La Jornada Semanal, 6 de agosto del 2000
No recuerdo ya cuántos caminos pensamos
ni cuántas noches dimos
vueltas
alrededor de la misma mesa
en la misma cocina
que
tantas veces nos había visto
brindar hasta la madrugada
por la
buena vida
¡ah la buena vida!
hasta que llegó una mano de sombra
y se posó sobre el vidrio
pidiendo nada más que lo necesario
para seguir sobreviviendo
una mariposa negra
como un tronco quemado
por una centella que
gime
pidiendo la hora y la medida
el oro y el meteoro
el santo y la
seña
y aunque la fiesta continuó
era imposible ya disfrazar
la
magnitud de la catástrofe
así que salimos de allí
ofuscados
enfebrecidos
buscando un
significado
para aquella súbita aparición
buscando un sentido
a nuestros remordimientos
y al impulso de
construir
un refugio para el último día
y las puertas
selladas
y las ventanas de la resurrección
desde entonces no dejamos de preguntarnos
¿qué pasó?
¿o quién
pasó?
si lo que había de pasar
ya había pasado
y nada de
lo pasado
resultó ser una sorpresa
así que nos fuimos
de pronto súbita
frecuentemente nos
fuimos
a buscar un hogar entre las nubes
y sus mapas
cambiantes
con el momento
¿qué importa ya que las gargantas
permanezcan secas
con el
estío?
¿o que las hojas de hierba
sean más afiladas
que nuestras
razones?
hay una verdad
más allá del horizonte de la poesía
hay un lugar que nos espera
con la paciencia de todos los
siglos
y el corazón lo sabe
allí hemos de volver
para partir de nuevo
con el cuerpo
colmado
por nuevas interrogantes
porque hemos sido saciados
con el vino de la incertidumbre
y ya no podemos estar seguros de nada
ni siquiera de las mañanas
despertando
en el despejado centro de la noche
El lugar de los cerezos, el pasto diminuto
cuando estaba en un
sitio
cualquiera de la infancia, solo
con las mil
acciones
arrojadas en los patios y todos,
aún el árbol de la
nuez,
ofrecen un camino
que nada perdonaÉ
nadie,
nadie
se salvará
al filo de estos años
que arrancan el rostro
y
bastará aniquilarse, envejecer
para estar en ese punto
terrible,
anterior a tu nacimiento.
Tomados de la mano lanzan un arañazo
mientras la mañana
declara
cada uno tiene una madre que traspasa
y un secreto bajo
el saco,
por tanto, crecen marchitos
desde una lengua
muerta
por el otoño todo, siempre
de rodillas en su
dictado
con los años hastiados de los niños
cuando la casa es
una tragedia
suspendida en el retratoÉ
luego no desean más,
sólo aquel punto luminoso
benditos por la vida
hasta el
fin
hasta
el fin.
Versiones de Jeannette L. Clariond
Roberto Carifi (Pistoia, Italia, 1948-), ha publicado los poemarios
Simulacri (1979), Viaggi d'Empedocle (1981),
L'Obbedienza (1986), Occidente (1990), Amore e
destino (1993), Casa nell'ombra (1993), Il figlio
(1993), Victor e la Bestia (1996). En prosa y aforismos: La
piaga del nulla (1984). Como tema de reflexión filosófica:
L'essere e l'abandono (1997). Ha traducido textos de Bataille,
Y. Bonnefoy, S. Weill y E. Berrearen. Ha sido, igualmente, traductor y
curador de Rilke, Prévert, Trakl, Hesse, Flaubert y Racine, entre
otros. Colabora en varios semanarios de Italia.