MARTES 29 DE AGOSTO DE 2000

* Estados Unidos refuerza la ayuda antiguerrillera


El conflicto colombiano, a un paso de la vietnamización

* Por la vía de los hechos se intensifica la lucha contra la insurgencia

Carlos Fazio * Apenas arrancaba 1998, cuando el diario The Washington Post dijo que la Casa Blanca creía que el ejército colombiano podía perder la guerra contra la insurgencia. Analistas estadunidenses aseguraron entonces que la guerrilla controlaba 40 por ciento del territorio colombiano.

Durante un seminario organizado por la embajada estadunidense en Colombia, el coronel austriaco Edwin Micewsky, experto en liderazgo militar, expresó que ante la diversificación de grupos armados ese país podría quedar dividido en tres. La visión sobre el peligro de una fragmentación del Estado colombiano, en caso de que las autoridades no pudieran recuperar el monopolio de la fuerza, fue compartida por el general Paul Valleley, ex subcomandante del ejército de Estados Unidos en el Pacífico.

Un funcionario de la Casa Blanca declaró que Colombia representaba "una amenaza mayor que Bosnia, pero recibe menos atención. Luego, la política (hacia Colombia) se define por residuo". Según el diagnóstico que entregó entonces al Congreso el jefe del Comando Sur, general Charles Wilhem, los militares colombianos care- cían de estrategia y liderazgo, no tenían moral, afrontaban problemas de indisciplina en sus filas y contaban con una inteligencia "terrible". Esa ev COLOMBIA_CLINTON_919 aluación estaba en la base del memorando de cooperación militar suscrito en diciembre de 1998 por el secretario de Defensa, William Cohen, y su homólogo colombiano, Rodrigo Lloreda.

En este contexto se inscribe el viaje que este miércoles comenzará en Colombia el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, quien desde 1997 comenzó a diseñar su propia agenda para esa nación sudamericana. Quizá el componente más significativo de la gira fue que el mandatario incluyó en su delegación a nueve congresistas, algo que rara vez suele hacer.

En la lista aparece el presidente del Congreso, Dennis Hastert, el tercer hombre más poderoso de Estados Unidos, a quien se le sumarán los republicanos Porter Goss, Bob Graham, Mike de Wine, Doug Bereutr y los demócratas Bill Delahunt, Jim Moran, Ruben Hinojosa y Joseph Biden. Ellos expresan el sello de la continuidad del proyecto intervencionista.

Desde 1997 Washington echó mano de la socorrida estrategia imperial del garrote y la zanahoria. En el plano diplomático apoyó las negociaciones de paz gobierno-guerrilla en Colombia y al presidente Andrés Pastrana. Pero en forma paralela el Pentágono fue alistando las condiciones para la guerra y colocando al conflicto interno colombiano al borde de una vietnamización.

Halcones y palomas

En diciembre de ese año, la "reunión secreta" entre emisarios del Departamento de Estado y de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), en Costa Rica, exhibió esa doble vía que en Estados Unidos enfrenta a halcones y palomas. Peter Romero, subsecretario de Estado para Asuntos Interamericanos, dijo entonces que Washington no permitiría una Farclandia en los 42 mil kilómetros cuadrados de la zona desmilitarizada por el gobierno y la guerrilla, y condicionó la ayuda para el programa de erradicación de drogas ųla parte formal del Plan Colombia, que intenta encubrir sus fines contrainsurgentesų a una "reinserción" de las FARC a la vida civil.

Romero encarna a los partidarios de la "zanahoria", que insisten en darle una oportunidad a la vía negociada. Allí alinean funcionarios del Departamento de Estado y la Casa Blanca que están a favor de mantener contacto directo con los diversos actores del conflicto armado y de participar de modo activo en las negociaciones, con algunas condiciones como la continuidad de la lucha antinarcóticos, resolver la situación de los ciudadanos estadunidenses secuestrados en Colombia y la obtención de garantías para las empresas e inversiones de aquéllos en ese país.

El grupo "guerrerista" lo integran republicanos de ultraderecha y la Secretaría de Defensa, y promueven la derrota militar de la guerrilla. A comienzos 1998, cuando Washington decidió convertir a Colombia en el tercer receptor mundial de ayuda militar, detrás de Israel y China, con 420 millones de dólares ese año, los estrategas del Pentágono avanzaron un paso más en su plan de recuperar la capacidad operativa del ejército colombiano.

Adam Isaacson, especialista en política de seguridad de la Universidad de Yale, afirmó que entre 1995 y 1999 la ayuda del Pentágono al ejército colombiano se había multiplicado por ocho. Dijo que 95 por ciento de la ayuda se destinó a ese cuerpo y a la Policía. Sólo 5 por ciento se aportó a desarrollo y otros rubros. Washington "está financiando la guerra en Colombia. Se optó por las armas en vez del desarrollo", concluyó. Pero James Zackrison, analista del Pentágono, argumentó que si no hay fuerzas armadas fuertes o "garrote en mano", se le está regalando el país a la guerrilla. Para él, la guerra o el "garrote" es el último instrumento de la diplomacia o la "zanahoria". Zackrison avala la teoría de la narcoguerrilla, que sirve para justificar el desvío de la ayuda antinarcóticos a la guerra contrainsurgente, lo que está prohibido por el Congreso.

El punto nodal del Plan Colombia ųcomo parte de la cooperación militar estadunidense que incluye armas, infraestructura de inteligencia y entrenamiento contrainsurgenteų fue la creación de una fuerza de tarea aerotransportada para combatir a la guerrilla. Analistas de asuntos de inteligencia señalaron que las FARC no intervenían en el narcotráfico, pero permitían los cultivos ilícitos y el transporte de la mercancía. Por eso, congresistas y oficiales del Pentágono propusieron dejar de disfrazar la ayuda militar a Colombia bajo el rubro de "antinarcóticos" y declararla como ayuda contrainsurgente, por ser la guerrilla un "enemigo" para la seguridad nacional estadunidense. Esa posición no obtuvo un consenso inicial, pero se fue instrumentando por la vía de los hechos.

En enero de 1998, el diario colombiano El Espectador reveló que en breve llegarían al país 300 instructores de las Fuerzas Especiales de Estados Unidos, un número indeterminado de expertos en sofisticados aparatos de "inteligencia electrónica" de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) y centenares de toneladas de equipo de artillería, transporte y guerra tecnológica.

Los diagnósticos sobre la guerra en Colombia coincidían en determinar que el ejército local no tenía capacidad para localizar al enemigo ni prevenir sus ataques debido a su poca movilidad y a la falta de equipo de "inteligencia electrónica" que le permitieran advertir la movilización de guerrilleros. Por eso, el paquete de ayuda militar incluye la utilización de aviones espías y vigilancia por satélite a las selvas de la Orinoquia y la Amazonia, que podrán proveer imágenes de calor e infrarrojas en las cuales se podrán identificar las concentraciones de combatientes de las FARC en la jungla y monitorear sus comunicaciones, incluyendo su localización.

Los integrantes del primero de los tres batallones de elite fueron seleccionados entre miembros de la Fuerza de Tarea Conjunta con sede en la recuperada base militar de Tres Esquinas, en Caquetá, donde fueron instalados los receptores de señales que envíen los satélites, los aviones y las tropas de tierra, para constituir un comando de inteligencia que proporcionará información inmediata para y sobre el desarrollo de las operaciones.

Los asesores, "objetivo militar"

El entrenamiento de esa fuerza estuvo destinado a formar una unidad que tuviera capacidad para proteger desde tierra las operaciones aéreas de fumigación de cultivos ilícitos . Eso implicó consolidar posiciones en lo más profundo de la selva y fortalecer el control del ejército sobre el tránsito en los ríos amazónicos, actualmente en poder de las FARC. Tras dos años de preparativos, la tropa tiene una localización exacta de los guerrilleros en la selva, pero tendrá que enfrentarse en combate de tierra con ellos cuando busquen reagruparse o huir por los ríos, previo el ataque aéreo de aviones OV-10 Bronco o de helicópteros artillados Blackhawk, y serán recibidos en el río por lanchas de combate artilladas.

Hace dos años, un vocero de las FARC declaró al noticiero Caracol que los asesores norteamericanos eran considerados "objetivos militares". El 23 de julio de 1999, la caída del avión militar de espionaje estadunidense, Havilland RC-7, en la zona de Putumayo, en el sur colombiano, demostró que el Pentágono estaba interviniendo directamente en el conflicto. Desde marzo de ese año existían informes del Government Accounting Office (GAO, brazo investigativo del Congreso de Estados Unidos) sobre el suministro de inteligencia militar de Washington, vinculada con las actividades guerrilleras, a las fuerzas armadas colombianas.

Analistas de la Universidad Nacional dijeron que el involucramiento de Estados Unidos llevará a una vietnamización del conflicto interno colombiano. Según Adam Isaacson, el Pentágono quiere repetir el modelo de El Salvador. "Estados Unidos empezó a dar ayuda militar a ese país en 1979 (un millón de dólares diarios durante 1984) y la guerra terminó 13 años después. El gobierno no recuperó el área guerrillera, murieron 80 mil personas y hubo un millón de refugiados. Fue un empate en desangre. El Salvador es un mal ejemplo a seguir".

La Casa Blanca utilizó en El Salvador la política del garrote y la zanahoria. La doble vía política y militar. Tras el derrumbe del Muro de Berlín se han reducido de modo sustancial los conflictos de interés estratégico para Estados Unidos. A medida que otras guerras se solucionan, el conflicto colombiano adquiere importancia para el Pentágono, que justifica su enorme presupuesto en función de las guerras en que pueda participar. Sobre todo si se toma en cuenta que el Pentágono tiene la obligación de decirle al Congreso cuánto gasta, pero no en qué emplea el dinero.