LUNES 14 DE AGOSTO DE 2000

 


Ť Hermann Bellinghausen Ť

Boinas

Arroja la boina al plato y lo cubre por completo tras un vuelo de ovni, perfecto. Se arremanga la blusa y pone el carbón de sus ojos en el carbón de los ojos cómplices de Abraham. Refulgen, como obsidiana que le sacaron brillo. Más los de ella que los de él.

En el centro del salón, sobre la mesa larga y rodeada de gente en sus sillas, un plato grande de manzanas apiladas, de mejillas intensas, eclipsa su rubor bajo el escarlata de la boina.

Letrán preside en un extremo. Un pedruzco se le forma en la garganta. Lo traga con trabajo, recupera el temple y articula: "Vaya puntería". Da un aplauso más bien simbólico, cargado de burla nerviosa.

"Tardes tenga usted, Letrán", dice ella paseando la vista entre la concurrencia. Hombres ceñudos, de traje la mayoría, aunque no faltan guayaberas, sombreros de fieltro y cuero. "Tardes tengan todos".

Toranzo, medio incorporándose, los puños apoyados a los lados de una taza de café, interpreta su papel preferido, de tipo temible, acostumbrado a mandar y castigar (pero ante todo obedecer a Letrán). "Se puede saber cómo llegaron hasta aquí".

Hilaria no viene de pulgas para detenerse en explicaciones: "Caminando, cómo más".

"No está permitida la entrada a personas ajenas al área". Toranzo cree estar transmitiendo, como de costumbre, la voluntad de Letrán. Pero esta vez se equivoca. No se ha dado cuenta, raro en un eficiente capataz como él, que su jefe tiene miedo.

Abraham cruza los brazos y no se mueve de la puerta ni se quita la boina, en su caso negra. Sólo Hilaria avanza un par de pasos, ya muy cerca del staff en conciliábulo. La decena de hombres se acomodan los cuellos, se interrogan entre sí con la mirada, hacen rechinar sus asientos, qué es esto, de qué se trata, quiénes se creen que son. Toranzo está por llamar a los guardias, pero Letrán le coge el brazo y le indica con el mentón que vuelva a sentarse.

"Como de seguro es usted consciente, Letrán, esta vez se les pasó la mano. Vine a decirle que si no indemnizan a la gente que perjudicaron, ora sí se les acabó la parranda".

El dichoso staff lo componen ejecutivos que, eso, ejecutan y punto, pero el mando es de Letrán, a él se atienen. Y su faro adopta hoy una actitud inesperadamente tersa. Verlo dócil los desorienta. Don Casullo carraspea: "No hay quién saque de aquí a estos negros". En su falta de énfasis, la que quería pregunta imperiosa lo traiciona, la pronuncia como respuesta.

La blusa blanca acentúa la oscura piel de Hilaria, quien sin el menor asomo de cordialidad o condecendencia, fulmina a Letrán con la piedra frotada de sus ojos. "Usted, su plantación, sus oficinas, sus residencias y todos estos señores, pueden ir preparando la despedida".

Letrán intenta controlar la situación: "Podrías quitar tu boina del plato. Prefiero ver las manzanas".

"No se haga, Letrán". Y aprieta el tono: "ƑEn qué estaba pensando cuando soltó a los perros? ƑQue somos de palo? ƑO no le importó? Su problema es que nos desprecia sin conocernos. No voy a repetírselo, ya estuvo bueno. Este último daño no va a quedar así. Tenemos las pruebas. Por más influencias que tenga en la autoridad, de ésta no se salvan, usted y sus... amigos".

"Tómate un cafecito con nosotros, un refresco. Y tu acompañante. No se queden ahí parados. Bienvenidos. Toranzo, acércales unas sillas. Siempre he dicho que hablando se entiende la gente".

El staff se desorienta todavía más. Don Casullo muestra honda indignación, pero lo controla el debido respeto que guarda a Letrán. Toranzo, sin mover los puños, clava su mirada en la taza, en Hilaria, en Abraham, en la boina escarlata, en la taza, alternativamente.

Hilaria desoye, camina hasta la mesa y sobre el costado de Don Casullo, que instintivamente se lleva la mano a los filos de piel de víbora del sombrero, recoge la boina. Con ella en las manos se dirige a la puerta. "Conste, Letrán", y lanza con los ojos una última pedrada negra que cala el aire. Se pone la boina en la cresta de su ensortijada cabellera. Precedida por Abraham, traspone la puerta. Las manzanas en el plato parecen más rojas entre las caras pálidas que miran desaparecer a Hilaria en el pasillo en penumbra.