La Jornada Semanal, 13 de agosto del 2000
Capto la seña de una mano, y veo
Suspensa en el azul la seña, esclava
Una mirada en abandono y viva,
Sus ojos, errabundos y sumisos,
La vista en el espacio difundida,
Es la vida allí estar, tan fijamente,
Como si fuera un sueño, pues sujeta,
No hay solidez que a tal prisión no ceda
A las nubes también el color tiñe,
Nada perdura, ¡oh, nubes!, ni descansa.
Integra la devuelve al limpio espejo,
¡Qué eternidad parece que le fragua,
Pero hiende también la imagen, leve,
Ay, que del agua el imantado centro
La transparencia a sí misma regresa,
La materia regresa a su costumbre.
Obscuro perecer no la abandona
Embriagarse en la magia y en el juego
Aun el llanto otras ondas arrebatan,
Con más encanto si más pronto muere,
Signos extraños hurta la memoria,
La mirada a los aires se transporta,
Y abatido se esconde, se concentra,
Cuevas innúmeras y endurecidas,
¡Qué ruidos, qué rumores apagados
Pero, ¡qué lejos de lo que es y vive
El sueño, en sombras desasido, amarra
Cómo pasma a la lengua blanda y gruesa,
El lenguaje es sabor que entrega al labio
Multiplicada en los propicios ecos
Oh, eternidad, oh, hueco azul, vibrante
Oh, eternidad, la muerte es la medida,
Denso el silencio trague al negro, obscuro
No al oído que al antro se aproxima
A otra vida se oye ser, y en un instante
El aire tenso y musical espera;
Ese es el fruto que del tiempo es dueño;
que hay una libertad en mi
deseo;
ni dura ni reposa;
las nubes de su objeto el tiempo
altera
como el agua la espuma prisionera
de la masa
ondulosa.
de la más leve onda, que
socava
el orbe de su vuelo,
se suelta y abandona a que se
ligue
su ocio al de la mirada que persigue
las corrientes del
cielo.
si no una certidumbre
pensativa,
atesora una duda;
su amor dilata en la pasión
desierta
sueña en la soledad, y está despierta
en la conciencia
muda.
el hueco son, en que los fatuos
rizos
de nubes y de frondas
se apoderan de un mármol de un
instante
y esculpen la figura vacilante
que complace a las
ondas.
es el espacio mismo, y da
cabida
vasto y mismo al suceso
que en las nubes se irisa y se
desdora
e intacto, como cuando se evapora,
está en las ondas
preso.
como la helada altura
transparente
lo finge a cuanto sube
hasta el purpúreo límite que
toca,
como si fuera un sueño de la roca,
la espuma de la
nube.
no escapa de la física que
aprieta
en la roca la entraña,
la penetra con sangres
minerales
y la entrega en la piel de los cristales
a la luz, que
la daña.
aun la sombra más íntima
que veda
un receloso seno
¡en vano!; pues al fuego no es
inmune
que hace entrar en las carnes que desune
las lenguas del
veneno.
túnicas tintas en el mal les
ciñe,
las roe, las horada,
y a la crítica nuestra, si las
mira,
por qué al museo su ilusión retira
la escultura
humillada.
Cuando en un agua
adormecida y mansa
un rostro se aventura,
igual retorna a sí del
hondo viaje
y del lúcido abismo del paisaje
recobra su
figura.
ni otra, ni descompuesta en
el reflejo
cuyas diáfanas redes
suspenden a la imagen
submarina,
dentro del vidrio inmersa, que la ruina
detiene en
sus paredes.
bajo esa tersa atmósfera de
agua,
de un encanto el conjuro
en una isla a salvo de las
horas,
áurea y serena al pie de las auroras
perennes del
futuro!
del unido cristal en que se
mueve
los átomos compactos:
se abren antes, se cierran detrás de
ella
y absorben el origen y la huella
de sus nítidos
actos.
no fija al hielo que se cuaja
adentro
las flores de su nado;
una onda se agita, y la
estremece
en una onda más desaparece
su color congelado.
y expulsa a la ficción, aunque
no cesa;
pues la memoria oprime
de la opaca materia que, a la
orilla,
del agua en que la onda juega y brilla,
se entenebrece y
gime.
Que del agua un relámpago
deslumbre
o un sólido de humo
tenga en un cielo ilimitado y
tenso
un instante a los ojos en suspenso,
no aplaza su
consumo.
si sigue hacia una fulgurante
zona
la imagen encantada.
Por dentro la ilusión no se
rehace;
por dentro el ser sigue su ruina y yace
como si fuera
nada.
de la áurea llama, y
consumirse luego,
en la ficción conmueve
el alma de la arcilla
sin contorno:
llora que pierde un venturero adorno
y que no se
renueve.
y atónitos los ojos se
desatan
del plomo que acelera
el descenso sin voz a la
agonía
y otra vez la mirada honda y vacía
flota errabunda
fuera.
el vivo engaño a la pasión se
adhiere
y apresura a los ojos
náufragos en las ondas ellos
mismos,
al borde a detener de los abismos
los flotantes
despojos.
para una muda y condenada
historia,
y acaricia las huellas
como si oculta obcecación
lograra,
a fuerza de tallar la sombra avara
recuperar
estrellas.
pero es también vuelta hacia
dentro, absorta,
el ser a quien rechaza
y en vano tras la onda
tornadiza
confronta la visión que se desliza
con la visión que
traza.
en sus recónditas cavernas
entra
y ya libre en los muros
de la sombra interior de que es el
dueño
suelta al nocturno paladar el sueño
sus sabores
obscuros.
vastos depósitos de breves
vidas,
guardan impenetrable
la materia sin luz y sin
sonido
que aún no recoge el alma en su sentido
ni supone que
hable.
allí activan, sepultos y
estrechados,
el hervor en el seno
convulso y sofocado por un
mudo!
Y graba al rostro su rencor sañudo
y al lenguaje
sereno.
en el fondo aterrado, y no
recibe
las ondas todavía
que recogen, no más, la voz que
aflora
de una agua móvil al rielar que dora
la vanidad del
día!
la nerviosa raíz, como una
garra
contráctil o bien floja;
se hinca en el murmullo que la
envuelve,
o en el humo
y asciende un burbujear a
la sorpresa
del sensible oleaje:
su espuma frágil las burbujas
prende,
y las pruebas, las une, las suspende
la creación del
lenguaje.
la entraña abierta a un
gusto extraño y sabio:
despierta en la garganta;
su espíritu aun
espeso al aire brota
y en la líquida masa donde flota
siente el
espacio y canta.
que afuera afrontan otros vivos
huecos
de semejantes bocas,
en su entraña ya vibra, densa y
plena,
cuando allí late aún, y honda resuena
en las eternas
rocas.
en que la forma oculta y
delirante
su vibración no apaga,
porque brilla en los muros
permanentes
que labra y edifica, transparentes,
la onda tortuosa
y vaga.
compás y azar de cada frágil
vida,
la numera la Parca.
Y alzan tus muros las dispersas
horas,
que distantes o próximas, sonoras
allí graban su
marca.
rumor, como el sabio
futuro
sólo la entraña guarde
y forme en sus recónditas
moradas,
su sombra ceda formas alumbradas
a la palabra que
arde.
que el banal espacio, por
encima
del hondo laberinto
las voces intrincadas en sus
vetas
originales vayan, mas secretas
de otra boca al
recinto.
la lejana se une al
titubeante
latido de la entraña;
al instinto un amor llama a su
objeto;
y afuera en vano un porvenir completo
la considera
extraña.
y eleva y fija la creciente
esfera,
sonora, una mañana:
la forman ondas que juntó un
sonido,
como en la flor y enjambre del oído
misteriosa
campana.
en él la entraña, su
pavor, su sueño
y su labor termina.
El sabor que destila la
tiniebla
es el propio sentido, que otros puebla
y el futuro
domina.