La Jornada Semanal, 17 de septiembre del 2000   
mujeres insumisas
 
Angélica Abelleyra
 
Irma Palacios, pintora de profundidades
 
Tras “lo matérico y el color del informalismo español”, de ser “muy Tàpies y Manolo Millares”, ahora Irma Palacios busca con su pintura “que la gente vea más allá de lo que yo pretendo”. Con pinceladas de trazo exacto, Angélica Abelleyra hace un entusiasta retrato de esta insumisa de las artes plásticas.
 

¿Abrir un pedazo de tierra y ponerlo en un cuadro? ¿Avizorar un archipiélago y explorar sus profundidades más que sus límites? ¿Alimentar fuegos nocturnos con el silencio del trazo? ¿Atrapar arenas y piedras para luego lanzarlas al viento como pobladoras de nuevas naturalezas?

    Irma Palacios encuentra sentido en todos estos quehaceres.

    Debió ser geóloga o arqueóloga, para sumergirse en la profundidad de un peñasco o ahondar en los secretos que guardan los vestigios terrestres. Pero se decidió por la pintura y, a través de ella, no hace una copia de los micromundos que le incumben; prefiere inventarlos, más allá de la obviedad y muy lejos de la superficie.

 Guerrerense de nacimiento (1943), creció en diversos terruños: de Coahuila a Oaxaca y de allí a Puebla. Su padre era inspector de educación y por ello debía viajar constantemente con la familia hasta que se reinstalaron en Iguala, donde la niña comenzó a interesarse por el dibujo y la pintura. Interna en un colegio, copiaba los grabados de los diccionarios Larousse y desde entonces, como ahora, el trazo de líneas y la invasión de colores la abstrajo del mundo y la separó del tiempo común.

    A los quince años se trasladó a la Ciudad de México y empezó a trabajar siendo muy joven. Organizaba algunos asuntos administrativos y sociales del empresario Aníbal de Iturbide, compraba regalos para los colegas de su jefe y coordinaba las fiestas en sus casas y yates. Pero en su tiempo libre Irma dibujaba sin descanso y en ello se fijó el acuarelista Alfredo Guati Rojo, amigo de Iturbide, quien ofreció a la joven darle clases de dibujo si organizaba un grupo.

    Allí empezó todo. Por las mañanas trabajaba y en las tardes iba a la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado “La Esmeralda”, del inba, donde acudió al taller libre del maestro Reyes Haro. Posteriormente fue alumna regular en la carrera donde conoció a su futuro marido: Francisco Castro Leñero, y luego a sus amigos Ilse Gradwohl, Gilda Castillo, Victoria Compañ, Gabriel Macotela y los otros hermanos Castro Leñero: José, Miguel y Alberto.

    Como “ya no era tan jovencita”, en ese periodo de aprendizaje entre los años 1973 y 1979 trataba de aprender todo de la academia, pero principalmente explotó su investigación en los materiales pictóricos… hasta que encontró su lenguaje. Porque cuando salió de la escuela era “muy Tàpies y Manolo Millares”, con telas donde predominaba lo matérico y el color del informalismo español. Con el tiempo depuró su manera de abordar la tela, se alimentó de todos los libros que hojeaba pero, sobre todo, abrevó en las formas y texturas que le ofreció la naturaleza para incursionar en la abstracción lírica que ahora ejerce de manera fiel.

    “Me he dejado llevar por lo que me gusta, lo que me interesa: una mancha en la pared, el agua sobre un espejo, la luna y su destello. En el arte no importa que hagas una flor, una piedra o el aire; lo que resulta relevante es cómo están hechos, con qué fuerza, con cuánta delicadeza. Desde un principio me gustó la abstracción porque no quería hacer cosas tan obvias. Me agrada leer y que lean entre líneas, hacer muchas propuestas, que la gente vea más allá de lo que yo pretendo.”

    Y eso lo ha alcanzado Irma Palacios con creces. Poetas han encontrado muchos universos en sus telas: Alberto Blanco y Coral Bracho escriben sobre la construcción que la pintora hace de árboles cristalizados y oleajes suspendidos. Críticos de arte y ensayistas también recrean con la palabra lo que ella hace con texturas. Teresa del Conde habla de un “sutil magisterio” en la artista que “se encuentra permeada por las paredes viscosas de Venecia, por la arena de la playa de Careyes, por las luciérnagas, las atmósferas de Turner o los firmamentos de El Greco”; Juan García Ponce destaca, en los cuadros de aquélla, “la radiante iluminación de su oscuridad”, en tanto Jorge Alberto Manrique se sorprende por “ese equilibrio alcanzado entre libertad expresiva y estructuración formal colorística. Por eso ante su trabajo se nos viene a la cabeza el concepto de perfección tan ajeno a la idea actual del arte”.

    Al contrario de lo que señala Manrique, nada más alejado de Palacios que la idea de perfección en su trabajo. “A veces hago bien las cosas pero tengo que romperlas porque no las aguanto. Una vez Manuel Felguérez me dijo: ‘Se ve que tus cuadros están bien hechos, pero luego los desbaratas.’ Y eso precisamente es lo que hago. No puedo ser bien hecha… soy una mal hecha total.”

    –¿No te gusta la copia fiel del mundo?

    –No, prefiero inventarlo, para no hacer cosas tan obvias.

    Considerada por muchos como la sucesora de Lilia Carrillo (artista pionera de la abstracción lírica en México, que se situó en el movimiento llamado “ruptura” en los años cincuenta), Irma transitó desde su primera muestra individual (1980) por un camino más arado en materia de aceptación del abstraccionismo en el país. Sin embargo, dice que todavía en nuestros días “es muy difícil que el público acepte la pintura que no puede identificar”. A ella no le importa demasiado el rechazo: “Mejor dedico mis energías a tratar de sacar lo que soy mediante la pintura. Finalmente siempre me he pasado haciendo el mismo cuadro y cuando me preguntan cuánto me tardo en hacer una pintura les respondo: cincuenta años, porque cada una es fruto de la experiencia.”

    Tras su presencia en Casa del Lago al iniciar los ochenta, Palacios ha exhibido sola o acompañada en casas de cultura, museos y galerías en México, España, Cuba, Yugoslavia, Polonia, Dinamarca, Suecia, Bélgica, Bulgaria e Italia. También empezó a ganar premios, como la Primera Bienal de Pintura Rufino Tamayo (1982), cuando su obra se concentraba en pegar costales sobre la tela, para después abrirlos y aplicar colores a la manera del español Manolo Millares.* Es también a raíz de este premio que conoce a Juan García Ponce, escritor que se convertiría en uno de los principales impulsores del citado movimiento de “ruptura” y, años después, en un analista cercano de la producción abstracta de la guerrerense.

    En 1986 recibe la beca de la Fundación Guggenheim que la apoya para realizar viajes a diversos países, al tiempo que continúa exponiendo su trabajo en el país y el extranjero. Espejismo mineral, en el Museo de Arte Moderno de la Ciudad de México (1993), funge como una de las muestras que reúne mayor cantidad de obra; lo mismo sucede con Cambio de piel (1997), individual que en la Galería López Quiroga motiva el poema de Coral Bracho:
 

    Y es que, amante de la poesía, Palacios prefiere que sean los tejedores de la palabra poética los que escriban sobre su pintura y sus objetos. Decimos objetos porque en la actualidad Irma elabora piezas que combinan los materiales orgánicos e industriales: encapsula en plástico algunas varas de bambú que colecciona en el campo y eso constituye una de sus vetas experimentales. Antes realizó semillas y piedras en cerámica y más adelante hará unas telas finas de algodón cubiertas con cera, más crayón y óleo.

    Veedora incurable, puede estar un día completo sentada en el parque mirando pasar personas y animales. Los observa plácidamente pero no hace bocetos de rasgos ni movimientos porque “se rompería la magia”. Entonces regresa a su estudio, se planta frente a la tela y sabe que de alguna manera surgirán esas imágenes, aunque –felizmente– ese dibujo que podría recordar a un árbol o un caballo no parezca nada… nada, a simple vista, porque aguzando el ojo la tela se colma de aire, luz, sensaciones y otros pobladores.

* Datos obtenidos de la cronología que Samuel Morales realizó para el catálogo Irma Palacios. Tierra abierta, editado por Conaculta, con motivo de la exposición itinerante que consta de veintidós óleos, actualmente en Aguascalientes, y que luego viajará a museos de Guadalajara, Zacatecas y Yucatán.