La Jornada Semanal, 10 de septiembre del 2000

Germaine Gómez Haro
Las voces misteriosas de la cerámica
 

Pocas veces tenemos la oportunidad de ver en México exposiciones colectivas dedicadas a la cerámica contemporánea, lenguaje plástico que ha alcanzado un excelso nivel de calidad en las últimas décadas. En comparación con otras artes, la atención de los críticos es escasa y más aún la de los coleccionistas. Por eso resulta gratificante la exhibición Sólo un guiño: escultura mexicana en cerámica que se presenta actualmente en el Museo de la Secretaría de Hacienda (Antiguo Palacio del Arzobispado), integrada por setenta y seis obras de dieciséis artistas reunidos bajo la curaduría de Ingrid Suckaer, especialista que se ha dedicado desde hace varios años a seguir de cerca el desarrollo de la cerámica en nuestro país. Las obras que integran esta muestra fueron concebidas ex profeso para esta exhibición que se inauguró en la Expo Lisboa ’98 y después viajó a París, Irlanda y Oaxaca. La primera particularidad de esta muestra es el formato solicitado por la curadora: con excepción de Elizabeth Ross, que realizó una sola obra integrada por cinco piezas que forman un conjunto, cada artista presenta cinco esculturas que no exceden los veinte centímetros de altura: en su diversidad de propuestas y rica variedad de barros y técnicas, estas pequeñas “evocaciones” nos demuestran las infinitas posibilidades de la cerámica.

    En los últimos años hemos visto surgir una generación de ceramistas dedicados de lleno y con todo rigor a este oficio. Cabe mencionar el papel relevante de los maestros Jorge Wilmot, Hugo Velázquez, Gerda Gruber y Graziella Díaz de León, en cuyos talleres se formaron gran parte de los ceramistas actuales. En la presente muestra percibimos dos tendencias opuestas que complementan el eclecticismo del lenguaje cerámico contemporáneo: la biomórfica y la constructivista. El primer grupo incluye obras figurativas y abstractas, mientras que el segundo explora básicamente el lenguaje no figurativo.

    Maribel Portela, Miriam Medrez, Jorge Marín, Juan Sandoval y Marcos Vargas han centrado su trabajo, desde sus inicios, en la figura humana. Encuentro en Portela y Medrez ciertas rememoraciones de la estética precolombina: la primera elaboró un conjunto de cinco figurillas sedentes congregadas en un círculo a manera de una ceremonia ritual; por el hieratismo de sus posturas y sus rasgos faciales, estos hombrecitos nos remiten directamente a las figurillas de narices puntiagudas de Chupícuaro. Por su parte, las esculturas ensimismadas de Medrez, con sus rasgos indígenas y envueltas en un halo místico, revelan también cierto eco tribal. Juan Sandoval presenta cinco cabezas de corte expresionista que funcionan como variaciones –un poco repetitivas– sobre el mismo tema. Las “ángelas” de Marco Vargas parecen menos interesantes que otros trabajos anteriores de verdad sorprendentes, quizás porque se hallan demasiado cercanas a los archiconocidos ángeles de Javier Marín. Jorge Marín ha conseguido un estilo personal plenamente reconocible y en esta ocasión nos muestra sus característicos niños regordetes y una de sus perturbadoras ancianas, todos ellos –como siempre– de factura impecable.

 La obra de Gerardo Azcúnaga siempre me ha provocado a un tiempo atracción y rechazo. De difícil clasificación, sus piezas de pronto asemejan vísceras o masas amorfas que contienen algo de humano y algo de animal. Últimamente incorpora a sus cerámicas cabellos, cera y clavos, elementos que las hacen aún más inquietantes. Las piezas de Perla Krauze y Rosario Guillermo son evocaciones de su interés por la ecología. Krauze ha destacado en el campo de las instalaciones con propuestas muy interesantes, elaboradas con materiales orgánicos y con pleno dominio de un lenguaje poético muy personal. Sus semillas en cerámica son acaso el boceto de trabajos más complejos. Rosario Guillermo recurre intencionalmente a una expresión kitsch y mezcla con desenfado trozos de madera natural, con cerámica policromada o recubierta de hoja de oro y lámina de bronce, fusionando así materiales orgánicos y artificiales. El trabajo de Gerda Gruber es un diálogo continuo con las entrañas de la tierra. Con la misma frescura modela bellas piezas biomorfas y geometrizantes que revelan su conocimiento del oficio. Adán Paredes es arqueólogo de formación, por lo que sus esculturas –a medio camino entre la abstracción y la figuración– me recuerdan irremediablemente vestigios de excavaciones, como fósiles o huesos prehistóricos.

        En el campo de la abstracción constructivista, Enrique Rosquillas, Cristina Martínez del Campo y Paloma Torres elaboran una suerte de metáforas o reflexiones de arquitecturas fantásticas o “ideales”, que de pronto remiten a las maquetas urbanas de Macotela. Por su amplia experiencia y extremo rigor en el oficio, Vicente Rojo y Gustavo Pérez –y aquí también debe incluirse a Gerda Gruber– son las figuras tutelares dentro de este grupo de ceramistas. ¿Qué más decir acerca su multicelebrado trabajo, ejemplo contundente del difícil arte de la sencillez?

    Debe mencionarse la pulcritud y elegancia de la museografía que enaltece los pequeños grupos escultóricos. Esta observación se hace extensiva al museo en su totalidad, pues resulta digno de ovación el perfecto estado de conservación de este monumento a cargo de doña Juana Inés Abreu.

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