La Jornada Semanal, 27 de agosto del 2000  
¿Qué oriente en paz?
 
José Ricardo Chaves
 
Víctor Sosa,
El Oriente en la poética
de Octavio Paz,
Secretaría de Cultura/Gobierno del Estado de Puebla, Puebla,
México, 2000.
 
 

El Oriente en la poética de Octavio Paz es el último ensayo del poeta, crítico y pintor nacido en Uruguay y avecindado en México, Víctor Sosa, a quien conozco desde hace ya muchos años, cuando vivíamos en Costa Rica. Al hacer memoria, dos de los temas recurrentes en nuestra relación de más de quince años son justamente el Oriente y Paz, presentes desde los orígenes del recuerdo compartido, junto con otras recurrencias como Borges, el Zen o Henri Michaux. Entonces, ante el título del libro de Víctor, mis expectativas de lector son altas, espero mucho de temas muy cercanos en nuestra relación de amistad, en nuestro diálogo intelectual.

El ensayo está dividido en tres partes. La primera de ellas se dedica a explorar el paisaje poético en el que se inscribe Octavio Paz y que el propio Paz construye intelectualmente mediante su interpretación ensayística. Sosa apunta el común cometido de las corrientes literarias modernas (romanticismo, simbolismo, surrealismo) de resacralizar el mundo en un horizonte de fuerte secularización. Los cambios religiosos y filosóficos tienen sus correlatos literarios y poéticos. Si, como señala Paz en Los hijos del limo, la analogía y la ironía son características de la modernidad literaria, convendría matizar tal afirmación con la idea de que el recurso irónico sólo alcanza su despliegue con las vanguardias de inicios del siglo XX. El siglo xix fue sobre todo analógico, no irónico; hizo de las correspondencias, el arte de los vínculos, su piedra de toque.

La segunda parte del ensayo se titula “La invención de Oriente”, y comienza recordándonos cierto Oriente literario muy decorativo, muchos japonismos y chinerías, un Oriente de gabinete, escenográfico, incluidos vapores de incienso y de opio, del tipo de algunos modernistas como Julián del Casal y, después, como José Juan Tablada, poeta al que Sosa concede cierto espacio en tanto antecedente importante del caso de Paz, por su vanguardismo poético y sus transgresiones verbales. Un conocimiento más profundo e íntimo de Oriente, por ejemplo, el del Zen, entre los escritores, es posterior a ese Oriente exótico de principios de siglo, y se genera sobre todo después de la segunda guerra mundial. Japón, que había sufrido el embate nuclear, no sólo se reconstruyó fénixmente desde sus cenizas y dio ejemplo de fortaleza económica, sino que exportó el budismo Zen a Occidente, más a América que a Europa, al principio algo mezclado con elementos beatniks y hippies, pero que luego se decantaron.

Siento que a esta segunda parte del ensayo le falta una definición más conceptual de Oriente, pues, como sabemos, es un término escurridizo, susceptible de mucha manipulación y racismo, y no basta usarlo de una manera empírica. Oriente no es sólo un repertorio neutro de referencias sino también una construcción imaginaria pensada por Occidente, desde Occidente y para Occidente. Es la otredad geográfico-cultural por excelencia. Por tanto, habría que problematizar un poco más el concepto de Oriente, dedicarle por lo menos tanta atención y espacio como a los otros dos asuntos del título (poética y Paz). No dar a Oriente por un dato sino ponerlo en entredicho.

En el siglo XIX, con el romanticismo en el ámbito de las letras y el colonialismo en la política, Europa amplía sus referencias culturales, ve más allá del Mediterráneo, hacia la India y el Extremo Oriente. No en balde uno de sus principales pensadores, Friedrich Schlegel, había afirmado que “en Oriente debemos buscar el supremo romanticismo”. Apenas en el siglo anterior, en el de las Luces, Europa había descubierto el sánscrito, su antigüedad sacra y, con esto, logrado acceso a antiguas literaturas, filosofías y mitologías. Las letras modernas no fueron inmunes a este hechizo orientalista, que rápidamente generó un conjunto de imágenes, tópicos, escenarios, actitudes dizque “orientales”: mujeres fatales, déspotas, suplicios, opio, fatalidad, contemplación…

A nivel crítico, dada la vastedad del concepto “Oriente”, quizá la segmentación por zonas culturales o tradiciones filosóficas ayudaría a precisarlo. La apropiación poética, sobre todo la decimonónica, fue ecléctica al respecto, mezclando heteróclitos signos chinos, japoneses, hindúes, persas, egipcios, etcétera, para lograr efectos de exotismo y extrañamiento. Sin embargo, lo que puede ser bueno en la poesía tal vez no lo sea tanto en el ensayo, y aquí el ojo lector contemporáneo debe diseccionar, analizar, identificar los ingredientes poéticos y lingüísticos, sus filiaciones, sus antagonismos, separar lo que se encuentra unido (no importa que posteriormente se retorne a la unidad).

En español, desde los modernistas como Darío, Julián del Casal, Gómez Carrillo, pasando por Valera, Lugones, Borges y Tablada, y arribando a Paz y Sarduy, el Oriente ha estado en la escena intelectual y estética. Creo que, en cierto sentido, de todos los mencionados el de mayor alcance es Paz, incluso más que Borges, al menos en lo que se refiere al tema budista, pues mientras Borges no deja de ver al budismo desde una óptica eurocéntrica y decimonónica, casi como un antecedente asiático del idealismo alemán (Nagarjuna como un pre-Kant), en cambio, para Paz, Buda, Shiva y Oriente son vistos no desde Europa, sino desde México, es decir, también desde un lugar con una tradición tan antigua y rica como las orientales. Hay una triangulación cultural con respecto a ciertas nociones europeas, desde una periferia exótica y extremo-occidental.

La tercera parte del ensayo entra de lleno más en la poesía que en la poética (en tanto teoría de la escritura) de Octavio Paz, en títulos más directamente vinculados con el tema oriental: Ladera Este y Blanco. Sosa apunta dos características del pensamiento de Paz en las que Oriente interviene y fecunda: la primera es la sospecha epistemológica de lo real, su puesta en duda. En este punto, el Oriente budista (más que el hindú y taoísta), sobre todo el representado por Nagarjuna y su Escuela del Medio, brinda herramientas a Paz para la indagación de las perplejidades del ser y del mundo. Ahora bien, no sólo se sospecha de lo real sino también del lenguaje que lo nombra y que, con la modernidad, se independiza más y más. Los nombres y las cosas ya no van juntos, ya no hay vínculo esencial entre unos y otras. El símbolo decae en signo. La deconstruccionista danza sinfín de los significantes está a punto de empezar.

Esta dirección disolutiva del pensamiento de Paz se compensa con la segunda característica señalada por Sosa, que es el compromiso erótico, por el que el poeta recupera al mundo y el cuerpo y descubre la conjunción de los opuestos, la superación de las antinomias, las bodas del cielo y el infierno. De aquí el interés de Paz por las formas tántricas y shivaítas indobudistas, que contemplan en sus estrategias contemplativas el trabajo sobre el cuerpo y sus pasiones. Este rehabilitación de lo sensorial es lo que permite al poeta seguir escribiendo, no renunciar al lenguaje ni sumergirse en el silencio, resistir al embrujo nihilista que disuelve el yo, el mundo y el lenguaje.

Si bien cada una de las tres partes que componen el ensayo (el paisaje poético, la invención de Oriente y la poesía de Paz) están bien desarrolladas en sí mismas, falta para mi gusto una parte más de conclusiones donde se unan mejor estos tres aspectos, para que queden más tejidos entre sí, para superar esa cierta sensación de yuxtaposición de partes, sobre todo de la primera con respecto a las otras dos.

Para una comprensión del Oriente en la poética y no sólo en la poesía de Octavio Paz habría también que complementar con los textos más directamente reflexivos y ensayísticos del autor, como Conjunciones y disyunciones y Vislumbres de la India, con lo que se tendría la oportunidad de redondear el asunto, ya para confirmar, ya para contrastar ciertas afirmaciones. Sé que este no era el propósito de Sosa en su ensayo, que se ciñe a la poesía como género, por lo que se trata, en mi caso, más de una invitación a no abandonar la presencia orientalista en la obra de Paz y a continuar ahora con la prosa, a completar por escrito esa exploración intelectual en la que el autor de El Oriente en la poética de Octavio Paz está inmerso desde hace varios años.
 


E n s a y o
La tumba del existencialista
 
Leo Mendoza
 
 
Ernesto Sábato,
La resistencia,
Seix Barral,
Primera reimpresión, México, 2000.
 

En su último libro, La resistencia, Ernesto Sábato recurre al género epistolar para hablarnos del mundo en un tono que nos recuerda al de los antiguos profetas de la Biblia. Se trata de cinco cartas y un epílogo que nos ofrecen una visión muy personal de la profunda crisis que vive el mundo de hoy, inmerso en este capitalismo salvaje que tiende a la globalización. Contra este fenómeno, causa de la pérdida de los valores propios de cada pueblo, van dirigidos los textos del autor de Sobre héroes y tumbas, una de las novelas más desgarradoras y a la vez más luminosas de nuestro siglo.

Podemos ver este breve volumen como una continuidad de las memorias del escritor ?publicadas bajo el título de Antes del fin? y también como una especie de amarga despedida, un sermón final, un ajuste de cuentas con un mundo que, por lo visto, no acaba de entender pero al que tampoco se esfuerza en comprender. Su postura es ética. Hay rabia y dolor en estas misivas lanzadas al aire pero, sobrepasada la primera impresión, nos reencontramos con la esperanza y la fe, la cual, dice Kierkegaard a través de Sábato, aparece cuando la razón termina.

Pero por supuesto que también hay coherencia y terquedad ?de la buena, que en muchas ocasiones es dignidad. La resistencia es también un apretado resumen de lo que Sábato ha dicho tanto en sus ensayos como en sus extraordinarias novelas (por cierto, algunos fragmentos aparecen en La resistencia): el sueño del Renacimiento se ha convertido en la pesadilla de nuestro siglo y hemos pasado de la naturaleza a la máquina, del individualismo a la masificación y del humanismo a la deshumanización. Lo curioso es que el escritor argentino veía esto, cincuenta años atrás, con un dejo de ironía que hoy, cuando el pesimismo parece haber anidado en su corazón ?en la curiosa pero no menos econiana división de los mass media, Sábato sería un perfecto apocalíptico?, se ha borrado.

En la primera carta, Sábato se queja de la televisión, de su ominosa presencia que impide cultivar el arte de la conversación y hasta escuchar música, se queja de internet y de los contactos electrónicos que nos alejan de las relaciones mas íntimas aunque, curiosamente, las primeras páginas de su libro fueron publicadas originalmente en la red. Esta postura no nos puede sorprender en el caso de Sábato, quien ha mantenido contra viento y marea sus opiniones. Ya en 1951 se despedía del siglo xix y mostraba a sus lectores que “el reino del hombre no es el estrecho y angustioso territorio de su propio yo, ni el abstracto dominio de la colectividad, sino esa tierra intermedia en que suele acontecer el amor, la amistad, la compresión, la piedad”.

En La resistencia hay, pues, un eco de la apuesta vital que Sábato mantiene: hay una coherencia que, aunque a veces nos parezca chocante y quizá trasnochada, encierra mucho de lo que ha sido la escuela filosófica del escritor: el existencialismo, el compromiso, las voces que se preguntan por lo humano como las de Martin Buber, Saint-Exupéry, Dostoievski, el mismo Kierkegaard, Hölderlin. No obstante, hay una ausencia notable en el texto: Jean Paul Sartre, ese Dios de quien Sábato tomó el concepto de “compromiso” y a quien tantas y tantas páginas dedicó. Quizá esto tenga su origen en que hoy el escritor argentino abomina del individualismo.

Sin embargo, la esperanza y la fe que Sábato tenía en cuanto a que el arte podía rescatar esa unidad perdida del hombre, liberarlo de su vida escindida, hoy ha cambiado: hay en él un deseo de absoluto a la par que una comprensión brutal de la condición humana, tan cerca de la bestia y del ángel. Es cierto, en lo personal me molesta su diatriba contra la televisión, los adelantos tecnológicos ?de alguna manera puedo considerarme un integrado?, etcétera, porque considero que el pasado no es mejor que el presente. Y en algunas cosas a lo mejor hemos mejorado un poquito. A Sábato se le olvida que mucho de los placeres que él disfruta son simple y llanamente producto del aprendizaje: el paisaje tal y como lo vemos ahora podría ser una invención romántica al tiempo que escuchar en silencio un concierto sólo fue posible a partir del siglo xviii; muchos de los grandes compositores que reverenciamos se interpretaban en medio de un barullo que hoy se nos haría insoportable. ¿Para qué ensañarse tanto entonces con esa reacción antitecnológica si aún no sabemos hacia dónde va esto? ¿Despotricar contra la estulticia de los programas de moda no es al final una pérdida de tiempo?

Voltaire dijo alguna vez que en tiempos de crisis era preferible cultivar nuestro jardín y a ello Sábato responde con una actitud quijotesca, rebelde, que nos estremece. Gran parte de lo que dice en torno a la condición humana nos parece cierto y es semejante a lo que pensaba hace años. Aun cuando deposita temerariamente ?como muchos otros lo hicieron? la esperanza en una juventud quizá demasiado incolora. Al observar atinadamente la dualidad del hombre contemporáneo y su profunda escisión, el escritor también deposita parte de su fe en esos procesos de solidaridad humana y social que hoy están en marcha.

Por ello es que nos sorprende el desprecio con que el escritor ve a las grandes ciudades y, sobre todo, su dura crítica a ese mundo mecanizado, sin alma, en perpetuo movimiento, sin tiempo propio que sigue la ruta trazada por la metáfora futurista de Fritz Lang. El ruido bonaerense, afirma, le haría imposible la vida. Y nosotros sabemos que una de esas ciudades deshumanizadas, caóticas y violentas fue hace quince años símbolo de todo lo que la generosidad y la solidaridad humana pueden hacer por los otros. Creo, sinceramente, que la voz de profeta de Sábato es saludable pero también que con el simple hecho de vivir, todos y cada uno de nosotros, resistimos. Hace ya muchos años, Álvaro Cunqueiro, un poeta gallego que supo mezclar con sabiduría y belleza las herencias del mundo celta, católico y árabe, lo dijo en una frase que bien podría ser tomada como divisa: “Es el hombre la criatura más débil que decía el Estagirita, resiste porque sueña y porque el amor le hace olvidar el hambre.”
 



 
FICHERO
Los libros que llegan a nuestra redacción

Antropología

• La isla de los ciegos al color, Oliver Sacks, Col. Biografías y documentos, traducción de Julio Paredes Castro, Grupo Editorial Norma, Bogotá, Colombia, 1999, 352 pp.

Caricatura

• La historia de un país en caricatura. Caricatura mexicana de combate 1829-1872, Rafael Barajas “el Fisgón”, Arte e Imagen/Conaculta, México, 2000, 374 pp.

Filosofía

• Conversaciones filosóficas. El nuevo pensamiento norteamericano, Giovanna Borradori, Col. Vitral, traducción de Jorge Antonio Mejía Escobar, Grupo Editorial Norma, Bogotá, Colombia, 1996, 253 pp.

Historia

• Certidumbre e incertidumbre de la historia. Tres coloquios sobre la historia, Gilbert Gadoffre (compilador), Col. Vitral, traducción de Hugo Fazio, Grupo Editorial Norma, Bogotá, Colombia, 1997, 261 pp.

• Visiones de frontera. Las culturas mexicanas del sureste de Estados Unidos, Carlos G. Vélez-Ibáñez, (prólogo de Carlos Monsiváis), Miguel Ángel Porrúa/ciesas, México, 1999, 374 pp.

Ensayo (literario)

• Aquella fénix más rara. Vida de Sor Juana Inés de la Cruz, Alejandro Soriano Vallès, Nueva Imagen, México, 2000, 262 pp.

Narrativa

• Cuentos completos, Arturo Uslar Pietri, vols. I y II, Col. La otra orilla, Grupo Editorial Norma, Bogotá, Colombia, 2000, 420 y 387 pp., respectivamente.

• El bailarín del piso de arriba, Nicholas Shakespeare, Col. La otra orilla, traducción de Carlos José Restrepo, Grupo Editorial Norma, Bogotá, Colombia, 1999, 392 pp.

• El matrimonio arreglado, Chitra Banerjee Divakaruni, Col. El dorado, traducción de Mercedes Guhl, Grupo Editorial Norma, México, 2000, 380 pp.

• Historias de mamá, Javier Báez Zacarías, Col. Plaza Mayor, Editorial Nueva Imagen, México, 2000, 198 pp.

• La historia de Horacio, Tomás González, Col. La otra orilla, Grupo Editorial Norma, Bogotá, Colombia, 2000, 155 pp.

• La viuda Basquiat. (Una historia de amor), Jennifer Clement, Plaza Janés, México, 2000, 200 pp.

• Un dulce olor a muerte, Guillermo Arriaga, Col. La otra orilla, Grupo Editorial Norma, México, 2000, 197 pp.

Pedagogía

• Pedagogía profana. Estudios sobre lenguaje, subjetividad, formación, Jorge Larrosa, Col. edu/causa, Ediciones Novedades Educativas/Comisión de Estudios de Posgrado, Universidad Central de Venezuela, Venezuela, 2000, 192 pp.

• Repensando la educación en nuestros tiempos. Otras miradas otras voces, Magaldy Téllez (compiladora), Col. edu/causa, Ediciones Novedades Educativas, Buenos Aires, Argentina, 2000, 220 pp.