La Jornada Semanal, 27 de agosto del 2000

Judith Moreno
 
El día de México en la Expo Mundial Hanóver 2000
 

"A la distancia se ve una rueda de la fortuna de pueblo mexicano y a unos metros la entrada a la exposición del tercer milenio. La Expo Mundial Hannover 2000 es precedida por la instalación Rueda de la fortuna de Gabriel Orozco, un juego entre la luz y la oscuridad. Esta reliquia de tiempos pre digitales es también un recordatorio ante el despliegue cibernético en la exposición mundial más ambiciosa de la historia.

Desde temprano se empieza a escuchar español en las filas de entrada. En su mayoría son mujeres mexicanas que han llegado con sus familias, desde todos los rincones de Alemania para estar presentes en el día dedicado a México en la Expo 2000. Cerca de noventa por ciento de los mexicanos residentes en Alemania de los 1,800 registrados por la embajada, son mujeres. Para llegar a este día, el octagésimo de los 153 que dura la feria, se han traído de México, entre músicos, bailarines, cantantes y gente de producción, a 305 personas. Entre las filas se escuchan deseos (“ojalá y se componga el día, que salga el sol”) y van calentando el día y el ambiente los jóvenes de la banda de Tlayacapan en la plaza al aire libre de la Expo Hannover. Al acercarse la diez de la mañana, de frente a las niñas de la banda, vestidas con falda rosa y blusa blanca, se coloca la banda militar de Hannover. La ceremonia inicia con el Himno Nacional Mexicano cantado en murmullo por las/los asistentes de origen mexicano. Al terminar, la banda alemana se arranca con el suyo y luego vienen las palabras oficiales de la curadora general de la Expo, Brigite Breuel. Esta mujer de sesenta y dos años fue la impulsora de la idea de solicitar ante el Bit ?el organismo internacional que coordina la asignación de las próximas ferias mundiales?, la feria mundial para Alemania, en especial para Hannover, ciudad en la que Breuel fue ministra de economía y hacienda durante doce años. Más adelante, ella sería la encargada nacional de la reconversión de la industria de Alemania del Este. Breuel tenía dos años luchando por esa sede, con dos factores fundamentales en contra: la Expo del ’92 se iba a realizar en Europa y Hannover estaba lejos de todo y a una hora de los países comunistas. Pero la inesperada caída del muro el 9 de noviembre de 1989 y la inminente reunificación a mediados de 1990 ?firmada por Helmut Kohl el 3 de septiembre del mismo año? inclinaron la balanza hacia Alemania. Era un voto de confianza histórico.

Nostalgias o la búsqueda de la identidad

Las bandas de música permanecían quietecitas una frente a otra. De entre el público de pie alrededor de la plaza se levantó una manta y una voz: “Fuera los militares de Chiapas.” Rápidamente aparecieron elementos de seguridad. Jaloneada por todos lados, la manta no conseguía aparecer del todo. Más adelante, a lo largo del día, esa y otras mantas surgieron encima de algunos pabellones. Cuando en la tarde la película Viva México, de Eisenstein, se proyectó en una enorme pantalla al aire libre, ya habían comenzado las votaciones en Chiapas.

Después de los discursos vino el mariachi y los gritos de placer y euforia de los asistentes.

A la mayoría de los mexicanos residentes o turistas en Alemania les picaba la curiosidad por ver cómo era el pabellón del país. Un ritual de reconocimiento entre los 173 Estados presentes en las 170 hectáreas de exhibición. México es uno de los cincuenta países que construyeron un recinto especial. A su lado, Venezuela encabeza los pabellones de la puerta sur, con un diseño en forma de orquídea en blanco y morado. Este pabellón sudamericano asciende en espiral y a los lados despliega flora y pesca de la región. En contraste con esta exuberancia, el de Colombia es un pabellón cerrado sobre sí mismo: sólo cuenta con una primera sala con réplicas de piezas de oro precolombino y una sala de video. Al lado izquierdo del pabellón mexicano está la plaza latina con el mariachi 2000, donde los meseros de La Valentina le enseñan a bailar a las güeritas. Al otro lado, el pabellón de la Octoberfest, la fiesta de la cerveza de Münich. La ubicación de México en una esquina le da vista a la arquitectura rectangular de Ricardo Legorreta, por los costados y desde el cielo, por la ruta del funicular de sur a norte. Desde arriba se ve en el pabellón un enorme judas en forma de sol en carcajada y los cuadros de colores blanco, azul, rosa y tezontle.

Los pabellones son la imagen oficial de los países. Todos quieren mostrar su mejor rostro, y de la infinita variedad de rasgos que integran las identidades se hace un corte aleatorio, a veces arbitrario, por naturaleza parcial, de lo que “es” un país. Una vez decidido qué mostrar, está el cómo, los criterios museográficos, de curaduría y arquitectónicos. En el de México prevalece la imagen historicista de la construcción de “la identidad”: Érase una vez una vez que estaban los indios cuando llegaron los españoles, luego se fueron y quedamos nosotros. El recorrido comienza con un video en pantalla de 180° sobre la historia del Zócalo. En un pasillo a oscuras se exhibe en 3D una noche de muertos en Janitzio. En otra sala dedicada al mestizaje hay tres esculturas prehispánicas, pintura colonial y obras originales de Saturnino Herrán, Diego Rivera y otros. Luego hay un pasillo con un mural titulado Muro de las comunicaciones, que nadie ve porque enfrente está una fuente minimalista en fondo azul que reproduce el sonido del mar. A la derecha, arriba, en el techo de la oficina en fondo rosa, varios beetles despuntan al cielo. Finalizan dos salas que dan la sensación de estar inconclusas: una dedicada a exhibir los productos nacionales, donde la cerveza Corona se muestra al lado de latas de chiles en vitrinas de museo anticuado, y al final la sala “nuestra construcción futura”, presidida por una cita de Octavio Paz, muestra en dos videos el proceso electoral presidencial y el encuentro entre Zedillo y Fox. Al pasar por ahí, algunos miembros de la delegación oficial bromeaban entre sí: “No puedo ver, no puedo ver”; otros expresaban su desacuerdo ante estas imágenes: “Explicación no pedida, culpabilidad aceptada.” El pabellón concluye con una instalación de Yolanda Gutiérrez, en la que el visitante puede depositar granos de maíz en una urna. Afuera hay una tienda de productos artesanales y al costado el restaurante La Valentina, famoso por sus reventones. Aunque no dan cifras de las ganancias obtenidas en la Expo, puede uno formarse una idea al saber que para su funcionamiento se invirtió cerca de un millón de dólares y que cuenta con cien empleados, en su mayoría traídos de México, treinta más que el propio pabellón que cuenta con setenta; de ellos, cincuenta y dos son guías u oficiales de sala, más personal de oficina y prensa. La cifra oficial de inversión es de quince millones de dólares, aportados por el gobierno federal, destinados a la construcción y los primeros gastos. De la iniciativa privada se iban a obtener otros quince millones, de los que el fiedeicomiso ha recaudado hasta la fecha treinta por ciento. Extraoficialmente se escucha la cifra de cincuenta millones de dólares como gasto total. El pabellón mexicano tiene alrededor de nueve mil visitantes diarios y largas colas de más de doscientas personas. Para aliviar la espera los guías consiguen, altavoz en mano, que los visitantes ?incluidos los alemanes? hagan la “ola”.

El día sigue y a pesar del escepticismo climático un sol rotundo se afinca toda la tarde. Siguen el concierto de Ramón Vargas con la Orquesta de Cámara de Bellas Artes bajo la dirección de Enrique Barrios y el mariachi 2000 en la Expo plaza. Desde hace varios años Vargas vive en Suiza y se dirige al público más en alemán que en español; quizá pesó en su nerviosismo inicial el título que le dio la revista alemana Festspiele, de ser el mejor tenor del mundo en 1999. Al sentir al público expectante, feliz, jocoso, se relajó, y casi suelta la sonrisa cuando una asistente levanto un cartel que decía Papusho. El público, joven y viejo, llenaba la plaza; algunos alemanes incluso coreaban Bésame mucho. Eran las seis de la tarde cuando las piñatas ambulantes y los jóvenes del mural viviente de la cultura maya casi arrastraban los pies después de andar por los 170 mil metros cuadrados de la Expo Hannover. Al otro extremo, en la plaza latina, cuatro poetas de la sociedad de escritores indígenas, uno de los 770 proyectos presentes en el pabellón Global house, leían poemas en nahuatl y mazateco. Todavía faltaba Café Tacuba en el Beat box y los solos de cuerdas de Ángel Flores. Pero les robó público el concierto de Alejandro Fernández al aire libre. Allí hubo gritos, lágrimas, piropos, alusiones sexuales. La exaltación viril y amorosa de Fernández se extendió casi dos horas y media. Mientras, la nueva generación de la Sonora Santanera hacía bailar a los visitantes de los pabellones latinos. El día de México en la Expo Mundial Hannover 2000 no se pudo desembarzar de los clichés folclóricos. Al finalizar la noche, Cutberto Pérez, del Mariachi 2000, se empinaba el primer tequila en La Valentina: estaba jurado y ese día terminaba su promesa.