saber lo que a buenos cristianos conviene, saben leer y escrebir en su lengua y en la nuestra y en latín, y cantan canto llano y de órgano, saben apuntar libros de ello, harto bien, y otros predican, cosa cierto mucho para ver y para dar gracias a nuestro Señor.

Pero con todo, conviene, para aqueste fruto que sea mostrado sobre la faz de esta tierra, que no menos es de dar gracias a nuestro Señor, de ver su templanza y bondad y calidad porque por falta de graneros no perezca, se dé orden y favor como se hagan estos pueblos nuevos que dicho tengo, donde se recoja este fruto, y si este aparejo de pueblos donde se recoja es Dios servido que se haga, éste será, si yo no me engaño, el más hermoso y más fértil agosto que hoy haya en el mundo.*

* "Carta del licenciado Vasco de Quiroga al Consejo de Indias, 14 de agosto de 1531." Se publicó por primera vez en Colección de documentos inéditos relativos al descubrimiento, conquista y organización de las antiguas posesiones de América y Oceanía (42 vols., Madrid, 1864-84), XIII, 421-424, 428-429. Una edición más confiable se encuentra en Rafael Aguayo Spencer, Don Vasco de Quiroga: Taumaturgo de la organización social (México, Ediciones Oasis, S.A., 1970), pp. 78-80, 82-83.