LUNES 14 DE AGOSTO DE 2000

 

Ť Samuel Schmidt Ť

El México norteño

La primera vez que visité Sonora me sorprendió escuchar las diferencias que la gente me señalaba. Los del sur se consideraban progresistas y arrojados, presumían haber construido grandes emporios agrícolas y agroindustriales y marcaban su distancia de la elite o aristocracia norteña, asentada en las viejas glorias del Valle de Hermosillo, afectado en gran medida por la salinización de sus pozos. Sin embargo, lejos de aquellos tiempos cuando tuvieron records mundiales de productividad mantenían su predominio en el estado.

A los sureños los irritaba que Hermosillo controlaba el poder político: el gobernador era norteño, las listas de los diputados revelaban históricamente una gran coincidencia con las familias de los grandes agricultores. La enjundia de los sureños no les producía el acceso que reclamaban.

En Baja California me encontré algo similar. Tijuana era una ciudad pujante, el puerto fronterizo con mayor flujo de personas y la sede de una actividad económica inusitada. Es la ciudad sede de una gran cantidad de plantas maquiladoras y centro de recepción de mexicanos de muchas partes, aunque concentra más gente del noroeste.

Tijuana es algo así como la capital alterna de Sonora y Sinaloa, sin embargo, entre los tijuanenses se sentía un fuerte resentimiento y alejamiento de los mexicalenses. Estos últimos, asentados en una zona agrícola próspera y en la capital política del estado, se sentían superiores y una de las diferencias era que ellos presumían ser los intelectuales mientras que los tijuanos eran los trabajadores. Metáfora muy interesante cuando se hablaba de la vanguardia del proletariado y el proletariado intelectual que vio surgir sindicatos de izquierda en muchas universidades, aunque no sindicalismo en Tijuana.

No se sorprenda si le cuento que algo similar encontré en Chihuahua. Ciudad Juárez vio nacer la industria maquiladora y el concepto de los parques industriales muy temprano en los años sesenta. Concentra comunidades muy importantes de todo el estado y de Torreón, aunque a últimas fechas también ha enviado enganchadores a reclutar trabajadores de Veracruz, los que muchas veces son engañados y tratados casi como esclavos, como sucede con un grupo llevado hasta allí por Tribasa para construir un hospital del Seguro Social, sin recibir las prestaciones del IMSS o tener condiciones de trabajo y vivienda dignas.

Y la animosidad se siente contra Chihuahua capital, de donde tradicionalmente ha salido el poder político. Es común que se encuentre usted frente a la disputa entre chihuahuitas y juaritos, que en ocasiones desplaza la animadversión contra los chilangos, o mejor llamados chilaquiles cuando no se quiere ser muy duro contra los defeños.

Estas animosidades están lejos de ser una trivialidad porque llegan a separar familias y presentar puntos de seria controversia dentro del mismo estado.

Dentro de la complejidad nacional, muchos vemos las regiones, asumiendo que éstas son homogéneas y esto no es así. Hay diferencias profundas dentro de los estados, que tienen que ver con el desarrollo histórico, con las elites económicas y políticas, y por supuesto con la estructura de poder, y en la frontera llega a marcarse mucho.

Las disputas regionales se refieren con frecuencia a la disponibilidad de oportunidades y, desde luego, a la ausencia de igualdad. Pero más sorprendente es que los actores sienten merecer más de lo que reciben y aquéllos que lo tienen, como los chihuahitas, mexicalenses o hermosillenses, creen que lo propio es bien merecido y muestran muy poca predisposición para compartir.

Para los optimistas, ahora que el PRI salió del poder, todo --aun estas diferencias regionales-- debería de cambiar: sin embargo, si por lo que toca a los comportamientos políticos la lealtad únivoca se ha terminado, tal vez no sea así con la identidad regional. La próxima pugna para gobernador en Chihuahua seguramente será entre un chihuahuita y un juarito.

Sonora ha estado fluctuando: se fue al PAN, al PRD y al PRI. Chihuahua es el único estado que ha cambiado de manos del PRI al PAN (un juarense) y de regreso al PRI (un chihuahuense). Baja California, por su parte, se ha pintado sólidamente de azul, con algunos resquicios priístas que son cada vez menos.

Aunque seguramente la lucha este-oeste continúa, puede ser que las diferencias regionales entren a los partidos introduciendo ese tipo de tensión, pero con un ataque optimista, podríamos ver que se pongan por encima de ellos. A la mejor la transición no ha llegado hasta allá.

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