LUNES 4 DE SEPTIEMBRE DE 2000

 


* Gabriela Rodríguez *

Los "hijos de la Chingada"

Los recientes escándalos sexuales que llenaron las primeras planas de todos los periódicos nacionales ante la decisión de un grupo de legisladores guanajuatenses de penalizar a las víctimas de violación que recurrieran al aborto, y que tuvo que ser vetada posteriormente ante las presiones sociales, son la expresión actual de ese rasgo cultural de algunos mexicanos, que consiste en ver la vida desde una concepción que divide a la sociedad en fuertes y débiles, en cerrar todo vínculo social en la posibilidad de chingar o de ser chingado, voces prohibidas y ambiguas magistralmente deconstruidas por Octavio Paz en El laberinto de la soledad.

En plena celebración de los 50 años del ensayo creado por nuestro premio Nobel de Literatura, la moral de siervos que simboliza a nuestra identidad mexicana emerge nuevamente y se monta en ese sentimiento triunfal de los militantes de Acción Nacional. Como siervos, criados o razas víctimas de un poder, la moral de siervo entraña el miedo a ser del mexicano, esa imposibilidad de ser él mismo que se expresa en el lenguaje vivo de las malas palabras.

Tal como dice Paz: "ƑQuién es la Chingada? Ante todo es la madre, una de las representaciones mexicanas de la maternidad, como la llorona o la sufrida madre mexicana que festejamos el 10 de mayo. Y dependiendo del tono o inflexión el término 'chingar' toma el sentido de violar, desgarrar y ofender, la voz está teñida de sexualidad. El que chinga no lo hace jamás con el consentimiento de la chingada. En suma, chingar es hacer violencia sobre otro. Es un verbo masculino, activo, cruel: pica, hiere, desgarra, mancha. Y provoca una amarga, resentida satisfacción en el que lo ejecuta. El chingón es el macho, el que abre. La chingada la hembra, la pasividad pura, inerme ante el exterior. La relación entre ambos es violenta, determinada por el poder cínico del primero y la impotencia de la otra. En un mundo de chingones, de relaciones duras presididas por la violencia y el recelo, en el que nadie se abre ni se raja y todos quieren chingar, las ideas y el trabajo cuentan poco. Lo único que vale es la hombría, el valor personal, capaz de imponerse. El macho representa el polo masculino de la vida. La frase 'yo soy tu padre' no tiene ningún sabor paternal, ni se dice para proteger, resguardar o conducir, sino para imponer una superioridad, esto es, para humillar. El atributo esencial del 'macho', la fuerza, se manifiesta casi siempre como capacidad de herir, rajar, aniquilar, humillar. Nada más natural, por tanto, que su indiferencia frente a la prole que engendra. El 'hijo de la Chingada' es el engendro de la violación, del rapto o de la burla. Si la Chingada es una representación de la Madre violada, no me parece forzado asociarla a la Conquista, que fue también una violación, no solamente en el sentido histórico, sino en la carne misma de las indias. El símbolo de la entrega es la Malinche, la amante de Cortés. Y del mismo modo que el niño no perdona que su madre lo abandone para ir en busca de su padre, el pueblo mexicano no perdona su traición a la Malinche. Nuestro grito popular nos desnuda y revela cuál es esa llaga que alternativamente mostramos o escondemos, pero no nos indica cuáles fueron las causas de esa separación y negación de la Madre, ni cuándo se realizó la ruptura. A reserva de examinar más detenidamente el problema, puede adelantarse que la Reforma liberal de mediados del siglo pasado parece ser el momento en que el mexicano se decide a romper con su tradición, que es una manera de romper con uno mismo. Si la Independencia corta los lazos políticos que nos unían con España, la Reforma niega que la nación mexicana, en tanto que proyecto histórico, continúe la tradición colonial. Juárez y su generación fundan un Estado cuyos ideales son distintos a los que animaban a la Nueva España o a las sociedades precortesianas. El Estado mexicano proclama una concepción universal y abstracta del hombre. La Reforma es la gran Ruptura con la Madre. Esta separación era un acto fatal y necesario porque toda vida verdaderamente autónoma se inicia como ruptura con la familia y el pasado".

Qué se puede agregar a este texto. Nada sino llamar la atención sobre la vigencia que cobra ante la amenaza de regresar a la violencia de los conquistadores-machos-mestizos cuando han pasado más de cien años de la Reforma liberal y el obispo de Guadalajara se atreve a decir que "las mujeres también son culpables de desatar abusos sexuales debido a su provocativa manera de vestir" (Milenio, agosto 17) y el gobernador de Guanajuato propone, en el decreto que se vio obligado a vetar, la justificación del aborto, un texto en el que la mujer no es concebida como persona autónoma sino como ser pasivo, inerme, madre sufrida, chingada, sin acceso a decidir sobre su cuerpo y su maternidad. En cambio se sigue privilegiando al producto (ser en potencia, hijo de la chingada) y se invita a los legisladores a reconsiderar la importancia de sancionar a cualquiera que intente alertar a la mujer y apoyar su maternidad voluntaria. En el decreto que Ramón Martín Huerta presenta para que el Congreso del estado reconsidere las reformas a la penalización del 29 de agosto del 2000, se afirma: "El derecho a la vida es un derecho humano, con todos los derechos que le corresponden como persona, por lo que la ley debe tutelar las garantías individuales del concebido. Por lo tanto, deben subsistir las penas para cualquier persona que abusando del estado emocional en que se encuentra la mujer violada, la incite a la comisión del aborto o de cualquier manera participe en la práctica del mismo".