La Jornada Semanal, 10 de septiembre del 2000  
(h)ojeadas
 
Deshielo desde el cristal del fuego
 
Pura López Colomé
 

Claudía Hernández de Valle-Arizpe,
Deshielo,
Conaculta,
México, 2000.

1. ¿Serán los símbolos predilectos una emoción en sí?

Pese a que los elementos de agua y fuego rigen la expresión emocional en la poesía de Claudia Hernández de Valle-Arizpe, es gracias a lo inasible y encerrado en el aire, paradójicamente, que se le va permitiendo al lector un acercamiento a su estilo, su muy peculiar ars poetica. Los seres humanos en general, pero de manera especial y particular los poetas, siempre estamos intentando traducir lo que deseamos controlar en símbolos, creyendo que al manejarlos, en uno u otro sentido, estamos manejando los elementos de la realidad. El poder de un símbolo como el aire radica en el perpetuo recordatorio de que dependemos de una naturaleza a la que no podemos controlar: el dios del aire, de acuerdo con muchas tradiciones y mitologías, es la forma más elemental del salvador. Esto se puede extrapolar, estirar hasta variadísimos extremos, siempre resultando una presencia que se siente pero no se ve, como el viento; siempre, griegamente, un postular el alma del mundo en forma de aire, almos, del sánscrito atmen: aliento.

    Las dos primeras partes de Deshielo ofrecen una respiración cabal, donde el aire falta y donde el aire sobra, que a su vez remiten a un pulso, a una diástole y una sístole: un corazón desesperado por conseguir una paz que sabe que lo hará desdichado. Esta paradoja es un clásico de la poesía amorosa, incluso desde los términos del amor cortés: el poeta que canta porque ama trágicamente –según se ha insistido en el ámbito occidental– y ama a menudo desgarradamente insatisfecho, pues la insatisfacción es la esencia del deseo. Y la alegría, la exultación incluso, se presentan afligidas, dolorosas. El gran enigma del canto de amor supone una tensión tan fuerte que termina en ruptura y en deshielo.

    Antes dije que el fuego y el agua funcionaban en esta autora como pivotes expresivos; en efecto, los vapores que fluyen a través suyo son los sentimientos estrellados en la capacidad de aliento real que podría hacerse extensiva no sólo al poeta sino a todos los seres. El enorme riesgo de la poesía amorosa radica en la expresión estrictamente personal. Según T.S. Eliot, “la poesía no es un dejar suelta a la emoción, sino un escape de la emoción; no es la expresión de la personalidad sino un escape de la personalidad, si bien, desde luego, sólo quienes cuenten con personalidad y emociones sabrán lo que significa querer escapar de ellas”.

    Quien escribe está en este caso, y además posee un estilo para realizar la huida. Un estilo que, según creo leer en lo que subyace al tema, es decir, en la tensión estructural, el motor andando, traiciona a la autora. Ella querría que el deshielo se expresara como tal, cuando lo que domina es el fuego, la oscilación de temperaturas del trópico al glaciar. Y es ahí donde a la voz le falta el aire en verdad, donde comienza a asfixiarse: canta porque ama y ama desdichadamente: su voz se excede, entonces; su canto a la pasión, al deseo, se acerca al abismo que acaso sería el silencio.

    Sin embargo, el terror real, más que humano, la hace enfrentar la futilidad de sacralizar el amor por vía del fuego, el calor pasional de esas cosas a las que hay que llamarlas por su nombre:
 

    Un inmenso ¡no! que lo abarca todo, como el del conocido grabado de Edward Munch, transmitido en ecos, en ondas, le responde al poeta que se está traicionando, que este “bautismo” puede ser una poética del amor… no el amor abismal. El espejo de esa gran verdad de la poesía le impide engañarse del todo, como se lee en “El grito”:
      Para que el mundo visto desde el punto fino de una pluma exprese al corazón y el corazón al mundo hay que dejar que la hélice –esa espiral de la que habla el poema– se mueva al ritmo de su propia certidumbre. Y si el poema es de brasa, será tal pese a las intenciones del frío: el témpano mostrará en realidad un incendio, al que no le sobra ni le falta su propia abstracción cifrada en el tiempo.

2. ¿Será la naturaleza  un reflejo?

Aportar claves de comprensión sin que ello signifique desentrañar, deshacer un universo simbólico que da sentido…

    Claudia Hernández sí trae la lupa en la mano, aunque a ratos su verso nerudiano nos guiñe un ojo juguetón. Su aproximación al rompecabezas hecho de significados de distintas extensiones y numerosos brillos, intermezzos musicales, es sensorial y sensual. Sabe que el Acertijo con mayúscula es uno y múltiple. Para mirar a la divinidad única frente a frente hay que mirar-se, con todo y los vuelos fallidos, los querer ser lo que no somos, las autocomplacencias que hacen del reflejo precisamente un espejismo. Este intento poético, el que va en pos de la unidad, alcanza una gran hondura en esta palabra justo cuando rompe los ritmos que le son cómodos y familiares, para abrir el telón de fondo:
 

    Ahora bien, en estas habitaciones vive también el deseo de ir por partes, de descubrir la tierra devastada por los sentimientos vulgares que buscan dominio, es decir, por las herramientas toscas incapaces de lograr surcos adecuados a la semilla, y volverla tierra transfigurada. Y su camino para lograrlo resulta decididamente erótico: una ciudad mujer, un verano con cuerpo, una suerte de semen “que palpita en las vainas del huizache”, y todo un universo plural que se desencadena al merodear, preparar e ingerir las gónadas del erizo –un ejemplar del banquete de la creación–, transformadas en nuestro pobre corazón tiranizado por el placer mundano (“Chilena”).

3. ¿Decir convoca?

Respira, a su vez, casi a todo lo largo de este poemario, una actitud explícita de mantra, de repetición de un himno, una oración; un hechizo verbal, un encantamiento ritual empleado devocionalmente para que un cosmos de imágenes sea realidad específica y no ficción, para que lo simbólico adquiera sentido. El mantra consiste en nombrar, en un decir explícito: decir es “la suma de silencios” en la boca de quien escribe. Y cuando éste sabe que se arriesga ante terrenos oscuros, peligrosos e inexorables, recurre al poder encantatorio: “Decíamos consola y barracuda… Decíamos mentira y hartazgo, hielo y culpa… Decíamos ruido y polvo entre los dientes… Decíamos partera, ya no… Decíamos del mar que era una mala costumbre… Decíamos aburrición y provincia…”

    Ya se dio cuenta de que nombrar por nombrar no aturde lo suficiente para que el sentido de este inmenso prisma aparezca con nitidez: que más vale confiar en la aspiración al cuerpo que esconden las palabras y que conduce a la memoria.

    Los dos últimos poemas de Deshielo integran esta nueva percepción y se arrojan, cual suicidas, al siguiente peldaño poético de Claudia Hernández, expresión de esa emoción significativa, con vida propia en un nuevo tipo de poema, que late más allá de la historia del individuo que escribe, capaz de transformarse en niño eterno –acaso ignorándolo– al pronunciar las palabras de un conjuro en verdad atemporal: Als das Kind ein Kind war… Y creo no equivocarme al ver que en este rumbo, como lo ha dicho T.S. Eliot, vivirá “no en el presente exactamente, sino en el momento presente del pasado […] consciente no de lo que está muerto, sino de lo que ya está vivo” •
 


N o v e l a
El amor matemático
Adriano González León

Arturo Azuela,
El matemático,
Instituto Politécnico Nacional,
México, 2000.

Estimado Arturo: he tratado de dar saltos sobre las coordenadas de tu libro, ganarle tiempo al tiempo, evitar las premisas y girar sobre los ejes cartesianos, para estar libre a través de fórmulas, logaritmos, leyes conmutativas y raíces cuadradas. Dentro de las previsiones de un matemático, llegué retrasado. Es decir, a destiempo. Quisiera dejarte mi voz, en determinados términos cuantitativos, pero el álgebra que yo manejo no tiene las delicadezas de tu Philip Cunningham y por lo tanto debo salir a la deriva de ecuaciones irreconocibles, solamente inventadas por mi pereza de estudiante, que no quería pensar en los términos del profesor Zemansky, a pesar de su elegancia y su serenidad. Yo estaba en algunas enloquecidas visiones estelares, sin cálculos sobre la magnitud de los cuerpos y el gran vacío negro que significa la nada. Yo estaba, estoy, estaré siempre, en los muslos resplandecientes de Valeria, sobre los cuales tu personaje matemático montó su cálculo infinitesimal, porque los polinomios, las ecuaciones cuadráticas y las ecuaciones lineales, sobre todo estas últimas, estaban más cerca de mis deseos y mi entendimiento, puesto que las deseaba curvas. En algunas instancias de tu libro, al lado de esas largas e inteligentes especulaciones sobre el saber científico, se te sale tu saber humano. O, para cuidar algunos cálculos, le salen a tu personaje. No puede ninguno de los dos resistir la vida palpitante. Por eso, en tantas noches de insomnio y peso de las cifras y las variables complejas, el volumen es espeso, no medible, casi una ilusión de la nada, de los muslos de Valeria o la ternura francamente inmensurable de Monique.

    Yo no sé qué decir sobre tu inteligencia matemática y tu búsqueda de la solución. ¿Cómo demonios despejaremos esta incógnita? En mis clases de bachillerato, cuando me ponían frente a la pizarra, temblaba mucho más que tus personajes y tenía una desventaja mayor: no sabía nada. Y sobre todo me resultaba absurdo que en la llamada ecuación me dijeran X es igual a 4 más no sé qué al cuadrado… Algo así... misterioso. Y luego la frase brutal y nazifascista del profesor: “¡Despeje la incógnita!” Uno llenaba la pizarra de números, letras y torpezas. Los de la clase corregían y nos llenaban de burlas. Venía el milagro. X es igual a 4, l.q.q.d. ¡Lo que queríamos demostrar! Entonces, yo me preguntaba en mis adentros: ¿para qué tanto sufrimiento, si ya lo sabíamos?

    Cosas de las matemáticas y otros asombros de la nada. Afortunadamente tu prosa, Arturo Azuela, nos introduce en los símbolos y en las carnosidades de la vida. Presentaste un castellano impecable para demostrar que en la vieja guerra científica y alquímica las letras son más sustanciales que los números. ¿O quizás lo contrario? De todos modos tu noble escritura, en la noche que da paso al año 2000, nos devuelve a los tiempos ningunos, que son el final, que son el comienzo, que son, en suma, el amor •
 


FICHERO
Los libros que llegan a nuestra redacción

Antropología

• Así en el cielo como en la tierra. Pedidores de lluvia del volcán, Julio Glockner, Benemérita Universidad Autónoma de Puebla/Editorial Grijalbo/Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades, México, 2000, 179 pp.

Artes plásticas

• Amigo enigma. Los dibujos de Juan Soriano, Orlando González Esteva, Col. De la aurora, Ave del Paraíso Ediciones, Madrid, España, 2000, 477 pp.

Historia

• Mitote, fandango y mariacheros, Álvaro Ochoa Serrano, El Colegio Michoacán/El Colegio de Jalisco, México, 2000, 178 pp.

Lingüística

• El español en América, José G. Moreno de Alba, Sección de Obras de Lengua y Estudios Literarios, Fondo de Cultura Económica, México, 2000, 248 pp.

Narrativa

• Aquel amor, Lourdes Macluf, Editorial Nueva Imagen, México, 2000, 271 pp.

• El lobo mongol, Homéric, traducción de Carlos Gómez, Col. Novela histórica, Editorial Plaza & Janes, Barcelona, España, 2000, 457 pp.

• El sueño de la historia, Jorge Edwards, Col. Andanzas, Tusquets Editores, México, 2000, 412 pp.

• Hermanos de la costa, Roberto Casellas Leal, Col. Ave fénix/Serie mayor, Editorial Plaza y Janés, México, 1999, 358 pp.

• Mentiras verdaderas, Jorge Halperín, Editorial Atlántida, México, 2000, 279 pp.

• Rasgaduras, Aurelio Ibarra, Col. La torre inclinada, Editorial Aldus, México, 2000, 385 pp.

• Trotsky en Coyoacán, Angelina Muñiz-Huberman, Col. Biblioteca del issste, Editorial issste, México, 2000, 123 pp.

• 20 cuentos de la Revolución, Rafael F. Muñoz, Col. La serpiente emplumada, Factoria Ediciones, México, 2000, 244 pp.

Poesía

• Animal sin manada, Javier Barreiro Cavestany, Col. El clan, núm. 7, Editorial El Umbral, México, 2000, 93 pp.

• El poeta esteta, Gabriela León, Aura María Vidales, Armanado González Torres, et al., Editorial Obra Negra, México, 2000, 45 pp.

Revistas

• Crítica, núm. 83, agosto-septiembre de 2000, nueva época, textos de Werner Herzog, José Kozer, Nathalie Serraute, entre otros, Universidad de Puebla, México, 118 pp.

• El Zahir, núm. 21, junio de 2000, textos de Víctor Ortiz Partida, Vizania Amezcua, Gabriel Magaña, Cuauhtémoc Vite, entre otros, Asociación Civil Los Conjurados‚ Guadalajara, Jal., 96 pp.

• Liberaddictus, núm. 41, agosto de 2000, año VI, textos de Paul Lara G., Andrés Tovilla S., Fanny Feldman, entre otros, Arte Gráfico de México, México, 32 pp.

• Torre de papel, núm. 2, verano de 1999, vol. IX, textos de Eduardo Guizar Álvarez, María José Somerlate Barbosa, Patricia Moreno, entre otros, Editorial Board, México, 149 pp.