MARTES 29 DE AGOSTO DE 2000

* El septeto recordó a Louis Armstrong, Duke Ellington y Fats Waller


La magia del jazz de Harlem Blues en noche de adrenalina y adicción

* Encabezado por Joey Morant, a la trompeta, el grupo dejó claro que un músico siempre es

harlem-blues-band-2-jpg Pablo Espinosa * Una inundación de felicidad desbordó la sala de conciertos Nezahualcóyotl la noche del domingo. Hectolitros de adrenalina colada, convertida por el primigenio método de alquimia en sonidos rejuvenecedores ųuna suerte de El Dorado sonanteų se virtieron durante 150 minutos de jazz tradicional, blues antiguo, gospel elevado, las profundidades del spiritual, la magia decantada por decenios de las grandes bandas, el arrastre irresistible del buen swing y un sonido de calidad exuberante con la Harlem Blues and Jazz Band, integrada por siete prodigiosos músicos cuyas edades suman más de 500 años en total, si le promediamos 74 años a cada uno de ellos.

La segunda sesión del Festival Internacional de Jazz de la Sala Nezahualcóyotl ocurrió, al igual que en la inicial, hace 9 días con Eddie Palmieri, a sala llena, en espera de la siguiente sesión, que sucederá el próximo viernes, 1o. de septiembre, con el cuarteto del guitarrista polaco Jarek Smietana.

En el amplio abanico de opciones jazzísticas que ofrece este festival, que culminará el 8 de septiembre con el cuarteto del pianista patriarca Elis Marsalis, correspondió a los entrañables septuagenarios estadunidenses de la Harlem Blues and Jazz Band escanciar el encanto, la alegría, las luces curativas, siempre sonrientes, del jazz más tradicional.

Tres nombres orbitaron a lo largo del concierto: Louis Armstrong, en un festejo amplificado de su cumpleaños número cien; Duke Ellington, cuya alma ya cumplió 101 años, y Fats Waller, el músico más importante surgido de la tradición pianística de Herlem y quien murió ųa diferencia de los longevos Armstrong y Ellingtonų a los 39 años, en 1943, pero que vivió más porque vive más quien ríe.

Una de las sonrisas más encantadoras y contagiosas de la historia de la música, Louis Armstrong, solía decir que bastaba con mencionar el nombre de Fats Waller en cualquier sitio para "ver una sonrisa en todos los rostros", y es que el gordísimo Fats era, en efecto, al mismo tiempo que uno de los más grandes pianistas del planeta, uno de los comediantes más humorísticos e ingeniosos de la música popular.

No sólo fue invocado el gordo Fats muchas veces en el concierto de la noche del domingo, también fueron seguidas sus redondas enseñanzas: los siete músicos de Harlem que se presentaron anteanoche en la mejor sala de conciertos de América Latina, la Sala Nezahualcóyotl, rindieron al mismo tiempo calidades extremas en sus interpretaciones, un don de gente, sentido del humor y una alegría de la que se contagiaron, en epidemia paroxística, todos y cada uno de los mortales que vivieron en carne y alma propias el proceso de rejuvenecimiento fenomenal que experimentaron a su vez los músicos en escena, merced a la magia de la música.

Porque era impresionante verlos entrar, al inicio del concierto, con dificultades motrices evidentes, dando pasitos deslizados con la gracia y dignidad de los septuagenarios jóvenes, los que viven al máximo la vida, y observar cómo, conforme avanzaba el recital, iban perdiendo años y ganando vida. Para las 9 y media de la noche eran siete jovenazos en escena, contaminando de alegría el ambiente. El público, exultante, quería más y más. Bendito placer, crea adicción.

De Fats Waller se ejecutaron piezas de manera magistral. De Duke Ellington se glosaron obras clásicas también con calidad interpretativa exorbitante. De Louis Armstrong, a quien se dedicó el concierto entero porque su alma ųsu cuerpo ya se fueų cumplió cien años como músico, se escuchó el mayor número de piezas, incluyendo imitaciones afortunadas de su voz de rocas y de ciervo enamorado.

El septeto de septuagenarios es todo un portento; está encabezado por una dama, la señora Ruth Brisbane, quien posee fraseo, volumen, calidad de línea de canto en sus jalones gospel, sus arrebatos spiritual, su profundidad de insólito vibrato.

El agrupamiento entero es encabezado por el reverendo Joey Morant, a la trompeta, quien al mero inicio puso de pie a la concurrencia entera y lo que sonó no fue ninguna ocurrencia, pues una sencilla estrofa a manera de salmo alabando a Dios no era tan sólo un remedio turístico de una misa en Harlem, sino esa manera ritual que tienen los músicos profundos de iniciar y terminar una sesión pública de música, como un ritual, una verdadera experiencia religiosa.

Así, la sala entera estuvo poblada al inicio de palmas batientes; de cuerpos meneantes, al principio y al final, y como pieza de regalo, una marcha fúnebre que es la manera como en Nueva Orleans se celebra en jazz la muerte, de igual manera que la vida, que ambas cosas son lo mismo. Ah, la marcha susodicha glosa la manera como desfilan en el cielo las almas que siempre amaron y amaron también la música, que es wheten the saints go machin'in.

Tres de esos músicos de catálogo son al mismo tiempo leyendas vivas y de tal manera fueron anunciados por un señor simpático que fungió como tícher, míster o maestro de ceremonias: el baterista, Johnny Blowers, grabó, tocó y anduvo de gira con Louis Armstrong, Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Tommy Dorsey, Benny Goodman, y fue el baterista preferido de Frank Sinatra (o bien, dados sus muchos amoríos seguidos de divorcios: Frank Sin Otra).

El de mayor edad, Davi Bubba Brooks, también formó parte de bandas legendarias, incluyendo, al igual que el pianista Edwin Swanston, la banda de Satchmo. A su vez, el maravilloso guitarrista Al Casey formó filas épicas y altamente prestigiosas; el epíteto de "leyenda viva" con el que fue anunciado le merece haber sido el guitarrista del maestrísimo Fats Waller.

Para los de oídos frígidos y mentes cerradas, obsesionados con medir las cosas con poquitas cosas, quedó científicamente demostrado que un músico es siempre joven, que no hay ruqueros y roqueros, chiquitos o grandotes, nenes o abuelos. En la música brilla siempre la eterna juventud.

También quedó final y finamente demostrado que más sabe el diablo por músico que por diablo.

Bendita música, dadora de placer, de juventud, que crea también hartísima adicción humana, profundamente humana.